Mas Alla Monografico (Connecor)
Mal de ojo
MALDICIONES ANCESTRALES
La creencia en el MAL DE OJO
o “fascinación” –ese supuesto INFLUJO MALÉFICO que una persona puede transmitir a otra por medio del fluido misterioso que se emite por los ojos, el aliento o el simple contacto– es probablemente las más vieja y extendida de las
SUPERSTICIONES.
Se cree que el mal de ojo es hereditario y que puede hacerse de forma intencionada, inspirada por la malicia, o actuar de forma involuntaria. En este último caso el infortunado poseedor es un transmisor inconsciente que obra contra su voluntad y hasta puede llegar a perjudicarse a sí mismo si contempla su imagen en un espejo o en una corriente de agua. En la Encyclopaedia of Superstitions, Christina Hole menciona el caso de un habitante de York cuyos ojos poseían tal potencia que tenía necesidad de dirigir “la primera mirada de la mañana” (generalmente la más letal) sobre un peral que se fue marchitando gradualmente hasta secarse del todo. En muchas culturas, se hacía por tadores del mal de ojo a jorobados, bizcos, tuer tos, enanos o personas de suma fealdad. Algunos estados fisiológicos en las mujeres como el embarazo, la menopausia o la
menstruación también se reputaban como igualmente peligrosos y dañinos.
La creencia en el mal de ojo aparece atestiguada en la Biblia y en los escritos griegos y romanos de la Antigüedad. Ni la ciencia ni la religión han sido capaces de erradicarla y se sigue creyendo que puede afectar a la paz familiar, a la salud, a la pérdida de los bienes materiales y, sobre todo, a los niños en los primeros meses o en los tres o cuatro primeros años de vida.
En las Islas Británicas, la identif icación del mal de ojo con la brujería persistió en el folklore hasta el siglo XIX. Entre las gentes del campo se creía entonces que eran necesarios nueve sapos atados de una cuerda y enterrados vivos para deshacer hechizos de mal de ojo. En Escocia también se asociaba el mal de ojo con la brujería; si se veía a un extraño examinando el ganado se le ofrecía inmediatamente un vaso de su leche como un seguro contra el desastre. Cuando un niño nacía, la casa se rociaba ritualmente con orina como una defensa contra la aojadura.
En la actualidad el mal de ojo es todavía temido entre las gentes del campo de Inglaterra, Escocia, Irlanda, países eslavos y toda la cuenca mediterránea. Y lo mismo puede decirse de otros muchos países del mundo, aunque la intensidad de la creencia varía según las localidades. La labor de investigación llevada a cabo a principios del pasado siglo por Rafael Salillas, en su obra La fascinación en España, pone de manifiesto que esta superstición se hallaba entonces muy extendida en todas las regiones de la Península. Y aún hoy día existen desaojadores y desaojadoras en muchos pueblos de nuestro país. ¿Cómo explicarnos este terror atávico e instintivo al mal de ojo entre los pueblos primitivos y los civilizados?
miedo primitivo
Parece que el elemento primitivo común a todos los pueblos subyace en la creencia en el enemigo oculto que procede recatada y encubier tamente haciendo el mal. El mal de ojo es probablemente un eco del miedo primitivo a ser mirado sin saberlo por un enemigo, según señala el antropólogo J.G. Frazer: “En los tiempos antiguos el hombre no solo tenía miedo de la mirada fija de sus enemigos mortales, sino también de la vigilancia de los dioses que podrían tenerle envidia”. Incluso se asumía que l os desier tos estaban poblados de demonios y monstruos hostiles cuyas miradas podían matar. Recordemos al basilisco, monstruo fabuloso originario de África cuyos ojos poseían un poder tan devastador que él mismo podía morir si se veía reflejado en un espejo. También la mítica Gorgona o Medusa conver tía en piedra a quien osara mirarla.
Pero ¿tiene algún fundamento la creencia en el mal de ojo? ¿Puede emitir el ojo verdaderamente un influjo maléfico capaz de dañar o se trata tan solo de una ilusión de nuestra mente?
Algunos investigadores han estudiado el problema de la mirada como emisora de rayos par tiendo de teorías eléctricas y neurofisio - lógicas: “Todas las células vivas producen una radiación invisible”, anunció el científ ico ruso Alexander Gurvitch en la década de 1930 tras descubrir que el tejido muscular, la córnea del ojo, la sangre y los ner vios son “transmisores” de lo que él denominó “radiación mitogenética”.
