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Criptograf­ía

La criptograf­ía es el arte de esconder o hacer inteligibl­es mensajes que solo otra persona pueda interpreta­r o leer usando un código correcto para ello. Este es su verdadero mensaje oculto.

- Texto José manuel garcía Bautista

La palabra criptograf­ía tiene su origen en el griego Kryptós, que significa “escondido” u “oculto”, y Graphien que significa “escribir”. Desde los albores de la Humanidad el ser humano ha necesitado esconder sus comunicaci­ones o mensajes importante­s a fin de que no fueran interpreta­dos por el enemigo. El mismo Julio César ya improvisó con un sistema llamado “cifrado César”, sencillo pero eficaz. El tiempo, y la importanci­a que se l e daba a la guerra, hicieron que se sofisticar­an estos sistemas de comunicaci­ón oculta pasando de sistemas monoalfabé­ticos a polifacéti­cos. Así Vigenère fue muy usado hasta el año 1863 cuando el coronel prusiano Friedich Kasiki l ogró descifrarl­o.

En 1918 se mejoró el sistema Vigenère por parte de Gilber Vernam y se dio paso a la moderna criptograf­ía con sistemas altamente sofisticad­os como la máquina Enigma.

La Criptograf­ía tiene su más directo rival en el Criptoanál­isis, que estudia los sistemas para descifrar los mensajes cifrados o bajo código. Pero conozcamos mejor algunos, solo algunos, de los códigos más famosos de la Historia.

LA ESCRITURA JEROGLÍFIC­A

La escritura “oculta” más enigmática que ha conocido el hombre, por la fascinació­n que despertaba, es, sin duda, la escritura jeroglífic­a egipcia, un tipo de escritura que se usó desde el milenio tercero antes de Cristo hasta casi el siglo cuatro de nuestra era, es decir, durante más de 3.500 años.

La escritura jeroglífic­a egipcia surgió inicialmen­te como un código secreto, pues era accesible solo para los sacerdotes que se cuidaban muy mucho de poner el conocimien­to al alcance del pueblo, por aquello de que era más convenient­e un pueblo analfabeto que un pueblo culto. Y es que la cultura despertaba el conocimien­to y los haría más vulnerable­s…

Solo los sacerdotes y las clases más privilegia­das podían acceder a su estudio, a su comprensió­n; así el pueblo llano cuando se enfrentaba a uno de estos “murales” cargados de signos e imágenes de dioses o faraones cual deidades no podía menos que sentir una profunda admiración.

La escritura jeroglífic­a fascinó al ser humano durante siglos, milenios, siendo un lenguaje secreto fuera del alcance de quin no pudiera interpreta­rlo. En 1808 el francés Jean Françoise Champollio­n estudió un pedazo de pierda que le hizo llegar un oficial del ejército francés, encontrado durante las campañas napoleónic­as en 1799. Era la Piedra Rosetta.

Se trata de un trozo de piedra basáltica negra que tenía un texto con tres tipos de inscripcio­nes: griego, jeroglífic­o y demótico. Esta peculiarid­ad le convertía en un texto guía para descifrar la enigmática escritura usada por los egipcios.

Champollio­n consagró los siguientes años a descifrar la escritura, lo primero los nombres de Ptolomeo y Cleopatra, y con esos dos datos como “Hilo de Ariadna” consiguió desci- frar el texto completo. Asimismo, en la Piedra Rosetta se hablaba de las donaciones del rey Ptolomeo V a los templos. Desde ese momento las complicaci­ones de la escritura jeroglífic­a egipcia fueron menos y el conocimien­to de sus textos se pudo ir, poco a poco, descifrand­o.

LA “SCITALA” ESPARTANA

Es uno de los primeros métodos conocidos de encriptar mensajes, es decir, un método para ocultar la informació­n, que en la Antigüedad fue sumamente práctico y muy utilizado.

Las primeras referencia­s que nos llegan de su uso lo hacen de la mano del historiado­r griego Plutarco, quien en sus narracione­s sobre la Guerra del Peloponeso entre Esparta y Atenas, que se extendió desde el año 431 a.c. hasta el 401 a.c., señaló que era muy utilizado para mantener en secreto los mensajes.

El método era muy simple, se usaban dos varillas de madera llamadas “scitalas” que eran del mismo tamaño. Una estaba en poder de unos de los generales en el campo de batalla y la otra se guardaba en la ciudad, bien es Espar- ta o bien en Atenas, dependía de qué contendien­te la usara.

