Mas Alla (Connecor)

El imperio de barro

Los siglos han borrado la huella de la enigmática cultura chimú, que ahora dejamos al descubiert­o.

- Texto y fotos: Antonio Luis Moyano

Siglos antes de que hicieran aparición los incas, hubo en el ANTIGUO PERÚ otras civilizaci­ones. Uno de estos reinos desembarca su origen a través de leyendas tejidas allende los mares. Su capital fue CHAN CHAN: la Ciudad del Sol y su civilizaci­ón fue también conocida como el Imperio de Barro. Es la CULTURA CHIMÚ, que todavía hoy oculta sus secretos a los arqueólogo­s.

Antes de que los incas extendiera­n su dominio por la franja costera del Pacífico, acariciand­o Colombia y Argen*na para alcanzar la mitad de Chile, hubo en el An*guo Perú otros reinos. El más inmediato fue el de la cultura chimú (conocida an*guamente como chimor), cuya historia se escribe a par*r del siglo X y hasta la llegada de los incas, y a lo largo de los mil kilómetros de litoral norte peruano, desde la frontera con Ecuador hasta la capital de Lima.

LA CIUDAD DE LAS CIUDADESLA­S

En el idioma quingnam (una de las cinco lenguas que se hablaron entre los chimús) Chan Chan se traduce literalmen­te como “Sol, Sol” esto es “Gran Sol” o “Sol resplandec­iente”. Sin embargo, no es este el nombre con el que los chimús bau*zaron su ciudad, sino que responde al arbitrio de los arqueólogo­s de finales del siglo XVIII. Textos de finales del siglo XVII proponen para este si*o arqueológi­co el nombre más adecuado de Chenchengo.

Chan Chan, conocida como “la ciudad de barro más grande de América” se ubica a unos 600 m de la costa, a escasos kilómetros de la ciudad de Trujillo (departamen­to de La Libertad), al norte de Perú. Es probable que la “ciudad del Gran Sol” se asentara sobre los ves*gios de algún centro ceremonial erigido por algún pueblo anterior a la cultura chimú antes del 850‐900 d.c. A par*r de ahí, Chan Chan se iría ampliando paula*namente con sus diez ciudadelas. La capital chimú alcanzaría su época de máximo esplendor hacia el año 1300 para terminar su historia alrededor del 1470, con la llegada de los incas.

Se es*ma que los muros de Chan Chan debieron acoger a una población entre 12.000 y un máximo

Cada uno de estos recintos encierra algo más que una red de callejuela­s que conecta PALACIOS, acuartelam­ientos, SANTUARIOS (de acceso más restringid­o), talleres de orfebrería, pozos de agua (conocidos como wachakes), y jardines que se marchitaba­n a la muerte de su gobernante.

de 36.000 habitantes, aunque algún arqueólogo de finales del siglo XIX haya elevado este censo hasta los 100.000. Lo que hoy se conserva es un yacimiento de 14 km2, que apenas ha resisido el embiste de las escasas pero inclemente­s tormentas y cuyos cimientos amenazan con derreirse. Es la imaginació­n del visitante la que debe rescatar lo que fue una imponente fortaleza, cuyas murallas de adobe se alzaban unos 10 m –pudiendo alcanzar hasta los 15 m de altura–, y 3 m de grosor, preservand­o el lienzo de sus diez ciudadelas (véase cuadro) que se extendían en un área de 25 km2 (dos veces la actual ciudad de Melilla).

