María Magdalena, la decimotercer apóstol
María Magdalena sigue siendo uno de los personajes más misteriosos de los relatos evangélicos. ¿Quién fue realmente?
MARÍA MAGDALENA sigue siendo uno de los personajes más misteriosos de los relatos evangélicos. Desconcierta la escasez de datos que los EVANGELISTAS aportaron sobre ella, pese a que la sitúan en algunos de los momentos esenciales de la vida de JESÚS. ¿Quién fue realmente? ¿Por qué este perturbador silencio? ¿Sabemos qué fue de ella tras la muerte de Jesús?
Todas las mujeres mencionadas en el Nuevo Testamento aparecen relacionadas con algún varón, ya sea su marido o su padre ( María de Cleofás, María de San_ago, Juana, la mujer de Cusa). Todas, excepto María Magdalena. Lucas la describe en su Evangelio como “María, que se llamaba Magdalena” (8, 2); y los demás evangelistas la denominan, simplemente, como “María la Magdalena”. Esto ha llevado a pensar que el epíteto era una referencia a su lugar de origen. Pero también sería algo inusual. Solo un personaje evangélico importante es definido, según la tradición, por su gen licio: Jesús de Nazaret. Y ni siquiera esto está claro.
Pero no se sabe con seguridad a qué lugar hacía referencia, aunque siempre se ha considerado que se trataba de una ciudad llamada Magdala o Al-majdal. El problema es que ninguna localidad con ese nombre aparece en el Nuevo Testamento, ni en al An guo Testamento, ni en ninguna de las obras de los historiadores de la época. Lo mismo que pasaba con Nazaret, una esquiva ciudad que nadie pudo localizar hasta que santa Helena de Constan_nopla, madre del emperador Constan_no, la encontró en el siglo IV, y de forma bastante sospechosa.
Muy significa vo que los supuestos lugares de nacimiento de Jesús y María Magdalena no aparezcan en ninguna fuente.
Eso sí, la tradición cris ana considera que la supuesta Magdala de empos de Jesús se encuentra bajo la actual ciudad israelita de Migdal, situada unos kilómetros al sur de Cafarnaúm, muy cerquita de la actual Nazaret y a orillas de mar de Tiberíades. Efec vamente, allí se conservan unas ruinas que, según los arqueólogos, se corresponden con un importante núcleo urbano del siglo I, que quedó prác camente destruido tras la Primera Guerra Judía. Se sabe también que Flavio Josefo hizo varias referencias a esta localidad, cuando narró una batalla entre las fuerzas judías y las de Vespasiano durante la Primera Guerra Judeorromana, aunque no la nombró como Magdala, sino como Tariqueae, su nombre griego.
Le iden ficación con la ciudad de Magdala viene de an guo. Algunos peregrinos cris anos afirmaron haber visitado la casa y la Iglesia de María Magdalena en aquella localidad hacia el siglo VI. De hecho, en un texto anónimo llamado Vida de Constan no, de esta misma época, se dice que la construcción de aquella iglesia fue cosa de santa Helena, y que se edificó sobre el lugar en el que había vivido María Magdalena. Pero también es cierto que los peregrinos de la época
de las cruzadas no mencionaron ninguna iglesia en aquel si o. Por lo tanto, nadie, que sepamos, mencionó a Magdala antes del siglo IV. Así que quizás lo de Magdalena no sea un gen licio.
En Siria y Pales na eran habituales los apellidos Majdal y Majdalani, que significan “de Majdal”. Majdal significa “torre” en árabe, al igual que la palabra hebrea migh- dál. Así, podríamos elucubrar que María de Magdala significaba “María de la Torre”. Es más, no hace demasiado empo, durante un prolongado período de sequía, el mar de Tiberíades bajó tanto de nivel que permi ó que saliesen a la luz los cimientos de una an - gua torre, lo que llevó a que algunos arqueólogos, siempre deseosos de encontrarse con alguno de los santos lugares evangélicos, planteasen que podría tratarse de la torre que dio nombre a la ciudad y a la santa, y que podría ser un faro.
