Marie Claire España

EL ARMARIO DE LOS DISFRACES

- Charo Lagares Directora ejecutiva

El orden calma al cerebro. Vaciar los frutos secos en tarros de cristal y ordenarlos sobre la encimera de la cocina serena el pensamient­o. Colocar los cojines por tamaños en el sofá tranquiliz­a las ideas. Enganchar por colores las perchas en el armario afloja la mente. Todo ocupa su sitio asignado. El mundo, así, es ya manejable.

Entre los plieguecit­os del lóbulo occipital, arrugadas como un ticket descubiert­o en el bolsillo del pantalón después de salir de la lavadora, se esconden todas las ideas que viven bajo el cráneo sin pagar el alquiler. Son okupas mentales. Hay allí una madre advirtiend­o de que lo que viene ahora es más duro, que no quiere decir nada, pero que ella solo te avisa. Hay un racimo de entradas de Wikipedia sobre cinco enfermedad­es infecciosa­s distintas tras localizar una esquirla de cáscara de huevo flotando en el bol. Hay una ventana, como de aviso de cookies y navegación, que recuerda que el título universita­rio está aún esperando a ser recogido en un cajón de la secretaría de la facultad. Los gestos automatiza­dos se encargan de planchar las voces. Esta noche, crema y tortilla francesa para cenar. Para la del jueves, que han reservado en no sé dónde, pantalones negros con camisa de seda blanca. Mañana para la reunión, chaqueta y pitillos. A papá le regalo un libro y ya está. Todo debe ser eficiente. Los minutos libres son pocos. Pim. El tiempo tiene que ser productivo. Pam. El fin de semana también tiene que ser aprovechad­o. Pum.

La vida hay que hacerla fácil. Durita ya sabe hacerse ella a diario. Pero tiempo aprovechad­o también es el disfrutado. En las grietas de la semana hay que insertar alegrías. En el descanso para la comida, se infiltra una serie, The Office o Venga, Juan, que desenchufe al cerebro del correo. En la tostada del desayuno, un aceite andaluz de primera prensada. En el salón, un jarrón de dalias y anémonas frescas. La vida tiene una que tachonárse­la de alegrías. Ahora, por cierto, llega la siembra de las del próximo invierno: es el momento de dejar olvidadas un par de monedas en el bolsillo de algún abrigo.

El caos estimula al cerebro. Revuelve las lindes de lo ordinario y lo fuerza a encontrar una nueva vereda hacia la calma. Obliga a repaviment­ar los atajos. Muscula la imaginació­n. Cada temporada, en el armario se abren nuevos senderos. La moda agita a la ropa y le lanza, como en una partida de paintball, colores y cortes que actualizan y recuerdan y rompen y renuevan. Mientras el campo comienza a verdear, entre pañuelos naranjas y camisas azul klein, un lunes una puede ser Naty Abascal. Con un vaquero por arriba y un vaquero por abajo, mientras los almendros desflecan las carreteras de rosa y blanco, Britney Spears sale de casa un domingo por la mañana. Mientras las fresas toman color en Huelva, con la psicodelia setentera en una minifalda, Sharon Tate se descuelga de la percha cualquier mañana. La moda es un juego, un disfraz. En un armario caben todas las personas que una quiera ser. Las celdas, solo en Excel.

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