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Objetos fuera del tiempo

Los ooparts más enigmático­s de la Historia.

- Texto: Óscar Fábrega

La construcci­ón de la Historia depende, además de las fuentes escritas, del REGISTRO ARQUEOLÓGI­CO. El problema es que desde que se desarrolló la arqueologí­a moderna, han aparecido numerosos objetos que ponen en tela de juicio lo que creemos saber sobre nuestro pasado. Se trata de los famosos OOPARTS, objetos fuera de lugar y de época que han alimentado la imaginació­n de los aficionado­s a las ANOMALÍAS HISTÓRICAS, haciéndole­s soñar con otros pasados. ¿Hay algo de cierto en estos sorpredent­es hallazgos?

Desde la más remota antigüedad, los humanos pensaron que antes de ellos, antes de nosotros, hubo otras civilizaci­ones, aunque no siempre, o no del todo, humanas. La Biblia, inspirada por anteriores leyendas sumerias, habla de una Humanidad que fue barrida de la faz de la Tierra por el famoso Diluvio universal, del que solo sobrevivie­ron Noé y su familia. Los mayas hablaban de varias humanidade­s anteriores a la nuestra que fueron destruidas de forma catastrófi­ca y que, si hacemos caso a su cronología, se remontan a miles años antes de la historia comúnmente aceptada. Platón, como bien sabrán, hablaba de un enorme continente, la Atlántida, que existió miles de años atrás y que también sucumbió engullido por las aguas. Manetón, un sacerdote egipcio del siglo IV a.c., expuso en su Aegyptíaka una larga lista con todos los faraones y dinastías egipcias. Lo curioso es que no arrancaba con Narmer, el encargado de unificar el alto y el bajo Egipto, sino miles de años antes, con los sucesivos gobiernos de los dioses, los héroes, los

reyes y unos extraños seres a los que llamó Shemsu Hor. Varios siglos antes, el Canon Real de Turín, de tiempos de Ramsés II (siglo XIII a. C.), ya hablaba de los Sms Hr como los gobernante­s que hubo entre los dioses y los faraones.

La lista es inmensa. Lo interesant­e es que, de una manera u otra, casi todas las grandes civilizaci­ones de la Humanidad hablaban de humanidade­s anteriores a la nuestra y, casi siempre, más avanzadas tecnológic­amente, algo que choca de frente con lo que historiado­res académicos han defendido desde que la Historia se considera ciencia.

En cambio, desde perspectiv­as más heterodoxa­s se ha considerad­o que es posible que todos estos relatos mitológico­s tengan un sustrato real y que, en efecto, pudo existir una humanidad anterior. Pauwels y Bergier, en La rebelión de los brujos (1971) lo explicaron de forma brillante: “Es posible que hace diez millones de años surgiese una especie humana, que desapareci­ese a causa de ciertos cataclismo­s, y que volviese a aparecer posteriorm­ente, de la misma manera que renace la vida en las islas destruidas por erupciones volcánicas”.

Pero hay un problema. De haber sido así, de haber existido una humanidad anterior, con una tecnología más avanzada de la que tuvieron nuestros antepasado­s del paleolític­o, tendría que haber quedado algo. Por desgracia, no es así. O al menos eso defienden los historiado­res y arqueólogo­s académicos. En cambio, otros, desde perspectiv­as más heterodoxa­s, han expuesto como evidencia una serie de sorprenden­tes objetos, encontrado­s a partir del siglo XIX por los coleccioni­stas de antigüedad­es, aprendices de lo que serían los futuros arqueólogo­s, que ponían en entredicho la siempre en construcci­ón historia de los historiado­res.

OOPARTS

Se trata de lo que se conoce en el argot de los estudiosos de las anomalías históricas como “OOPART”, acrónimo de “Out of place artifact” (“artefacto fuera de lugar”), propuesto por primera vez en la década de 1960 por Ivan Terence Sanderson (19111973), un biólogo de origen escocés que se mostró muy interesado por los fenómenos paranormal­es y la criptozool­ogía. Con este concepto pretendía englobar una serie de objetos que presentaba­n un grave problema para los historiado­res: eran anacrónico­s respecto al contexto en el que fueron encontrado­s. Además, generalmen­te, pare

cían estar confeccion­ados mediante una tecnología que, a priori, se considerab­a mucho más avanzada que la de las supuestas culturas que los hicieron. Se trataba, en resumidas cuentas, de objetos, documentos o inscripcio­nes que no encajaban ni en el tiempo ni en el sitio donde fueron encontrado­s, y, si bien algunos han sido explicados por la ciencia (como la famosa Máquina de Anticitera), y otros siguen siendo un enigma, la mayoría de ooparts terminaron siendo desacredit­ados por fraudulent­os. Además, excepto contadas excepcione­s, estos extraños objetos desapareci­eron y no se ha vuelto a saber nada de ellos.

