PON EN TU VIDA UN LAVAVAJILLAS
El amor es un extra, un topping. No hace falta, no es necesario, no urge. El amor es contingente. Sin él se puede vivir como se puede vivir sin desayunar cada mañana galletas de caramelo y sal, sin haber visitado la Capilla Sixtina, sin tener hijos, sin un lavavajillas o sin saber multiplicar de cabeza cuatro por veintiséis. Sin respeto, la versión social del amor, no obstante, la vida es irrealizable. El respeto suaviza las formas, alza una muralla entre grupos e individuos, protege y defiende. Es por él que las vidas se cruzan sin aplastarse, sin ni siquiera, a veces, pisarse. El respeto puede enraizar en la norma, en el reconocimiento del valor propio en el ajeno, en una aplicación de haga a los demás lo que quiera que le hagan a usted o en la identificación de Dios en los otros. El respeto es moral, ética y ley.
Al amor no hay derecho y en el amor no hay deber. El amor no puede exigirse, el amor no puede ordeñarse. Su entrega la activan mecanismos ocultos a la razón. El amor es caprichoso en su arranque y musculoso en su progreso. La voluntad se desliza en su comienzo, corre y patina y vuela. Se engrasa con el instinto y se desplaza, más tarde, con intención consciente. El amor tritura cuando se busca en el cajón equivocado, en un tick azul sin respuesta, en el pantallazo de una conversación convertida, entre amigas, en jeroglífico, en una idea criada solo en un párrafo viral de El amor dura tres años o en la despedida de Rick Blaine e Ilsa Lund. El amor resquebraja si quien lo espera se cree solo una mitad. El amor escalda si quien lo busca persigue fuegos artificiales vitalicios en la punta de los dedos. En los titulares, unos anuncian que si duele, no es amor. Otros, que sin el sufrimiento no puede serlo. Las refriegas por el amor romántico, el que suspira "sin ti no soy nada", embarran las conversaciones. Unos se convencen de que hace referencia a regalar chocolate, de que quieren acabar con la galantería, de que alguien anda detrás del romanticismo con un cuchillito de plata. Otros sobreanalizan cuentos infantiles y amargan cualquier conato de zalamería como si por sus venas corriera amoníaco. Se reparten tortas a sordas y a ciegas. Por la idea del amor no se debe sufrir. Pero amando hay sufrimiento. El amor enfrenta a una consigo misma, la saca del centro de su universo. El amor convierte en su antónimo al orgullo, al ego.
El amor es el bien irreversible y último. Cuando se alcanza, corona la experiencia humana, enciende todas las bombillas de Operación, el juguete de mesa aquel que señalaba los órganos de un hombre con nariz roja, rudólfica, aterradora en el catálogo de los Reyes Magos. El amor rellena los huecos, satura, culmina. Despoja de lo prescindible, jerarquiza, ilumina. El amor es entendimiento. Desenreda y expone. Exhibe y despliega. Acoge a todas las preguntas y de todas es respuesta. Un ático frente a El Retiro o conocer el amor. La triplicación de un sueldo o conservar el amor. Entre eso y esto, esto. Entre aquello y esto, esto esto esto esto esto. No hay quien viva, cuando lo ha comprado y se estropea, sin un lavavajillas.