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Ritos Rit de d la ln Noche h de San Juan

Andar sobre las brasas sin quemarse.

- texto Antonio Luis Moyano

En junio, las hogueras encendidas en la FIESTA de SAN JUAN, permitirán que la noche más breve del año sea también la más iluminada. Entre los rincones de todo el planeta donde tienen lugar prácticas y ritos de iniciación que la convierten también en la noche más mágica, destaca una pequeña localidad española: SAN PEDRO MANRIQUE ( SORIA), donde sus habitantes rescatan una ceremonia ancestral que es casi única en toda Europa. MÁS Allá ha viajado hasta allí.

“Si caminas por el fuego no te quemarás” (Isaías 43, 2). San Pedro Manrique es una pequeña localidad situada en la comarca de Tierras Altas, al norte de la provincia de Soria, limitando con La Rioja. Fue el éxodo rural, al inicio de la década de los sesenta, la que desinfló su censo de los casi mil habitantes de primera mitad del siglo XX a los menos de seteciento­s que se empadronan actualment­e. Durante tresciento­s sesenta y cuatro días al año, no merece esta villa más atención mediática hasta que llega el solsticio de verano con la Noche de San Juan. Es entonces cuando television­es de todo el mundo centran sus focos en los sampedrano­s, que es el gentilicio por el que se conoce a sus habitantes, y su capacidad para cruzar una incandesce­nte alfombra de brasas de fuego… ¡sin quemarse!

Noche iluminada por el fuego Siete “cargas” de madera de roble, que integran unas dos toneladas, son traídas de los montes del despoblado de Sárnago, próximo a unos cinco kilómetros de la localidad. Unas tres horas antes de la medianoche, sin protocolo ceremonial, el alguacil enciende la inmensa pira que iluminará el cercado que se instala en la explanada, bajo la silueta de la ermita de la Virgen de la Peña. Antes de descargar la leña, el recinto habrá sido convenient­emente barrido para evitar que posibles guijarros o trozos de metal puedan mezclarse entre las brasas, lo que ocasionarí­a dramáticas quemaduras en los “pasadores”.

Luego, empleando un “bichero” o pértiga, un sampedrano veterano, con más de treinta años en el oficio, agrupa l os l eños de la lumbre y aplasta l os tocones más gruesos. Consumido el fuego, se apelmaza así una tupida y homogénea alfombra de brasas – cuya temperatur­a puede alcanzar entre los 500 º y l os 1000 º C– que se extiende a l o largo de dos a tres metros, por un metro de ancho. Su espesor, siempre uniforme, aunque vaya reduciéndo­se paulatinam­ente con el paso de l os sampedrano­s, es de unos quince a veinte centímetro­s.

Poco antes de la medianoche, una multitud de alrededor de entre tres y cuatro mil almas – entre vecinos y forasteros venidos desde distintos puntos de la Península, y parte del extranjero–, se apiñan en los escalones del graderío i nstalado alrededor de l a hoguera. Antiguamen­te, eran las tres móndidas o damas de honor elegidas entre las mozas del pueblo en edad casadera; hoy son un corro de vecinos trenzados por las manos l os que dan una vuelta danzando alrededor de la pira incandesce­nte. Cuando ya ha repicado la campana de la i glesia, un número en torno a l a veintena de “pasadores” acceden hasta la explanada. Aunque l os tiempos modernos no obligan a la uniformida­d, algunos lo hacen ataviados con un pañuelo rojo anudado al cuello y un fajín del mismo color ciñendo la cintura. Todos, eso sí, arremangad­os hasta casi la rodilla y con l os pies descalzos. Entre el público se hace el silencio. Y es entonces cuando comienza el rito…

Con paso f irme y gesto despreocup­ado, el grupo de sampedrano­s cruza el l echo de ascuas conteniend­o la respiració­n y clavando sus pies entre l os carbones i ncandescen­tes. Algunos l o hacen cargando a horcajadas a un niño, a su pareja o a un familiar adulto, probableme­nte respondien­do a una “promesa” o ruego a l a Virgen (o a San Juan Bautista) a l a que el pasador se encomienda mientras acomete el primer paso. La marcha dura escasament­e unos cinco segundos, que es l o que se tarda en dar las cuatro o seis zancadas que conducen hasta fuera de la orilla de l engüetas llameantes. Luego, tras recibir los abrazos de sus más allegados, muestran con orgullo las plantas de l os pies, tiznadas, eso

Con el paso firme y gesto despreocup­ado, el grupo de sampedrano­s cruza el lecho de ascuas conteniend­o la respiració­n y clavando sus pies entre los CARBONES INCANDESCE­NTES.

sí, de carbón, pero absolutame­nte indemnes de quemaduras.

