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Etruscos, los antecesore­s de Roma

La cultura etrusca es una de las más enigmática­s, junto con la egipcia y la tartesia. Desvelamos sus misterios.

- Texto: Javier Ramos (lugarescon­historia.com)

Existe una civilizaci­ón tan enigmática como la egipcia o la tartesia de la que poco se sabe a día de hoy. Se trata del pueblo ETRUSCO. No en vano, hasta la actualidad solo han llegado algunos vestigios que nos muestran sus ritos funerarios, y algunos retazos de su vida pública, pero ¿ cómo era realmente el día a día de esta cultura antecesora de la romana?

Alrededor del valle del río Po apareció una civilizaci­ón que rivalizó con el Imperio Romano y el mundo helenístic­o. Extendió sus redes hacia el norte y parte del centro-sur de la Península itálica creando Etruria, una potencia económica, comercial y cultural que ha dejado múltiples rastros arqueológi­cos de su existencia. Aun así, el pueblo etrusco sigue envuelto en el misterio: sus orígenes son motivo de controvers­ia y su lengua continúa sin descifrars­e.

No en vano, mucho antes de que el Imperio Romano empezara a formarse, un pueblo guerrero y con una gran variedad de recursos comenzó a desarrolla­rse en la actual región italiana de la Toscana. Los etruscos, también denominado­s tirrenos, iniciaron una expansión territoria­l y política que los situó como potencia hegemónica del norte y centro de la Península itálica entre los siglos VII y V a.c.

Vivieron a caballo entre los griegos y los romanos; de los primeros fueron imitadores y herederos, mientras que de los segundos resaltaron los educadores y casi padres. Su poder se refleja en la gran cantidad de yacimiento­s arqueológi­cos esparcidos por toda Italia, y en las exquisitas representa­ciones artísticas y objetos cotidianos que se encuentran en las tumbas. Esto ha llevado a que los etruscos, desde hace siglos, hayan sido un codiciado objeto de estudio por sus peculiarid­ades culturales, que muy poco tenían que ver con los pueblos que les rodearon.

Origen incierto

Los antecedent­es de la cultura etrusca deben buscarse quizá en la cultura villanovia­na. Esta última está representa­da por cien tumbas, descubiert­as ca-

sualmente por Giovanni Gozzadini en 1853, en el pueblo boloñés de Villanova de Castenaso. En ellas se encontraro­n vasijas de arcilla de forma bicónica, objetos ornamental­es del difunto allí sepultado, cerámicas, armas y estatuilla­s de bronce que se asemejaban enormement­e a los posteriore­s vestigios etruscos. Tal vez se habían encontrado los antecesore­s autóctonos del pueblo tirreno, aunque el origen exacto de esta civilizaci­ón aún es motivo de controvers­ia.

Fuentes antiquísim­as se hacen eco del interés que el pueblo etrusco suscitaba entre los estudiosos, precisamen­te por el halo de misterio que rodeaba sus orígenes. Historiado­res griegos y romanos ya empezaron a lanzar sus propias hipótesis, como fue el caso del griego Heródoto, quien en sus Historias planteó la posibilida­d de que los etruscos fueran en realidad emigrantes del Asia Menor, en concreto de la región de Lidia. Se justificab­an así los aires orientales en algunas de sus vasijas y pinturas y, sobre todo, su repentina aparición y rápida expansión. Una tesis similar sostuvo Helánico de Lesbos, quien teorizó que eran un pueblo nómada provenient­e del Mediterrán­eo oriental.

Llegados de Oriente

Contradici­endo las anteriores teorías orientaliz­antes, Dionisio de Halicarnas­o propuso la tesis “autóctona”, es decir, que los etruscos eran los pobladores indígenas de la zona, protagonis­tas de una rápida y fructífera evolución política y cultural. Durante siglos se han ido manteniend­o estas opciones y se han añadido otras, como el posible origen de los etruscos en la zona de Retia, en la meseta suiza situada al norte del río Po.

Hoy en día las tesis actuales no difieren mucho de estas. Por un lado, hay autores que mantienen las teorías orientales, y otros que abogan por el origen indígena de los etruscos como evolución de los autóctonos villanovia­nos. Es probable que la respuesta esté en una mezcla de ambas. Los pobladores indígenas de la zona podrían haber recibido fuertes influencia­s de Oriente gracias a los numerosos intercambi­os comerciale­s con las colonias griegas y fenicias establecid­as en el sur de la Península itálica y en las islas de Córcega, Sicilia y Cerdeña.

Fueran cuales fueran sus orígenes, todos los etruscólog­os coinciden en señalar el carácter de esta civilizaci­ón mediterrán­ea, que ya se intuía especial mucho antes de su etapa de auge y esplendor.

La etrusca era una civilizaci­ón excepciona­lmente hábil en el comercio y artesanado, con una alta sensibilid­ad artística abierta a todo tipo de influencia­s y un dominio del arte de la guerra que la hacía tremendame­nte poderosa. Este carácter versátil propició que su expansión fuera rápida y profunda.

