A DEBATE
Desenredamos el trabalenguas del lenguaje inclusivo.
Estos días parece que todo el mundo tiene opinión sobre el lenguaje inclusivo pero no hay consenso sobre lo que es. ¿Inclusivo con las personas migrantes? ¿Qué visibiliza a las personas discapacitadas? ¿Qué atenta contra la lengua, inmutable desde la publicación del Cantar de Mio Cid, como bien saben vuestras mercedes? Aunque lo acotemos un poco y hablemos de lenguaje antisexista, sigue habiendo ambigüedad. Aunque, en el fondo, la idea sea la misma —evitar el uso acrítico del masculino—, la meta puede ser visibilizar a las mujeres, representar a las personas no binarias (cuyo género está fuera del sistema binario hombremujer) o ambas.
Para hablar de lenguaje antisexista es importante distinguir entre su uso para personas concretas y para genéricos e indefinidos: una mujer puede decir que es "médica" y hablar del grupo de médicos del que forma parte, y los integrantes del grupo Satxa pueden cantar que "estamos unidas" aunque cada uno de ellos se refiera a sí mismo en masculino. Sin embargo, aceptar algo como genérico no significa aceptarlo como específico: a nuestra médica puede no parecerle desdeñable leer "bienvenido, usuario", pero sí le extrañaría que su pareja la llamara "querido".
Esta distinción no es baladí: las discusiones sobre las personas que usamos, por ejemplo, '-e' como nuestro morfema de género, tienden a confundir lo específico con lo indefinido, a debatir si 'todos' excluye a alguien en lugar de reconocer la humanidad de cada cual. Si no insistimos en llamar José a nuestro amigo Pol, tampoco deberíamos referirnos a él con el género incorrecto.
Los genéricos e indefinidos, entonces, son la parte más interesante —y política— de la discusión. Diversos estudios en varios idiomas muestran que los sistemas lingüísticos como nuestro masculino genérico exigen más esfuerzo de las personas que no forman parte del grupo definido como neutro. Si recibimos una circular que nos informa de que "mañana todos los niños deberán venir vestidos de marinero" sabremos cómo vestir a nuestro hijo, pero ¿y a nuestra hija? ¿Y si tienen que ir vestidos de azul? ¿O de médico? ¿Hasta dónde llega el genérico?
Los desdoblamientos son el hombre del saco del lenguaje antisexista: "¡Estos y estas (y 'estes' y…) quieren cargarse el español!" En realidad, estos recursos son una de muchas estrategias —como el femenino genérico, los neomorfemas de género (como el '-e' famoso) o el uso de palabras neutras ('quienes' en lugar de 'los que')— para, en el caso de los genéricos e indefinidos, compartir visibilidad con los hombres y, en el caso de personas concretas, reconocer su identidad. ¿No es eso lo que queremos todas, respeto y equidad? Puede que algunas estrategias nos parezcan extrañas o nos suenen mal, como cualquier cambio lingüístico. Tampoco hace falta que las dominemos al completo, ni que desterremos el masculino. Solo se trata de darnos una oportunidad a las mujeres y personas no binarias. Estamos unidas.
«LAS DICUSIONES SOBRE EL MORFEMA DE GÉNERO '-E' TIENDEN A CONFUNDIR LO ESPECÍFICO CON LO INDEFINIDO»
Cuando me piden opinión sobre el lenguaje inclusivo siempre advierto de que no soy experta en esos temas; sí, soy profesora de lengua española, pero trabajo especialmente en el nivel fónico. Solo puedo aportar a un debate tan polarizado, donde las posturas son extremas y cada cual está convencido de tener razón, la voluntad de atender a los argumentos de las dos partes, y una propuesta final, más que de consenso, de sentido común.
A veces se señala a la Real Academia Española como abanderada de los detractores del lenguaje inclusivo. Me parece una simplificación injusta; en la RAE, además de los académicos y su director (el actual no es lingüista, sino jurista, eso explica algunas de sus opiniones) hay una plantilla de expertos que trabajan atinada y rigurosamente (como en el informe del 16/ 01/ 20 sobre el lenguaje inclusivo en la Constitución y el sexismo lingüístico). El concepto clave es el de género no marcado: el morfema masculino del español, como género no marcado, es incluyente, puede aludir a grupos mixtos, de hombres y mujeres, e incluso a quienes no se sienten identificados con ninguna de las categorías sexuales o genéricas binarias.
Esta afirmación, incontestable como descripción morfológica de nuestra lengua, sin embargo no parece responder a las necesidades de esas personas no binarias. ¿Son de carácter lingüístico sus necesidades? El lenguaje sirve para muchas cosas, y transmitir información no es la más frecuente; cuando transmitimos algo, suelen ser intenciones comunicativas. Si alguien se autodefine como 'elle', transmite su intención de mostrar cierta identidad, y su deseo de que esa identidad sea reconocida y respetada. Por lo tanto, no nos movemos solo en el terreno de la gramática (donde también se introducen cambios importantes, claro: nuevos pronombres tónicos, modificación general de la concordancia nominal, etc.), sino también en el de la pragmática, concretamente en el ámbito de la cortesía lingüística, los recursos con los que el lenguaje facilita unas relaciones armoniosas entre los hablantes (formas de respeto, como usted, son un ejemplo).
Los detractores del lenguaje inclusivo argumentan, con toda la razón, que aplicar coherentemente muchas de estas propuestas genera textos muy difíciles de procesar en la escritura e imposibles de construir en el habla. Pero ¿realmente es eso lo que se está reclamando? ¿O bastarían, como muestra de cortesía lingüística, alusiones relevantes a esas marcas de identidad en ciertos momentos del discurso? El vocativo "señoras y señores" al comenzar una alocución es parte de nuestras rutinas de cortesía desde hace siglos; expresiones como "gracias a todas y todos" cada vez resultan más habituales. Si el género en '–e' recibe suficiente respaldo social, nos resultará natural agradecer a "todas, todos y todes", o saludar con un "hola, compañere", que mostrará nuestra intención cortés aunque no siempre logremos una concordancia completa. Alcanzar una sociedad realmente igualitaria, libre de homofobia, transfobia y odio al diferente, requiere invertir en formación. La lengua refleja la sociedad, solo es un instrumento; si las personas no cambian, las recomendaciones de lenguaje no sexista o inclusivo, y también estas palabras, solo serán papel mojado.
«EL MORFEMA MASCULINO DEL ESPAÑOL, COMO GÉNERO NO MARCADO, ES INCLUYENTE»