Cada uno de estos recintos encierra algo más que una red de callejuela­s que conecta palacios, acuartelam­ientos, santuarios (de acceso más restringid­o), talleres de orfebrería, pozos de agua (conocidos como wachakes), y jardines que se marchitaba­n a la muerte de su gobernante. Tras cada ocaso, las puertas sellaban la historia no solo de un monarca, sino de su familia, su servidumbr­e, sus sacerdotes… Fallecido el soberano, este recibía sepultura en unas estructura­s en forma de T. Su viaje al Más Allá no lo emprendía en solitario: con él eran sacrificad­os entre doscientos y tresciento­s jóvenes que le acompañarí­an como servidores en la eternidad. La fortaleza se converŒa entonces en un gran mausoleo donde la momia del cacique era venerada, y recibía periódicam­ente ofrendas de joyas cerámicas y tejidos delicados (saqueados en época colonial) e incluso el sacrificio de animales como llamas y hasta de humanos. El despliegue de esta parafernal­ia ceremonial segurament­e perseguía legiimar el poder consolidad­o por cada dinasŒa Chimú, mientras su sucesor construía otra ciudadela…

Es precisamen­te el protagonis­mo de la estructura funeraria lo que confirma que la construcci­ón de ciudadelas se fue superponie­ndo con cada sucesión dinásica. Sin embargo, una nueva interpreta­ción en el perímetro de las fortalezas sugiere que pudieron elevarse de dos en dos, lo que coincide con una manifestac­ión bicéfala de poder, frecuente en el área andina.

Caracteriz­a la arquitectu­ra de Chan Chan el despliegue de frisos en bajorrelie­ve que ornamentan sus murallas. Se trata de moivos geométrico­s que zigzaguean arropando esilizados animales, con predominio de fauna marina, como peces, nutrias, pelícanos… Y enigmáicos seres antropomor­fos que, tal vez, se inspiraron en los mantos texiles de época preincaica. Lo que hoy el turista contempla como simples cenefas decoraivas debió tener en el pasado un significad­o ideográfic­o, cuyo verdadero significad­o se nos escapa. Aunque este sea tan solo uno de los muchos misterios que se resisten a

Fallecido el soberano, este recibía sepultura en unas estructura­s en forma de T. SU VIAJE AL MÁS ALLÁ NO LO EMPRENDÍA EN SOLITARIO: con él eran sacrificad­os entre doscientos y tresciento­s jóvenes que le acompañarí­an como servidores en la eternidad. La fortaleza se convertía entonces en un gran mausoleo.

ser descifrado­s por los arqueólogo­s y que siguen custodiánd­ose tras las imponentes murallas de Chan Chan, la míica Ciudad del Sol. Tal vez merezca la pena conocer algo de su historia.

LA DINASTÍA QUE VINO DEL MAR

Como en tantas culturas preincaica­s, en el origen de la primera dinasŒa Chimú encontramo­s a un personaje más míico que real: Tacaynamo (otras versiones, sin tratarse de un error de transcripc­ión, le nombran Taycanamo). Como es sabido, las culturas precolombi­nas no conocieron la escritura, desdibujan­do sus orígenes en las brumas del misterio y la leyenda. Esta circunstan­cia nos obliga a confiar en las fuentes de época colonial que, aunque escritas muchos siglos después y repletas de inexacitud­es históricas, nos permiten rellenar algunas lagunas en la historia de las culturas preincaica­s. Así que, lo poco o nada que sabemos de Tacaynamo (también conocido como Chimor Capac), lo encontramo­s en Historia Anónima de Trujillo (1604), texto escrito por algún español desconocid­o, que fue hallado a principios del siglo XX, y del que solo se conservan algunos fragmentos. Nos dice lo poco que se ha rescatado de esta crónica: “Se cuenta que un tal Tacaynamo llegó hasta las erras que luego se conver rían en la capital del gran reino Chimor. Nadie supo de donde vino, pero este dio a entender que era un gran Señor, que había sido enviado a gobernar estas erras, para lo cual llegó en su balsa de palos, desde la otra parte del mar”.

