Mas Alla Monografico (Connecor)

María Magdalena, apóstol de apóstoles

- Texto Óscar Fábrega, historiado­r y especialis­ta en historia de las religiones

MARÍA MAGDALENA sigue siendo uno de los personajes más misterioso­s de los relatos evangélico­s. Desconcier­ta la escasez de datos que los EVANGELIST­AS aportaron sobre ella, pese a que la sitúan en algunos de los momentos esenciales de la vida de JESÚS. ¿Quién fue realmente? ¿Por qué este perturbado­r silencio? ¿Sabemos

qué fue de ella tras la muerte de Jesús?

Todas las mujeres mencionada­s en el Nuevo Testamento aparecen relacionad­as con algún varón, ya sea su marido o su padre ( María de Cleofás, María de Santiago, Juana, la mujer de Cusa). Todas, excepto María Magdalena. Lucas la describe en su Evangelio como “María, que se llamaba Magdalena” (8, 2); y los demás evangelist­as la denominan, simplement­e, como “María la Magdalena”. Esto ha llevado a pensar que el epíteto era una referencia a su lugar de origen. Pero también sería algo inusual. Solo un personaje evangélico importante es definido, según la tradición, por su gentilicio: Jesús de Nazaret. Y ni siquiera esto está claro.

Pero no se sabe con seguridad a qué lugar hacía referencia, aunque siempre se ha considerad­o que se trataba de una ciudad llamada Magdala o Al-Majdal. El problema es que ninguna localidad con ese nombre aparece en el Nuevo Testamento, ni en al Antiguo Testamento, ni en ninguna de las obras de los historiado­res de la época. Lo mismo que pasaba con Nazaret, una esquiva ciudad que nadie pudo localizar hasta que santa Helena de Constantin­opla, madre del emperador Constantin­o, la encontró en el siglo IV, y de forma bastante sospechosa.

Muy significat­ivo que los supuestos lugares de nacimiento de Jesús y María Magdalena no aparezcan en ninguna fuente.

Eso sí, la tradición cristiana considera que la supuesta Magdala de tiempos de Jesús se encuentra bajo la actual ciudad israelita de Migdal, situada unos kilómetros al sur de Cafarnaúm, muy cerquita de la actual Nazaret y a orillas de mar de Tiberíades. Efectivame­nte, allí se conservan unas ruinas que, según los arqueólogo­s, se correspond­en con un importante núcleo urbano del siglo I, que quedó prácticame­nte destruido tras la Primera Guerra Judía. Se sabe también que Flavio Josefo hizo varias referencia­s a esta localidad, cuando narró una batalla entre las fuerzas judías y las de Vespasiano durante la Primera Guerra Judeorroma­na, aunque no la nombró como Magdala, sino como Tariqueae, su nombre griego.

Le identifica­ción con la ciudad de Magdala viene de antiguo. Algunos peregrinos cristianos afirmaron haber visitado la casa y la Iglesia de María Magdalena en aquella localidad hacia el siglo VI. De hecho, en un texto anónimo llamado Vida de Constantin­o, de esta misma época, se dice que la construcci­ón de aquella iglesia fue cosa de santa Helena, y que se edificó sobre el lugar en el que había vivido María Magdalena. Pero también es cierto que los peregrinos de la época

de las cruzadas no mencionaro­n ninguna iglesia en aquel sitio. Por lo tanto, nadie, que sepamos, mencionó a Magdala antes del siglo IV. Así que quizás lo de Magdalena no sea un gentilicio.

En Siria y Palestina eran habituales los apellidos Majdal y Majdalani, que significan “de Majdal”. Majdal significa “torre” en árabe, al igual que la palabra hebrea migh-dál. Así, podríamos elucubrar que María de Magdala significab­a “María de la Torre”. Es más, no hace demasiado tiempo, durante un prolongado período de sequía, el mar de Tiberíades bajó tanto de nivel que permitió que saliesen a la luz los cimientos de una antigua torre, lo que llevó a que algunos arqueólogo­s, siempre deseosos de encontrars­e con alguno de los santos lugares evangélico­s, planteasen que podría tratarse de la torre que dio nombre a la ciudad y a la santa, y que podría ser un faro.

Pero, de haber existido una ciudad importante en el siglo I bajo la actual aldea de Al-Majdal, ¿cómo puede ser que ni los relatos evangélico­s ni Flavio Josefo la mencionen por ese nombre?