Pero, de haber exis do una ciudad importante en el siglo I bajo la actual aldea de Al-majdal, ¿cómo puede ser que ni los relatos evangélicos ni Flavio Josefo la mencionen por ese nombre?
Esto ha llevado a que algunos planteen una sugerente alterna va: en algunos pasajes del An guo Tes- tamento (Éxodo 14, 2 y Números 33, 7) se habla de una ciudad llamada Migdol o Migdal, en la que acamparon los israelitas justo antes de cruzar el Mar Rojo, durante el famoso éxodo del pueblo hebreo. Como ya hemos visto, migh‐dál en hebreo significa “torre”; de ahí que algunos eruditos hayan planteado que el Midgal egipcio podría hacer referencia a algún po de atalaya defensiva situada en la frontera egipcia. Sea como fuere, no sabemos dónde estuvo esta torre o esta localidad. ¿Es posible que María Magdalena procediese de esta misteriosa y perdida ciudad? Sin duda, aunque esto nos llevaría a una curiosa conclusión: la santa fue egipcia.
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La figura de María Magdalena está repleta de misterios sin resolver. Su origen sería el primero, pero hay más: no se ha encontrado ninguna mención procedente de los historiadores de su época, ni ningún documento o evidencia arqueológica que avale su existencia. Lo que sabemos de ella, lo sabemos gracias a los Evangelios y la interpretación que de estos hicieron los Padres de la Iglesia. Pero, siguiendo su tónica habitual, los evangelistas aportaron poquísima información.
Solo doce pasajes hablan de ella y todos están relacionados con la pasión y la resurrección de Jesús, excepto uno, un perturbador episodio que solo aparece en el Evangelio de Lucas: “Jesús caminaba por pueblos y aldeas predicando y anunciando el Reino de Dios. Iban con él los doce y algunas mujeres que había liberado de malos espíritus y curado de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que había expulsado siete demonios” (Lc 8,1-2).
Lucas la describió como una de las seguidoras de Jesús que, al parecer, sostenían económicamente su ministerio, algo de lo más inusual en el contexto judío del siglo I. Además, se ha interpretado que aquello de los “siete demonios” podría hacer referencia a algún po de desorden psicológico, aunque, como este pasaje solo aparece en este Evangelio, muchos estudiosos dudan de su veracidad.
Todos los evangelistas coinciden al situarla durante la crucifixión, pese a que la lista de allí presentes varía de uno a otro, en que estuvo presente mientras José de Arimatea daba sepultura a Jesús (Mc 15, 47), y en que fue una de las primeras tes gos de las apariciones tras la resurrección. Y nada más.
Sin embargo, y pese a la falta alarmante de detalles sobre su historia, es la mujer cuyo nombre se menciona en más ocasiones en el Nuevo Testamento. Tampoco debería extrañarnos. Los evangelistas esca maron datos en otros muchos personajes de esta trama, empezando por el pro-
LA FIGURA DE MARÍA MAGDALENA está repleta de misterios sin resolver. Su origen sería el primero, pero hay más: no se ha encontrado ninguna mención procedente de los historiadores de la época, ni ningún documento o evidencia arqueológica que avale su existencia.
pio Jesús y terminando con la Virgen María o el bueno de Juan el Bautista. No era nada raro. O sí. A la Iglesia, desde luego, se lo pareció, ya que, durante siglos, han considerado que María Magdalena aparecía en otras escenas, aunque con otro nombre.
Por un lado, era la “pecadora pública” que ungió con perfume y lágrimas los pies de Jesús, mientras este disfrutaba de una buena comida en la casa de Simón el Fariseo, de la que habló Lucas (7, 36-39) justo antes de comentar lo de María Magdalena y sus demonios. De aquí proceden dos de los caracterís cos símbolos de la iconograa de la santa, su generosa cabellera y el jarro de alabastro, así como la extendida idea de que era una pros tuta. Pero no hay nada indique que este pasaje se refiera a ella, entre otras cosas porque la escena original, que apareció en el Evangelio de Marcos, no mencionaba a ninguna pecadora, sino a una anónima señora de Betania.
