LA FELICIDAD ES UN ABRIGO ROJO
D eentre todos los malos inventos que han aportado las nuevas tecnologías, que son muchos y variados, destaca uno en particular: una función del teléfono que rescata azarosamente del mar de recuerdos y fotografías de años pasados, aquello que considera oportuno bajo el inocente título de Tal día como hoy. Y en la pantalla de quien, digamos, apaga la alarma de las 7:30 de la mañana, aparecen imágenes que van desde unas vacaciones en familia, la barbacoa que al final se canceló porque llovía, una cena romántica con ese tipo que tanto prometía o algo tan poco memorable como una foto de la plaza de parking para no olvidarte de dónde has dejado del coche. En fin: no sé cómo quitarme esta función que detecta especialmente lo que no me apetece ver.
Ayer, en la sección Tal día como hoy apareció una foto aparentemente inocente, anodina. Era de un escaparate de Londres, de 2011, de cuando estuve viviendo ahí. Durante meses, cada día cogía un autobús, el número 8 hacia Tottenham Court Road, y frente a los escaparates de una tienda, detenida bajo el viento o la lluvia, miraba embelesada un abrigo rojo de lana, que llegué incluso a fotografiar.
Me lo probé muchas veces, enamorada pero disuadida por el precio y por el color, que se veía demasiado. La felicidad es un abrigo rojo con el fondo roto, decía Julian Barnes, de manera que un día, en un alarde de practicidad, me compré un discreto abrigo negro en una tienda de segunda mano. Fue una buena elección, y lo cierto es que me duró muchos años, pero la memoria está siempre llena de abrigos rojos, de lo que nunca compramos, de lo que casi fue, de lo que ni siquiera estuvo a punto de ocurrir pero tú querías que ocurriera.
Siempre es mejor lo que pasa que lo que podría haber pasado, pero existen esas funciones demoledoras, "tal día como hoy" que te recuerdan por unos instantes que la vida está también llena de vitrinas amparadas por la calidez de los subjuntivos, de ese pasado lleno de ecos que de repente te alcanza, cuando menos te lo esperas, mientras deslizas el dedo para apagar la alarma.