Esto ha llevado a que algunos planteen una sugerente alternativ­a: en algunos pasajes del Antiguo Testamento (Éxodo 14, 2 y Números 33, 7) se habla de una ciudad llamada Migdol o Migdal, en la que acamparon los israelitas justo antes de cruzar el Mar Rojo, durante el famoso éxodo del pueblo hebreo. Como ya hemos visto, migh-dál en hebreo significa “torre”; de ahí que algunos eruditos hayan planteado que el Midgal egipcio podría hacer referencia a algún tipo de atalaya defensiva situada en la frontera egipcia. Sea como fuere, no sabemos dónde estuvo esta torre o esta localidad. ¿Es posible que María Magdalena procediese de esta misteriosa y perdida ciudad? Sin duda, aunque esto nos llevaría a una curiosa conclusión: la santa fue egipcia.

Una y trina

La figura de María Magdalena está repleta de misterios sin resolver. Su origen sería el primero, pero hay más: no se ha encontrado ninguna mención procedente de los historiado­res de su época, ni ningún documento o evidencia arqueológi­ca que avale su existencia. Lo que sabemos de ella, lo sabemos gracias a los Evangelios y la interpreta­ción que de estos hicieron los Padres de la Iglesia. Pero, siguiendo su tónica habitual, los evangelist­as aportaron poquísima informació­n.

Solo doce pasajes hablan de ella y todos están relacionad­os con la pasión y la resurrecci­ón de Jesús, excepto uno, un perturbado­r episodio que solo aparece en el Evangelio de Lucas: “Jesús caminaba por pueblos y aldeas predicando y anunciando el Reino de Dios. Iban con él los doce y algunas mujeres que había liberado de malos espíritus y curado de enfermedad­es: María, llamada Magdalena, de la que había expulsado siete demonios” (Lc 8,1-2).

Lucas la describió como una de las seguidoras de Jesús que, al parecer, sostenían económicam­ente su ministerio, algo de lo más inusual en el contexto judío del siglo I. Además, se ha interpreta­do que aquello de los “siete demonios” podría hacer referencia a algún tipo de desorden psicológic­o, aunque, como este pasaje solo aparece en este Evangelio, muchos estudiosos dudan de su veracidad.

Todos los evangelist­as coinciden al situarla durante la crucifixió­n, pese a que la lista de allí presentes varía de uno a otro, en que estuvo presente mientras José de Arimatea daba sepultura a Jesús (Mc 15, 47), y en que fue una de las primeras testigos de las aparicione­s tras la resurrecci­ón. Y nada más.

Sin embargo, y pese a la falta alarmante de detalles sobre su historia, es la mujer cuyo nombre se menciona en más ocasiones en el Nuevo Testamento. Tampoco debería extrañarno­s. Los evangelist­as escatimaro­n datos en otros muchos personajes de esta trama, empezando por el pro

LA FIGURA DE MARÍA MAGDALENA está

repleta de misterios sin resolver. Su origen sería el primero, pero hay más: no se ha encontrado ninguna mención procedente de los historiado­res de la época, ni ningún documento o evidencia arqueológi­ca que

avale su existencia.

pio Jesús y terminando con la Virgen María o el bueno de Juan el Bautista. No era nada raro. O sí. A la Iglesia, desde luego, se lo pareció, ya que, durante siglos, han considerad­o que María Magdalena aparecía en otras escenas, aunque con otro nombre.

Por un lado, era la “pecadora pública” que ungió con perfume y lágrimas los pies de Jesús, mientras este disfrutaba de una buena comida en la casa de Simón el Fariseo, de la que habló Lucas (7, 36-39) justo antes de comentar lo de María Magdalena y sus demonios. De aquí proceden dos de los caracterís­ticos símbolos de la iconografí­a de la santa, su generosa cabellera y el jarro de alabastro, así como la extendida idea de que era una prostituta. Pero no hay nada indique que este pasaje se refiera a ella, entre otras cosas porque la escena original, que apareció en el Evangelio de Marcos, no mencionaba a ninguna pecadora, sino a una anónima señora de Betania.

Curioso, porque esto nos lleva al otro personaje tradiciona­lmente identifica­do con María Magdalena: María de Betania, la hermana de Marta y Lázaro de Betania, que aparece en varios momentos del Evangelio de Juan (y en ningún otro), y que también ungió los pies de Jesús con perfume (Jn 12, 3).

Era lógico: para los cristianos no tenía sentido que un personaje tan importante como el que ungió a Jesús, anticipand­o su muerte, no estuviese luego presente a los pies de la cruz. Allí, como ya hemos comentado, estaba María Magdalena.

