Mas Alla Monografico (Connecor)
LA MAGIA DE LA HERRADURA
La herradura en forma de U, habitualmente hecha de hierro, que se clava a las pezuñas de las caballerías para protegerles contra el desgaste, es un antiguo amuleto protector en muchos lugares del mundo. Se cree que su poder podría derivar de las vir tudes del “hierro”, un metal que supuestamente repele las influencias malignas, pero los especialistas han sugerido otras razones para tal popularidad. Una de ellas es su semejanza con las dos puntas o cuernos del creciente lunar, símbolo divino de la fer tilidad en culturas tan dispares como la azteca, la fenicia y la hindú. J.G. Frazer cuenta, por ejemplo, que en el Kankan (provincia de Bombay) era costumbre “poner clavos y herraduras en el umbral cuando había luna llena o por la tarde del último día del mes para impedir la entrada de los malos espíritus”. Esta práctica pone de relieve la conexión entre la herradura y la luna.
En cuanto a la posición en que debía colocarse una herradura protectora ha variado mucho de unas culturas a otras. Debido a la ignorancia de su verdadero significado (símbolo de la madre celestial) ha supuesto que, con frecuencia se colocara con las puntas invertidas, es decir, hacia abajo, en cuyo caso pierde su valor, dejando que la suerte “se derrame”. Para obtener el máximo beneficio de una herradura y permitir que la diosa derrame sus bendiciones, esta debe colocarse con las puntas hacia arriba y en el exterior del lugar que se desee proteger, ya sea casa, granero, iglesia…
Tradicionalmente, los campesinos las clavaban en las puertas de los establos para evitar que los malos espíritus montaran a sus caballos y les agotaran. La noche de Walpurgis, víspera del uno de mayo, era la más temida porque las brujas cabalgaban para celebrar su Sabbath. También los marineros clavaban herraduras a los mástiles de sus barcos para protegerse de tormentas y naufragios. Nelson, por ejemplo, llevaba una en el mástil de su Victory. La herradura llegaba a colocarse incluso en algunas iglesias: bajo el porche de la iglesia de Stanningfield (Suf folk), por ejemplo, hubo en tiempos un azulejo con una herradura encima.
La popularidad del amuleto se extendía incluso a las grandes ciudades, como se observa en la siguiente descripción del anticuario John Aubrey en el siglo XVII: “Todavía está de moda tener una herradura clavada en el umbral de la puerta y mucho más en Londres: debe ser una herradura que uno se encuentre por casualidad en el camino. Su finalidad es prevenir que las brujas entren en tu casa”.
Tan populares fueron las herraduras en siglos pasados que en muchas localidades europeas y norteamericanas se presentaba a las novias con un adorno en forma de herradura, como obsequio de buena suerte. No quedan ahí las propiedades benéficas de las herraduras. Para curar a los niños enfermos sin motivo aparente, los irlandeses colgaban del techo un hechizo preparado con clavos de herraduras viejas, estiércol de gallina y sal. Al parecer, esto ahuyentaba a las hadas, que arrastraban al niño a su reino irreal. Los alemanes, en cambio, curaban a los niños acatarrados dándoles de comer en un plato con una herradura grabada en él, mientras que los marroquíes se curaban la impotencia escribiendo un hechizo en una herradura vieja, que se templaba en la herrería y luego se sumergía en agua. El paciente bebía ese líquido en ayunas todas las mañanas durante una semana y recuperaba la virilidad. Además de salvaguardar contra desgracias y malos espíritus, la principal función de la herradura ha sido y es, naturalmente, proteger las pezuñas de las caballerías. El valor práctico de la herradura se aprecia claramente en el viejo dicho alemán “un clavo protege a un país”. Hace referencia al clavo que mantiene a la herradura en su sitio; esta a su vez protege la pezuña del caballo, el caballo protege al caballero, el caballero protege el castillo y el castillo defiende el país.