Objetos fuera del tiempo
Los ooparts más enigmáticos de la Historia.
La construcción de la Historia depende, además de las fuentes escritas, del REGISTRO ARQUEOLÓGICO. El problema es que desde que se desarrolló la arqueología moderna, han aparecido numerosos objetos que ponen en tela de juicio lo que creemos saber sobre nuestro pasado. Se trata de los famosos OOPARTS, objetos fuera de lugar y de época que han alimentado la imaginación de los aficionados a las ANOMALÍAS HISTÓRICAS, haciéndoles soñar con otros pasados. ¿Hay algo de cierto en estos sorpredentes hallazgos?
Desde la más remota antigüedad, los humanos pensaron que antes de ellos, antes de nosotros, hubo otras civilizaciones, aunque no siempre, o no del todo, humanas. La Biblia, inspirada por anteriores leyendas sumerias, habla de una Humanidad que fue barrida de la faz de la Tierra por el famoso Diluvio universal, del que solo sobrevivieron Noé y su familia. Los mayas hablaban de varias humanidades anteriores a la nuestra que fueron destruidas de forma catastrófica y que, si hacemos caso a su cronología, se remontan a miles años antes de la historia comúnmente aceptada. Platón, como bien sabrán, hablaba de un enorme continente, la Atlántida, que existió miles de años atrás y que también sucumbió engullido por las aguas. Manetón, un sacerdote egipcio del siglo IV a.c., expuso en su Aegyptíaka una larga lista con todos los faraones y dinastías egipcias. Lo curioso es que no arrancaba con Narmer, el encargado de unificar el alto y el bajo Egipto, sino miles de años antes, con los sucesivos gobiernos de los dioses, los héroes, los
reyes y unos extraños seres a los que llamó Shemsu Hor. Varios siglos antes, el Canon Real de Turín, de tiempos de Ramsés II (siglo XIII a. C.), ya hablaba de los Sms Hr como los gobernantes que hubo entre los dioses y los faraones.
La lista es inmensa. Lo interesante es que, de una manera u otra, casi todas las grandes civilizaciones de la Humanidad hablaban de humanidades anteriores a la nuestra y, casi siempre, más avanzadas tecnológicamente, algo que choca de frente con lo que historiadores académicos han defendido desde que la Historia se considera ciencia.
En cambio, desde perspectivas más heterodoxas se ha considerado que es posible que todos estos relatos mitológicos tengan un sustrato real y que, en efecto, pudo existir una humanidad anterior. Pauwels y Bergier, en La rebelión de los brujos (1971) lo explicaron de forma brillante: “Es posible que hace diez millones de años surgiese una especie humana, que desapareciese a causa de ciertos cataclismos, y que volviese a aparecer posteriormente, de la misma manera que renace la vida en las islas destruidas por erupciones volcánicas”.
Pero hay un problema. De haber sido así, de haber existido una humanidad anterior, con una tecnología más avanzada de la que tuvieron nuestros antepasados del paleolítico, tendría que haber quedado algo. Por desgracia, no es así. O al menos eso defienden los historiadores y arqueólogos académicos. En cambio, otros, desde perspectivas más heterodoxas, han expuesto como evidencia una serie de sorprendentes objetos, encontrados a partir del siglo XIX por los coleccionistas de antigüedades, aprendices de lo que serían los futuros arqueólogos, que ponían en entredicho la siempre en construcción historia de los historiadores.
OOPARTS
Se trata de lo que se conoce en el argot de los estudiosos de las anomalías históricas como “OOPART”, acrónimo de “Out of place artifact” (“artefacto fuera de lugar”), propuesto por primera vez en la década de 1960 por Ivan Terence Sanderson (19111973), un biólogo de origen escocés que se mostró muy interesado por los fenómenos paranormales y la criptozoología. Con este concepto pretendía englobar una serie de objetos que presentaban un grave problema para los historiadores: eran anacrónicos respecto al contexto en el que fueron encontrados. Además, generalmente, pare
cían estar confeccionados mediante una tecnología que, a priori, se consideraba mucho más avanzada que la de las supuestas culturas que los hicieron. Se trataba, en resumidas cuentas, de objetos, documentos o inscripciones que no encajaban ni en el tiempo ni en el sitio donde fueron encontrados, y, si bien algunos han sido explicados por la ciencia (como la famosa Máquina de Anticitera), y otros siguen siendo un enigma, la mayoría de ooparts terminaron siendo desacreditados por fraudulentos. Además, excepto contadas excepciones, estos extraños objetos desaparecieron y no se ha vuelto a saber nada de ellos.
Por supuesto, los defensores de la existencia de humanidades anteriores y/o civilizaciones perdidas, al igual que los defensores de la teoría de los astronautas ancestrales, han tirado de muchos de estos ooparts, casi siempre de manera acrítica, para legitimar sus posturas. Esto nos lleva de forma ineludible a plantearnos si realmente estos maravillosos objetos pueden servir como evidencia de que la Historia no ha sido, para nada, cómo creemos.
