Etruscos, los antecesores de Roma
La cultura etrusca es una de las más enigmáticas, junto con la egipcia y la tartesia. Desvelamos sus misterios.
Existe una civilización tan enigmática como la egipcia o la tartesia de la que poco se sabe a día de hoy. Se trata del pueblo ETRUSCO. No en vano, hasta la actualidad solo han llegado algunos vestigios que nos muestran sus ritos funerarios, y algunos retazos de su vida pública, pero ¿ cómo era realmente el día a día de esta cultura antecesora de la romana?
Alrededor del valle del río Po apareció una civilización que rivalizó con el Imperio Romano y el mundo helenístico. Extendió sus redes hacia el norte y parte del centro-sur de la Península itálica creando Etruria, una potencia económica, comercial y cultural que ha dejado múltiples rastros arqueológicos de su existencia. Aun así, el pueblo etrusco sigue envuelto en el misterio: sus orígenes son motivo de controversia y su lengua continúa sin descifrarse.
No en vano, mucho antes de que el Imperio Romano empezara a formarse, un pueblo guerrero y con una gran variedad de recursos comenzó a desarrollarse en la actual región italiana de la Toscana. Los etruscos, también denominados tirrenos, iniciaron una expansión territorial y política que los situó como potencia hegemónica del norte y centro de la Península itálica entre los siglos VII y V a.c.
Vivieron a caballo entre los griegos y los romanos; de los primeros fueron imitadores y herederos, mientras que de los segundos resaltaron los educadores y casi padres. Su poder se refleja en la gran cantidad de yacimientos arqueológicos esparcidos por toda Italia, y en las exquisitas representaciones artísticas y objetos cotidianos que se encuentran en las tumbas. Esto ha llevado a que los etruscos, desde hace siglos, hayan sido un codiciado objeto de estudio por sus peculiaridades culturales, que muy poco tenían que ver con los pueblos que les rodearon.
Origen incierto
Los antecedentes de la cultura etrusca deben buscarse quizá en la cultura villanoviana. Esta última está representada por cien tumbas, descubiertas ca-
sualmente por Giovanni Gozzadini en 1853, en el pueblo boloñés de Villanova de Castenaso. En ellas se encontraron vasijas de arcilla de forma bicónica, objetos ornamentales del difunto allí sepultado, cerámicas, armas y estatuillas de bronce que se asemejaban enormemente a los posteriores vestigios etruscos. Tal vez se habían encontrado los antecesores autóctonos del pueblo tirreno, aunque el origen exacto de esta civilización aún es motivo de controversia.
Fuentes antiquísimas se hacen eco del interés que el pueblo etrusco suscitaba entre los estudiosos, precisamente por el halo de misterio que rodeaba sus orígenes. Historiadores griegos y romanos ya empezaron a lanzar sus propias hipótesis, como fue el caso del griego Heródoto, quien en sus Historias planteó la posibilidad de que los etruscos fueran en realidad emigrantes del Asia Menor, en concreto de la región de Lidia. Se justificaban así los aires orientales en algunas de sus vasijas y pinturas y, sobre todo, su repentina aparición y rápida expansión. Una tesis similar sostuvo Helánico de Lesbos, quien teorizó que eran un pueblo nómada proveniente del Mediterráneo oriental.
Llegados de Oriente
Contradiciendo las anteriores teorías orientalizantes, Dionisio de Halicarnaso propuso la tesis “autóctona”, es decir, que los etruscos eran los pobladores indígenas de la zona, protagonistas de una rápida y fructífera evolución política y cultural. Durante siglos se han ido manteniendo estas opciones y se han añadido otras, como el posible origen de los etruscos en la zona de Retia, en la meseta suiza situada al norte del río Po.
Hoy en día las tesis actuales no difieren mucho de estas. Por un lado, hay autores que mantienen las teorías orientales, y otros que abogan por el origen indígena de los etruscos como evolución de los autóctonos villanovianos. Es probable que la respuesta esté en una mezcla de ambas. Los pobladores indígenas de la zona podrían haber recibido fuertes influencias de Oriente gracias a los numerosos intercambios comerciales con las colonias griegas y fenicias establecidas en el sur de la Península itálica y en las islas de Córcega, Sicilia y Cerdeña.
Fueran cuales fueran sus orígenes, todos los etruscólogos coinciden en señalar el carácter de esta civilización mediterránea, que ya se intuía especial mucho antes de su etapa de auge y esplendor.
La etrusca era una civilización excepcionalmente hábil en el comercio y artesanado, con una alta sensibilidad artística abierta a todo tipo de influencias y un dominio del arte de la guerra que la hacía tremendamente poderosa. Este carácter versátil propició que su expansión fuera rápida y profunda.