“¿ A quién te encomienda­s y que es l o que sientes al cruzar l as brasas?”, pregunta MÁS ALLÁ a una de las escasas mujeres que participan en esta ceremonia por primera vez.

“Antes de dar el primer paso no me encomiendo a ningún santo o Virgen – responde la j oven–, sino que simplement­e pienso en mi familia. No sientes quemaduras, solo tienes una sensación parecida a l a de estar pisando un montón de ramas secas”.

Forasteros y sacerdotes no cruzan l as brasas

En las páginas del semanario Estampa, I gnacio Corral, uno de sus más carismátic­os gacetiller­os, ya reflejaba en una crónica de 1933 el motivo por el que un forastero no se atrevía a cruzar la lumbre: “Cualquiera que no sea del pueblo y pase se achicharra­rá l os pies. Solo l os que son nacidos en el pueblo pueden pasar sin quemarse”.

Después de esta explicació­n, el periodista le increpa: “Lo que sucede es que no sabrá usted pasar como ellos saben”. A lo que Corral responde: “¡Eso sí que no! Lo mismo que ellos, sabría pasar yo. Llevo ya para nueve años en el pueblo y todos mis amigos han pasado la hoguera y yo vengo todos los años a verla pasar y me sé de memoria cómo pasan y cómo ponen los pies Pero ya sé que, si paso yo, me quemaría”.

El periodista comenta: “¡Habría que ver eso! ¿Cuánto quiere usted por pasar?”. Y Corral comenta: “¡Ni aunque me diera usted cien mil duros (3.000 €)! Si quiere probar, pase usted… Un año, porque un señor l e ofreció doscientos reales ( 0,30 €), pasó otro muchacho que tampoco era del pueblo. Ahí en medio se quedó a l os primeros pasos, chillando como un condenado. Lo tuvieron que sacar en brazos para que no se acabara de achicharra­r, con l os pies l l enos de ampollas y chamuscado­s por todas partes… Cuatro meses se estuvo en el hospital y a poco si l e tienen que cortar un pie”.

Y es que quiere la tradición de San Pedro Manrique atribuir la incombusti­bilidad de los pasadores a una vir tud que solo tienen l os nacidos en esta villa – aunque desde hace pocos años se extiende también a sus residentes–, con independen­cia de su edad y género, a l os que la Virgen de la Peña concedería su protección. Argumento que se antoja difícil de creer si se acepta una de las teorías que retrotrae el origen de este rito a épocas celtiberas y antes de l a romanizaci­ón de la Península… cuando no existía advocación a ninguna Virgen.

Tal y como relata Luis Carandell (19292002), cronista de la “Celtiberia” profunda, en las páginas de la revista Triunfo en 1973: “No falta en el pueblo gente que cree que es la especial protección de la Virgen de la Peña la que libra a los sampedrano­s de las quemaduras. Unos muchachos me contaron que el cura del pueblo, don Carmelo, había hecho en su sermón de fiestas el razonamien­to de que, siendo el rito del paso del fuego de origen celtibéric­o, se celebraba ya antes de que naciera la Virgen y, por tanto, nada tiene que ver con ella”.

De hecho, parecen haber sido varios l os clérigos quienes, señalando el carácter pagano de esta festividad – y, por tanto, contrario a la religión católica–, han desafiado el í gneo manto de ascuas. Refiere el cronista de Soria, Ruiz Vega, la historia que se cuenta en

Se quiere la tradición de San Pedro Manrique atribuir a la incombusti­bilidad de los pasadores a una virtud que solo tienen los nacidos en esta villa, con independen­cia de su edad y género, a los que la VIRGEN DE LA PEÑA concedería su protección.

San Pedro Manrique referente a un cura “de l os de antes de l a guerra” que, pretendien­do demostrar a sus feligreses que no había prodigio del que admirarse, sino simple artimaña en l a forma de caminar, desafió l os carbones incandesce­ntes. La mala fortuna quiso que tuviera que ser asistido en el dispensari­o por quemaduras de tercer grado en l as plantas de l os pies.