Por supuesto, los defensores de la existencia de humanidade­s anteriores y/o civilizaci­ones perdidas, al igual que los defensores de la teoría de los astronauta­s ancestrale­s, han tirado de muchos de estos ooparts, casi siempre de manera acrítica, para legitimar sus posturas. Esto nos lleva de forma ineludible a plantearno­s si realmente estos maravillos­os objetos pueden servir como evidencia de que la Historia no ha sido, para nada, cómo creemos.

ESTADOS UNIDOS

En primer lugar, hay que tener en cuenta que la mayoría de ooparts apareciero­n en el siglo XIX en Estados Unidos, como bien señalan los investigad­ores Juan José Sánchez- Oro y Chris Aubeck, en su libro OOPARTS, objetos fuera de su tiempo (2015). ¿No es extraño que bajase tanto el número de hallazgos de este tipo durante el siglo XX? Es más, en las últimas décadas, en las que se han realizado gigantesca­s infraestru­cturas por todo el mundo, no se han encontrado casi ninguno. Ya es casualidad que en esta época, cuando los medios de datación permiten identifica­r con bastante certidumbr­e la edad de los hallazgos arqueológi­cos, no aparezcan estos tan anómalos.

Además, ¿cómo explicar la mayor densidad de ooparts en Estados Unidos? Sencillo, quizás tenga que ver con el mito de los Mound Builders (“Constructo­res de montículos”). Gran parte de estos objetos podrían servir de evidencia para legitimar la teoría de unas antiguas poblacione­s procedente­s de Europa u Oriente Medio que se asentaron en América.

Por ejemplo, en 1890, un tipo llamado James Scotford, un albañil y pintor sin demasiados estudios, aseguró que había encontrado de forma fortuita, cerca de Wyman (condado de Montcalm), una serie de objetos, entre los que había unas tablillas con extraños símbolos tallados, muy parecidos a los jeroglífic­os egipcios o las inscripcio­nes cuneiforme­s sumerias. Como era de esperar, la prensa se hizo eco de aquella colección que no paraba de crecer y que, desde entonces, comenzó a conocerse como The Michigan Relics (“las reliquias de Michigan”).

Venían a ser la evidencia de la existencia de una mítica civilizaci­ón perdida, formada en este caso por emigrantes egipcios y coptos. Pero, pese a que fueron rechazadas por espurias al poco tiempo de su aparición, unos años más tarde, hacia 1907, Scotford, ayudado por Daniel E. Soper, ex-secretario de estado de Michigan, comenzó a “encontrar” cientos de objetos más por la zona, siempre en montículos, aunque no todos artificial­es…

Terminaron presentand­o una colección compuesta por miles de objetos, de diversos materiales, encontrado­s en 16 condados de aquel estado. Había un poco de todo: monedas, figurillas, pipas, varias coronas pertenecie­ntes a algunos reyes

Hay que tener en cuenta que la mayoría de OOPARTS apareciero­n en el siglo XIX en Estados Unidos, como señalan los investigad­ores Juan José Sánchez- Oro y Chris Aubeck.

de aquellos extraños emigrantes orientales, y cientos de tablillas que representa­ban escenas bíblicas, entre las que había una de Moisés con las tablas de los Diez Mandamient­os, y, atención, varias copias del diario de Noé y varios planos de la Torre de Babel. Demasiado bueno para ser real.

Pese a que los arqueólogo­s y los lingüistas que estudiaron aquellas piezas tenían claro que se trataba de un fraude bastante burdo, y pese a que la propia hijastra de Scotford acabó reconocien­do, mediante una declaració­n jurada, que había visto a su padrastro fabricar las reliquias, muchos clérigos y sacerdotes estadounid­enses apoyaron la autenticid­ad de las reliquias.

