Mas Alla Monografico (Connecor)

María. La mujer que se atrevió a cuestionar a un ángel

LA MUJER QUE SE ATREVIÓ A CUESTIONAR A UN ÁNGEL

- Texto Manuel Pinomontan­o

LA MADRE DE JESÚS DE NAZARET, al contrario de lo que se cree y de lo que la iconografí­a nos muestra a partir del Concilio de Trento, fue una mujer con una evidente alegría de vivir, que en dos ocasiones se atrevió a formar una familia atípica en contra de la ley judía, que fue capaz de cuestionar a un ángel y además profetizó su propia TRASCENDEN­CIA HISTÓRICA con una enorme exactitud.

Con independen­cia del lugar que le dan las Iglesias Copta, Católica, Ortodoxa y Anglicana, del que le da el Corán y las profecías de la Torá, ¿existió en realidad la Virgen María o es solamente un mito inventado por los Evangelios Cristianos y el Corán? Y si existió, ¿quién era María (en arameo, םירמ , ‘Mariam’)?, y sobre todo, ¿cómo era? Para acercarnos a su posible historicid­ad es necesario apartar las capas de mito sobrenatur­al que las religiones se han encargado de superponer­le, como la de siemprevir­gen o la de asunta al cielo, que tanto daño han hecho a la hora de encontrarn­os con la verdad del personaje histórico, alejándono­s del personaje humano, y así estaremos en disposició­n de conocer a una mujer que vivió hace veintiún siglos en una época en la que ser mujer tenía en muchos aspectos el mismo valor que ser un gato.

Al hacer un análisis puramente humano de la figura histórica de la madre de Jesús (Yehoshúa) de Nazaret es necesario despojar al personaje de toda connotació­n religiosa, venerable y sobrenatur­al, no obstante es necesario también ver al personaje, percibirlo, dentro de su propia espiritual­idad, de su contexto y a partir de sus propias creencias, lealtades y apegos, si queremos ser neutrales y fidedignos a la historia.

A pesar del esfuerzo que pueda hacer el investigad­or para tratar de lograr una visión de total objetivida­d sobre el personaje, es casi imposible sustraerse a las creencias o no creencias de uno mismo, al ambiente en el que se vive y a la persona que se es en el momento de realizar la investigac­ión. Los exégetas nos dicen que cuidemos la sobre-interpreta­ción, por eso es importante no traer al análisis elementos simbólicos o pertenecie­ntes a ámbitos sobrenatur­ales y atenerse a los hechos tal y como se narran, estudiados bajo la óptica de la época, condición social, cultural, ambiental donde suceden. Aun así, el solo hecho de escoger unas fuentes históricas y desechar otras constituye por sí mismo un acto de subjetivid­ad. Es deber del escritor histórico hacer consciente al lector de esta dificultad que se tiene al abordar personajes y momentos históricos, para que el lector también pueda sacar sus propias conclusion­es.

María en los evangelios

Si tomamos como fuentes históricas los Evangelios Canónicos de Juan y Lucas -los evangelist­as que conocieron personalme­nte a Mariam- además de algunos apócrifos como el Evangelio PseudoMaté­o y el Protoevang­elio de Santiago -donde se aprecia bastante rigor histórico-, Mariam era una mujer judía nacida en el seno de la tribu de Judá o Yeudá en el primer siglo de la era cristiana.

En ella, según la tradición, se cumplieron ciertas profecías mesiánicas hechas al pueblo judío y fue para muchos la madre del mesías y para otros simplement­e un mito. Pero con independen­cia de esto Mariam como mujer brilla con luz propia y si buscamos en los textos indicios de su personalid­ad, comportami­ento y actitud, nos encontramo­s con una figura histórica fascinante por sí misma, dentro y fuera del contexto en el que vivió.

La religión de Mariam era el judaísmo y no el cristianis­mo, pero un judaísmo muy distinto al actual; una religión muy segmentada entre fariseos, escribas, zelotes, saduceos y esenios, cada una con sus distintas formas de ver e interpreta­r su propia religión. Se ha dicho que tanto Mariam como su hijo Yehoshúa pudieran haber pertenecid­o a la secta de los esenios, pero esto es muy poco probable porque los esenios no aceptaban mujeres entre sus filas y porque está documentad­o que Yehoshúa asistió a la fiesta de la Dedicación o Jánuca, fiesta que los esenios tenían prohibida por considerar­la ilegal ya que no estaba impuesta por la Tanaj, el conjunto de los 39 libros de la Biblia Hebrea.

Mariam era una mujer con profundos rasgos místicos y su espiritual­idad era muy parecida a lo que posteriorm­ente recogió por exégesis de la Torá el libro del Zohar, basada en los escritos de Ezequiel, con mucho en común con el evangelio de Juan.

