Mas Alla (Connecor)

edgar cayce

el profeta durmiente Con permiso de Benjamín Solari Parravicin­i y Baba Banga, el Profeta más conocido e influyente del siglo XX fue edgar Cayce. este vidente y psíquico estadounid­ense, tras entrar en un estado de trance autoinduci­do, era capaz de diagnost

- texto Óscar Fábrega

Edgar Cayce nació el 18 de marzo de 1877 en el seno de una familiar de granjeros que vivía al sur de Hopkinsvil­le ( Kentucky, EE. UU.). Su madre, Carrie Elizabeth, recordaba que, siendo un niño, Edgar jugaba con unos seres invisibles a l os que llamaba “la pequeña gente” y que hablaba con su difunto abuelo. Pero su primera experienci­a mística tuvo lugar en mayo de 1889, a l os doce años, cuando se l e presentó una señora con alas que l e dijo que sus oraciones serían respondida­s y que l e podía ayudar a ser lo que quisiese. El joven dijo que le gustaría ayudar a la gente, especialme­nte a los niños enfermos.

Hasta ese momento, Cayce había mostrado graves problemas para aprender sus l ecciones del colegio, pese a la insistenci­a de su padre, Leslie Burr Cayce, que solía esforzarse en hacerle comprender y memorizar. Pero, al día siguiente de este primer episodio sobrenatur­al, y ante la frustració­n de su padre que era incapaz de conseguir que deletrease correctame­nte, el joven escuchó de nuevo la voz de la dama del día anterior, que l e instó a que durmiese, con la promesa de que “ellos” l e ayudarían con sus tareas. Y así fue. Se echó una pequeña siesta, apoyando su cabeza sobre

el l i bro de ortografía, y cuando despertó l o había memorizado por completo. Pero por culpa de l a precaria situación económica de su familia no pudo desarrolla­r este don y tuvo que dejar sus estudios para buscarse la vida. Su primer empleo lo consiguió, a los diecisiete años, en una librería de Hopkinsvil­le.

lecturas psíquicas

En marzo de 1900, con veintitrés años, enfermó de una grave laringitis que l e hizo perder la voz y l e impidió seguir trabajando como comercial en el negocio de seguros que había montado con su padre. Así fue cómo comenzó a trabajar de aprendiz para un fotógrafo l ocal.

Apenas podía comunicars­e, excepto con l eves murmullos, hasta que en marzo de 1901 llegó a l a ciudad un hipnotizad­or l l amado Hart “The Laugh Man”, que se ofreció para intentar sanar a Cayce delante de toda una multitud congregada en la Ópera de Hopkinsvil­le. Aceptó y, después de entrar en un profundo trance, se produjo el milagro: Cayce volvió a hablar como si nada. Pero al despertars­e perdió la voz de nuevo. Así que decidieron repetir la experienci­a para ver si conseguían solucionar el problema, pero no tuvieron éxito. Hasta que un hipnotizad­or l ocal, Al Layne, se ofreció a ayudarle.

En una de las sesiones, Layne l e preguntó si podía i dentificar la causa de su mal y la forma de curarlo. Cayce dio unas i nstruccion­es muy precisas: aumentar l a circulació­n sanguínea en el área de la garganta. Y eso hizo. En pleno trance, su pecho y su garganta se pusieron de un rojo brillante y, al despertar, había recuperado la voz. Fue su primera l ectura psíquica, el 31 de marzo de 1901.

Aquello dejó sin palabras a l os lugareños. Y en poco tiempo comenzó a ser asediado por enfermos de todo el condado, convencido­s de que Cayce podía sanarles. Se mostró reacio en un principio, dado que no tenía ni i dea de medicina y que no era consciente de lo que pasaba mientras estaba en trance, pero terminó aceptando y comenzó a realizar, de forma gratuita, l o que posteriorm­ente defi- niría como “l ecturas”. Pronto se hizo popular en la zona y comenzó a recibir ofertas para entrar en el negocio de las medicinas alternativ­as.

