Marie Claire España

EL TAPIZ DE LA VIDA

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LA ESCRITORA LAURA FERRERO REGRESA AL TALLER DONDE CRECIÓ RODEADA DE LAS MUJERES DE SU VIDA EN UN TEXTO SOBRE LA IDENTIDAD Y LA PERMANENCI­A. SOBRE MUJERES FUERTES Y DECIDIDAS, LAS MISMAS EN QUE SE INSPIRÓ EN SU DÍA EL MAESTRO DE GRANVILLE. LAS MISMAS QUE PASEAN POR ESTAS PÁGINAS DE LA MANO DE DIOR.

Todas las mujeres de mi familia han sido modistas. Mi madre, mi abuela, mi tía. Me crié entre patrones de papel vegetal, el traqueteo monótono de esa máquina de coser, la Singer negra. Dedales, tizas de costura y el metro de color amarillo que, del uso, fue perdiendo los números que marcaban los centímetro­s y había que intuirlos. Resonaron en casa aquellas palabras que simbolizab­an la entrada a otro universo: la sisa, el bies, el pespunte. Y entre los ecos de todos aquellos nombres algunas veces también me dejaban escoger una falda o un abrigo o una chaqueta en la revista Patrones y ellas la cosían. Aprendí pronto que ser modista no era copiar sino más bien imaginar, como cuando solo intuyes la figura a través de una sombra. Las mujeres de mi familia fueron a colegios de monjas y ya fuera en la posguerra o atravesand­o el franquismo, como fue el caso de mi madre, coser fue para ellas una manera de poder diferencia­rse, de salir adelante en caso de que hubiera penurias. De niña, me repitieron una misma frase hasta la saciedad: que una tenía que aprender por sí misma a hacer de todo –peinarse, vestirse, coser, instalar apliques y poner bombillas, pintar...– por si, el día de mañana, la fortuna no sonreía. De manera que crecí con una imagen de la feminidad que tenía que ver con arreglárse­las con los patrones, los hilos, con saber hacer de todo por si acaso, con lograr arrancar de la sombra el dibujo completo.

Huelga decir que yo no sé coser, ni pintar, que no me peino y que de cocinar sé lo justo. Lo cuenta ese sabio refrán: en casa del herrero cuchillo de palo. Pero aquel es el universo de mujeres en el que crecí, mujeres que hilaban el tapiz de la vida preparadas para sobrevivir en caso de infortunio. Hace unos años visité una instalació­n de la artista japonesa Chiharu Shiota. Se titulaba In the beginning was…, es decir, 'En el principio era'. Se trataba de un edificio de siete metros de altura diseñado por la propia artista que acogía un enjambre de piedras e hilos negros, dando lugar a ese particular y único universo que le permite a Shiota transitar el mundo. Recorrí la instalació­n como el peregrino que finalmente accede a ese santo lugar largamente imaginado. Fue entonces, inmersa en el universo de la artista japonesa, cuando regresé al traqueteo de la Singer negra y comprendí la permanenci­a de ese hilo que nos une y nos estrecha a todas desde el inicio de los tiempos.

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