Personas que disfrutan leyendo libros
Siempre me llama la atención las personas que consideran a los niños y niñas "futuras personas", gente en desarrollo. Hay personas adultas que ven a esos seres de tamaño claramente inferior al suyo existiendo en su entorno y piensan en ellos con condescendencia. La infancia, la adolescencia, es como una fiebre que tienen que pasar para envolverse en el capullo que los metamorfoseará en el más completo y bello ser de la creación: la persona adulta. Esto tiene un error de base. Si piensas así, ¿no tendrías que considerar también tu actual condición de adulto como una transición a la más perfecta todavía de persona anciana e incluso de cadáver? Las personas somos personas y siempre estamos completas. Algunos tienen más años que otros. Y ya.
El problema de este punto de vista es que exige simplificar la manera de pensar en la infancia. No tienes que pensar en que son personas con sus gustos y sus necesidades y sus cosas particulares, no. Piensas en ellos como criaturas que tienen que aprender y formarse para llegar a ser adultos. Y listo.
Es muy fácil mirar a los niños y a las niñas por encima del hombro y pensar en ellos de esa manera. Siempre ha ocurrido. Las aulas tenían tarimas para que el profesor se subiera a soltar su rollo desde ellas y regar así con su conocimiento a las florecillas que se duchaban con este saber, inmóviles en sus pupitres. Quien se quedaba atrás, no valía. Ahora hemos descubierto que la cosa no funciona así. Los cerebros no aprenden de esa manera. Ahora en los colegios los pupitres están puestos en grupos, los profes hincan las rodillas en el suelo para ayudar a sus alumnos a construir, a tocar, a desarrollar, a debatir. Los niños y las niñas construyen su propio aprendizaje ayudados por los profes, que les proveen de las herramientas necesarias y que también aprenden cosas en el proceso.
¿Por qué te cuento esto para hablarte del libro infantil? Porque, para mí, lo más importante en un libro es que esté escrito desde el respeto.
Se acabó la época de pensar en la literatura infantil como exclusivamente didáctica. Esta visión tan hiperpedagógica y adultocéntrica es un lastre de otra época, un atentado contra el sentido del humor y la fantasía. Y, sobre todo, un aburrimiento. Un libro para niños y niñas no debe tener otro propósito que los que tiene un libro para adultos. Tiene que entretener o hacer reír o hacer pasar miedo o intrigar o enseñar cómo se hace una tarta de zanahoria o cómo es Urano o qué hay en Australia. Tenemos que conseguir que descubran que hay que leer porque leer es genial, divertido y apasionante, no porque los libros nos instruyen y nos forman en nuestro camino a la adultez, no porque nos ayudarán a mejorar nuestra capacidad lectora cuando queramos sacar unas oposiciones de Registrador de la Propiedad en Cuenca el día de mañana.
Y para que descubran eso, los libros infantiles tienen que ser divertidos, interesantes, bonitos, mágicos. Tienen que ser buenos libros. Exactamente igual que los libros de adultos. Cualquiera puede escribir un libro para niños y niñas, igual que cualquiera puede escribir un libro para adultos. Pero ¿un buen libro infantil? ¿Uno que realmente esté bien?
Eso solo lo puede escribir alguien que entienda y que respete a las personas a las que se está dirigiendo. Que sepa mirarles a los ojos y comunicarse con ellos. Que sepa escucharles, que entienda las cosas que ellos dicen y las que les gustan. Que sepa que el modelo más reciente de niñas y niños del año 2021 no se parece a los de los años 60, ni 80, ni 2000.
El propósito del libro infantil no es educar a los infantes. Es invitarles al club de las personas que disfrutan leyendo libros.