EFERVESCENCIA COLECTIVA
Una investigación de campo realizada en San Pedro Manrique, y publicada en 2011, a cargo de un equipo multidisciplinar vinculado con la Universidad Técnica de Dinamarca, revela la existencia de una sincronización en la frecuencia cardíaca entre los sampedranos que cruzan el fuego y sus allegados más próximos presentes en el escenario.
Tal y como se refleja en un gráfico, los espectadores vinculados afectivamente con los pasadores de las brasas – comparados con un grupo de control (espectadores no vinculados afectivamente)–, experimentan similares ritmos de excitación en su cardiograma.
Para los investigadores daneses, este hallazgo adquiere relevancia al traducir a términos biológicos cuantificables la teoría de la efervescencia colectiva formulada por Émile Durkheim (1858-1917), uno de los padres de la sociología moderna. Según Durkheim, aquellos rituales que implican experimentar sensaciones extremas desempeñan una función primordial en el mantenimiento de una comunidad: contribuyen a reforzar la cohesión entre sus miembros y su integración dentro del grupo.
Tal y como anticipaba Durkheim en su ensayo Las formas elementales de la vida religiosa (1912): “El solo hecho de congregarse significa un estímulo sumamente poderoso. Una vez que los individuos se reúnen, se genera una especie de ‘electricidad’ en su cercanía que los eleva rápidamente a una extraordinaria exaltación… Probablemente porque una emoción colectiva no puede expresarse de otra manera sin que exista una armonía y unísono en el movimiento, los gestos y los gritos tienden a encauzarse en un mismo ritmo y regularidad”.