LA CRUZ DE LAS CARABELAS
Más interesante es el hecho de que la herencia del Temple aboga en favor de una presencia templaria en ultramar. En efecto, tras la desaparición de la Orden, los templarios de España y Portugal entraron en otras órdenes religiosas, habiendo sido incluso algunas de ellas creadas para la circunstancia a fin de servirles de refugio y, de alguna forma, de brindarles la oportunidad de seguir su labor. Un gran número de ellos se reencontraron, así pues, en la Orden de Calatrava en España. En Aragón, idéntico cometido fue asignado a la Orden de Montesa. En Portugal, es la Orden de Cristo la que desempeña esencialmente dicho papel. Tras la abolición del Temple, la localidad de Tomar se convirtió en la sede de la Orden de Cristo y todos los navíos templarios del Mediterráneo que no habían sido apresados fueron a refugiarse en el puerto de Serra del Rei. Antes de partir en busca de las Indias por el oeste, Cristóbal Colón consultó los archivos de la Orden de Calatrava. Algunos autores le acusan incluso de haber ido directamente a robar documentos a Portugal. Tras lo cual, llevó a cabo una expedición, que surcó las aguas hacia las Américas a la cabeza de tres carabelas que llevaban en sus velas la cruz patada del Temple. ¿Era una manera de hacerse reconocer de lejos a su llegada? ¿De demostrar que tenían “carta blanca” para ser bien acogidos? Salvador de Madariaga, biógrafo del almirante genovés, creía que el fin secreto de la conquista de las “Américas” era encontrar en ella los suficientes metales preciosos para tener con qué subvencionar la reconstrucción del Templo de Salomón en Jerusalén. Los navíos portugueses que se lanzaron a la conquista de tierras desconocidas ostentaban, sorprendente coincidencia, el pabellón de la Orden de Cristo, el de los templarios refugiados. Fue, así pues, bajo el signo del Temple, como se llevó a cabo la epopeya de los grandes descubridores de tierras. Era el pabellón de los templarios el que adornaba la carabela de Vasco de Gama.