Mas Alla Monografico (Connecor)
Moisés y el éxodo hebreo
Una de las mayores epopeyas bíblicas aparece reflejada en el Éxodo del Antiguo test Amento. El “pueblo elegido”, los israelitas, tras liberarse de la esclavitud huyen de Egipto y, guiados por Yavé, se dirigen hacia la Tierra Prometida. Los encuentros con lo sobren Atur Al, las eventualidades de todo tipo y las luchas con otros pueblos para salvaguardar su pureza étnica hacen de la historia de mois És y su gente un relato fascinante. Pero ¿ocurrió todo ello tal y como lo cuenta la Biblia? ¿Qué interpretaciones ofrecen los especialistas?
¿Acaso son mitos arcaicos o hay algún trasfondo histórico?
“Nada sería más erró - neo que l a suposición de que la historia bíblica es un registro de hechos reales; los cuentos de la Biblia pueden contener un núcleo histórico, pero este núcleo es extremadamente difícil de determinar”, señalaba Karl Kautsky en El cristia - nismo. Sus orígenes y fundamentos (1908). Cier tamente, no podemos sostener que l o narrado en el segundo libro del Pentateuco (para l os hebreos, l a Torá), el Éxodo, haya ocurrido realmente, aunque posea un mínimo sustrato histórico. Las páginas que describen la liberación de los judíos de la esclavitud de Egipto – encabezados por Moisés, el caudillo que recibió del mismísimo Yavé las Tablas de la Ley en el monte Sinaí–, contie- nen muchos elementos mitológicos tomados de viejas tradiciones paganas. Y es que, cuando examinamos la odisea que comenzó a vivir un pueblo de pastores de Oriente Medio que, al parecer, mantuvo hilo direc to con Yavé, nos sorprendemos ante la cantidad de hechos inverosímiles que, incluso, contradicen la historia de la creación descrita en el Génesis. “Ninguna justa divinidad universal habría querido ni podido comportarse de manera injustamente parcial con relación a un solo pueblo; sobre todo, basándose en el único argumento de haberlo elegido porque lo ‘ama’, y no porque sea justo y recto, ya que, por el contrario, es un pueblo ‘muy terco’”, sostiene Piergiorgio Odifreddi, matemático y profesor de Lógica.
Aun así, para el judaísmo, la historia del éxodo de Egipto es de impor tancia capital y ocupa un lugar central en sus firmes creen - cias. Por lo pronto, hemos de preguntarnos: ¿Es posible que el Creador del Universo y de la Tierra optara por elegir y defender a un solo pueblo, excluyendo al resto? ¿Por qué esa predilección? ¿Qué tenía de especial el pueblo hebreo? Quizás, una respuesta convincente sea la que nos ofrece el escritor Fernando de Orbaneja en su libro Lo que oculta la Iglesia (20 02): “El pueblo de Israel, pequeño, débil, dispar y rodeado de enemigos, necesitaba de un instrumento que le permitiera mantenerse unido y sobrevivir como pueblo. Asimismo, necesitaba fijar unas normas que rigieran su sociedad. La Biblia, recogiendo por escrito las tradiciones orales, viene a cubrir todas estas necesidades. Parece lógico que en ella aparezca el pueblo de Israel como el elegido por Dios, y que el Decálogo, que resumía su conducta, hubiera sido escrito por el mismo Dios”. Qué duda cabe que esas tradiciones míticas, transmitidas de generación en generación, imprimió al pueblo de Israel fuerza y seguridad frente a las adversidades. Esa autoestima sustentada en la fe religiosa, les ha hecho suponer que son superiores al resto de pueblos. No en vano, creen ser el “pueblo elegido” por Dios.
Alianza sagrada
Todo comienza en el Génesis (cap. 12, vers. 1-3), cuando en el siglo X X a.C. Yavé ordena a Abraham: “Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendecido. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra ”.
Tras abandonar Harán ( en Ur, Mesopotamia), el fervoroso Abraham y su familia, entre ellos su sobrino Lot, atravesaron l as tierras de Canaán (ac tual Palestina), Siquem y Neguev para dirigirse a Egipto. No vamos a contar las vicisitudes, los líos conyugales y los por tentos milagrosos protagonizados por Abraham y sus descendientes durante todo ese periplo nómada a través de cier tas rutas comerciales que conducían a las fértiles tie - rras del Nilo. Ni tampoco nos pararemos en detallar los vínculos tan direc tos que mantuvieron con los faraones (cuyos nombres no se citan en la Biblia), como fue el caso de José, hijo de Jacob, que pasó de ser un esclavo a
lograr un destacado puesto en la cor te del faraón gracias a su sabiduría y a sus dotes como intérprete de sueños.
