LA CUEVA DE HÉRCULES
La llegada a la ciudad de Toledo de la codiciada mesa del rey Salomón, está relacionada con la misteriosa cueva de Hércules. Según cuenta la leyenda, cuando Hércules llegó a la Península Ibérica, iniciado ya en los misterios egipcios, quedó sobrecogido por la belleza del lugar, por lo que ordenó realizar una especie de palacio subterráneo en donde depositó el enorme tesoro que trajo consigo.
Después de instruir a una serie de enigmáticos personajes en los misterios de la cultura, la religión y la magia egipcia, decidió volver al país del Nilo, quedando la cueva cerrada y custodiada por un pequeño grupo de guerreros que velaban para que el secreto que se albergaba en su interior nunca fuese revelado. Una espantosa maldición se cebaría sobre aquel que lo profanase. No se sabe muy bien cómo, pero, según distintas tradiciones, la mesa de Salomón fue depositada en este lugar después de que los visigodos estableciesen su capital en la ciudad del Tajo, en el siglo VI d.c.
Siendo conscientes, como eran, del peligro que se cernía sobre el destino de su reino, los monarcas visigodos decidieron poner cada uno de ellos, justo en el momento de su coronación, un candado sobre la puerta del palacio para garantizar que nadie accediese a su interior. Pero tal y como cuentan las fuentes, fue el rey Rodrigo el que, deseoso de adivinar un futuro que no se le antojaba nada halagüeño, decidió romper la tradición y, a pesar de todas las advertencias que le pedían prudencia, hizo saltar todos los cerrojos de la puerta. Cuando penetró en su interior se encontró una especie de arcón, en cuyo interior se guardaba una tela que representaba a unos guerreros vestidos a la manera norteafricana, con un texto bordado en el que se leía que la violación del cofre provocaría el cumplimiento de la maldición.