Poder sin límites
Los primeros asentamientos de la civilización etrusca están datados a finales del siglo IX a.c., en el territorio comprendido entre los ríos Arno y Po, en la actual Toscana. Se extendieron rápidamente por la Península
itálica hacia el norte, llegando a controlar los pasos alpinos, y hacia el este, alcanzando hasta el mismo litoral del mar Adriático.
Con Lucio Tarquinio Prisco, en 616 a.c. parece que empezó el dominio etrusco en Roma, en aquel momento habitada también por sabinos y latinos. Mientras en la ciudad eterna se sucedieron diversos caudillos de estirpe tirrena, el resto de Etruria, cada vez más extensa, se organizaba en áreas territoriales compuestas por doce ciudades-estado. La más importante de estas ligas, y sede originaria de la estirpe etrusca, la formaban las urbes de Arezzo, Caere, Chiusi, Cortona, Perugia, Populonia, Roselle, Tarquinia, Veio, Vetulonia, Vulci y Volterra. En cada una de ellas gobernaba un lucumones, un miembro de alguna familia de la élite nobel. Estas ciudades estaban unidas por vínculos sobre todo religiosos, no políticos, por lo que el predominio de unas sobre otras rara vez se producía.
La escultura fue una de las disciplinas más practicadas por los tirrenos, influenciada al máximo por las corrientes helénicas. Del período arcaico, en el siglo VII a.c. datan las esculturas más curiosas de aquella civilización: las tapas de sarcófago en terracota. En ellas aparecen las figuras de los difuntos y la más célebre de todas es, sin lugar a dudas, la de la Tumba de los Esposos, hallada en Caere.
En el período clásico, el bronce tomó el protagonismo, y la Quimera, una de las piezas más conocidas del arte etrusco, encontrada en Arezzo, es un buen ejemplo de ello. Más adelante, en la conocida como etapa helenística, los bronces a tamaño natural de personajes públicos, esculpidos con gran variedad de detalles, fueron las piezas preferidas por los artistas etruscos.
Decadencia
A la fulminante expansión de la Etruria le siguió una lenta y agónica decadencia, cuyo inicio puede marcarse en el año 509 a.c. con la caída del rey Tarquinio el Soberbio en Roma, expulsado por la nobleza que estableció la República. Más allá de un simple cambio político, significaba el inicio de una identidad latina que surgió en todo su esplendor siglos después, con el poderoso Imperio Romano.
A este primer golpe se añadieron una serie de derrotas en diversas contiendas, como la sufrida en la batalla de Cuma (474 a.c.) contra los ejércitos sicilianos y de la magna Grecia, en la que los etruscos perdieron el dominio de la Campania, o las primeras oleadas de invasores galos. De este modo, la falta de cohesión de las ciudades-estado etruscas y la ausencia de una unidad política clara pudieron favorecer el desmembramiento de Etruria. La puntilla final fueron las continuas guerras que se dieron desde el siglo V a.c. entre Etruria y Roma por el dominio de la región del Lacio.
Descubrimiento
El interés por el mundo antiguo y el coleccionismo de antigüedades que trajo consigo el Renacimiento llevó a un resurgir de la cultura etrusca. El descubrimiento esporádico de tumbas e inscripciones alimentó, en el siglo XV y principios del XVI los escritos de reconstrucciones fantásticas de, por ejemplo el padre Annio de Viterbo (1432-1502), que se atrevió a ligar la historia etrusca con las narraciones bíblicas, llegando a establecer que el pueblo etrusco tenía raíces semíticas y era descendiente directo del Noé del Génesis.
En la actualidad, la mayoría de yacimientos etruscos que nos han llegado consisten en tumbas o templos religiosos, las construcciones más sólidas que han resistido al paso de los siglos. Los objetos encontrados en los sepulcros y las múltiples manifestaciones esculturales y pictóricas llenan los museos de toda Italia. Con todo ello, poco se sabe del día a día de los habitantes de Etruria, aunque las líneas de investigación abiertas trabajan en ese sentido.
Un gran problema con el que se enfrentan los investigadores es el del tráfico ilegal de piezas. La vasta cantidad de enclaves que se esparcen por la península itálica dificulta el control del expolio por parte de las autoridades. En treinta años se han recuperado 340.000 piezas provenientes de excavaciones clandestinas. Hechos que pulverizan para siempre datos esenciales que sirven para reconstruir la historia de los etruscos. Para muchos, la civilización más influyente y rica en matices que ha habitado Italia.