Lo cier to es que esa alianza tan selectiva que establece Yavé con Abraham, cuando dicho patriarca contaba con noventa y nueve años, aparece reflejada al principio del cap. 17 del Génesis: “Yo soy El-Saddai (Dios Omnipotente), anda en mi presencia y sé perfecto. Yo estableceré mi Alianza contigo y te multiplicaré en modo extraordinariamente grande. He aquí mi Alianza contigo: Tú llegarás a ser padre de una muchedumbre de pueblos”. Yavé garantiza que esa Alianza con Abraham será perpetua, a través de toda su descendencia, de generación en generación. Únicamente pide como signo del pacto que “todo varón entre vosotros será circuncidado. Vosotros circuncidaréis la carne de vuestro prepucio y ésta será la señal de la Alianza entre mí y vosotros”.
Este supuesto “plan divino” establecido entre Yavé y los israelitas tiene su culmina- ción con la figura de Moisés, que se encargó de llevar al “pueblo elegido” hasta la Tierra Prometida. Curiosamente, el celo de Yavé es notorio contra otros dioses (lo que significa - ría que Yavé no es el único dios, lo cual deja en entredicho el rígido monoteísmo hebreo), condicionando a los israelitas a mantener una autosegregación étnica, como se aprecia en Éxodo 23, 31-32: “Yo extenderé tus confines desde el mar Rojo hasta el mar de l os Filisteos, desde el Desier to hasta el Río; porque yo pondré en vuestras manos a los habitantes del país y tú los arrojarás de tu presencia. No harás alianza con ellos ni con sus dioses. No los dejarás habitar en tu tierra para que no te inciten a pecar contra mí, sir viendo a sus dioses, lo cual sería para ti ocasión de ruina”.
Moisés, el libertador
Las promesas de Yavé expresadas en el Génesis las vemos, pues, cumplidas en el libro del Éxodo. Resumiendo la historia de Moisés (del egipcio mo, agua, yushé, salvado), hemos de resaltar que fue rescatado por una de las hijas del faraón egipcio, tras ser hallado siendo un bebé en una cesta de papiro escondida entre las cañas del Nilo, ya que su familia evitó así que fuera víctima de la matanza de todos los niños judíos varones.
Siendo mayor, y mientras apacentaba el ganado de su suegro en el monte Horeb, se le apareció Yavé en llama de fuego, en medio de una zarza. Cuando se aproximó, escuchó un voz que le dijo: “No te acerques. Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás es tierra santa. Yo soy el Dios de tu padre; el Dios de Abraham; el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Éx.3, 5 - 6). A continuación, Yavé le ordena: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arranca su opresión y conozco sus angustias. He descendido para librarlo de la mano de los egipcios, sacarlo de aquella tierra y llevarlo a una tierra buena y espaciosa (...) Ve, pues, yo te en---
vío al Faraón para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto”. Entonces, Yavé dio potestad a Moisés para realizar milagros ante los egipcios. Moisés se convir tió así en profeta de Dios. Sin embargo, resultó infructuoso su intento de convencer al faraón para que dejara libre a los hijos de Israel. Yavé decide ac tuar direc tamente lanzando diez plagas contra el pueblo egipcio, siendo la última la más terrible de todas: “Aconteció, pues, que a eso de la medianoche mató Yavé a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde el primogénito del Faraón, su sucesor en el trono, hasta el primogénito del esclavo, recluido en la cárcel, y a todos los primogénitos de los animales” (É x. 12,29).
Llama la atención, además de la crueldad de Yavé, la falta de precisión respec to a la ex tensión geográfica de la Tierra Prometida, pues si leemos Deuteronomio 1,7, Yavé se refiere a “la montaña de los amorreos y todos sus vecinos, en el Arabá, en la montaña, en la Sefelá, en el Negueb, en el litoral, en la tierra de los Cananeos, en el Líbano, hasta el río grande, el Éufrates. He aquí los dominios que yo pongo en vuestras manos”. Mientras que si consultamos pasajes posteriores, lee - remos: “Yavé arrojará lejos de vosotros estas naciones y las conquistaréis a pesar de ser más potentes y numerosas que vosotros. Cuanto pise la planta de vuestros pies será vuestro, y vuestras fronteras se extenderán desde el desier to al Líbano, desde el río, el Éufrates, al mar occidental (el Mediterráneo)” (D t.11, 23-24). Y si nos dirigimos al inicio del libro de Josué, veremos que esas tierras se ex tienden aún más lejos. No es de ex trañar que, hoy día, algunos judíos funda - mentalistas reclamen tierras que van más allá de Oriente Medio, hasta Asia Menor, en concreto los territorios que fueron dominados en su día por el imperio de los hititas (actuales Siria y Turquía).