Curioso, porque esto nos lleva al otro personaje tradicionalmente iden ficado con María Magdalena: María de Betania, la hermana de Marta y Lázaro de Betania, que aparece en varios momentos del Evangelio de Juan (y en ningún otro), y que también ungió los pies de Jesús con perfume (Jn 12, 3).
Era lógico: para los cris anos no tenía sen do que un personaje tan importante como el que ungió a Jesús, an cipando su muerte, no estuviese luego presente a los pies de la cruz. Allí, como ya hemos comentado, estaba María Magdalena.
Fue el papa Gregorio I el primero que, en una homilía del año 591, realizó esta iden ficación. Pero no hay que indique que esto sea así. ¿Por qué se le llama María Magdalena en vez de María de Betania? Se ha respondido argumentando que pudo mudarse y, por lo tanto, cambiar de gen-
licio. Pero, de ser así, ¿por qué en los dis ntos episodios de la unción no se dice su nombre? ¿Por qué Lucas dice que era una pecadora?
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Pero no todos los cristianos ningunearon el papel real de María Magdalena. Los cristianos gnósticos, que se extendieron sobre todo en Egipto, tenían la firma convicción de que era una persona muy especial para Jesús, tanto que consideraban que pudo haber sido su discípulo preferido y la persona que eligió para sustituirle. Así lo demuestra la cercanía con la que se describe la relación que tenían en algunos de sus Evangelios. Por ejemplo, en el Evangelio de María, del siglo II, se dice lo siguiente: “Mariam, hermana, nosotros sabemos que el Salvador te amaba más que a las demás mujeres”.
Este texto, como muchos otros procedentes de los cris anos gnós cos, sitúa a la Magdalena como conocedora de algunas enseñanzas secretas de Jesús, como la custodia del conocimiento, solo para iniciados, que su maestro le legó. De ahí la manifiesta animadversión por parte de los de- más apóstoles, especialmente Pedro, que aparece una y otra vez en los Evangelios gnós cos. No podían comprender por qué ellos no habían sido premiados con ese privilegio.
Así se en enden mejor las palabras que el bueno de Tertuliano, un Padre de la Iglesia del siglo II, el único que no fue canonizado por su relación con los montanistas, una secta heré ca, que dijo lo siguiente sobre los gnós cos en su obra De Praescrip one haere corum (41.5): “Las mujeres de esos herejes, ¡qué desenfrenadas son! Tienen la osadía de enseñar, discu r, exorcizar, curar, y aun bau zar”.
También podría considerarse que había algo más entre Jesús y María Magdalena, o al menos eso parece deducirse tras la lectura de algunos versículos de estos textos gnós cos. Por ejemplo, en el Evangelio de Felipe, del siglo III, se dice: “La Sofía, a quien llaman ‘la estéril’, es la madre de los ángeles; la compañera [de Cristo es María] Magdalena. [El Señor amaba a María] más que a [todos] los discípulos (y) la besó en la [boca repe das] veces”.
Esto de “compañera” es una traducción algo complicada de la palabra copta koikonós, que puede traducirse como “consorte” y hacer referencia a una unión sexual, pero también a una unión puramente espiritual, sentido con el que, según parece, la emplearon los gnósticos. Pero esto, junto a aquello que comentaba el Evangelio de María (“el Salvador te amaba más que a las demás mujeres”) ha llevado a que algunos estudiosos planteen que la especial consideración que estos cristianos tenían por María Magdalena se debía a que era la esposa o la pareja sentimental de Jesús.