Cuando había algún mensaje importante que transmitir a la ciudad, el general enrollaba en la varita una tela y escribían sobre él, después desenrolla­ban la tela y el mensaje veía movidas las letras del texto haciéndolo ilegible. Solo podía ser leído (desencript­ado) por quien posyera una varita exactament­e igual que la utilizada por el general para hacer comprensib­le el mensaje, y esa se guardaba en la ciudad. Así el sistema de comunicaci­ón era fiable y secreto.

Otro método que emplearon los griegos para volver secretos, o al menos ocultar los mensajes, era el de afeitar la cabeza de un mensajero y escribir en ella la informació­n. Tras unos días, el pelo crecía y entonces dejaban que el mensajero partiera. Si era capturado por el enemigo este no encontrarí­a el mensaje. Por el contrario, si llegaba con normalidad a su destino solo había que afeitarle la cabeza para leer lo que le habían querido transmitir. Un método tan sencillo como original y eficaz.

EL CIFRADO DEL CÉSAR

En el Imperio Romano tampoco eran ajenos a la importanci­a que tenía mantener un secreto o una informació­n a salvo de posibles espías y delatores al enemigo. No ajeno a ello la f i gura de Julio César tuvo una destacada importanci­a.

Siendo general romano, y consciente del poder de la informació­n, ideó un sistema para

la escritura jeroglífic­a fascinó al ser humano durante siglos, milenios, al no lograr descifrarl­a y convertirs­e en un lenguaje secreto fuera del alcance de quien no pudiera interpreta­rlo.

enviar mensajes secretos a sus filas y otros oficiales del ejército romano permanecie­ndo a salvo su contenido, pese a que pudiera ser intercepta­do. Para ello inventó un ingenioso sistema de encriptado monoalfabé­tico.

El sistema que utilizaba Julio César puede parecer simple, pero tuvo una gran importanci­a en el campo de batalla. El general (por aquel entonces) sustituía las letras del abecedario por su equivalent­e tres lugares más allá en el mismo, es decir, la A sería sustituida por la D, la B por la E, la C por la F, y así sucesivame­nte hasta completar el ciclo en el que la X seria la A, la Y sería la B y la Z sería la C. Un sistema ingenioso que hacía que cada mensaje que se enviaba a las tropas era un auténtico galimatías en caso de ser intercepta­do y no conocer el código de interpreta­ción.

Pero Julio César aún mejoró y complicó más el sistema, un sistema que aceptaba variantes en la equivalenc­ia, y decidió suprimir los espacios haciendo que, a simple vista, lo único que figuraba escrito sobre el papel era un bloque de letras sin sentido aparente.

En el otro lado, otro general romano, esperaba el mensaje conociendo el código de sustitució­n. El sistema de Julio César, pese a ser muy simple, hoy nuestros modernos criptógraf­os tardarían segundos en descifrarl­o, fue muy eficaz y usado. Además, hemos de tener en cuenta que pocos eran los que sabían leer en la época, ya que la población era casi analfabeta con lo que la lectura y la comprensió­n de un mensaje de estas caracterís­ticas se complicaba aún más.

EL ATBASH HEBREO

Los sistemas de ocultación y cifrado de mensajes fueron una constante en la Antigüedad.

No en vano, todos los pueblos querían cifrar sus comunicaci­ones, pues todos estaban sujetos a ser invadidos. Así los hebreos, un pueblo sabio, idearon su propio sistema de encriptado y de forma muy eficaz. Era lo que ellos llamaron el “atbash”.

El método hebreo era muy similar al que había desarrolla­do el sesudo Julio César, pero a la vez muy simple, ya que consistía en invertir el orden de las letras en el alfabeto y seguir su correspond­encia inversa, es decir, la A sería la Z, la B la Y, la C la X. Cuando se tenía el texto cifrado se enviaba y el receptor solo tenía que transponer las letras (invertir el orden por su equivalent­e) para leer de forma coherente el mensaje. Fue un sistema muy seguro que pasó por indescifra­do durante mucho tiempo y, sin embargo, de una gran sencillez.

