PRINCESA EN LA TORRE
En 1998, la radiofórmula dividía a los adolescentes en dos bandos: los que veneraban a Britney Spears y los que planeaban ser como ella. Hoy nadie quiere estar en su piel. La cantante, icono millennial por excelencia, ha acabado peor parada que la generación que la elevó a la categoría de estrella. La tétrica historia detrás del hashtag #FreeBritney (libertad para Britney) así lo atestigua.
La de Misisipi está inmersa en un proceso legal para poner fin a la tutela que su padre ostenta desde 2008 y que le impide tomar cualquier decisión sobre su vida profesional y personal. Entre ellas, extraerse el DIU que porta por obligación.
Spears siempre fue presa de un sistema que, incluso siendo adulta, no le quita el yugo. Las normas las dicta un triunvirato de hombres: un mánager abusivo, su propio padre y el responsable de su sello discográfico. Los mismos que la ataviaron con un cosificado uniforme escolar a sus 17 años. Los mismos que la convirtieron en una eterna Lolita que sigue atrapada en un inverosímil tono de voz adolescente, ahora que roza la cuarentena. Y también los mismos que sacan tajada de una crisis mental retransmitida en horario de máxima audiencia hace ya 13 años. Irrespetuoso escrutinio que sería impensable para una figura masculina —¡hola, Kanye West!—. Britney es la última mártir de un showbusiness que la apodó 'princesa del pop'. Título que la mantiene encerrada en una torre sustentada por leyes que lo último que hacen es tratarla, precisamente, como una princesa. ■
Britney durante el profético rodaje de ‘Lucky’, donde interpretaba a una estrella cuya vida estaba vacía.