ESTADOS UNIDOS
En primer lugar, hay que tener en cuenta que la mayoría de ooparts aparecieron en el siglo XIX en Estados Unidos, como bien señalan los investigadores Juan José Sánchez- Oro y Chris Aubeck, en su libro OOPARTS, objetos fuera de su tiempo (2015). ¿No es extraño que bajase tanto el número de hallazgos de este tipo durante el siglo XX? Es más, en las últimas décadas, en las que se han realizado gigantescas infraestructuras por todo el mundo, no se han encontrado casi ninguno. Ya es casualidad que en esta época, cuando los medios de datación permiten identificar con bastante certidumbre la edad de los hallazgos arqueológicos, no aparezcan estos tan anómalos.
Además, ¿cómo explicar la mayor densidad de ooparts en Estados Unidos? Sencillo, quizás tenga que ver con el mito de los Mound Builders (“Constructores de montículos”). Gran parte de estos objetos podrían servir de evidencia para legitimar la teoría de unas antiguas poblaciones procedentes de Europa u Oriente Medio que se asentaron en América.
Por ejemplo, en 1890, un tipo llamado James Scotford, un albañil y pintor sin demasiados estudios, aseguró que había encontrado de forma fortuita, cerca de Wyman (condado de Montcalm), una serie de objetos, entre los que había unas tablillas con extraños símbolos tallados, muy parecidos a los jeroglíficos egipcios o las inscripciones cuneiformes sumerias. Como era de esperar, la prensa se hizo eco de aquella colección que no paraba de crecer y que, desde entonces, comenzó a conocerse como The Michigan Relics (“las reliquias de Michigan”).
Venían a ser la evidencia de la existencia de una mítica civilización perdida, formada en este caso por emigrantes egipcios y coptos. Pero, pese a que fueron rechazadas por espurias al poco tiempo de su aparición, unos años más tarde, hacia 1907, Scotford, ayudado por Daniel E. Soper, ex-secretario de estado de Michigan, comenzó a “encontrar” cientos de objetos más por la zona, siempre en montículos, aunque no todos artificiales…
Terminaron presentando una colección compuesta por miles de objetos, de diversos materiales, encontrados en 16 condados de aquel estado. Había un poco de todo: monedas, figurillas, pipas, varias coronas pertenecientes a algunos reyes
Hay que tener en cuenta que la mayoría de OOPARTS aparecieron en el siglo XIX en Estados Unidos, como señalan los investigadores Juan José Sánchez- Oro y Chris Aubeck.
de aquellos extraños emigrantes orientales, y cientos de tablillas que representaban escenas bíblicas, entre las que había una de Moisés con las tablas de los Diez Mandamientos, y, atención, varias copias del diario de Noé y varios planos de la Torre de Babel. Demasiado bueno para ser real.
Pese a que los arqueólogos y los lingüistas que estudiaron aquellas piezas tenían claro que se trataba de un fraude bastante burdo, y pese a que la propia hijastra de Scotford acabó reconociendo, mediante una declaración jurada, que había visto a su padrastro fabricar las reliquias, muchos clérigos y sacerdotes estadounidenses apoyaron la autenticidad de las reliquias.
Finalmente, se descubrió el embuste: durante años, estos señores se dedicaron a confeccionar estos objetos, que habitualmente enterraban en algunos de los montículos de la zona y los dejaban allí durante un tiempo. Posteriormente, organizaban una excavación, siempre con invitados que servían de testigos, y fingían hallar las reliquias. Cayeron en la trampa varios alcaldes y párrocos de la zona del estado de Michigan, así como unos pocos arqueólogos experimentados.
El problema no fue solo el gigantesco fraude económico e histórico. Estos falsificadores excavaron y expoliaron números montículos, de los que obtuvieron numerosos objetos reales que manipularon y mutilaron para hacerlos encajar con el resto de piezas.
EL CENTAVO VIKINGO
Otro ejemplo, de nuevo relacionado con el pasado mítico que algunos europeos intentaron otorgar a Estados Unidos. El 18 de agosto de 1957, un arqueólogo aficionado llamado Guy Mellgren se encontró un centavo noruego del siglo XI en el yacimiento Goddard, situado en la costa central del estado norteño de Maine, que él mismo había descubierto en 1956 y que permitió recuperar numerosos restos materiales pertenecientes a los antiguos pobladores nativos algonquinos que habitaron en gran parte de Norteamérica. Pero lo que encontró Mellgren fue otra cosa: una pequeña moneda de plata en un conchero cerca del centro del yacimiento, a una profundidad de unos doce centímetros. La pieza tenía tallada una cabeza de dragón en el anverso y una larga cruz en el reverso con unas inscripciones rúnicas, además de una parte perforada, lo que vendría a indicar que pudo utilizarse como colgante.