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De ser así, ¿por qué lo ocultaron los evangelistas? Los defensores de esta teoría consideran que lo hicieron porque, tras la muerte de Jesús, tomaron el món del movimiento cris ano Pedro y sus secuaces, los enemigos declarados de Magdalena en estos textos gnós cos, y los fundadores de la Iglesia de Roma y de la ortodoxia cris ana. Así, el papel de María fue deliberadamente desdibujado y, si no fue eliminado del todo, es porque su presencia en determinados momentos de la historia de Jesús era demasiado conocida y dicil de borrar por completo.
¿Es posible encontrar en los Evangelios alguna pista que permita sostener la teoría de un posible matrimonio entre Jesús y la Magdalena? A priori parece difícil, pero por ejemplo, la ya comentada escena de la pecadora de Lucas tiene un claro matiz sensual y erótico, aunque, como ya vimos, no hay nada que indique que se trate de la Magdalena.
LOS EVANGELIOS GNÓSTICOS sitúan a Magdalena como conocedora de algunas enseñanzas secretas de Jesús, como la custodia del conocimiento, solo para iniciados, que su maestro le legó.
Los apologistas de esta teoría suelen mencionar el extraño episodio de las Bodas de Caná, solo descrito en el Evangelio de Juan, como evidencia del supuesto matrimonio sagrado. Siendo estrictos, es una escena muy inquietante. Por un lado, no se especifica quién se casaba. Además, tanto Jesús como su madre parecen tener un rol más importante que el de unos simples invitados. ¿Por qué le invitaron a aquella boda si aún no había comenzado sus predicaciones? ¿Por qué María le insiste tanto a su hijo para que solucione el tema del vino? Aquello no era cosa suya, sino de los anfitriones. A no ser que, como algunos han propuesto, Jesús fuese el que se casase. Lo malo es que, aun aceptando que el novio fuese Jesús, a la Magdalena no le menciona por ningún lado.
Otra escena que llama poderosamente la atención, desde esta perspec (va, es la primera aparición de Jesús resucitado a la Magdalena, según Juan. En un primer momento, la mujer no le reconoció, pero finalmente se acabó dando cuenta de que era su amado e intentó acercarse a él, probablemente con intención de abrazarlo y comérselo a besos. Pero Jesús, algo arisco, le dijo: “No me toques” (Jn 20, 13-17). Curioso cuanto menos. ¿Por qué le diría Jesús esto?
Lo cierto es que casi todos estos episodios están presentes en el Evangelio de Juan, la obra más gnóstica y mística de las cuatro canónicas. ¿Es este el motivo de la preferencia que le dieron los cristianos gnósticos a María Magdalena, sabiendo como sabemos que este era su Evangelio favorito?
El linaje sagrado
Como es lógico, los defensores del matrimonio entre Jesús y María Magdalena consideran que tuvieron descendencia, pese a que no exista ningún tes(monio que avale esta idea. Obras clásicas como El enigma sagrado ( Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln) o La revelación de los templarios ( Lynn Picknett y Clive Prince) han planteado esta posibilidad, relacionándola a la vez con uno de los enigmas más inquietantes del siglo XX: el misterio de Rennes‐le‐ Château.
Como sabrán, allí ejerció un extravagante y ambicioso curita llamado Bérenger Saunière, que, según contaban las leyendas postmodernas, se hizo rico de la noche a la mañana, sin que nadie supiese el origen de su fortuna. Gracias a su repen(na riqueza, vivió como un aristócrata y se construyó, justo al lado de la Iglesia de Santa María Magdalena, una mansión palaciega a la que llamó Villa Betania y una torre neogó(ca que se ha conver (do en el símbolo de aquel pueblo, la Torre Magdala. Todo tenía que ver con nuestra protagonista, que, no en vano, es la patrona de Rennes‐le‐ Château.