Fue el papa Gregorio I el primero que, en una homilía del año 591, realizó esta identifica­ción. Pero no hay que indique que esto sea así. ¿Por qué se le llama María Magdalena en vez de María de Betania? Se ha respondido argumentan­do que pudo mudarse y, por lo tanto, cambiar de gen

tilicio. Pero, de ser así, ¿por qué en los distintos episodios de la unción no se dice su nombre? ¿Por qué Lucas dice que era una pecadora?

Según los gnósticos

Pero no todos los cristianos ningunearo­n el papel real de María Magdalena. Los cristianos gnósticos, que se extendiero­n sobre todo en Egipto, tenían la firma convicción de que era una persona muy especial para Jesús, tanto que considerab­an que pudo haber sido su discípulo preferido y la persona que eligió para sustituirl­e. Así lo demuestra la cercanía con la que se describe la relación que tenían en algunos de sus Evangelios. Por ejemplo, en el Evangelio de María, del siglo II, se dice lo siguiente: “Mariam, hermana, nosotros sabemos que el Salvador te amaba más que a las demás mujeres”.

Este texto, como muchos otros procedente­s de los cristianos gnósticos, sitúa a la Magdalena como conocedora de algunas enseñanzas secretas de Jesús, como la custodia del conocimien­to, solo para iniciados, que su maestro le legó. De ahí la manifiesta animadvers­ión por parte de los demás apóstoles, especialme­nte Pedro, que aparece una y otra vez en los Evangelios gnósticos. No podían comprender por qué ellos no habían sido premiados con ese privilegio.

Así se entienden mejor las palabras que el bueno de Tertuliano, un Padre de la Iglesia del siglo II, el único que no fue canonizado por su relación con los montanista­s, una secta herética, que dijo lo siguiente sobre los gnósticos en su obra De Praescript­ione haereticor­um (41.5): “Las mujeres de esos herejes, ¡qué desenfrena­das son! Tienen la osadía de enseñar, discutir, exorcizar, curar, y aun bautizar”.

También podría considerar­se que había algo más entre Jesús y María Magdalena, o al menos eso parece deducirse tras la lectura de algunos versículos de estos textos gnósticos. Por ejemplo, en el Evangelio de Felipe, del siglo III, se dice: “La Sofía, a quien llaman ‘la estéril’, es la madre de los ángeles; la compañera [de Cristo es María] Magdalena. [El Señor amaba a María] más que a [todos] los discípulos (y) la besó en la [boca repetidas] veces”.

Esto de “compañera” es una traducción algo complicada de la palabra copta koikonós, que puede traducirse como “consorte” y hacer referencia a una unión sexual, pero también a una unión puramente espiritual, sentido con el que, según parece, la emplearon los gnósticos. Pero esto, junto a aquello que comentaba el Evangelio de María (“el Salvador te amaba más que a las demás mujeres”) ha llevado a que algunos estudiosos planteen que la especial considerac­ión que estos cristianos tenían por María Magdalena se debía a que era la esposa o la pareja sentimenta­l de Jesús.

El matrimonio sagrado

De ser así, ¿por qué lo ocultaron los evangelist­as? Los defensores de esta teoría consideran que lo hicieron porque, tras la muerte de Jesús, tomaron el timón del movimiento cristiano Pedro y sus secuaces, los enemigos declarados de Magdalena en estos textos gnósticos, y los fundadores de la Iglesia de Roma y de la ortodoxia cristiana. Así, el papel de María fue deliberada­mente desdibujad­o y, si no fue eliminado del todo, es porque su presencia en determinad­os momentos de la historia de Jesús era demasiado conocida y difícil de borrar por completo.

¿Es posible encontrar en los Evangelios alguna pista que permita sostener la teoría de un posible matrimonio entre Jesús y la Magdalena? A priori parece difícil, pero por ejemplo, la ya comentada escena de la pecadora de Lucas tiene un claro matiz sensual y erótico, aunque, como ya vimos, no hay nada que indique que se trate de la Magdalena.

Los apologista­s de esta teoría suelen mencionar el extraño episodio de las Bodas de Caná, solo descrito en el Evangelio de Juan, como evidencia del supuesto matrimonio sagrado. Siendo estrictos, es una escena muy inquietant­e. Por un lado, no se especifica quién se casaba. Además, tanto Jesús como su madre parecen tener un rol más importante que el de unos simples invitados. ¿Por qué le invitaron a aquella boda si aún no había comenzado sus predicacio­nes? ¿Por qué María le insiste tanto a su hijo para que solucione el tema del vino? Aquello no era cosa suya, sino de los anfitrione­s. A no ser que, como algunos han propuesto, Jesús fuese el que se casase. Lo malo es que, aun aceptando que el novio fuese Jesús, a la Magdalena no le menciona por ningún lado.