En un primer momento, sus “pacientes” fueron l os habitantes del condado, pero conforme su fama se fue extendiend­o, comenzó a recibir solicitude­s de l ocalidades más l ejanas y de otros estados. Le sobraba con saber el nombre y la dirección de una persona para “recibir” informació­n sobre ella. Su esposa, Gertrude Evans, con la que se había casado el 17 de junio de 1903, después de un noviazgo de más de seis años, se encargaba de l eer las preguntas que recibía.

l as grandes preguntas de l a humanidad

En 1923, después de un período i nfructuoso en Texas ( fracasó en sus pretension­es de encontrar petróleo), Cayce conoció a Arthur Lammers, un i mpresor aficionado a l a metafísica y a la f ilosofía que l e animó a intentar responder algunas de las grandes preguntas fundamenta­les de la Humanidad durante sus trances: ¿ Por qué estamos aquí? ¿ Hay algo más allá de la muerte?. Cayce aceptó y comenzó a recibir informació­n de otros temas en sus l ecturas: psicología, parapsicol­ogía, reencarnac­ión, vida después de l a muerte, antiguas civilizaci­ones, i nterpretac­ión de l os sueños, percepción extrasenso­rial, aspectos inéditos de las religiones, etcétera.

En una de las sesiones, Layne preguntó a Cayce si podía identifica­r la causa de su mal y la forma de curarlo. Este dio unas instruccio­nes muy precisas, y recuperó la salud. Esta fue su primera lectura psíquica.

A partir de este encuentro, su secretaría, Gladys Davis, se encargó de taquigrafi­ar todo para dejar constancia. Gracias a estos disponemos miles de l ecturas realizadas por Cayce.

Las l ecturas de Cyace sobre las reencarnac­iones generaban un conflicto con sus creencias cristianas, hasta el punto de llegar a plantearse dejar sus actividade­s psíquicas, pero un buen día, “ellos” l e informaron de que no había conflicto… Y de camino, l a ordenaron que se mudase a Virginia Beach ( Virginia), cerca del mar, donde podría desarrolla­r sus prácticas médicas. Se instaló allí en 1925 y, por f in, se dedicó profesiona­lmente a curar a la gente.

Dos años después nació l a Associatio­n of National Investigat­ions, fundada junto a su hermano y varios inversores, y dedicada al estudio “científico” de las lecturas. Un año más tarde, el 11 de octubre de 1928, se inauguró su famoso hospital, situado en la misma playa de Virginia Beach. Pero el Crack del 29 afectó de forma severa al proyecto, y tuvo que cerrar en febrero de 1931. Unos meses más tarde, el 6 de junio, Cayce fundó la Asociación para la Investigac­ión y la Iluminació­n, dedicada a formar grupos de estudio sobre sus l ecturas más metafísica­s y la medicina holística.

Fue el mejor momento de su vida, y el más prolífico, ya que en la década de 1930, y en l os primeros años de la siguiente, realizó la mayor parte de sus l ecturas. Pero, desde agosto de 1944, su salud entró en un profundo declive. Padecía un edema pulmonar, pero un accidente cerebrovas­cular (a f inales de septiembre) le terminó confinando en la cama. Falleció el 3 de enero de 1945.

profecías cumplidas

Su mujer falleció tres meses después, el 1 de abril. Le sobrevivie­ron dos de sus tres hijos, Hugh Lynn y Edgar Evans, herederos, junto a Gladys Davis (su secretaria), de los registros de las más de 14.000 lecturas que Cayce hizo desde 1923 (hay muchas anteriores que no fueron registrada­s). La mayoría (9.603) tratan sobre la salud, pero también dedicó muchas (1.920) a los misterios de la vida ( la mente, el alma, la reencarnac­ión, la astrología, los sueños) y a otros temas, como las antiguas civilizaci­ones, el desarrollo espiritual o la importanci­a de la meditación y la oración (unas 956).

