los dioses de tartessos
La primera civilización de la Península ibérica.
El estudio de la CULTURA TARTÉSICA sigue siendo uno de los grandes retos a los que se enfrenta la arqueología española. A pesar de todos los esfuerzos por tratar de comprender las características de esta ENIGMÁTICA CIVILIZACIÓN, es muy poco lo que sabemos de este pueblo cuya historia se sigue confundiendo con el mito. El estudio de su religión y sus dioses puede arrojar algo de luz para comprender el auténtico significado de Tartessos.
Desde f inales del siglo XX, una vez superada la imagen que los arqueólogos tenían de Tartessos como un lugar en donde l o real se mezclaba con la leyenda, y como un reino plagado de riquezas (en muchos casos relacionado con la Atlántida platónica), l os estudiosos empezaron a preocuparse por entender esta antigua civilización ( la primera de la Península ibérica).
el origen del mito
Su origen se ubicaba en l os momentos f inales del II mil enio antes de Cristo, durante el Bronce tardío, cuando las poblaciones autóctonas del sur peninsular comenzaron a recibir i nfluencias de distintos pueblos, entre ellos la cultura meseteña de Cogotas, el Bronce atlántico y más tarde de l os asentamientos fenicios situados en Cádiz, cuyo estado evolutivo y de desarrollo era superior al que se encontraron en estas latitudes. Para l os i nvestigadores el objetivo ya no era simplemente sumergirse en alguno de l os muchos secretos y enigmas que se escondían tras esta cultura que, muy a nuestro pesar, sigue siendo poco conocida, sino responder a todos l os interrogantes a l os que se l es está intentando dar respuesta.
dioses y más allá
Uno de los elementos más controvertidos, enigmáticos y apasionantes de la civilización tartésica es el que hace referencia al mundo de lo trascendente, a sus mitos y espiritualidad. El estudio de la religión tartésica, como veremos, se puede i nterpretar como un claro ejemplo de l o que fue realmente la naturaleza de este pueblo cuya esencia surge de l a unión de elementos autóctonos y foráneos.
Esto es así porque la naturaleza de l os dioses tartésicos solo podemos comprenderla como el resultado de un proceso de sincretismo religioso, entendido como la mezcla de elementos típicamente iberos y fenicios, cuya influencia fue decisiva a la hora de entender el pensamiento sobrenatural de los antiguos poblado-
res del sur peninsular desde principios del primer milenio antes de Cristo. La población prerromana de l a Península i bérica reelaboró y reinterpretó tanto l os rituales como las divinidades de origen semita amoldándolos a sus creencias ancestrales, tanto que habrían llegado a utilizar l os prestigiosos santuarios fenicios como el de Melqart en Cádiz.
Esta mezcolanza de elementos religiosos se llevó a cabo entre unos pueblos típicos de l a Edad del Bronce peninsular, con un tipo de creencias de tipo animista y con dioses relacionados con l os elementos de l a Naturaleza, y l os colonizadores orientales, poseedores de unas estructuras religiosas y una concepción del mundo de l o sobrenatural mucho más elaborada.
Los fenicios, especialmente los habitantes de Tiro, adoraban a Melqart, el dios más importante de su panteón, identificado posteriormente con Heracles por los griegos. Esta era una divinidad solar a la que, según Sirio Itálico, autor latino del siglo I d.c., se le ofrecían sacrificios cruentos (bóvidos, corderos y cerdos) e incruentos (cereales, leche o aceite). Melqart era también un dios protector de la navegación y una vez al año se le rendía culto con la celebración de unas festividades para conmemorar su resurrección (lo que le acerca al culto del dios egipcio Osiris).
Cuando llegaron a la Península Ibérica, los tirios fundaron la colonia de Gadir, y una de sus primeras actuaciones fue edificar el gran templo dedicado al dios Melqart, que con el tiempo se convirtió en la más importante infraestructura religiosa de la
LA POBLACIÓN PRERROMANA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA reelaboró y reinterpretó tanto los rituales como las divinidades de origen semita amoldándolos a sus creencias ancestrales, tanto que habrían llegado a utilizar los prestigiosos santuarios fenicios, como el de Melqart en Cádiz.
región, utilizada con la finalidad de afianzar las relaciones comerciales con los tartesios. Los fenicios atribuyeron a este dios la civilización de las tribus salvajes que vivían en el lejano Occidente, y la introducción de las leyes y el orden en todas las colonias que fundaron por el Mediterráneo.
Nuevamente nos encontramos con una idea que tiene importantes paralelismos en el ámbito mediterráneo (Osiris), aunque también en el Nuevo Mundo (Viracocha): la del dios civilizador que emprende un largo viaje para enseñar sus conocimientos a pueblos que aún viven en unas condiciones de vida típicas el pasado más remoto.
rituales
La otra divinidad importante era Astarté, asociada a la Afrodita helénica, una diosa de la fertilidad al que se l e rendía culto en diversos santuarios situados en la costa peninsular, y en l os que se ha constatado algún tipo de prostitución sagrada por parte de l as sacerdotisas y las devotas de la diosa.