Por su parte, el doctor Charles Russ demostró en el Congreso Oftálmico, celebrado en Oxford en 1921, que con un aparato especial una persona podía hacer que un solenoide se moviera mirándolo fijamente. El doctor francés Paule Joire diseñó un aparato con una aguja que se movía cuando un ser humano lo miraba fijamente o estaba cerca de él. Denominó la fuerza desconocida que causaba la reacción “emanaciones de los sistemas biológicos”. En 1959, en el Congreso de Psicología de Buenos Aires se puso de manifiesto que la excitación eléctrica de la glándula pineal provocaba la ilusión de percepciones l uminosas. En el fondo del ojo aparecían fenómenos luminosos.
El doctor B. B. Kajinski y V. L . Durov se hicieron famosos en l a Unión Soviética por sus experimentos conjuntos en relación con el poder de la mirada y los fenómenos telepáticos. Durov estaba persuadido de que la mirada humana era capaz de paralizar al animal más feroz, y así pareció demostrarlo con animales salvajes. También experimentó por sí mismo el efecto paralizante de la mirada con algunos peces y serpientes. En 1962 Kajinsky expuso, finalmente, sus experimentos con Durov y expresó la idea de que los bastoncillos de la retina del ojo pueden actuar como miniantenas de radio que envían señales telepáticas y que existe un rayo emitido por el ojo de 8 centésimas de
El MAL DE OJO es probablemente un eco del miedo primitivo a ser mirado sin saberlo por un enemigo, según señala el antropólogo J.
G. Frazer.
milímetro de longitud de onda, en el límite de las ondas her tzianas y del infrarrojo. Unos años antes P. P. Lazarov y Tourouguine habían descubier to por separado que la acción de este rayo del ojo se detenía cuando se interponía entre el emisor y el receptor (ojo y nuca de un sujeto), un tamiz metálico de mallas muy finas. Las conclusiones a las que se llegó indicaban que el agente de transmisión del rayo emitido por el ojo se encontraba en el terreno de ondas electromagnéticas muy cor tas, las llamadas ondas milimétricas.
¿Son estas pruebas confirmatorias de que el mal de ojo tiene algún fundamento? Es difícil asegurarlo. Sí que es cier to que existe un influjo muy poderoso en la mirada de muchos animales que se sir ven de él para procurarse el alimento. Tal es el caso de la serpiente que inmoviliza a sus presas con el magnetismo que irradia de sus ojos o el del pez linno, allende las costas de Cerdeña, que desprende una luz de los ojos capaz de matar a todos los peces que son alcanzados por su radiación.
¿No ocurrirá algo semejante con los ojos humanos? ¿No habrán retenido estos el poder hipnótico animal? Es innegable que uno de los signos externos que ejercen mayor influencia en los demás es el poder, la firmeza y el brillo de la mirada y así se ha reconocido desde la más remota Antigüedad. Tal poder puede influir en las decisiones ajenas y muchos f ilósofos y políticos han utilizado el influjo fascinador de la mirada para rodearse de discípulos y seguidores y difundir sus ideas. Pitágoras sostenía la atención del auditorio con su mirada; Alejandro Magno ganó la batalla de Arbela enardeciendo a su tropa con el fuego de sus ojos.
En la mirada se condensan la constitución del individuo y sus estados f isiológicos y pasionales, tal vez, por eso, los antiguos creían firmemente que alguna influencia maligna salía de las personas envidiosas o airadas infectando el aire hasta penetrar y corromper los cuerpos de los seres vivos. Así lo creía Plutarco: “Los ojos lanzan ‘dardos de fuego’ que golpean a todo aquello que miran”. Hay que tener en cuenta, no obstante, de que su creencia de que los ojos
La sugestión ejercida
con la vista es sobradamente conocida en la HIPNOSIS, que se emplea por ser la forma más sencilla de inducir al trance hipnótico: la víctima es hipnotizada por el poder de la mirada fija y su mente subconsciente
queda abierta a las sugestiones telepáticas
mentales.
emiten rayos se basaba en la idea de que el movimiento de estos se encuentra bajo el control consciente de la voluntad del individuo. La mirada por sí sola no bastaría para influir de una manera dañina; detrás del ojo, se encuentra la malicia, la envidia, que constituye el elemento activo.
sugestión hipnótica
El deseo de ejercer nuestra voluntad más allá de las propias limitaciones es algo que parece inherente al ser humano. Mientras se verifica el acto de la voluntad, los ojos son los focos magnéticos de donde irradia y se esparce el fluido nervioso. ¿No se tratará de un fenómeno de puro magnetismo animal? ¿Un influjo sugestivo que confirma que algunas personas poseen una extraordinaria influencia sobre otras? La sugestión ejercida con la vista es sobradamente conocida en la hipnosis, que se emplea por ser la forma más sencilla de inducir al trance hipnótico: la víctima es hipnotizada por el poder de la mirada fija y su mente subconsciente queda abierta a las sugestiones telepáticas mentales.
