ESPAÑA EXTRAÑA: EL CEMENTERIO DEL ESTE (BARCELONA)
Para quienes gusten de la morbosa atracción de pasear entre tumbas, una de las sepulturas más insólitas que pueden visitarse es la que se ubica en el Cementerio del Este de Barcelona. La familia Llaudet Soler quiso perpetuar la memoria de su hijo, muerto prematuramente en la flor de su juventud, erigiéndole la más sugestiva metáfora de su tránsito al Más Allá. No apta para cardíacos, pero sí para necrófilos, la imagen de un esqueleto alado sosteniendo el cuerpo inerte del joven. El siempre impávido semblante de una calavera, cuyo rictus parece sonreír de soslayo, se inclina besando al que exhala su último suspiro.
La historia del origen de este cementerio, construido hace ahora casi dos siglos, está tejida de las leyendas más escatológicos. Su alejamiento del corazón de la metrópoli, suscitó el desagrado de población ante la imposibilidad de visitar las sepulturas de sus seres queridos, en ausencia de vías de transporte que comunicaran el camposanto con la ciudad.
Se alimentó incluso el macabro rumor de que, el inusual aislamiento del cementerio respondía a un interés oculto de las autoridades. Evitando las visitas, podían exhumarse las tumbas, apropiarse de las joyas que hubiera en ellas y destinar los cadáveres a las carnicerías para convertirlos en butifarra.
Entre el laberinto de lápidas, también destaca otra que es visitada por muchos barceloneses: la que abriga los restos de Francesc Canals Ambrós, más conocido como “El Santet” (El Santito), un joven fallecido en 1899. Apreciado entre sus vecinos por su carácter generoso, su repentina muerte debió generar una auténtica romería, cuya devoción todavía hoy perdura. No hay día que al “Santet” no le falten cirios, exvotos y ramos de flores. Entre el caudal de misivas de sus devotos, solicitudes de toda índole: desde la sanación de problemas de salud hasta el consuelo contra el mal de amores, pasando por la petición, sin pudor, de fortuna en la lotería.