Pero si algo le hizo tremendame­nte popular, en vida, fueron sus profecías, unas sobre el futuro inmediato de la Humanidad, y otras tantas dedicadas a un futuro lejano y sorprenden­te.

A lo largo de su vida mencionó dos fuentes de las que recibía informació­n durante sus trances: las mentes–consciente­s o inconscien­tes–de los sujetos que se ponían en contacto con él, y algo que definió como la memoria universal de la naturaleza o el Libro de la Vida, que estaría formado por la unión de todos l os conocimien­tos y recuerdos, consciente­s e i nconscient­es, de l os humanos presentes y futuros, y l os de aquellos que han pasado a l os “reinos cósmicos” tras l a muerte. Sería, por l o tanto, un registro casi ilimitado, universal y eterno de sabiduría.

El parecido con l os famosos Registros Akáshicos, de Helena Petrovna Blavatsky, es más que evidente. No sería la única influencia de la teosofía en las l ecturas de Cayce.

Cayce estaba convencido del inminente advenimien­to de una nueva era de paz y conocimien­to en la que los humanos crecerían espiritual­mente, pero la llegada de esta época gloriosa vendría precedida, profetizó, por una serie de eventos apocalípti­cos que cambiarían para siempre el mundo tal y como la conocemos. Eso sí, Cayce no era determinis­ta en sus profecías y tenía claro que lo que él veía no era un futuro exacto, sino un futuro probable, si los acontecimi­entos se desarrolla­ban como hasta entonces y nadie hacía nada por cambiarlos. Sus apologista­s consideran que este es el motivo por el que gran parte de sus vaticinios no se han cumplido: hemos cambiado la Historia gracias a sus advertenci­as.

Algunas, sí se cumplieron. Por ejemplo, el 26 de febrero de 1925, Cayce dio una lectura a un joven médico que andaba preocupado por el futuro de sus inversione­s: “En las fuerzas adversas que vendrán en 1929, cuidado se debe tomar para que esto, sin la mayor discreción en las cosas pequeñas, se tome de la entidad” (lectura 2723-1). Estaba anunciando el Crack del 29 que asoló Estados Unidos y afectó a la economía mundial. Seis meses antes, en marzo de 1929, le había advertido a un corredor de Wall Street de que veía “una gran perturbaci­ón en los círculos financiero­s” (900- 425).

Un tiempo después, el 8 de febrero de 1932, realizó una de sus profecías más conocidas al anunciar que una gran catástrofe “está l l egando al mundo en 1936 en l a forma de l a ruptura de muchos poderes que ahora existen” (3976-10). Esos “poderes” eran Estados Unidos, Rusia, Japón e Inglaterra, las principal es potencias que protagoniz­aron la Segunda Guerra Mundial, junto a Alemania. No andaba desacertad­o: ese año estalló l a Guerra Civil Española, en la que Hitler y Mussolini prestaron apoyo a l os sublevados fascistas. Ambos países formaron ese mismo año el eje RomaBerlín, al que pronto se unió Japón.

No sería la última vez que hablase de esta futura contienda. El 7 de octubre de 1935, expresó l o siguiente: “Porque estos [ l os nazis] gradualmen­te harán que aumenten las animosidad­es. Y a menos que haya i nterferenc­ia

a lo largo de su vida, Cayce mencionó dos fuentes de las que recibía informació­n durante sus trances: las mentes de los sujetos que se ponían en contacto con él y algo que definió como la memoria universal.

de l o que puedan l l amar muchas fuerzas e influencia­s sobrenatur­ales, que están activas en l os asuntos de naciones y pueblos, el mundo entero, por así decirlo, será i ncendiado por l os grupos militarist­as” (416-7). El 6 de julio de 1939 anunció que Estados Unidos entraría en la guerra en 1941, y el 23 de junio de 1940 insinuó que el motivo sería la ambición desmedida de Japón. Incluso l l egó a anunciar (el 27 de abril de 1941) que l a guerra terminaría en 1945.

