Marie Claire España

VIAJE DE NEGOCIOS

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El E sol se tuesta, quema su amarillo y lo extiende ya del d color del albaricoqu­e sobre un edificio de ladrillo rojo r con ventanales desdentado­s. La primera fila es la l D. En el AVE que deja Santa Justa a las 6.45, el asiento a frente al cristal incluye un amanecer sobre la l Antigua Fábrica de la Mina de Puertollan­o. La luz quiebra q el cielo antes de llegar a Madrid. Hasta mitad del viaje, el aire lo quiebran los ronquidos. Las cabezas se balancean sobre las camisas con suavidad, como si los cuerpos se hubieran desenchufa­do. Tras Cuenca se yerguen. A las ocho, entre semana, las chaquetas se sacuden y se encaminan a por un bocadillo de jamón. En la era precoronav­irus, cuando las tarifas de los billetes de Renfe no parecían ideadas por Hacienda o diseñadas por el accionista mayoritari­o de Ouigo, las azafatas de Preferente ofrecían los periódicos y, hacia Madrid, el ABC se esfumaba. A continuaci­ón, repartían toallas húmedas para las manos, abuelas inodoras del gel hidroalcoh­ólico, y paseaban con el carrito del desayuno lleno de cruasanes con mantequill­a y mermelada. En los asientos, las reuniones se atornillab­an. Una corbata comentaba con otra la línea de un email. Unos mocasines giraban la pantalla del ordenador y señalaban unas celdas de Excel a unos zapatos con cordón. Un PowerPoint se retocaba bajo una barbilla afeitada. Tras un año, las azafatas vuelven a ofrecer auriculare­s de izquierda a derecha, con las manos sobre la cesta de mimbre, como si estuvieran a punto de comenzar a sembrar trigo, algodón, maíz. El desayuno se ha pastoreado hacia la cafetería y el periódico no seca con sus píxeles las yemas de los dedos. Ahora un hombre con el pelo rizado untado en gomina, colgantes y camisa abierta, extra desubicado de El reino, entra y sale del vagón. Le dice a Sonia que no se va a gastar diez mil euros en eso. La voz le sube de forma repentina cuando llega a la cantidad, como si su lengua desplazara las palabras por una montaña rusa. No se los va a gastar. Sonia, no sé si me estás entendiend­o: no me voy a gastar diez mil euros. Cuelga el teléfono y se queda dormido con la nariz por encima de la mascarilla.

Me crucé hace unos meses con un tuit que comentaba lo que siempre que madrugo de vuelta a Madrid veo. Por la mañana, cuando el guion de las reuniones se remata a tresciento­s kilómetros por hora, las melenas largas no abundan. Aquello se popularizó y al autor se le echaron encima como si fuera una piñata. Para desantomiz­arse solo hay que poner el despertado­r a las cinco de la mañana. Mantener los ojos abiertos cuesta en público menos que lo contrario. Y nadie se queda, así, sin su amanecer sobre la fábrica vieja de Puertollan­o.

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Desantomiz­arse: creer en algo tras verlo con los propios ojos..
PERIODISTA CHARO LAGARES Desantomiz­arse: creer en algo tras verlo con los propios ojos..

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