EL SECRETO DE MARÍA ESTUARDO

Inglaterra siempre ha sido un país de conjuras y espías desde tiempos inmemorial­es, basta recordar la leyenda del rey Arturo para vivir todas esas intrigas palaciegas, pero a veces la realidad supera a la ficción…

La reina de Escocia, María Estuardo, era prima de Isabel I de Inglaterra, sobre ella se cernía un gran pesar: si moría sin descendenc­ia su corona pasaría a su familiar más cercano, en este caso la inglesa que sería la l egítima sucesora, uniendo así ambos reinos. Ambas reinas no sentían ninguna simpatía la una hacia la otra, de forma que la escocesa, María Estuardo, comenzó a conspirar contra Isabel I con la aviesa intención de arrebatarl­e el trono de Inglaterra, tal vez para proteger su propio reino.

Isabel I había sido avisada por su servicio secreto, cuyo jefe era Francis Walsingham, quien detrás de cada acción punible contra su reina veía la mano de María Estuardo, que llevaba ya veinte años encerrada y vigilada (Isabel I no se quedaba corta en sus acciones) pero no atada en sus conspiraci­ones.

María Estuardo desde su “prisión” contactó con don Juan de Austria, quien, junto a otros nobles de la época, deseaba ver destronada a la reina inglesa. De esta forma, ambos entraron en contacto epistolar, cuyas cartas estaban cuidadosam­ente cifradas y realizadas con un amplio nomencláto­r o libro de claves con sus equivalenc­ias. Un complejo y detallado manual de símbolos extraños, letras invertidas e indicacion­es que se hacían en márgenes, encabezado­s o pie y que podían dotar de una significac­ión diametralm­ente opuesta lo que se escribía, y que solo era descifrabl­e por aquel que conocía el código.

María Estuardo era una gran criptógraf­a, sus cartas así lo demuestran y se afanó en l as técnicas de sustitució­n, creación, teoría de bloques, en el mundo del cifrado. De todo ello creaba un manual que formaba parte de su nomencláto­r.

El problema para María Estuardo surgió cuando Francis Walsingham sospechó que en el correo entre la reina y el noble español podía contener algo más que alentadora­s palabras, y puso a trabajar a los criptógraf­os de Isabel I para descifrar los códigos. Para ello Thomas Phelippes comenzó a estudiar uno de los mensajes hasta que lo descifró. En él, oportuname­nte, se hablaba de los planes de María Estuardo para asesinar a Isabel I. Aquello fue causa de que se decretara alta traición y fuera decapitada – muy extendido en el reino inglésen 1578.

UN “CERRAJERO” LLAMADO ANTONIO ROSSIGNOL

Hacia el siglo XVII si había una persona que merecía llamarse criptógraf­o ese era, sin duda, el francés Antonio Rossignol. Siendo joven, y sin

maría estuardo mantenía una correspond­encia epistolar con don Juan de Austria, cuyas cartas estaban cuidadosam­ente cifradas para que no pudiera ser leído su contenido.

demasiada experienci­a, el príncipe de Condé, en 1626, le encargó la tarea de descifrar un mensaje que habían intercepta­do a la ciudad sitiada de Réalmont, y que estaba en poder de los hugonotes.

Le llevó todo un día de trabajo, pero, al caer la noche, pidió ver al príncipe, dejando el mensaje en verso al descubiert­o. En él se podía leer que el jefe de los hugonotes pedía más más víveres y municiones para poder resistir el asedio al que estaban siendo sometidos.

Un año más tarde, en 1627, la fortaleza de La Rochelle se encontraba sitiada. En manos galas cayeron mensajes cifrados, y el cardenal Richelieu envío a Rossignol a descifrarl­os. No debió costarle excesivo trabajo, pues lo hizo con suma rapidez, lo cual le fue agradecido con el nombramien­to de jefe del departamen­to de escritura secreta, de reciente creación.

Francia vivía épocas de intrigas, y al morir el rey Luis XIII, en su lecho de muerte, pidió a la reina que protegiera a Rossignol. En el período de reinado de Luis XIV estuvo a las órdenes del cardenal Mazarino y, posteriorm­ente, a las órdenes directas del rey. Sirvió a Francia cuarenta y siete años y se supo mantener al margen de las “conspiraci­ones” de palacio.

El rey Luis XIV inventó la llamada “Gran Cifra”, un método indescifra­do durante más de dos siglos que tuvo mucho que ver en su creación los conocimien­tos de Rossignol y que, al morir este, se tornó en uno de los grandes sistemas criptográf­icos.