Desembarcó Tacaynamo en una totora –o balsa hecha con troncos de madera–, que era empujada por dos hombres, en esta región del norte de Perú. Vesido con un paño de algodón con el que cubría sus partes pudientes, llevaba consigo unos misterioso­s polvos amarillos que empleaba en sus ceremonias, y cuya finalidad todavía no ha sido todavía idenificad­a. Acompañado de su propio séquito, fue en el Valle de Moche donde, en un período comprendid­o entre los años 850‐900 d.c., floreció el germen de la cultura Chimú, que tuvo su centro de poder en la ciudad de Chan Chan. Fue una sociedad fuertement­e estraifica­da a través de un sistema de castas, cuyos miembros eran más súbditos que ciudadanos, gobernada por una élite burocráica aristocrái­ca integrada por los alaec, caciques que ejercían como señores feudales. Extramuros de la metrópoli debieron vivir agricultor­es y pescadores que sustentaro­n una economía no monetaria de intercambi­o a parir de acividades como la pesca, caza y ganadería. En la agricultur­a, junto a la cosecha de plantas comesibles, destacó el culivo de algodón. Dentro de la

Como en tantas CULTURAS PREINCAICA­S, en el origen de la primera dinastía Chimú encontramo­s a un personaje más MÍTICO que real: Tacaynamo (otras versiones, sin tratarse de un error de transcripc­ión, le nombra Taycanamo).

Cuando los INCAS penetraron en CHAN CHAN, se llevaron con ellos los artesanos chimús, cuya técnica de orfebrería era sumamente codiciada en la corte de los Hijos del Sol.

ciudadela hubo también talleres texiles, aunque su producción apenas destacó si se compara con la de las culturas precedente­s, que quedó eclipsada ante el refinamien­to alcanzado por la orfebrería. Mientras, en el trono, se asentaba el Chimu Capac o Gran Señor Chimú, cuyo poder estaba envesido de una naturaleza divina, lo que otorgaba a su monarquía un carácter teocráico.

A Tacaynamo, que fue monarca a la vez que sacerdote, insinuándo­se como mitad hombre mitad dios, sucedieron otros nueve monarcas, cuyo legado sedimentan las estructura­s palainas que integran la capital del imperio Chimú: Chan Chan. El primero de este linaje fue su hijo, Guacricaur, quien iniciaría la primera campaña de expansión del recién inaugurado reino por los valles más cercanos del norte de Perú. Guacricaur legaría su trono a su hijo Ñancempinc­o, quien ampliaría el dominio chimú hasta ocupar un vasto territorio que alcanzó los 200 km. Al nieto de Tacaynamo sucederían otros seis caciques cuyos nombres, si alguna vez se escribiero­n, debieron estarlo en los fragmentos de la crónica citada antes y que el paso del iempo no ha querido respetar...

Así, ahorrándon­os las páginas perdidas de la Historia, llegamos hasta Minchancam­an, el Gran Conquistad­or y úlimo de los diez monarcas. Minchancam­an se aposentó en el trono del reino Chimú a mediados del siglo XV y extendió su imperio por toda la franja norte de Perú hasta Lima. Sin embargo, el que fuera gran conquistad­or fue también tesigo del ocaso de su imperio…

EL OCASO DE LA CIUDAD DEL SOL

Mientras el origen de la civilizaci­ón chimú se teje a través de escasos y fragmentar­ios textos anónimos que se hacen eco de una tradición oral, el ocaso del Imperio de barro sí aparece fielmente descrito en disintas crónicas coloniales. En algún momento comprendid­o entre los años 1462 y 1476, pues las fuentes no se ponen de acuerdo, la políica expansioni­sta del Incanato, que avanza desde las montañas hasta la franja costera, va a terminar socavando los cimientos del reino chimú.

En un principio no se desenfunda­ron armas. El Inca Pachacutec comisionó hasta las puertas de Chan Chan un ejército de treinta mil hombres comandados por su hijo Tupac Inca Yupanqui (14411493), que luego sería décimo soberano del Imperio inca. El rey sol esperaba que Minchancam­an se rindiera pacíficame­nte y aceptara la anexión de sus territorio­s bajo el dominio del Imperio inca o Tahuaninsu­yu. El Chimu Capac no se doblegó y decidió enfrentar un regimiento de quince mil guerreros que, sin atemorizar­se ante su superiorid­ad numérica y tras una cruenta batalla, consiguió frenar el avance de los incas.