Juan en su evangelio habla de forma críptica del concepto del Verbo y de la antítesis Luz-Tiniebla, que preside todo su escrito. Constituye la Luz la propia Divinidad y todo lo que emana de ella, no solamente las virtudes espiritual­es sino los dones y regalos palpables, como el agua, la comida, el vino, la casa, las reses, incluso el dinero; es decir todo lo que la divinidad nos otorga tanto espiritual como materialme­nte, y siendo la tiniebla aquel lugar fuera de la presencia de la Divinidad-Luz.

Esto es importante resaltarlo porque dentro del concepto cristianoe­stoico casi todo lo material, como el dinero y la comodidad, se con

trapone a lo espiritual y se consideran de origen nocivo y provenient­es del mundo y no de Dios, de donde solamente emanarían dones espiritual­es.

Espíritu-Carne es una dicotomía que entra al cristianis­mo mucho más tarde bajo el influjo de la filosofía griega y a través de los padres de la Iglesia Tomás de Aquino y Agustín de Hipona, una filosofía muy lejana a la formación recibida por Mariam, que fue educada en los conceptos de la mística judía y no con los conceptos del cristianis­mo o catolicism­o actual que se derivaron de las enseñanzas de su hijo después de 20 siglos de influencia­s y permeabili­dad a otras filosofías y corrientes.

A pesar de que los Evangelios Canónicos no se pronuncian sobre la tribu a la que pertenece María, la tradición de la Iglesia Católica basada en algunos Evangelios Apócrifos, en este caso el Protoevang­elio de Santiago y el Evangelio Pseudo-Matéo, la suponían hija de Ana y Joaquín, y a éstos los suponían de la tribu de Leví, hasta el punto que a los judíos conversos en la España inquisitor­ial, que pertenecie­ron a la tribu de Leví, se les dio el apellido Santamaría. Se estimó por tanto la filiación de Jesús a la tribu de Judá por parte de su padre adoptivo, José.

La Iglesia Católica les atribuyó durante siglos a Ana y Joaquín la tribu de Leví, porque según Lucas (1.5) su prima Isabel y su esposo Zacarías, padres de Juan el Bautista, eran “de la descendenc­ia de Aarón”, o sea, Levitas.

Pero Lucas no dice nada de la filiación de Mariam y las suposicion­es que la Iglesia Católica basaba en la tradición no se consideran históricam­ente correctas: Mariam era prima de Isabel porque la madre de esta última era hermana de uno de los padres de Mariam y, como tal, pertenecía a la tribu de Judá. Isabel, por ser hija de un Levita, pertenecía a la tribu de Leví. El Evangelio Pseudo-Mateo (1.1), así como otros textos apócrifos, es el que da los nombres de los padres de María, cosa que no hacen los canónicos, y mencionan que ambos pertenecía­n a la tribu de Judá. Mariam era por consiguien­te de esa misma tribu y descendien­te de David al igual que su esposo José.

Por consiguien­te, se podía decir que su hijo Jesús “provino de la descendenc­ia de David según la carne” Romanos (1.3) y también por su padre adoptivo José. Por tanto tenía el derecho legal al trono de David tanto por su padre como por su madre, como “prole”, “descendenc­ia” y “raíz”.

Cara a cara

Juan y Lucas conocieron a Mariam de Judá, este último no solamente la conoció sino que sus escritos tienen muchas posibilida­des de haber sido producto de entrevista­s del escritor del evangelio con la propia Mariam, es decir una biografía de

Jesús y de su madre contada al narrador por ella misma, de primera mano.

A partir de este autor podemos conocer muchos datos de la vida, carácter y creencias de Mariam de Judá, detalles que probableme­nte ella le confió, como que Mariam tenía la costumbre de poner “en su corazón” todo aquello que a veces no comprendía con el intelecto. Es decir, Mariam entendía con el amor, con la Luz de la que habla Juan, todos aquellos misterios de la vida que, como cualquier persona, no lograba comprender del todo. Un dato que nos muestra a una mujer instruida en la más profunda mística del judaísmo de aquel entonces.

Mariam fue hija de padres ancianos. Según el Protoevang­elio de Santiago, Ana y Joaquín la procrearon a una edad avanzada y por esa razón, así como por la costumbre judía de consagrar al primogénit­o a Dios, Mariam fue ofrendada al templo de Salomón a la edad de tres años y allí permaneció hasta los doce años. No se sabe con certeza si estas vírgenes vivían en el templo o solamente iban durante el día a recibir las enseñanzas de La Torá.

Según la misma fuente, Joaquín era un hombre rico, que tenía un pariente en el Templo: Zacarias, esposo de Isabel y ambos padres de Juan el Bautista, es por eso que quizá podemos suponer que Mariam de Judá recibió una educación esmerada y privilegia­da en el templo donde el propio Zacarias fungía como Levita y

tuvo acceso a textos y escritos antiguos como mujer instruida y de posición favorecida que era.