Además, vaticinó el papel que jugaría Adolf Hitler, aunque en un primer momento consideró que estaba dirigido por fuerzas superiores para un propósito positivo, “no solo en los asuntos de una nación, sino también en los asuntos del mundo” (3976-13). Considerab­a que estaba destinado a hacer el bien siempre y cuando no se dejase arrastrar por el ego y las ansias imperialis­tas. Claro, esto lo dijo en noviembre de 1933, solo unos meses después de que Hitler fuese nombrado canciller. En futuras prediccion­es adelantó que sería derrocado por una guerra exterior y que su locura expansioni­sta le llevaría al odio y a la destrucció­n (el 25 de marzo de 1938, unos meses antes de la invasión de Polonia).

Vaticinó, en varias ocasiones, que el pueblo judío regresaría a su Tierra Prometida, y hacia 1940, cuando el mundo ya conocía l a persecució­n antisemita de l os nazis, planteó que, aunque este trance fuera doloroso, en realidad era parte de las piezas que tenían

que moverse para que se cumpliese su profecía. Como bien sabrá el l ector, el 14 de mayo de 1948 se fundó el estado de Israel.

El 28 de abril de 1936 anunció que Estados Unidos, tras el f in l a guerra, se convertirí­a en el garante de la democracia internacio­nal y en el necesario contrapeso de l as “fuerzas destructiv­as que surgirán en esas partes del mundo” (261-21). Y en una lectura del 13 de agosto de 1941 contempló la llegada de una institució­n que iba a representa­r a todos l os países de la Tierra y que sería la encargada de coordinar el advenimien­to de “un nuevo orden de paz”, cuatro años antes de que existiese oficialmen­te la ONU.

Predijo, incluso, su propia muerte, el 17 de septiembre de 1944, cuando vaticinó lo siguiente: “Todo está arreglado; tengo que ser curado el viernes 5 de enero”. Así fue. Falleció el día 3, pero fue enterrado dos días más tarde.

Cayce pudo ver cómo se cumplían casi todas estas profecías. Otras se cumplieron, supuestame­nte, después de su muerte. Por ejemplo, el 16 de junio de 1939 predijo la muerte de un presidente después de unos disturbios: “Debéis tener turbulenci­as, tendréis disputas entre el capital y el trabajo. Debéis tener una división en vuestra propia tierra antes de que haya un segundo presidente que no vivirá en su oficina” (3976-2). Hubo dos presidente­s que murieron en el cargo después de este anuncio: Franklin D. Roosevelt (12 de abril de 1945) y John Fitzgerald Kennedy (22 de noviembre de 1963). Con matices, tras el asesinato de este último, el país entró en una espiral de protestas por la intervenci­ón estadounid­ense en Vietnam.

profecías por cumplir

Sin embargo, Edgar Cayce no siempre acertó. Por ejemplo, no atinó cuando afirmó en 1939 que cincuenta años más tarde, hacia 1989, l os fenómenos psíquicos y paranormal­es serían aceptados y estudiados por la ciencia. Ni acertó con su predicción de que se iba a producir una inversión de los polos “de modo que donde haya habido un lugar frío o semitropic­al se volverán más tropicales, y crecerán musgos y helechos. Y esto comenzará en el período entre 1958 y 1998, cuando este será proclamado como el período en que su luz se verá de nuevo en l as nubes” (3976-15). Se han producido l i geros desplazami­entos en l os polos magnéticos, sí, pero nada fuera de l o normal.

Tampoco parece acertada su advertenci­a de que China “será un día l a cuna del cristianis­mo”, como anunció el 22 de junio de 1944.

Sí que es cierto que predijo la existencia de Plutón, al que llamó “Vulcano”, en una l ectura efectuada el 15 de mayo de 1925, cinco años antes de su descubrimi­ento “oficial” a manos de Clyde Tombaugh. Pero tampoco era nada sorprenden­te. A principios del siglo XX, el famoso Percival Lowell estuvo buscándolo con sus potentes telescopio­s. Curiosamen­te, en 1915 tomó dos fotografía­s de Plutón, pero no l o supo i dentificar.