Por supuesto, tampoco deja de sorprendernos la gran similitud que tiene el episo - dio que relata la salvación de Moisés de las aguas del Nilo con una historia legendaria referida al fundador del imperio acadio, Sargón el Grande, que vivió entre los años 2334 a.C. y 2193 a.C. aproximadamente: “Mi ciudad es Azupiranu, sobre los bancos de arena del Éufrates. Mi madre me concibió en secreto. Me puso en un cesto de juncos, y selló el fondo con betún. Me depositó en el río, que me acogió y llevó donde Akki, ex tractor del agua. Akki, extractor del agua, me adoptó como hijo y me crió. Akki, extractor del agua, me convir tió en su jardinero. Y mientras era jardinero, l a diosa Isthar me concedió su
amor, y yo reiné durante años”. Se trata, a to - das luces, de un relato muy arquetípico que se repite en distintos contex tos religiosos, pues también Krishna fue abandonado por su madre en una cesta de cañas que fue depositada en un río, siendo salvado por otra mujer.
En busca de la tierra primetida
El faraón, humillado ante la autoridad de Yavé, decide por fin que los israelitas puedan marcharse de Egipto (evento que se sitúa en torno al 1300 a.C.), sin embargo no tardó mucho en arrepentirse, formando i nmediatamente un ejército para perseguir a Moisés y a su gente. Y fue ahí cuando acontece un fantástico suce - so que hemos visto en todo su esplendor en el f ilm Los Diez Mandamientos, protagonizado por Charlton Heston en 1956: Moisés, en vir tud del poder que l e otorga Dios, separa milagrosamente las aguas del Mar Rojo, atra- vesándolo con l os suyos. Cuando el ejército del faraón hace lo mismo, las aguas se cierran ahogando a todos ellos. Nada ni nadie puede interponerse ya al “pueblo elegido”.
En su peregrinar por el desier to, Yavé pre - cede a los hijos de Israel en forma de “columna de nube” durante el día y de “columna de fuego” durante la noche. Allí recibiría Moisés las Tablas de la Ley con sus diez mandamientos. Pero la cosa no resulta tan fácil como esperaban... A veces, la desesperación les hacía desobedecer a Yavé, o incluso increparle, lo que le provocaba enfados monumentales, hasta el punto de decidir en una ocasión destruir a todo su pueblo. Por suer te, Moisés le convence de que no lo haga (sin embargo, en otro momento Yavé aniquiló a 14.70 0 israelitas que se amotinaron contra Moisés y Aarón; y también a 24.000 hombres que “se corrompieron” con las mujeres moabitas y rindieron culto a Baal). Por si el castigo no fue suf iciente, Yavé hizo que su “pueblo elegido” deambulara durante cuarenta años por el desier to, cuando en línea recta podrían haber llegado a su destino en cuestión de meses. Debido a esta condena, muchos de aquellos israelitas no pudieron tener la for tuna de pisar la ansiada Tierra Prometida, ni siquiera Moisés: “Mas ¡por mi vida y por mi gloria que llena toda la tierra! que todos cuantos han visto mi gloria y los prodigios que yo he obrado en Egipto y en el desierto, cuantos me han sometido ya a prueba por diez veces sin escuchar mi voz, no verán la tierra que yo prometí como juramento a sus padres. Ninguno de los que me desprecian la verá” (Núm. 14, 20 -23). Los que pudieron llegar a la Tierra Prometida tuvie - ron antes que luchar con los ejércitos de varios pueblos que quisieron impedir la toma de sus tierras. Hubo mucho derramamiento de
sangre, algo que parecía satisfacer bastante al vengativo Yavé. Por ejemplo, cuando los israelitas mataron a todos los varones madianitas, Yavé, no conforme, dio la siguiente orden: “Matad, pues, a todos los niños varones y a todas las mujeres que han conocido lecho de hombre. Reservaos las jóvenes que no han conocido lecho de varón” (Núm. 31, 17-18).
