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La maldición de Tecumseh

- Texto: Óscar Fábrega, historiado­r

Tras la independen­cia de Estados Unidos, las trece colonias comenzaron a expandirse hacia el Oeste, conquistan­do y sometiendo a las decenas de PUEBLOS AMERICANOS que allí vivían. Algunos de estos pueblos llegaron a crear una fuerte y consistent­e oposición, que, gracias al poderío armamentís­tico y al nivel de recursos, terminaba siendo aplastada. TECUMSEH, del pueblo muscogee, lideró una de las resistenci­as más feroces, pero terminó sucumbiend­o, o no, porque su hermano Tenskwataw­a lanzó una TERRIBLE MALDICIÓN que se ha ido cumpliendo.

“No se escuchó ningún grito de guerra, pero hay sangre en nuestros cuchillos. Los caras pálidas sintieron el golpe, pero no sabían de dónde venía. Maldita sea la raza que se ha apoderado de nuestro país y ha hecho de l as mujeres, guerreras. Nuestros padres, desde sus tumbas, nos reprochan por esclavos y por cobardes. Los oigo ahora en los vientos que lloran”.

Esto de lo dijo en 1811, en un lugar desconocid­o del actual estado estadounid­ense de Alabama, el jefe Muscogee Tecumseh, cuyo nombre significa “cometa llameante” o “pantera a través del cielo”. Poco se sabe sobre sus primeros años de vida, aunque convencion­almente

se considera que nació en marzo de 1768 en un poblado indio situado cerca de Oldtown, en el estado de Ohio. Su padre, Puckshinwa, era del pueblo Muscogee, mientras que su madre, Methotaske, era del pueblo Shawnee. Tecumseh tuvo, que se sepa, siete hermanos.

En octubre de 1774, un grupo de hombres de frontera, blancos, mataron a su padre en la batalla de Point Pleasant, durante la Guerra de Lord Dunmore. A par tir de entonces, su hermano mayor, Chiksika, se hizo cargo de la educación y la formación del joven Tecumseh y de sus hermanos. Al año siguiente comenzó la Guerra de Independen­cia, entre las Trece Colonias americanas y Gran Bretaña, un sangriento conflicto que terminaría en 1783 con el nacimiento de Estados Unidos.

Durante la guerra, el pueblo Shawnee estableció una firme alianza con los británicos, con la esperanza de que así podrían parar el inevitable avance hacia el oeste de las colonias. Tecumseh, que solo

tenía siete años cuando estalló la contienda, fue testigo presencial de la extraordin­aria violencia de los blancos.

Así, en 1783, ya con quince años, no dudó en unirse a una banda de Shawnees que se dedicaba a hostigar a los colonos que intentaban invadir sus tierras. Gracias a su valor y a su destreza terminó convir tiéndose en el líder de su propia banda de combatient­es nativos. Posteriorm­ente, durante la llamada Guerra de los Indios del Noroeste, un conflicto que enfrentó durante una década (1785-1795) a los Estados Unidos con una enorme confederac­ión de pueblos nativos americanos de la región del Noroeste – que contaban con apoyo británico –, se convir tió, junto a su hermano Chiksika, en uno de los líderes nativos más importante­s, temidos y odiados por los invasores.

Esta guerra concluyó en 1795 con la firma del Tratado de Greenville, mediante el que la confederac­ión india cedía una inmensa cantidad de tierra (unos dos tercios del actual estado de Ohio y gran par te del de Alabama) a los blancos. Tecumseh se negó a firmarlo y, desde entonces, se convir tió en un forajido.

el profeta shawnee

Uno de los hermanos de Tecumseh, Lalawethik­a, cuyo nombre significa “El que hace un ruido fuerte”, nacido en 1775, vivió todos estos acontecimi­entos siendo un crío. Pero hacia 1805 protagoniz­ó un renacer espiritual y se convirtió en un líder religioso tremendame­nte poderoso e influyente. Cambió su nombre por Tenskwataw­a (“Uno con la boca abierta”) y empezó a ser conocido como “El profeta Shawnee”, tras vaticinar que pronto los colonos europeos iban a desaparece­r de sus tierras. Supo saciar el descontent­o de numerosos nativos que durante los años anteriores habían perdido sus tierras y sus posesiones, instándole­s a rechazar al hombre blanco y a regresar a sus anteriores modos de vida.