Cayce predijo en varias ocasiones que llegaría el día en el que se produciría el descubrimi­ento de tres lugares en los que los antiguos atlantes, antes de su desaparici­ón, escondiero­n sus archivos y registros secretos – Cayce dedicó a la Atlántida cientos de lecturas–. Uno estaría en la zona del Yucatán, otro en un punto indetermin­ado del mar Caribe y el ter-

edgar cayce PUDO Ver cómo se cumplían casi todas las profecías que había pronostica­do. Otras se hicieron realidad, supuestame­nte, después de su muerte, aunque existen dudas sobre su veracidad.

cero, cerca de la Gran Pirámide: “Un registro de la Atlántida desde los comienzos de aquellos períodos en que el Espíritu tomó forma […] se encuentra entre las patas de la Esfinge, que luego se estableció como centinela o guardia, y al que no se puede ingresar desde las cámaras de conexión desde la pata de la Esfinge (pata derecha) hasta que se haya cumplido el tiempo cuando los cambios deben estar activos en esta esfera de la experienci­a del hombre” (378-16; 29 de octubre de 1933). Es decir, esos sorprenden­tes archivos serían descubiert­os cuando se produjese el anunciado renacer espiritual de la humanidad. Por ahora no se ha producido.

También afirmó (el 12 de septiembre de 1936) que en un futuro cercano se iba a descubrir una ciudad perdida en el desierto del Gobi, ciudad en la que “se encontrará­n ascensores elevadores y el automóvil eléctrico de una línea” ( 877-11).

El 30 de junio de 1932, anunció que en 1998 se produciría la segunda venida de Jesús. Un año más tarde, el 6 de agosto de 1933, matizó que volvería como un ser humano y con el mismo cuerpo que la última vez: “Porque él vendrá como lo habéis visto ir, en el cuerpo que ocupó en Galilea” (5749- 4). No sabemos si esto ha pasado o no. De ser cierto, Jesús tendría ahora unos veinte años.

No se ha cumplido todavía su profecía de que una serie de erupciones volcánicas provocaría­n terremotos y tsunamis e inundarían la costa oeste de Estados Unidos después de 1998, fecha de la segunda venida de Jesús y el desplazami­ento de los polos. Ni se ha producido el deshielo de los casquetes polares que anunció, al menos no de manera tan dramática, ya que Cayce profetizó (el 13 de agosto de 1941), que“loquea hora es la línea costera de muchas tierras será el lecho del océano .[…] Parte de la actual costa este de Nueva York, o la ciudad de Nueva York, desaparece­rán en su mayor parte. Esto será en otra generación, sin embargo, porciones del sur de Nueva York, Carolina y Georgia desaparece­rán mucho antes. Las aguas de los[ Grandes] Lagos desembocar­án en el Golfo[ de México ]”(1152-11).

Según Cayce, las únicas tierras seguras del país serían las del medio- oeste, los estados al oeste de los Apalaches y los de las Grandes Planicies.

Unos años antes, el 19 de enero de 1934, había ido mucho más allá al afirmarlo siguiente: “La mayor parte de Japón debe ir al mar. La parte superior de Europa cambiará en un abrir y cerrar de ojos. La tierra aparecerá en la costa este de América. Habrá re vueltas en el Ártico yen la Antártida ”(3976-15).

Queda por saber si se cumple su previsión (anunciada el 29 de junio de 1936) de que volvería reencarnad­o en el año 2158 en la Nebraska del futuro.

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Para provocar sus estados de trance, Edgar Cayce se tumbaba, por lo que era conocido como “El profeta durmiente”.
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La mujer de Edgar Cayce era la encargada de tomar nota de sus lecturas psíquicas.
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Cayce estaba convencido de la existencia de una “memoria universal”. A la derecha, Helena Blavastky.
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Una de las sesiones de Edgar Cayce.
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Edgar Cayce dedicó a la Atlántida cientos de lecturas.
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