por Charo Lagares
EN ESTAS NOVELAS, LOS CASTILLOS SE ABARROTAN DE PORQUÉS Y LAS ESCUELAS SE LLENAN DE RAZONES. DE RUMANÍA A ALMERÍA, EL AMOR Y LA FAMILIA ATRAVIESAN LAS PÁGINAS DEL VERANO.
El señor Wilder y yo
Cuando has vivido el drama, no hace falta que lo untes en la pantalla en cada oportunidad. Billy Wilder no necesita que sus espectadores salgan del cine al borde de la crisis existencial. Se lo dijo a Calista. Ahora que sus hijas se convierten en adultas y nadie parece recordar su nombre, la compositora busca una fuga. Aunque sea musical.
Araceli
La cara de Manuele no va a ocupar las carpetas de las adolescentes. No es guapo. Tiene cuarenta y tres años, un empleo en una editorial y gafas. Lo que no tiene es madre. Araceli murió cuando era niño. Ella sí era guapa. Y cantarina y española. Con un viaje a Almería, la última novela de Elsa Morante se llena de arena, grados y fantasmas.
Un castillo en Ipanema
Brigitta y Johan solo obedecen órdenes. Las voces en la cabeza de ella hablan con claridad: él debe ponerse los tirantes, ella debe contar las capas de hojaldre del cruasán. En Europa el joven matrimonio no encuentra su sitio. En Brasil, como diplomáticos, la vida toma otro ritmo. Incluso si 70 años después, su nieta llora, por su culpa, en su noche de bodas.
Las hermanas Materassi
Remo ha llegado a su nuevo hogar. Sus tías, Carolina y Teresa, lo han acogido tras la muerte de sus padres. El chico les ha abierto las ventanas. Llevan años encerradas en su taller de costura. Con el adolescente, la luz llega preñada de ironía a un pequeño pueblo de Florencia.
Nunca delante de los criados
Dawes nació abajo. Era el hijo de una criada. En 1972, publicó un anuncio en el periódico. El número de empleados en el servicio doméstico se había rebanado en Inglaterra en más de un millón. Quería comprender las razones. A su buzón llegaron más de 700 cartas de exempleados y exempleadores. En 256 páginas, las anécdotas desenredan la hipótesis.