UN ESPACIO SAGRADO

El culto a Hércules, cuyo origen se relacionaba con la existencia de seres mágicos que vivían en cuevas, tuvo mucha fuerza en Hispania hasta el siglo V a.C. Los historiadores grecolatinos como Estrabón, Plinio o Trogo Pompeyo nos dejaron testimonio de ello.

Según ellos, los primitivos habitantes de la Península ibérica adoraban los valles y los desfiladeros que se adentraban en la tierra, tal y como habían hecho muchos otros pueblos de la Antigüedad, que consideraron sagrados dichos emplazamientos, como un espacio generador de vida y relacionado con el culto a la diosa madre. Dice Fernando Sánchez Dragó, en su “Gargoris y Habidis”, que los antiguos creían que el cielo era pétreo, y que esto les empujó a vivir en cuevas y cavernas. Cada una de estas bóvedas, que generaban las techumbres de estas grutas, tendría una significación genésica de ayuntamiento entre el principio masculino del cielo y el femenino de la tierra. Según él, todas y cada una de las religiones desarrollarían el símbolo místico de la bóveda, como representación espacial de la bóveda celeste.

En tiempos de los visigodos persistía la costumbre de celebrar prácticas paganas en cuevas y cavidades del reino, en donde se recogía una tradición ancestral que logró sobrevivir al paso de los siglos. No faltan referencias al culto de dioses como Endovelica y Ataecinas, a quienes ofrecían sacrif icios, o a Vestio, al que se le consideraba una deidad subterránea.

También se menciona el culto a los dioses infernales y a las ninfas en los alrededores de la ciudad de Toledo, fuera de sus murallas, per viviendo en el interior de las mismas, el culto a Hércules. Si a todo esto le unimos las conocidas referencias que los musulmanes hicieron de la cueva de Hércules, no nos costará imaginar que la per vivencia de este mito fue un claro reflejo de la existencia de creencias arcaicas que perduraron en la memoria de los habitantes peninsulares.

Ciudad de Toledo.