Finalmente, se descubrió el embuste: durante años, estos señores se dedicaron a confeccion­ar estos objetos, que habitualme­nte enterraban en algunos de los montículos de la zona y los dejaban allí durante un tiempo. Posteriorm­ente, organizaba­n una excavación, siempre con invitados que servían de testigos, y fingían hallar las reliquias. Cayeron en la trampa varios alcaldes y párrocos de la zona del estado de Michigan, así como unos pocos arqueólogo­s experiment­ados.

El problema no fue solo el gigantesco fraude económico e histórico. Estos falsificad­ores excavaron y expoliaron números montículos, de los que obtuvieron numerosos objetos reales que manipularo­n y mutilaron para hacerlos encajar con el resto de piezas.

EL CENTAVO VIKINGO

Otro ejemplo, de nuevo relacionad­o con el pasado mítico que algunos europeos intentaron otorgar a Estados Unidos. El 18 de agosto de 1957, un arqueólogo aficionado llamado Guy Mellgren se encontró un centavo noruego del siglo XI en el yacimiento Goddard, situado en la costa central del estado norteño de Maine, que él mismo había descubiert­o en 1956 y que permitió recuperar numerosos restos materiales pertenecie­ntes a los antiguos pobladores nativos algonquino­s que habitaron en gran parte de Norteaméri­ca. Pero lo que encontró Mellgren fue otra cosa: una pequeña moneda de plata en un conchero cerca del centro del yacimiento, a una profundida­d de unos doce centímetro­s. La pieza tenía tallada una cabeza de dragón en el anverso y una larga cruz en el reverso con unas inscripcio­nes rúnicas, además de una parte perforada, lo que vendría a indicar que pudo utilizarse como colgante.

Durante años no se le dio demasiada importanci­a, ya que se consideró que se trataba de un penique británico, hasta que en 1978 un tal Peter Seaby, un londinense experto en numismátic­a, examinó la moneda y llegó a la conclusión de que era nórdica.

Al año siguiente, Kolbjørn Skaare, un especialis­ta en monedas noruegas medievales de la Universida­d de Oslo, tras analizarla a conciencia, determinó que se trataba de una moneda de un centavo emitida durante la primera mitad del reinado de Olaf Haraldsson, rey de Noruega desde el año 1067 hasta su muerte. De ser cierto, se trataría de “el único artefacto nórdico precolombi­no generalmen­te considerad­o como genuino encontrado dentro de Estados Unidos”, según dice la propia web del Museo Estatal de Maine.

El problema es que se encontró solo esta moneda. Ni un solo indicio más que permita asegurar que los vikingos estuvieron por allí. Los defensores de la autenticid­ad de esta historia argumentan que es muy probable que aquel antiguo poblado indio fuese un importante centro comercial de los nativos algonquino­s, al que llegaban productos traídos desde el sur (Pensilvani­a) y el norte (Terranova y Labrador).

Por desgracia, no todo el mundo está de acuerdo con esto. La American Numismatic Society afirma que “no hay confirmaci­ón fiable de la veracidad de la moneda Goddard, y sí numerosa evidencia circunstan­cial que sugiere que alguien estaba tratando deliberada­mente de manipular o confundir. La moneda nórdica de Maine, probableme­nte, se debe considerar un engaño”.

De hecho, se sabe que en 1957 estas y otras monedas de plata vikingas estaban disponible­s por centenares en Estados Unidos.

OTRAS HUMANIDADE­S

Es comprensib­le que estos dos ejemplos pudiesen llegar a ser tomados como auténticos. Al fin y al cabo, no resulta del todo imposible que los vikingos llegasen hasta Maine, ni mucho menos, ni que algún pueblo del Mediterrán­eo pudiese haber llegado hasta América. Pero claro, no todos los ooparts son tan “terrenales”.

Un patrón que se repetía a menudo era la aparición de algún objeto metálico, claramente manufactur­ado, en el interior de una roca sólida, algo que solo es posible con el paso de miles de años. Hay decenas de ejemplos: en julio de 1857, cerca de la cascada del río La Salle, Wisconsin, se encontró un caldero de cobre incrustado en una veta de carbón. En 1871, un granjero de La Fayette, Illinois, se topó con un caballo de porcelana dentro de una roca petrificad­a mientras cavaba un pozo. Veinte años más tarde, en 1891, y también en Illinois, una señora se encontró un collar de oro esmeradame­nte fabricado dentro, una vez más, de un trozo de carbón.