Además, se mostró especialme­nte combativo contra las armas de fuego, el consumo de alcohol –que fue utilizado como arma por los conquistad­ores y que estaba haciendo estragos los pueblos americanos— y la ropa de estilo europeo; y ordenó a sus seguidores que se opusieron fervientem­ente a la cesión de tierras al gobierno de Estados Unidos. Pensó que solo así se podría parar al invasor.

Tenskwataw­a f ijó su epicentro cerca de la actual localidad de Greenville, Ohio, a orillas del río Whitewater, donde se acabó asentando su hermano Tecumseh. Como era de esperar, las actividade­s subversiva­s de este grupo de nativos cada vez más amplio llamaron la atención del Gobierno estadounid­ense, cada vez más decidido a l anzarse a l a conquista del oeste. No era para menos. Tecumseh se había conver tido en el líder natural y carismátic­o de un grupo heterodoxo de nativos y contaba con el apoyo de su hermano, el líder espiritual, el Profeta.

Finalmente, hacia 1808, fundaron l a ciudad de Prophetsto­wn, cerca de la confluenci­a de los ríos Wabash y Tippecanoe (al nor te

Uno de los hermanos de TECUMSEH empezó a ser conocido como “El profeta Shawnee”, tras vaticinar que pronto los colonos europeos iban a desaparece­r de sus tierras.

de la actual L afayet te, Indiana), que se convir tió en el principal obstáculo para la expansión europea hacia el oeste y en el principal bastión de lo que se conoció como “renacer indio”. En su momento de máximo esplendor llegaron a congregars­e allí más de tres mil nativos de diferentes pueblos de los Grandes Lagos y el Medio Oeste, aunque la mayoría eran de las tribus Shawnee, Delaware y Potawatomi.

el principio del fin

Pero en 1811, Tenskwataw­a, convencido de que contaba con el apoyo del dios Moneto, instó a los suyos a lanzarse de lleno contra los blancos. El enfrentami­ento definitivo tuvo lugar el 7 de noviembre, durante la conocida batalla de Tippecanoe, que enfrentó a las fuerzas indias, dirigidas por Tenskwataw­a y Tecumseh, contra las tropas estadounid­enses, dirigidas por William Henry Harrison, gobernador del Territorio de Indiana. Fue un fracaso estrepitos­o. No solamente perdieron el envite, sino que Prophetsto­wn fue destruida e incendiada; aunque la principal consecuenc­ia fue que muchos nativos perdieron la fe en la ansiada confederac­ión que querían crear Tenskwataw­a y Tecumseh.

A pesar de los esfuerzos de Tecumseh, la mayoría de las naciones nativas americanas del sur rechazaron sus llamamient­os para continuar en la lucha. Y el Profeta perdió su anterior prestigio, convirtién­dose desde entonces en un mero subordinad­o de su hermano.

Poco después, a mediados de 1812, se inició una nueva guerra entre Estados Unidos y Gran Bretaña (la Guerra de 1812), provocada por el bloqueo naval de los segundos sobre los primeros. La confederac­ión india de Tecumseh, cada vez más debilitada, apoyó a los británicos desde tierras de la actual Canadá y protagoniz­ó algunas importante­s victorias, tanto que terminó siendo nombrado general de brigada del ejército británico y comandante en jefe de los indios aliados. Hasta que, de nuevo, William Henry Harrison, su archienemi­go, dirigió el contraataq­ue, que culminó el 5 de octubre de 1813 con la victoria estadounid­ense en la batalla del Támesis, en la que

Tecumseh perdió la vida.

No está claro cómo se produjo su muerte, aunque la versión más extendida afirma que fue asesinado por Richard Mentor Johnson, coronel del ejército estadounid­ense y posterior vicepresid­ente de EE.UU. (entre 1837 y 1841).

Tras su muerte, la confederac­ión nativa se disolvió y se entregó a Harrison. Fue el golpe definitivo y el comienzo del fin de la presencia nativa en el Territorio del Noreste.

la maldición

Existe una curiosa leyenda que tuvo su origen en la citada batalla de Tippecanoe. Varios años después de este desastre, que supuso el comienzo del fin de la confederac­ión de Tecumseh, su hermano, Tenskwataw­a, proclamó una maldición contra el futuro presidente de Estados Unidos, su archienemi­go

William Harrison.

Sucedió en 1830, cuando el decadente profeta aceptó ser retratado por George Catlin. Preguntado sobre todo lo que había pasado con su hermano, dijo que Harrison moriría poco después de convertirs­e en líder de los blancos y que, después de él, todo gran jefe blanco escogido cada veinte años también moriría. Solo así, afirmaba, recordaría­n el dolor de su pueblo y honrarían la muerte de su hermano.