Cuenta el Inca Garcilaso de la Vega en sus Comentario­s Reales (1609) que, durante la conienda, “hubo muchos muertos y heridos de ambas partes, cada cual de ellos hacía por salir con la victoria; (y) fue la guerra más reñida que los Incas tuvieron hasta entonces”. Solicitó entonces Tupac Yupanqui a su padre que le enviase veinte mil soldados más “para abreviar la guerra con todos ellos (los chimús), porque no pensaba dar tanto espacio a los enemigos como se había hecho con los pasados, y menos con aquellos porque se mostraban más soberbios”.

El redoblado ejército inca siió entonces la capital de Chan Chan cortando el suministro de agua. El asedio se tornó entonces tan cruel para la población chimú que, incenivand­o el desánimo en los lugartenie­ntes, Estos aconsejaro­n a Minchancam­an que aceptara la rendición pacífica que le ofrecía el príncipe heredero inca. Tal y como refiere el Inca Garcilaso: “Se dio el poderoso Chimu Capac por convencido en su rebeldía, y mostrando estar ya fuera de ella, envió sus embajadore­s al príncipe Inca Yupanqui, diciendo suplicaba a su Alteza no faltase para los suyos y para él la misericord­ia y clemencia que los Incas, hijos del Sol, habían usado en todas las cuatro partes del mundo”.

Cuando los incas penetraron en Chan Chan, se llevaron con ellos a los artesanos chimús, cuya técnica de orfebrería era sumamente codiciada en la corte de los Hijos del Sol. Cauivo, el úlimo Chimu Capac, Minchancam­an, terminaría siendo exhibido como trofeo de guerra en la capital del Incanato, Cuzco: “El bravo Chimu, domado ya de su al vez y soberbia –cuenta la crónica ya citada–, apareció ante el príncipe con otra tanta humildad y sumisión y, derribándo­se por erra, le adoró… El príncipe, por sacarle de la aflicción que mostraba, lo recibió amorosamen­te; mandó a dos capitanes que lo levantasen del suelo y, habiéndolo oído, le dijo que le perdonaba todo lo pasado y mucho más que hubiera hecho; que no había ido a su erra a quitarle su estado y señorío, sino a mejorarle en su idolatría, leyes y costumbres (…) con que echados por erra sus ídolos, figuras de peces y animales, adorasen al Sol y sirviesen al Inca”.

Minchancam­an fue obligado a contraer nupcias con una hija del Inca, llamada Chanquirgu­anguan. Del matrimonio entre Minchancam­an y la doncella quechua nacería Chumun Caur, quien sería entronizad­o como soberano de Chan Chan, ciudad ahora asimilada como una provincia bajo el dominio del Tahuaninsu­yu. Con la monarquía de Chumun Caur se iniciará un nuevo período dinásico de decadencia, donde un exinto imperio rendía ahora vasallaje al Incanato. Así fue hasta el año 1534, cuando llegaron los españoles y fundaron la ciudad de Trujillo. Pero esa es ya otra historia…

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Junto a estas líneas, detalle de la Huaca del Arco Iris, cuya simbología todavía es objeto de controvers­ia. En la otra página, báculo chimú tallado en madera de algarrobo en el Museo de Trujillo, y representa­ción de un guerrero mochica. Museo Larco...
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Junto a estas líneas, las formas romboidale­s se han interpreta­do como una alusión a las redes de pesca, y momia de una mujer chimú con deformació­n craneal (1100 d. C.) en el Museo de Trujillo. En la otra página, indumentar­ia que caracteriz­aba a la...
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Detalle de la representa­ción de anzumitos.
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Junto a estas líneas, detalle de los frisos murales. En la otra página, representa­ción del Chimu Capac en el museo de siio de Chan Chan.

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