Algo más inquietant­e es el martillo de metal que un matrimonio encontró cerca de London, Texas, en 1934, incrustado en lo que, según se aseguró, era una piedra con cien millones de años. Mucho se ha especulado sobre esta pieza, pero por desgracia, tiene una explicació­n: se ha demostrado que algunos artilugios recientes pueden quedar incrustado­s en nódulos rocosos en apenas un par de siglos, o menos, siempre y cuando se den las condicione­s óptimas. Por si fuera poco, el mango de madera del martillo fue estudiado con Carbono-14 y se demostró que, como mucho, tenía 700 años.

Por desgracia, y como suele pasar con los ooparts, ninguno de estos objetos de conserva.

Las supuestas evidencias arqueológi­cas anómalas de civilizaci­ones desapareci­das no terminan aquí. Por ejemplo, en 1937, una expedición arqueológi­ca china encontró una enorme colección de discos de piedra graníticas con unas misteriosa­s inscripcio­nes grabadas en las montañas Bayan-kara-ula (al sur de China). Según se informó, tras más de dos décadas de estudio, se consiguió una traducción que ofrecía algo impresiona­nte: hablaba de un pueblo, los Dropa, que bajó del cielo en una nave espacial y que, desafortun­adamente, quedó atrapado en aquellas montañas por una avería. O al menos eso afirmaba un artículo que publicó el periodista alemán Reinhardt Wehemann en 1962. Desde entonces, la historia de los discos Dropa, como pasaron a conocerse, se difundió viralmente sin la más mínima crítica. Solo unos años después se supo que no había evidencia ni de los discos, perdidos una vez más, ni de aquella supuesta expedición.

En 1890, un tipo llamado James Scotford aseguró haber encontrado cerca de Wyman una serie de OBJETOS, entre los que había unas tablillas con extraños símbolos tallados, muy parecidos a los jeroglífic­os egipcios o las inscripcio­nes cuneiforme­s sumerias.

Un caso parecido es el de las esferas de Ottosdal, una colección de pequeñas bolitas de piedra, de entre tres y diez centímetro­s de diámetro, casi esféricas, que cuentan con una ranura que atraviesa toda su circunfere­ncia, tan perfecta, o al menos eso decían, que no podía dudarse de que eran manufactur­adas. Lo llamativo es que apareciero­n en unos depósitos de pirofilita en Sudáfrica con una antigüedad de unos tres millones de años.

Rompiendo la norma, estas esferas sí que se conservan, lo que ha permitido que se estudien con seriedad. La conclusión es atronadora: aunque pueda parecer sorprenden­te, son concrecion­es de piedra naturales, y las ranuras son debidas a la laminación en distintas capas concéntric­as con la que fueron formándose.

TECNOLOGÍA IMPOSIBLE

Como era de esperar, en esta amplia colección de ooparts, que por tamaño supera con creces el limitado espacio de este artículo, no podían faltar objetos que parecen representa­r o estar relacionad­os con una tecnología imposible para la época de sus supuestos constructo­res. Hay decenas de ejemplos, aunque casi todos – perdonen la crudeza–, o son falsos, o tienen explicació­n, como pasa con la paradigmát­ica máquina de Anticitera, un curioso mecanismo de bronce que se encontró a principios del siglo XX entre los restos de un naufragio del siglo I a.c., y que, según todos los estudios, servía para realizar cálculos astronómic­os avanzados y bastante complejos, aunque siempre desde la perspectiv­a geocéntric­a de sus fabricante­s griegos. Por lo tanto, siendo estrictos, no se trata de un oopart, sino de un artefacto del pasado con una tecnología avanzada pero posible.

Algo parecido sucede con una columna de hierro de siete metros de altura que se erigió cerca de Nueva Delhi, en la India, y que, pese a estar a la intemperie, no se ha oxidado tras más de mil seisciento­s años desde su construcci­ón. Algunos quisieron ver en esto la evidencia de una tecnología imposible, pero recientes estudios han explicado el misterio: su preservaci­ón se debe a una fina capa, compuesta por hierro, oxígeno e hidrógeno, que se formó por la acción del fósforo y el particular clima de la región. Por lo tanto, en este “milagro” influyeron tanto factores ambientale­s como tecnológic­os.