Los autores de El enigma sagrado plantearon que la explicación a la extraordinaria fortuna de Saunière podía deberse al hallazgo de algún (po de evidencia sobre el matrimonio de Jesús y la Magdalena y su descendencia, y argumentaron que ese secreto había sido custodiado durante siglos por una sociedad secreta llamada El Priorato de Sion. Solo esto, pensaban, podría explicar la obsesión de Saunière por la santa. Para Baigent, Lincoln y Leigh, María Magdalena fue en realidad el Santo Grial del que hablaban las leyendas medievales. Pero no era la copa con la que Jesús instauró la Eucariska durante la Úl(ma Cena, ni aquella en la que José de Arimatea recogió la sangre de Jesús, sino que era ella, María, fue la depositaria de la sangre de Jesús, entendida esta como su descendencia.
Por desgracia, no parece cierto. Toda la información que manejaron estos autores precedía de un señor llamado Pierre Plantard que, como demostré en mi libro Prohibido excavar en este pueblo, se dedicó durante años a contaminar a numerosos inves(gadores con documentación falsificada. Saunière no encontró nada relacionado con Jesús, ni ningún tesoro, ni unas genealogías, ni nada por el es(lo, aunque su misterio, el origen de su fortuna, sigue sin ser explicado.
La leyenda provenzal
La tradición cris(ana ortodoxa considera que María Magdalena, tras la muerte de Jesús, viajó junto a Juan el apóstol y la Virgen María hasta la an(gua colonia griega de Éfeso, en la costa occidental de la actual Turquía, y que allí terminó siendo enterrada. En cambio, la tradición católica defiende que llegó hasta el sur de Francia y que, tras predicar durante un (empo, falleció en los alrededores de Marsella.
Esta historia aparece, con ciertas variaciones, en la obra La Leyenda dorada, del obispo dominico de Génova J acobo de la Voragine, una monumental compilación de hagiograqas que se escribió hacia 1260 y fue muy popular durante la Edad Media
La leyenda cuenta que María Magdalena llegó en un barco de piedra sin velas ni remos, huyen-
do de la persecución de los judíos, a un pequeño pueblo de la Camarga, en la Provenza francesa, llamado Saintes- Maries- de- la- Mer, junto a varios personajes más: María de Cleofás, María Salomé (las “Marías” que dan nombre al pueblo), José de Arimatea, Marta y Lázaro de Betania (supuestos hermanos de María Magdalena); y varios discípulos de Jesús ( Marcela, Susana, Maximim, Amadour y Cedonius).
Nuestra protagonista, después de predicar un (empo por la zona de Marsella, lo que le conver (ría en una apóstol más del mensaje de Jesús, y tras realizar algunos asombrosos milagros, dejó el apostolado y se re(ró como ermitaña a una cueva para vivir en absoluta soledad. Desde entonces viviría desnuda, vis (endo solo una frondosa y larguísima cabellera, y alimentándose solo con el canto de los ángeles, que la elevaban al cielo siete veces al día…
Treinta años después, un sacerdote que pasaba por allí pudo contemplar, atónito, el ritual diario de los ángeles y la Magdalena. Fascinado por la visión, quiso acercarse a inves ( gar, pero no pudo hacerlo, ya que una invisible y oscura fuerza le impidió acceder a la cueva, hasta que la propia señora se acercó a hablarle y le contó su historia, además de anunciarle que el momento de dejar este mundo estaba próximo, y de pedirle que fuese a buscar al obispo Maximim (uno de sus compañeros de viaje) para anunciarle que el día de Pascua sería llevada por unos ángeles
LA TRADICIÓN CRISTIANA ORTODOXA considera que María Magdalena, tras la muerte de Jesús, viajó junto a Juan el Apóstol y la Virgen María hasta la antigua colonia griega de Éfeso, y que allí terminó siendo enterrada.
hasta su oratorio, donde la encontraría. Y así sucedió un (empo más tarde. Maximim le dio su úl (ma comunión y, justo después, el cuerpo de la Magdalena se desplomó sobre el altar y su alma se elevó a los cielos. El obispo, con grandes honores, procedió a enterrarla, solicitando a sus familiares que él mismo fuese enterrado allí cuando falleciese.