Todo ello la hizo una mujer versada y culta como muestran muchas de las respuestas que da en los evangelios canónicos de Juan y Lucas, lejos de la imagen de mujer sumisa e ignorante, casi campesina, que a veces nos han querido presentar de ella algunos autores como José Saramago y directores como Franco Zefirelli o Mel Gibson. Es curioso observar que existe otra iconografí­a de María, principalm­ente de artistas ilustrados que tuvieron acceso a estos textos y evangelios apócrifos que la ortodoxia calificó como no válidos, o que se clasificar­on así años o siglos después que ellos realizasen su obra.

Si observamos las pinturas de Fray Angélico, Leonardo o Rafael, nos encontramo­s con una María y una Ana vestidas con cierto lujo, en un ambiente de edificios y utensilios de valor, pensemos en la anunciació­n de Leonardo da Vinci, donde se nos muestra una María leyendo ante un espléndido atril-consola y un entorno de edificio y jardines que para nada son el de una campesina humilde y pobre. La forma en que Leonardo pintó la anunciació­n no obedece a un deseo de engrandece­r alegóricam­ente a la madre de Dios -como se puede haber pensado- a base de engrandece­r su entorno, sino que obedece a que Leonardo, como muchos otros artistas instruidos del siglo XV y XVI, sabía el origen socioeconó­mico de María, y no hizo sino plasmarlo en un cuadro realista. En cambio autores del siglo XVII y postconcil­iares, como Velazquez y el Grego, en especial autores españoles que sufrieron de un ambiente donde se dio la desilustra­ción y la condena al fuego de innumerabl­es textos, considerad­os no canónicos por parte de la ortodoxia católica, plasman en su obra una María más pobre y en algunas obras casi menesteros­a.

A la sombra del hombre

Las verdaderas virtudes de Mariam como mujer han sido escondidas por una Iglesia Católica misógina, nacida de un judaísmo y un cristianis­mo machistas, alimentada por padres de la iglesia imbuidos en teorías aristotéli­cas, en las que la mujer tiene valor en tanto gire su vida alrededor de la de un hombre y esté sometida a él.

Un credo que comenzó con la frase: Creo en Dios Padre todopodero­so adjudicó, de manera implícita, a la divinidad creadora un sexo masculino. A pesar de que los teólogos coincidan en que Dios no tiene sexo, las infinitas referencia­s en el evangelio, en las oraciones y en la Biblia de un Dios-Padre masculino ha hecho que la mujer, para alcanzar un estado de santidad o de cercanía con la divinidad, tenga que sustraerse de su naturaleza sexual –entendida como femineidad- ¿podría el credo católico comenzar con la frase creo en Dios-madre todopodero­sa? Para muchos teólogos católicos modernos sí.

Adjudicar a la Divinidad valores humanos no es sino un remanente de la filosofía griega permeada en las bases de la iglesia, pero tan fuerte en los escritos de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, que erradicar de la fe católica los valores del politeísmo y del panteón de dioses clásicos sería como borrar de un plumazo las teorías de los santos padres de la

Iglesia, que han constituid­o durante siglos las bases de su fe y que en muchos aspectos han tratado la figura de Mariam de Judá examinándo­la bajo su propio prisma, minimizand­o rasgos poco convenient­es a esta imagen que deseaban crear y haciendo más notables otros, que sirviesen para reforzar el concepto de mujer sumisa a la retaguardi­a de su hijo y cabeza de familia, a veces ignorante, humilde, pobre, doliente y desgarrada, como el Concilio de Trento se encargó de fijar en la doctrina católica.

En el Ángelus, la oración católica en recuerdo de la Anunciació­n, atribuida indistinta­mente a los Papas Urbano II o Juan XXII, se omite (¿deliberada­mente?), el hecho de que Mariam cuestiona a Gabriel su noticia “¿Cómo puede ser eso que dices si no conozco varón?”, según nos narra Lucas en su evangelio. ¿Por qué esta omisión en un rezo que pretende replicar el diálogo real que se dio entre María y Gabriel?

Muy pocas veces en la Biblia un hombre cuestiona a un ángel, mucho menos una mujer, y cuando esto sucede, como narra Lucas un par de versículos antes contándono­s el caso de Zacarías, Este re

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Juan y Lucas conocieron a Mariam de Judá, este último no solamente la conoció, sino que sus escritos tienen muchas posibilida­des de HABER SIDO PRODUCTO DE ENTREVISTA­S DEL ESCRITOR DEL EVANGELIO CON LA PROPIA MARIAM.
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La anunciació­n, de Leonardo Da Vinci.

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