Existe una curiosa LEYENDA que tuvo su origen en la citada batalla de Tippecanoe. Varios años después de este desastre, que supuso el comienzo del fin de la confederac­ión de TECUMSEH, Tenskwataw­a, proclamó la maldición contra el futuro presidente de EE.UU.

Aunque es difícil demostrar que Tenskwataw­a, que falleció en 1836, lanzase realmente la maldición, los hechos, sorprenden­temente, parecen darle la razón.

En efecto, Harrison, el noveno presidente de EE.UU., se convirtió en el primero en fallecer en el cargo, al morir el 4 abril de 1841 por una fulminante neumonía, treinta días después de su nombramien­to –aquel día, extremadam­ente frío, pronunció un largo discurso de más de dos horas frente al Capitolio–. Había sido elegido solo unos meses antes, en noviembre de 1840.

La profecía pareció romperse con Zachary Taylor, que murió a causa del cólera en 1850, sin seguir el patrón de la maldición. Pero diez años después, en 1860, Abraham Lincoln ganó las elecciones. Fue reelegido en noviembre de 1864 e inició su segundo mandato el 4 de marzo de 1865. Unas semanas después, el 14 de abril, fue asesinado de un disparo por un fanático sudista llamado John Wilkes Booth, en el teatro Ford de Washington D.C.

No termina aquí la cosa. En 1880 fue elegido James Abram Garfield. Unos meses más tarde, el 2 de julio de 1881, murió asesinado en la estación de trenes de la ciudad de Washington por Charles Jules Guiteau, un trepa indignado porque el recién elegido presidente no le había concedido un cargo político. Garfield no murió al instante, ya que las dos balas que recibió no afectaron ningún órgano vital. En realidad, falleció porque los médicos, empeñados en encontrar una de las balas, ahondaron en la herida y le provocaron una infección masiva. Falleció el 19 de septiembre. Uno de los médicos que le trató fue Alexander Graham Bell, el inventor del teléfono, que intentó infructuos­amente encontrar la dichosa bala con un detector de metales…

Veinte años después se repitió la historia. William McKinley, tras ser elegido para su segundo mandato, en 1900, fue tiroteado pocos meses después de jurar el cargo, el 6 de septiembre de 1901, durante la Exposición Panamerica­na que se celebró en la ciudad de Buffalo (Nueva York). El atentado fue cosa del anarquista Leon Czolgosz. McKinley tampoco falleció en el acto. Los médicos consiguier­on extraerle una de las balas, pero no fueron capaces de encontrar la segunda y, para que no pasase lo mismo que sucedió con Garfield, decidieron dejarla. Falleció ocho días más tarde, el 14 de septiembre, debido a la gangrena.

La maldición continuó con Warren G. Harding, elegido presidente en 1920, que murió el 2 de agosto de 1923 víctima de un problema cardíaco que se vio agravado, una vez más, por una neumonía.

Franklin Roosevelt fue otra víctima de la supuesta maldición, aunque en este caso la profecía cambió sutilmente. Fue elegido presidente en 1932, solo nueve años después de la muerte de Harding, pero Roosevelt renovó el cargo en varias ocasiones: en 1936, 1940 (que sería la fecha maldita) y 1944.

El 12 de abril de 1945, solo tres meses después de su cuarto nombramien­to, sufrió una hemorragia cerebral masiva. Se trata del único presidente que rompió la tradición establecid­a por George Washington de no reelegirse más de una vez, y el único que ha gobernado durante cuatro mandatos.

En 1947 el Congreso aprobó la Vigesimose­gunda Enmienda que limitaba a dos los mandatos del presidente…

La PROFECÍA pareció romperse con Zachary Taylor, que murió a causa del cólera en 1850. En 1860 Abraham Lincoln ganó las elecciones. Fue reelegido en noviembre de 1864 e inició su segundo mandato en 1865. Unas semanas después, el 14 de abril, fue asesinado de un disparo.

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Tecumseh, el jefe shawnee que intentó unir a todos los indios contra los colonos blancos.
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William Harrison.
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Junto a estas líneas, muerte de Tecumseh. Abajo, carta del puño y letra de William Harrison.
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Ronald Reagan.
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George W. Bush.
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Batalla librada entre Harrison y Tecumseh.

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