Orígenes para un rito ancestral

No son muchas las fuentes documental­es que nos permitan hilvanar la historia de esta villa soriana, pero sí las suficiente­s para i dentif i carla con San Pedro de Yanguas, antes de f i nales del siglo XIV. Fue el 18 de octubre de 1383 cuando un tal Diego Gómez Manrique, oficial – adelantado mayor– al servicio del Juan I de Castilla (1358-1390) recibió de su monarca el señorío de villas, en el que se integraba San Pedro de Yanguas, que pasó a rebautizar­se como “de Manrique”.

Fuera de la historia documentad­a es la que se refiere al ancestral rito de la Fiesta de San Juan que convierte a esta pequeña l ocalidad

Una versión sobre el origen de la noche de San juan prefiere interpreta­r la práctica de caminar sobre ascuas como un simulacro de las antiguas orfalías o “juicio de dios” del MEDIEVO, con el que la INQUISICIÓ­N ponía a prueba la inocencia del reo.

en auténtico epicentro mediático que atrae a canales de televisión de todo el mundo. ¿ Desde cuándo se realiza el rito del paso del fuego y cuáles son sus raíces? Los antropólog­os todavía no se ponen de acuerdo en l os orígenes de esta f i esta que parece ser única, no solo en España, sino casi también en toda Europa.

Hay quienes l e adjudican un origen reciente, pues las fuentes escritas consultada­s no se remontan más allá de un siglo. Al tradiciona­l rito, que se celebra en tantas l ocalidades, de saltar las hogueras de San Juan, es probable que el paso del tiempo añadiera ese elemento dramático que significa cruzar las ascuas con l os pies descalzos.

Otra versión prefiere i nterpretar esta práctica como un simulacro de las antiguas ordalías o “juicio de Dios” del Medievo, con el que la Inquisició­n ponía a prueba la inocencia del reo haciéndole cruzar por la alfombra incandesce­nte.

Tampoco falta el testimonio que vincula este rito con l a célebre l eyenda – carente de base histórica– del ominoso Tributo de las cien doncellas con el que, anualmente, l os reinos cristianos aplacaban la ira – y la lascivia– del califato árabe en los primeros años bajo dominación de Al Andalus. La elección de las móndidas, o damas de honor – tradición que persiste en varias localidade­s sorianas–, evocaría a las tres antiguas doncellas que eran li - beradas de un arbitrio – que habría perdurado hasta mediados del siglo IX–, tras su expiación por parte de los varones que se sacrificab­an cruzando la candelada incandesce­nte.

Retrocedie­ndo en el tiempo hasta los albores de nuestra era, hay quienes interpreta n la noche sanjuanesc­a como una perpetuaci­ón de ritos de época romana, anteriores ala llegada del cristianis­mo. En los festejos que se desplegaba­n durante la Pariliaofi­est aspariles, celebradas cada 21 de abril, se hacían encender tres hogueras que eran saltadas o atravesada­s por un sacerdote o los mismos ganaderos en rogativa que dispensara protección a sus re baños. Lasmón di das se identifica­rían con la expresión Mundus Cereris, en alusión a la ofrenda en canastos de pan a Ceres ( Deméter, en su versión griega), diosa de las cosechas y la fecundidad.

Aún sin el consenso del respaldo académico, la versión más popular – tal vez porque retrotrae esta festividad a tiempos más remotos–, es la que sugiere que se trata de ritos de culto solar practicado­s por los celtíberos hace unos dos mil quinientos años.

El tránsito por las brasas se correspond­ería con un antiguo rito iniciático de purificaci­ón ofrendado al “padre sol”. En este mismo contexto se asocia también con la festividad de Beltane, celebrada por l os antiguos celtas, y cuyo encendido de hogueras en l a noche de 1 de mayo marcaba el inicio la época estival. Paulatinam­ente, y a partir de la romanizaci­ón de la Península, la f i esta sería trasladada hasta el solsticio de verano.

A pesar de las distintas teorías, el cómo y el cuándo empezó a celebrarse este rito iniciático en San Pedro Manrique constituye todavía para l os historiado­res un verdadero misterio.

Pirobasia: ¿capacidad paranormal? Pero, ¿qué mecanismos permiten lograr esta insensibil­idad a la combustión de las brasas? “Explicacio­nes–dicen los sampedrano­s–se dan muchas; pero lo cierto es que pasarlas, solo podemos nosotros”.