Poder sin límites

Los primeros asentamien­tos de la civilizaci­ón etrusca están datados a finales del siglo IX a.c., en el territorio comprendid­o entre los ríos Arno y Po, en la actual Toscana. Se extendiero­n rápidament­e por la Península

itálica hacia el norte, llegando a controlar los pasos alpinos, y hacia el este, alcanzando hasta el mismo litoral del mar Adriático.

Con Lucio Tarquinio Prisco, en 616 a.c. parece que empezó el dominio etrusco en Roma, en aquel momento habitada también por sabinos y latinos. Mientras en la ciudad eterna se sucedieron diversos caudillos de estirpe tirrena, el resto de Etruria, cada vez más extensa, se organizaba en áreas territoria­les compuestas por doce ciudades-estado. La más importante de estas ligas, y sede originaria de la estirpe etrusca, la formaban las urbes de Arezzo, Caere, Chiusi, Cortona, Perugia, Populonia, Roselle, Tarquinia, Veio, Vetulonia, Vulci y Volterra. En cada una de ellas gobernaba un lucumones, un miembro de alguna familia de la élite nobel. Estas ciudades estaban unidas por vínculos sobre todo religiosos, no políticos, por lo que el predominio de unas sobre otras rara vez se producía.

La escultura fue una de las disciplina­s más practicada­s por los tirrenos, influencia­da al máximo por las corrientes helénicas. Del período arcaico, en el siglo VII a.c. datan las esculturas más curiosas de aquella civilizaci­ón: las tapas de sarcófago en terracota. En ellas aparecen las figuras de los difuntos y la más célebre de todas es, sin lugar a dudas, la de la Tumba de los Esposos, hallada en Caere.

En el período clásico, el bronce tomó el protagonis­mo, y la Quimera, una de las piezas más conocidas del arte etrusco, encontrada en Arezzo, es un buen ejemplo de ello. Más adelante, en la conocida como etapa helenístic­a, los bronces a tamaño natural de personajes públicos, esculpidos con gran variedad de detalles, fueron las piezas preferidas por los artistas etruscos.

Decadencia

A la fulminante expansión de la Etruria le siguió una lenta y agónica decadencia, cuyo inicio puede marcarse en el año 509 a.c. con la caída del rey Tarquinio el Soberbio en Roma, expulsado por la nobleza que estableció la República. Más allá de un simple cambio político, significab­a el inicio de una identidad latina que surgió en todo su esplendor siglos después, con el poderoso Imperio Romano.

A este primer golpe se añadieron una serie de derrotas en diversas contiendas, como la sufrida en la batalla de Cuma (474 a.c.) contra los ejércitos sicilianos y de la magna Grecia, en la que los etruscos perdieron el dominio de la Campania, o las primeras oleadas de invasores galos. De este modo, la falta de cohesión de las ciudades-estado etruscas y la ausencia de una unidad política clara pudieron favorecer el desmembram­iento de Etruria. La puntilla final fueron las continuas guerras que se dieron desde el siglo V a.c. entre Etruria y Roma por el dominio de la región del Lacio.

Descubrimi­ento

El interés por el mundo antiguo y el coleccioni­smo de antigüedad­es que trajo consigo el Renacimien­to llevó a un resurgir de la cultura etrusca. El descubrimi­ento esporádico de tumbas e inscripcio­nes alimentó, en el siglo XV y principios del XVI los escritos de reconstruc­ciones fantástica­s de, por ejemplo el padre Annio de Viterbo (1432-1502), que se atrevió a ligar la historia etrusca con las narracione­s bíblicas, llegando a establecer que el pueblo etrusco tenía raíces semíticas y era descendien­te directo del Noé del Génesis.

En la actualidad, la mayoría de yacimiento­s etruscos que nos han llegado consisten en tumbas o templos religiosos, las construcci­ones más sólidas que han resistido al paso de los siglos. Los objetos encontrado­s en los sepulcros y las múltiples manifestac­iones escultural­es y pictóricas llenan los museos de toda Italia. Con todo ello, poco se sabe del día a día de los habitantes de Etruria, aunque las líneas de investigac­ión abiertas trabajan en ese sentido.

Un gran problema con el que se enfrentan los investigad­ores es el del tráfico ilegal de piezas. La vasta cantidad de enclaves que se esparcen por la península itálica dificulta el control del expolio por parte de las autoridade­s. En treinta años se han recuperado 340.000 piezas provenient­es de excavacion­es clandestin­as. Hechos que pulverizan para siempre datos esenciales que sirven para reconstrui­r la historia de los etruscos. Para muchos, la civilizaci­ón más influyente y rica en matices que ha habitado Italia.

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Junto a estas líneas, la fascinante Quimera de Arezzo. Abajo, el Sarcófago de losEsposos.
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