LOS HIJOS DE LA LUNA
Mientras los incas se presentaron como hijos del Sol, la cultura chimú eligió rendir culto a la Luna, a la que llamaban Si o Shi, y consideraban más poderosa que el mismo Sol, al mantenerse más iempo visible en el cielo e influir sobre las mareas. Mientras los eclipses de Sol eran la confirmación de que la Luna era capaz de conquistar al astro rey, los eclipses de Luna infundían un gran senimiento de tristeza entre la población. En los días en los que no era visible (luna nueva), la mitología chimú interpretaba que la Luna se habría trasladado a otro mundo para casigar a los ladrones, cuyas fechorías vigilaba en la oscuridad de la noche estrellada.
Aparte de la Luna, los chimús también veneraron otras divinidades como Ni, dios de los mares o Alaecpong, deidad de las rocas. Creían los chimús que las ánimas de los seres difuntos traspasaban el umbral de la muerte trasladándose hasta la orilla del mar. Una vez allí, las almas esperarían ser recogidas por los lobos marinos (conocidos como tumi), que las transportarían hasta lejanas islas donde descansarían en su eternidad.
Las estrellas también fueron objeto de culto para los chimús. El reflejo de cuatro estrellas, idenificadas en las constelaciones del Can Mayor y el Pez Austral, procedía, según ellos, de las almas de sus antepasados. Las dos estrellas más brillantes en la noche correspondían a la nobleza, mientras que las más pálidas se idenificaban con el espíritu de los plebeyos.