En aquellos casos en que la víctima es consciente de la aojadura, es necesario admitir que el miedo supersticioso puede afectarla irremisiblemente. Es un hecho que toda idea aceptada por el cerebro acaba por convertirse en un acto. En África, por ejemplo, el brujo que hace mal de ojo se asegura de que la víctima se entere: ese es el secreto de su éxito. Cuando la víctima sabe que ha sido aojada, la combinación de la fe en la fatalidad y la autosugestión inciden en que la maldición se haga realidad y favorecen que el “aojado” se abandone física y espiritualmente. En muchos casos, la aceptación de la magia del brujo es tal que ni siquiera se intenta combatirla. Pero ¿no existen fórmulas para repeler o prevenir este tipo de encantamientos?
Sí… los amuletos (ver recuadros). ¿Poseen algún valor?
¿No nos encontraremos ante un fenómeno de sugestión? Su efecto o capacidad para proteger subyace en gran medida en la creencia que en él se ha depositado: son capaces de evocar una profunda respuesta emocional en algunas personas y probablemente sir ven de ayuda para intensificar la energía psíquica del portador y protegerle de influencias externas negativas.
Durante muchos siglos la medicina oficial no tuvo reparos en achacar al mal de ojo muchas de las dolencias que le eran totalmente desconocidas. En el siglo XVI, por ejemplo, el catedrático de medicina de la Universidad de Alcalá de Henares, Antonio de Cartagena, creía que
algunas viejas eran capaces de hacer mal de ojo a los niños. Sin duda, el progreso de la medicina y la psiquiatría han inducido a descar tar muchas de las creencias absurdas del pasado que una vez se consideraron como signos i nfalibles del mal de ojo y en nuestra era científica se tiende a denostar esta creencia como una mera superstición. Hoy día resulta ridículo atribuir el fe - nómeno del mal de ojo al diablo o a una persona i nfortunada. Solo la cultura puede desarraigar la creencia en esta demencial superstición, según opinan los soció - logos.
Sin duda, la ignorancia ha sido y sigue siendo una de las causas de l as que arranca el temor al mal de ojo, pero según parece por l a evidencia pasada y presente, no se trata solo de una fobia muy generalizada en sociedades que detentan un nivel bajo de cultura social e intelec tual carentes del refinamiento de la metafísica y las sutilezas de la teología, sino que se manifiesta también en todos los estamentos sociales y especialmente entre individuos afligidos de fuer tes trastornos emocionales.
Muchas personas que creen haber sido aojadas no sufren en realidad por causa del mal de ojo, sino por su falta de autoestima. Las personas mentalmente desequilibradas, las que ambicionan el poder, piensan que a veces han sido aojadas. ¿No se tratará acaso del encantamiento del autoengaño? ¿No habrán creado ellas mismas las bases para ser atacadas por esas energías?
Algunos psicólogos han interpretado el mal de ojo como representativo de “los impulsos agresivos dirigidos internamente, debido a una necesidad culpable de autocastigo que nace de los instintos sexuales prohibidos”.
E. S. Gif ford señala que el mal de ojo es el resultado de sentimientos neuróticos de culpa porque los individuos prósperos tienden a proyectar sus expectativas de fracaso en los ojos de aquellos a quienes consideran más dados a l a envidia. En este sentido, como indica Eric Maple, todos somos víctimas potenciales del mal de ojo, ya que representa el demonio envidioso ll amado destino que permanece suspendido en el mismo momento del triunfo humano listo para arrojar al hombre presuntuoso del pináculo del éxito al abismo de la desesperación.
A lo largo de los
últimos años, muchos psicólogos han interpretado
EL MAL DE OJO como representativo de “los impulsos agresivos dirigidos internamente, debido a una necesidad culpable de autocastigo que nace de los instintos sexuales
prohibidos”.