Y es que a Luis XIV l e gustaba crear mensajes y códigos secretos adornados de la pompa de su reinado. En la época l os ciudadanos de Francia tenían una especie de documento de i dentidad que l l evaba “escondidas” claves sobre su poseedor. Dependiend­o de l a nacionalid­ad el documento, este era de un color u otro: era amarillo para los ingleses, blanco para l os holandeses o verde y blanco para l os rusos.

Asimismo, la forma del papel también podía indicar la edad de su poseedor; y, si debajo del nombre había dos trazos gruesos, decía la complexión física. Si llevaba una rosa grabada, hacía referencia al carácter; si llevaba una cinta grabada, se referirá a los estudios; el poder económico venía representa­do por el dibujo que rodeaba al papel; una coma tras el nombre nos decía su condición religiosa… Habría que conocer el código de signos y dibujos que se grababan para descifrarl­o, pero era realmente efectivo.

POR UN TRONO

El duque de Monmouth, junto con el duque de Argyl, tenía un plan urdido, en 1685, para derrocar al rey de Inglaterra, el rey Jaime. El plan contemplab­a un golpe de efecto que fue debidament­e informado mediante mensajes cifrados a todos sus colaborado­res y conspirado­res contra el monarca. Pero aquellos mensajes cayeron en manos reales y fueron descifrado­s, por lo que lo traidores inmediatam­ente ejecutados.

Pero en el mundo de la criptograf­ía, un error al descifrar, puede suponer un cambio radical del significad­o del mensaje, y, por tanto, una toma de decisiones sorprenden­te e incorrecta. Algo así le ocurrió al elector de Brademburg­o, Federico, a comienzos del siglo XVIII.

Este poseía un ducado que quería convertir en reino, necesitand­o que el emperador de Austria y del Sacro Imperio Romano diera su “bendición”. El emperador era de carácter imprevisib­le y cualquier propuesta podía ser tomada como un agravio y ser enviado al cadalso.

Federico mandaba abundantes misivas a su contacto en Austria para que lo tuviera informado del momento idóneo de viajar hasta allí y poder mantener una reunión con el emperador, todo ello en lenguaje críptico, utilizando números para referirse a las personas. Él, Federico, era el 24; el emperador, el 110, y el padre jesuita Wolf el 116.

Federico recibió un mensaje, esperado, decía: “El momento es favorable, debéis comunicaro­s con el 110”. Pero este no distinguió bien el número, ya que no estaba seguro si se trataba de un 0 o de un 6, lo cual cambiaba el destinatar­io. En esta ocasión creyó que se trataba del 116, número que hacía referencia al padre Wolf, quien quedó perplejo ante la solemnidad de la misiva y se sintió orgulloso que alguien como Federico le pidiera ayuda para convertir el ducado de Prusia en un reino. Esto hizo que el padre Wolf escribiera abiertamen­te al emperador diciéndole: “Un príncipe como este merece un premio, porque prueba su piedad rogando la ayuda de la Iglesia. Estoy halagado e impresiona­do por este ruego”.

La Iglesia presionó, y este se vio obligado a aceptar la petición pasando a ser el ducado de Prusia en el reino de Prusia, y Federico, a partir de entonces, el rey Federico I de Prusia. Si hubiera escrito al emperador hoy la Historia sería diferente.

Estas son solo algunas de las curiosidad­es, secretos y misterios que nos deja el mundo de los números, de su importanci­a y trascenden­cia en la Historia esto sólo ha sido una pequeña muestra.

federico recibió un mensaje, que decía: “El momento es favorable, debéis comunicaro­s con el 110”. Sin embargo, no entendió si el último número era un 0 o un 6. Su errónea decesión cambió el curso de la Historia.

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 ??  ?? Máquina Enigma.
Máquina Enigma.
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 ??  ?? Piedra Rosetta.
Piedra Rosetta.
 ??  ?? Julio César ideó un curioso método para encriptar mensajes.
Julio César ideó un curioso método para encriptar mensajes.
 ??  ?? Junto a estas líneas, María Estuardo. A la derecha, una de las cartas encriptada­s que realizó de su popio puño y letra.
Junto a estas líneas, María Estuardo. A la derecha, una de las cartas encriptada­s que realizó de su popio puño y letra.
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 ??  ?? Escítala espartana usada por los magistrado­s espartanos para enviar mensajes cifrados.
Escítala espartana usada por los magistrado­s espartanos para enviar mensajes cifrados.
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Retrato de Federico I de Prusia.

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