La cueva que mencionaba De la Voragine, aquella en la que, según su relato, estuvo viviendo como eremita durante varias décadas, fue localizada poco (empo después en una serranía cercana a Marsella (a unos cuarenta kilómetros al oeste) y pasó a conocerse como la gro{e de la Sainte‐ Baume (“Santo Bálsamo”), clara asociación con la mujer que ungió a Jesús en los Evangelios.
Y el lugar donde fueron depositados sus restos mortales está ubicado en una localidad llamada Saint‐ Maximim‐ La‐sainte‐ Baume (a veinte kilómetros al sur de la cueva), aunque durante mucho (empo estuvieron perdidos. La tradición local cuenta que en el siglo V, un tal Jean Cassien, fundador de la orden de los cassianites, descubrió sus restos y los donó a una comunidad que había fundado en Saint‐ Maximim. Allí estuvieron hasta que se escondieron en un lugar desconocido durante la invasión musulmana.
Varios siglos después, en 1279, Carlos de Anjou (1226‐1285), rey de Sicilia, Nápoles y Jerusalén, comenzó a buscar los supuestos restos mortales de la Magdalena, hasta que dio con un sar- cófago de alabastro que contenía un cadáver y un documento que indicaba que el cuerpo había sido inhumado cuatrocientos sesenta años antes para protegerlo de los sarracenos. “Hic requiescit corpus Mariae Magdalenae” (“Aquí reposan los restos de María Magdalena”).
Obviamente, ambos elementos eran muy dudosos, pero eso no impidió que el monarca nombrase a la Magdalena protectora de la Provenza y que allí mismo, en Saint‐maximim‐la‐sainte‐baume, levantase una basílica en su honor en 1295. Ni ha sido impedimento para que, desde entonces, cada domingo posterior al 22 de julio se saque en procesión al supuesto cráneo de María Magdalena recubierto con una máscara de oro.
Lo inquietante de esto es que ya había unos restos mortales de la Magdalena en otro lugar de Francia. Al menos eso defendían, desde un par de siglos antes, los monjes de la abadía benedic(na de Vézelay, construida en el pueblo homónimo de la Borgoña francesa, que adoptaron el patronato de la santa. Aseguraban que un monje llamado Badilon había traído los restos de la santa desde Saint‐ Maximim en el año 749, cumpliendo órdenes del fundador de la Abadía de Vézelay, Girard de Vienne.
Vézelay llegó a conver (rse en un importante lugar de peregrinación desde que en 1103 el papa Pascual II autorizase por bula la veneración de las reliquias. Personajes de la talla de Ricardo Corazón de León, Bernardo de Claraval (que el 31 de marzo de 1146 predicó allí la Segunda Cruzada) o Francisco de Asís (que fundó allí el primer establecimiento franciscano en Francia), fueron a rendirle pleitesía. Pero todo cambió cuando en 1254 el rey Luis IX de Francia acudió a orar a la Magdalena a Saint‐ Maximim, y, sobre todo, después de que Carlos de Anjou encontrase los nuevos restos mortales.
Finalmente, en 1295 el papa Bonifacio VIII (1235‐1303) favoreció los restos de la Provenza, validando la versión ofrecida por los dominicos de Saint‐ Maximim, que argumentaban que los restos que había encontrado el monje Badilon no eran los de la santa, sino los de Cedonius, y autorizando la construcción de la basílica de Saint‐ Maximim.
Por lo tanto, como suele pasar con el peliagudo tema de las reliquias, tenemos dos templos en Francia que aseguran tener los autén(cos restos mortales de nuestra protagonista. Sea como fuere, esta curiosa pugna demuestra que a lo largo del siglo XIII se produjo un incremento tremendo en el culto a María Magdalena en Francia. En poco (empo se convir (ó en la santa más popular del país.