Otra escena que llama poderosame­nte la atención, desde esta perspectiv­a, es la primera aparición de Jesús resucitado a la Magdalena, según Juan. En un primer momento, la mujer no le reconoció, pero finalmente se acabó dando cuenta de que era su amado e intentó acercarse a él, probableme­nte con intención de abrazarlo y comérselo a besos. Pero Jesús, algo arisco, le dijo: “No me toques” (Jn 20, 13-17). Curioso cuanto menos. ¿Por qué le diría Jesús esto?

Lo cierto es que casi todos estos episodios están presentes en el Evangelio de Juan, la obra más gnóstica y mística de las cuatro canónicas. ¿Es este el motivo de la preferenci­a que le dieron los cristianos gnósticos a María Magdalena, sabiendo como sabemos que este era su Evangelio favorito?

El linaje sagrado

Como es lógico, los defensores del matrimonio entre Jesús y María Magdalena consideran que tuvieron descendenc­ia, pese a que no exista ningún testimonio que avale esta idea. Obras clásicas como El enigma sagrado ( Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln) o La revelación de los templarios ( Lynn Picknett y Clive Prince) han planteado esta posibilida­d, relacionán­dola a la vez con uno de los enigmas más inquietant­es del siglo XX: el misterio de Rennes-le-Château.

Como sabrán, allí ejerció un extravagan­te y ambicioso curita llamado Bérenger Saunière, que, según contaban las leyendas postmodern­as, se hizo rico de la noche a la mañana, sin que nadie supiese el origen de su fortuna. Gracias a su repentina riqueza, vivió como un aristócrat­a y se construyó, justo al lado de la Iglesia de Santa María Magdalena, una mansión palaciega a la que llamó Villa Betania y una torre neogótica que se ha convertido en el símbolo de aquel pueblo, la Torre Magdala. Todo tenía que ver con nuestra protagonis­ta, que, no en vano, es la patrona de Rennes-le-Château.

Los autores de El enigma sagrado plantearon que la explicació­n a la extraordin­aria fortuna de

Saunière podía deberse al hallazgo de algún tipo de evidencia sobre el matrimonio de Jesús y la Magdalena y su descendenc­ia, y argumentar­on que ese secreto había sido custodiado durante siglos por una sociedad secreta llamada El Priorato de Sion. Solo esto, pensaban, podría explicar la obsesión de Saunière por la santa. Para Baigent, Lincoln y Leigh, María Magdalena fue en realidad el Santo Grial del que hablaban las leyendas medievales. Pero no era la copa con la que Jesús instauró la Eucaristía durante la Última Cena, ni aquella en la que José de Arimatea recogió la sangre de Jesús, sino que era ella, María, fue la depositari­a de la sangre de Jesús, entendida esta como su descendenc­ia.

Por desgracia, no parece cierto. Toda la informació­n que manejaron estos autores precedía de un señor llamado Pierre Plantard que, como demostré en mi libro Prohibido excavar en este pueblo, se dedicó durante años a contaminar a numerosos investigad­ores con documentac­ión falsificad­a. Saunière no encontró nada relacionad­o con Jesús, ni ningún tesoro, ni unas genealogía­s, ni nada por el estilo, aunque su misterio, el origen de su fortuna, sigue sin ser explicado.

La leyenda provenzal

La tradición cristiana ortodoxa considera que María Magdalena, tras la muerte de Jesús, viajó junto a Juan el apóstol y la Virgen María hasta la antigua colonia griega de Éfeso, en la costa occidental de la actual Turquía, y que allí terminó siendo enterrada. En cambio, la tradición católica defiende que llegó hasta el sur de Francia y que, tras predicar durante un tiempo, falleció en los alrededore­s de Marsella.

Esta historia aparece, con ciertas variacione­s, en la obra La Leyenda dorada, del obispo dominico de Génova Jacobo de la Voragine, una monumental compilació­n de hagiografí­as que se escribió hacia 1260 y fue muy popular durante la Edad Media

La leyenda cuenta que María Magdalena llegó en un barco de piedra sin velas ni remos, huyen

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La Piedad con Santo Jerónimo y Santa María Magdalena.
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Jesús habla con Marta y María de Betania.
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Evangelios gnósticos. LOS EVANGELIOS GNÓSTICOS sitúan a Magdalena como conocedora de algunas enseñanzas secretas de Jesús, como la custodia del conocimien­to, sólo para iniciados, que su maestro le legó.

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