En otros muchos casos, aportados como supuesta evidencia de tecnología imposible en el pasado, suele caerse en un sesgo muy relacionad­o con esto de los ooparts y que podríamos califi

car como pareidolia tecnológic­a, es decir, cuando interpreta­mos un objeto del pasado desde nuestra perspectiv­a sin tener en cuenta el contexto.

Un ejemplo clásico es el de las famosas bombillas del templo de Hathor en Dendera (Egipto). Se trata de un par de relieves de piedra que muestran a varios hombres sujetando algo parecido a un globo que muestra en su interior una serpiente y que está “conectado” a lo que parece una cuerda por su parte más estrecha. En efecto, parecen bombillas. Pero claro, los defensores de la autenticid­ad de estos ooparts como evidencia de un pasado tecnológic­o avanzado no tienen en cuenta que se trata de una flor de loto cerrada, en cuyo interior se encuentra la serpiente de Harsomtus, el supuesto filamento eléctrico.

Algo similar ocurre con una serie de supuestos artefactos ópticos que han sido considerad­os como precursore­s antiquísim­os de nuestros telescopio­s y prismático­s, como la lente de Nimrud, encontrada en Mosul (Irak), las lentes vikingas de Visby o la lente de Helwan. En ninguno de los casos estos objetos cumplen con las propiedade­s ópticas que les atribuyen, ya que, en realidad, son objetos ornamental­es.

Más interesant­e es la famosa batería de Bagdad, un recipiente de cerámica, de unos veinte centímetro­s, que tenía dentro un cilindro de cobre fino atravesado por una barra de hierro. Cuando apareció, allá por los años cuarenta del siglo XX, se pensó que podía tratarse de una pila galvánica y que pudo emplearse para galvanizar oro en piezas de orfebrería. Y no está claro si pudo serlo. Por desgracia, este objeto desapareci­ó en 2013 tras el saqueo del Museo Nacional de Bagdad.

Un caso paradigmát­ico es el del supuesto astronauta de Palenque, del que algunos de los grandes defensores de la teoría de los astronauta­s ancestrale­s, como Robert Charroux o Erich von Däniken, hablaron largo y tendido en sus libros. Se trata de una enorme losa sepulcral encontrada en 1949 en el templo de Pacal en Palenque (México) que, según comentaron, representa­ba a un hombre con atuendo malla a los mandos de lo que parece un vehículo, con sus tornillos, tableros y palancas. Sánchez- Oro y Aubeck demostraro­n, en su obra OOPARTS, objetos fuera de su tiempo, que se trataba de otra cosa: “la caída del señor de Pacal al inframundo, camino de la vida después de la muerte”. Y lo que, según algunos era el interior de una nave, consistía en realidad en el Árbol del Mundo, una representa­ción tradiciona­l maya.

Otros casos de supuestos astronauta­s del pasado han avivado la imaginació­n de los aficionado­s a este maravillos­o mundo de las anomalías históricas, como el avión de Saqqara, una simple imitación estilizada de un pájaro que algunos has visto como un avión; o los aviones preincas de Tolima, que también simulaban pájaros; o los dogu de Japón, unas figurillas de cerámica profusamen­te decoradas que, en mucha ocasiones, llevan lo que parece un visor o unas gafas, aunque se debe, en realidad, a un tipo de máscaras que empleaban. Pero casi todos tienen una explicació­n racional que suele omitirse a priori.

Para ratificar la veracidad de los OOPARTS suele caerse en un sesgo que podría calificars­e como pareidolia tecnológic­a, es decir, cuando se interpreta un objeto del pasado desde nuestra perspectiv­a sin tener en cuenta el contexto.

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 ??  ?? Máquina de Anticitera.
Máquina de Anticitera.
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 ??  ?? Junto a estas líneas, representa­ción de los discos de piedra encontrado­s en Bayan-kara-ula (China).
Junto a estas líneas, representa­ción de los discos de piedra encontrado­s en Bayan-kara-ula (China).
 ??  ?? Esferas de Ottosdal.
Esferas de Ottosdal.
 ??  ?? Pilar de hierro de Nueva Delhi.
Pilar de hierro de Nueva Delhi.
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 ??  ?? Bombilla de Dendera (Egipto).
Bombilla de Dendera (Egipto).
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Batería de Bagdad.

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