Escuché la palabra ‘cáncer’ sin entenderla, sentí que mi corazón se encogía
"Aquel miércoles de junio de 2016 hacía un día precioso, el primero de la temporada que realmente parecía verano. Tanto es así que, por la mañana, me fui a la playa con mis hijos de 4 años y 8 meses y mi marido, Nicolás. Una alegre pausa en mi estresante agenda, ya que estaba fotografiando mi nueva colección. Diez días antes había sentido un bulto bastante grande en mi pecho izquierdo y me hicieron una mamografía, seguida de una biopsia. Estaba serena y relajada. A mi edad no me preocupaba el cáncer, solo podía ser un quiste. Así que ese miércoles salí de la playa después de comer, sin un ápice de ansiedad, en chanclas, con los pies llenos de arena, dispuesta a conocer los resultados. Una formalidad que pensaba despachar con prontitud, hasta el punto de declinar los ofrecimientos de mi marido y de mi amiga Mariana para acompañarme: 'Tampoco hay que dramatizar, no es nada', les decía. No me imaginaba que el mundo se me iba a venir abajo: 'Los resultados no son buenos, no es un quiste que hay que extirpar, sino un cáncer de mama', me dijo tranquilamente el cirujano. Me sentí como si me hubieran golpeado con un mazo y me hubiera absorbido un agujero negro. Escuché la palabra 'cáncer' sin entenderla, mientras sentía que mi corazón se encogía de miedo. No pensé 'voy a morir', pero sí asocié la palabra con la muerte y solo quería refugiarme en Nicolás. Al no poder localizarle, llamé a Mariana entre lágrimas: 'Ven enseguida'. No adelanté nada, ambos lo entendieron. 'Lo siento, supongo que no tenías previsto un verano así', me dijo el cirujano, y pasó a hablar de mis tratamientos, que comenzarían unos días después con la quimioterapia antes de la tumorectomía. Al salir, caí en los brazos de Nicolás, que acababa de llegar. Mi amiga también estaba allí. Ninguno de los dos sabía qué decir. Los niños estaban en la ludoteca y Nicolás y yo nos encerramos en el salón con las persianas cerradas, aturdidos, con la sensación de que un manto de plomo nos oprimía. La ternura y el afecto dejaron paso al miedo y las lágrimas. 'Si pudiera quitarte ese cáncer, lo haría en un segundo', me susurró Nicolás. Desde entonces, la fuerza de su amor nunca me abandonó, el cáncer se convirtió en nuestra batalla con una prioridad: cuidar a los niños, que esta terrible noticia no les afecte. ¿Se lo decimos? ¿Cómo? La opción de 'mamá tiene cáncer' estaba descartada, así que optamos por contarles que me iban a dar 'tratamientos para eliminar un bulto en el pecho'. Y decidí no cambiar nada de nuestro programa de vacaciones. Era una forma de mantenerme centrada en el futuro. Sobre todo porque, en las 24 o 48 horas siguientes al anuncio, hay que someterse a exámenes angustiosos que son casi insoportables (escáneres, gammagrafías, etc.) para comprobar que el tumor no se ha extendido a otros órganos. También tuve una necesidad visceral de llamar por teléfono a mujeres que habían pasado por ello para conocer sus consejos para sufrir menos. Pero la violencia más increíble fueron los pocos días de incertidumbre entre el anuncio y la quimioterapia. Quería empezar ya y decirle al cáncer: '¡Voy a acabar contigo! ¡No me voy a morir!'"