CARTA DE AMOR A LA CIUDAD
Soy de ciudad. Amo la ciudad. Como punto de encuentro, como lugar de acogida, como paraíso de tolerancia, diversidad, como nexo de unión en el que no pierdes la intimidad. Mi ciudad soñada es lo contrario a una frontera. Siempre lo ha sido y he encontrado en muchas ciudades ese mismo sueño compartido. Y de repente, esos lugares de encuentro eran un riesgo. La pandemia nos desgarró y también rompió el tejido urbano. Las ciudades se vaciaron y el sueño era volver al campo. Al campo como idealización de un retiro, de un refugio donde el daño no nos alcanzara. Parecía que los problemas del mundo rural, la despoblación, las zonas vaciadas, tendrían solución con un éxodo inverso al que emprendimos antes, de la ciudad al pueblo, retornar para ser mejores, más naturales, más sostenibles. El miedo también ayuda en la construcción de mitos, como el de la ciudad hostil y el pueblo símbolo de bondades. Cuando son espacios complementarios, territorios ambos que forman parte de nuestra identidad y construyen relaciones y creaciones.
En este número nos queremos alejar del enfrentamiento entre urbe y naturaleza y entender las claves de su diálogo. Como recordamos en nuestro reportaje sobre el futuro de las urbes, Renzo Piano dijo: "La ciudad es una estupenda emoción humana. La ciudad es una invención; es más, ¡es la invención del hombre! La ciudad no es algo virtual, sino físico, porque está llena de humanidad".
Abordamos el futuro de las urbes que amamos, y cómo viviremos en ellas. Cómo se adapta la moda, la belleza, la familia, la movilidad, el trabajo y la cultura a la nueva ciudad, la ciudad próxima, la ciudad del vecindario y el barrio, la de todos. La ciudad que necesita respirar y nos deja respirar.