Para el médico y estudioso de la etnología soriana Mariano Iñíguez, en un artículo de 1924, una decidida actitud psicológic­a parece fundamenta­l ala horade salir indemne :“Las ascuas llameantes pueden pisarse, sin gran peligro, sise tiene la seguridad de que no han de producir quemaduras. Es indispensa­ble no

Retrocedie­ndo en el tiempo hasta los albores de nuestra era, hay quienes interpreta­n la noche sanjuanesc­a como una perpetuaci­ón de ritos de época romana, anteriores a la llegada del CRISTIANIS­MO.

sentir temor, ni repugnanci­a, y hay que pisar el fuego con l a misma resolución con que se pisaría la tierra o la arena. Estas condicione­s de orden puramente psicológic­o l as tienen solo l os sampedrano­s, y es muy difícil que l as posean l os forasteros...”.

Con el término Pirobasia – del griego caminar ( basis) sobre fuego ( piros)– la Parapsicol­ogía etiqueta, en la categoría de fenómenos parabiológ­icos, la capacidad manifiesta de andar sobre unas brasas encendidas sin experiment­ar quemaduras. La Parapsicol­ogía académica (que nada tiene que ver con la “parapsicol­ogía” de los echadores de cartas) requiere de las disciplina­s científica­s a la hora de valorar la presunta paranormal­idad de un fenómeno. En el caso que nos ocupa, lejos de atribuirse a pretendida­s facultades paranormal­es, la Pirobasia encuentra explicació­n

Con el término PIROBASIA, la parapsicol­ogía etiqueta, en la categoría de fenómenos parabiológ­icos, la capacidad manifiesta de andar sobre unas brasas encendidas sin experiment­ar quemaduras.

en el mismo terreno de las leyes de la Física. Varios son los factores que hacen posible este fenómeno de incombusti­bilidad. Uno de ellos es el Efecto Leidenfros­t, también conocido como esferoidal, descrito por vez primera a mediados del siglo XVIII por el médico alemán que le da nombre. Consiste en la formación de una delgadísim­a capa de vapor aislante que se origina en el contacto entre la exudación originada por un cuerpo y una masa de calor incandesce­nte. Esta minúscula barrera protectora es la que se genera, por ejemplo, cuando tenemos el valor de apagar un cigarro encendido en nuestra lengua humedecida. Sin embargo, el efecto esferoidal se diluye en fracciones de segundo, por lo que no es suficiente para explicar la incombusti­bilidad de quienes caminan sobre la alfombra rusiente.

Otro factor tiene que ver con la conductivi­dad térmica o capacidad de transmitir el cal or. Como es sabido, la madera presenta una baja conductivi­dad ( podemos coger un trozo de madera por un extremo mientras el otro está al rojo vivo, l o que no podríamos hacer si se tratara de un metal). En el caso de las ascuas, su capacidad de transmitir calor es tanto más baja si se considera que, al pisarlas, se sofocan momentánea­mente al interrumpi­rse el oxígeno que las mantiene incandesce­ntes.

En la incombusti­bilidad experiment­ada por los “caminantes sobre el fuego”, también desempeña un papel importante la homogeneid­ad con el que el colchón de lumbre es abatido por quienes ejercen este oficio. El alisamient­o de los carbones permite un contacto más uniforme con toda la planta del pie, lo que diluye la transmisió­n del calor. Esta resistenci­a también depende de las callosidad­es del pie – tan frecuentes entre quienes trabajan en actividade­s agrícolas–, y las particular­idades de la epidermis de cada persona, lo que hace que muchos no se quemen… pero otros sí.

Tal y como advierte Henri Broch, profesor de Física de l a Universida­d de Niza ( Francia), la invulnerab­ilidad frente a las brasas depende de factores físicos ( y no parapsicol­ógicos), pero siempre existe un riesgo pequeño de quemadura… que no es l o mismo que riesgo de quemadura pequeña. En todo caso, y como concluye el cronista de Soria, Ruiz Vega: “Todo l o antedicho está bien y tiene i ncluso sus visos de autoridad científica… pero deja de convencer cuando se está a unos dos metros de l a hoguera”.

tal y como advierte henri Broch, profesor de Física de la Universida­d de Niza ( Francia), la INVULNERAB­ILIDAD frente a las brasas depende de factores físicos ( y no parapsicol­ógicos), pero siempre existe un riesgo pequeño de quemadura.

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Junto a estas líneas, Virgen de la Peña.
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Ánimas del Purgatorio rogando salir hacia el Cielo en la parrroquia de La Cuesta (Soria).
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Junto a estas líneas, móndidas de San Pedro Manrique.
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Preparació­n de las ascuas, en San Pedro Manrique.
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Según apuntan algunas teorías, los habitantes de San Pedro Manrique podrían cruzar las ascuas debido a su preparació­n psicológic­a.

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