Cuando por fin llegaron a su destino, Moi - sés subió al monte Nebo, enfrente de Jericó. Y desde allí, Yahvé l e mostró toda l a tierra: desde Galad hasta Dan, todo Nef talí, la tierra de Efraím y Manasés, toda la tierra de Judá hasta el mar Occidental, el Negueb, el distrito del valle de Jericó, la ciudad de las palmas, hasta Segor. “Y le dijo Yahvé: ‘Ésta es la tierra que yo juré a Abraham, Isaac y Jacob en estos términos: Se l a daré a tu descendencia. Te l a hago ver con tus ojos, pero no entrarás en ella’. Moisés, sier vo de Dios, murió allí, en la tierra de Moab, según había ordenado Yavé” (D t.34, 4 -5). Los judíos lograron establecer su propia patria en torno a 120 0 a.C.
¿Sucedió el Éxodo?
Bien, hemos efectuado un resumen muy sucinto de unos presuntos hechos que abarcan buena par te del Antiguo Testamento y que sir ven de fundamento a la religión de Israel. Por supuesto, hechos legendarios sin base histórica alguna, pero con mucha carga simbólica.
Relatos comunes que se repiten con otros personajes míticos. “La leyenda de Moisés, más que ser la de un legislador hebreo histórico, se encuentra desde el Mediterráneo a la India, teniendo el personaje diferentes nombres y razas, dependiendo de la localidad: ‘Manou’ es el legislador indio. ‘Nemo el legislador ’, que bajó las tablas de la Montaña de Dios, procede de Babilonia. ‘Mises’ se encuentra en Siria, donde fue rescatado de una cesta que flotaba en un río. Mises también tenía tablas de piedra sobre las que se escribieron las leyes, y una vara con la que hacía milagros, incluyendo la separación de las aguas y el llevar a su ejército a través del mar”, aclara la arqueóloga americana Dorothy Murdock.
Entonces, ¿podemos negar totalmente que cier tos episodios recogidos en tales tex tos pudieron ocurrir? Es obvio que todo no podemos negarlo categóricamente, pero hemos de admitir que resulta casi imposible distinguir lo mitológico de lo histórico, ya que si ocurrieron cier tos eventos que ahí se describen, están los tex tos tan maquillados, adulterados y con tantos errores debido a las distintas copias y traducciones, que es una quimérica tarea hallar algo real, máxime cuando no contamos con ninguna prueba arqueológica que certifique
que el Éxodo tuvo lugar tal y como es narrado en la Biblia. El relato en su conjunto, así como los protagonistas más relevantes (la f igura de Moisés es equivalente a la de otros héroes mitológicos), apuntan inequívocamente a que estamos ante una historia mítica, similar a otras tradiciones antiguas que se pierden en la noche de los tiempos.
Sería muy significativo que si hubiese ocurrido un evento tan extraordinario, no haya quedado el menor vestigio arqueológico ni se mencione en ninguna fuente escrita egipcia. “Fuera de la Biblia no existe evidencia histórica o arqueológica de la existencia de los patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés y Josué. De haber existido hu- bieran pertenecido a la Edad del Bronce y tuvieron que adorar, entre otros dioses, al dios semite Él y unas piedras sagradas. Todo parece indicar que son seres mitológicos”, especifica Fernando de Orbaneja.
En este sentido, resulta muy interesante la lec tura simbólica o esotérica que el escritor e i nvestigador del ocultismo James Churchward ofreció sobre l a odisea del pueblo hebreo recogida en el Éxodo: “Si deseamos mostrar que la versión judía era una fábula, podemos obtener las pruebas en Egipto, y en ningún otro lugar. Los sufrimientos del pueblo elegido en Egipto, y su milagroso Éxodo fuera de él, per tenecen a la alegoría celestial... La alegoría del drama solar se realizaba en los misterios del inframundo divino, y habían sido realizados mediante representaciones simbólicas antes de que los convir tieran en una historia de los judíos los individuos que convir tieron en literal el antiguo simbolismo. La historia de las diez plagas de Egipto contiene una versión esotérica de las tor turas infligidas a los culpables en los diez infiernos del sub - mundo”. Es más, este autor sugiere que la Ley de Moisés se basa en antiguas leyes egipcias, como demuestra el Código de Hammurabi. No olvidemos tampoco que Zoroastro, tras ascender a una montaña, recibió las tablas de la ley de Ahura Mazda.
el escritor james churchward sostiene que la Ley de Moisés se basa en antiguas leyes egipcias, como demuestra el Código de
Hammurabi.