A pesar de no tener ningún tipo de referencia documental, el registro arqueológico nos permite hacernos una i dea sobre l a relación que tuvieron l os tartesios con estos seres sobrenaturales, especialmente a partir de una serie de objetos rituales utilizados,
en algunos casos, para hacer l i baciones o banquetes en honor a sus dioses.
El culto a los dioses del panteón tartésico está relacionado con la existencia de una serie de objetos de culto que, como en otros sistemas religiosos, tienen una finalidad muy concreta, ya que a través de ellos, por su simbolismo y significado especial, se manifiesta la comunión entre los fieles y el mundo del Más Allá. A diferencia de lo que ocurre en otras culturas, en el caso de Tarteso no se han encontrado representaciones escultóricas de unas divinidades a las que se les rindiese culto, aunque esta misma función bien pudieron tenerla una serie de pequeñas estatuillas, como las que representan a la diosa Astarté. Sí que abundan las imágenes de dioses utilizadas como ofrendas en los santuarios tartésicos, muchas de ellas en un claro contexto fenicio, y en este caso la presencia de la diosa Astarté vuelve a tener protagonismo, siendo la ofrenda más conocida la encontrada en el cerro del Carambolo, en la que aparece la diosa desnuda y en posición sedente sobre un trono ahora desaparecido, con los pies sobre un escabel hueco. Fechada en el siglo VIII a.c. esta pieza ha sido interpretada como un objeto de importación y como curiosidad destaca la existencia de una de las más antiguas inscripciones fenicias halladas en Occidente.
La misma diosa aparece en un ajuar funerario enterrado en una tumba del siglo VI a.c. situada en Cástulo. Destacan tres figurillas de Astarté, las cuales decoran el borde de un caldero. Sobre sus cabezas llevan un lirio egipcio, siendo esta una nueva muestra de la influencia del arte egipcio en la religión tiria e indirectamente en el mundo tartésico. Sus cuerpos están cubiertos por túnicas de manga corta y el peinado recuerda al de la diosa egipcia Hathor, remontándonos a modelos del arte faraónico como los hallados en el templo de Hatshepsout, en Deir- el- Bahari. En no pocas ocasiones, estas representaciones están acompañadas por imágenes de caballos, reforzando su vinculación con una Astarté, que recibió diversos nombres en la Península ibérica.
En el Cerro del Berrueco aparecieron una serie de figuras femeninas de bronce, con cuatro alas cada una de ellas, adornadas con flores de loto, y con el peinado de Hathor. Sobre el vientre tienen una especie de disco radiado y bajo las alas inferiores un pequeño apéndice triangular. Uno de estos moldes, datados en el siglo VII a.c. apareció en la colonia fenicia de Gadir, confirmando la sospecha que ya se tenía sobre la fabricación de estas figuras en la colonia ti - ria. La diosa del Berrueco, como generalmente se le conoce, tendría sus prototipos originales
EL CULTO A LOS DIOSES DEL PANTEÓN TARTÉSICO está relacionado con la existencia de una serie de objetos de culto que, como en otros sistemas religiosos, tienen una finalidad muy concreta, ya que a través de ellos se manifiesta la comunión entre los fieles y el mundo del Más Allá.
en los delicados marfiles elaborados en el fuerte próximo oriental de Salmanasar, pero su tocado no representa a la diosa Hathor, sino a Gadesh- Ashtart- Anat, cuyo culto se extiende por buena parte de la Península ibérica. De esta diosa de la fertilidad, asociada a aves acuáticas (tan común en el arte griego arcaico), tenemos una representación en el bocado de un caballo datado en el siglo VI a.c., una pieza de bronce calada y arqueada, en la que observamos a una divinidad con peinado de Hathor y una diadema sobre la frente. Todo el conjunto se encuentra sobre una barca formada por dos prótomos (altorrelieve de un animal real o imaginario) de pato sobre cuya pate inferior cuelgan unas delicadas cadenillas.
Otros exvotos representan a guerreros, vestidos con una túnica corta ceñida por un cinturón, protegidos por un casco y con los brazos extendidos hacia el frente. Estas figuras se han vinculado con el dios oriental Hadad, dios del trueno y la lluvia que hace crecer las plantas, precursor de Zeus, aunque, según M. Almagro, representaría a un dios de la tormenta y la tempestad de origen sirio- palestino, identificado con el toro, y cuyos atributos son la lluvia y el rayo (smiting gods). La proliferación del culto a este tipo de divinidades parecería confirmarse por el hallazgo en Sevilla de una nueva figura de bronce que representa a Reshef, otro dios del rayo, cuyo culto se generaliza en Egipto.