¿Podemos ser feministas en la cocina?
CUANDO UNA MUJER ALCANZA LA ÉLITE CULINARIA PROFESIONAL, SE LA ERIGE COMO ABANDERADA DE LA IGUALDAD. PERO ¿QUÉ PASA EN EL ÁMBITO PRIVADO? EN CASA, NOSOTRAS SEGUIMOS ASUMIENDO EL TRABAJO ENTRE OLLAS Y SARTENES, LO QUE MANTIENE VIGENTE UNA CUESTIÓN QUE YA PLANTEARON LAS PRIMERAS FEMINISTAS: ¿CÓMO ACABAMOS CON EL PATRIARCADO DESDE LA COCINA?
En 1886 se publicó The Woman Suffrage Cook Book (El libro de cocina del sufragio femenino), el primer recetario feminista de la historia. El tomo, además de proponer platos nutritivos y sencillos, abría la puerta a que nuestros derechos se pudieran dar la mano con las concepciones tradicionales de feminidad: nuestra emancipación es perfectamente compatible con cuidar la casa y la familia, siempre que estas sean elecciones y no imposiciones. Casi dos siglos después, no hemos alcanzado el equilibrio. Según el último Índice de Igualdad de Género de la Unión Europea, en el 78,7 % de las casas de la comunidad son las mujeres quienes se encargan de cocinar. Los datos de España no son mucho más alentadores: en el reparto de tareas domésticas obtenemos 64 puntos (siendo 1 punto el peor escenario y 100 el mejor), lo que refleja que nosotras empleamos muchas más horas que ellos en esta labor.
Ahora que el empoderamiento está a la orden del día, estas desigualdades se hacen más notorias. A la carga de las tareas domésticas se suma un conflicto moral: 'si soy feminista, ¿por qué asumo estas responsabilidades? ¿Por qué, por mucho que lo intento, no consigo que el reparto sea equitativo en mi propia casa?'
FEMINISTAS COCINERAS, ¿MITO O REALIDAD?
En las manifestaciones feministas estadounidenses de los años 60 se popularizó un eslogan que sigue estando en boga: "No asumas que cocino". En España, por aquel entonces, la dictadura imponía su modelo de mujer ideal: ama de casa y madre sacrificada. El Fuero del Trabajo, una de las bases legislativas del franquismo, prometía "liberar a la mujer de todo empleo que no sea atender su hogar y su familia". La oposición al feminismo también la ejercían los
«LA SOCIEDAD AÚN ESPERA QUE LAS MUJERES NOS ENCARGUEMOS DE COCINAR, Y LLEGAMOS A SENTIRNOS CULPABLES POR ELLO» STACY J. WILLIAMS, DOCTORA EN SOCIOLOGÍA
medios de comunicación conservadores, autores de un estereotipo que aún nos acecha: las feministas se niegan a cocinar, y lo que es más, consideran que las mujeres que lo hacen favorecen al patriarcado. "La realidad es que, durante generaciones, (las feministas) han propuesto maneras de cocinar que les ayuden a lograr fines políticos más ambiciosos". Lo explica vía email Stacy J. Williams, escritora, investigadora y doctora en Sociología por la Universidad de San Diego en California, especializada en estudiar la relación entre feminismo y cocina.
MUJER DE PIES A CABEZA
A pesar de nuestra resistencia, los mecanismos que nos encierran en la cocina perduran. "La sociedad aún espera que nos encarguemos de cocinar, y esto hace que lleguemos a sentirnos culpables si no podemos producir tres menús diarios caseros y saludables", señala Williams. Dicha dinámica no se aplica al sexo opuesto: "Aunque está más aceptado que se involucren en las tareas domésticas, alimentar a los suyos sigue sin ser parte de lo que se considera un hombre exitoso". El ideal imperante de mujer triunfadora también es parte del problema. El estereotipo de cuidadora (la mujer que cocina), choca con el de mujer empoderada (la que rechaza el canon tradicional de feminidad y se libera de él a través de un empleo pagado). En el ensayo El buen sexo mañana, Katherine Angel revela los claroscuros de este discurso sobre el empoderamiento. La autora critica la "cultura de la confianza en una misma", esa creencia de que si las mujeres estamos oprimidas a estas alturas no es tanto por el patriarcado como por nuestra falta de autoestima. Es decir, si no somos capaces de convencer a nuestros compañeros de que asuman la mitad del trabajo en casa, la culpa es nuestra, no de la sociedad.
BUSCAR SOLUCIONES
El ya mencionado Índice de Igualdad de Género de la UE arroja otro dato alarmante: en España no ha mejorado el reparto de "actividades relacionadas con los cuidados" desde 2015. Hablar públicamente del problema se ha quedado corto. Toca buscar nuevas maneras de enfrentarnos a la cuestión. Muchas feministas de las primeras olas pugnaban por dedicarse a la cocina profesional como una vía de utilizar el patriarcado en su favor. La práctica es complicada: de los 234 restaurantes españoles que este año han obtenido estrella Michelin, solo 24 están capitaneados por mujeres.
Se han llegado a plantear incluso medidas legales. En 2019, el gobierno vasco presentó un proyecto de decreto de construcción (en trámite) para regular la estructura de las viviendas favoreciendo el reparto de tareas. Propone, por ejemplo, ampliar la cocina para que puedan usarla a la vez dos personas e integrarla en espacios comunes, como el salón. Para Williams, lo primero es acabar con el estereotipo de que las mujeres modernas no cocinan. "El simple hecho de reconocer que las feministas cocinan les libera de una carga muy pesada y les permite encontrar prácticas acordes con sus ideales. Pueden idear nuevas formas de repartir el cocinado en sus casas o llegar a proyectar soluciones culinarias a gran escala económica y política". Para sacudirnos el prejuicio, concluye: "No hay una única receta para empoderar a todas las mujeres".