Durante años no se le dio demasiada importancia, ya que se consideró que se trataba de un penique británico, hasta que en 1978 un tal Peter Seaby, un londinense experto en numismática, examinó la moneda y llegó a la conclusión de que era nórdica.
Al año siguiente, Kolbjørn Skaare, un especialista en monedas noruegas medievales de la Universidad de Oslo, tras analizarla a conciencia, determinó que se trataba de una moneda de un centavo emitida durante la primera mitad del reinado de Olaf Haraldsson, rey de Noruega desde el año 1067 hasta su muerte. De ser cierto, se trataría de “el único artefacto nórdico precolombino generalmente considerado como genuino encontrado dentro de Estados Unidos”, según dice la propia web del Museo Estatal de Maine.
El problema es que se encontró solo esta moneda. Ni un solo indicio más que permita asegurar que los vikingos estuvieron por allí. Los defensores de la autenticidad de esta historia argumentan que es muy probable que aquel antiguo poblado indio fuese un importante centro comercial de los nativos algonquinos, al que llegaban productos traídos desde el sur (Pensilvania) y el norte (Terranova y Labrador).
Por desgracia, no todo el mundo está de acuerdo con esto. La American Numismatic Society afirma que “no hay confirmación fiable de la veracidad de la moneda Goddard, y sí numerosa evidencia circunstancial que sugiere que alguien estaba tratando deliberadamente de manipular o confundir. La moneda nórdica de Maine, probablemente, se debe considerar un engaño”.
De hecho, se sabe que en 1957 estas y otras monedas de plata vikingas estaban disponibles por centenares en Estados Unidos.
OTRAS HUMANIDADES
Es comprensible que estos dos ejemplos pudiesen llegar a ser tomados como auténticos. Al fin y al cabo, no resulta del todo imposible que los vikingos llegasen hasta Maine, ni mucho menos, ni que algún pueblo del Mediterráneo pudiese haber llegado hasta América. Pero claro, no todos los ooparts son tan “terrenales”.
Un patrón que se repetía a menudo era la aparición de algún objeto metálico, claramente manufacturado, en el interior de una roca sólida, algo que solo es posible con el paso de miles de años. Hay decenas de ejemplos: en julio de 1857, cerca de la cascada del río La Salle, Wisconsin, se encontró un caldero de cobre incrustado en una veta de carbón. En 1871, un granjero de La Fayette, Illinois, se topó con un caballo de porcelana dentro de una roca petrificada mientras cavaba un pozo. Veinte años más tarde, en 1891, y también en Illinois, una señora se encontró un collar de oro esmeradamente fabricado dentro, una vez más, de un trozo de carbón.
Algo más inquietante es el martillo de metal que un matrimonio encontró cerca de London, Texas, en 1934, incrustado en lo que, según se aseguró, era una piedra con cien millones de años. Mucho se ha especulado sobre esta pieza, pero por desgracia, tiene una explicación: se ha demostrado que algunos artilugios recientes pueden quedar incrustados en nódulos rocosos en apenas un par de siglos, o menos, siempre y cuando se den las condiciones óptimas. Por si fuera poco, el mango de madera del martillo fue estudiado con Carbono-14 y se demostró que, como mucho, tenía 700 años.
Por desgracia, y como suele pasar con los ooparts, ninguno de estos objetos de conserva.
Las supuestas evidencias arqueológicas anómalas de civilizaciones desaparecidas no terminan aquí. Por ejemplo, en 1937, una expedición arqueológica china encontró una enorme colección de discos de piedra graníticas con unas misteriosas inscripciones grabadas en las montañas Bayan-kara-ula (al sur de China). Según se informó, tras más de dos décadas de estudio, se consiguió una traducción que ofrecía algo impresionante: hablaba de un pueblo, los Dropa, que bajó del cielo en una nave espacial y que, desafortunadamente, quedó atrapado en aquellas montañas por una avería. O al menos eso afirmaba un artículo que publicó el periodista alemán Reinhardt Wehemann en 1962. Desde entonces, la historia de los discos Dropa, como pasaron a conocerse, se difundió viralmente sin la más mínima crítica. Solo unos años después se supo que no había evidencia ni de los discos, perdidos una vez más, ni de aquella supuesta expedición.
En 1890, un tipo llamado James Scotford aseguró haber encontrado cerca de Wyman una serie de OBJETOS, entre los que había unas tablillas con extraños símbolos tallados, muy parecidos a los jeroglíficos egipcios o las inscripciones cuneiformes sumerias.
Un caso parecido es el de las esferas de Ottosdal, una colección de pequeñas bolitas de piedra, de entre tres y diez centímetros de diámetro, casi esféricas, que cuentan con una ranura que atraviesa toda su circunferencia, tan perfecta, o al menos eso decían, que no podía dudarse de que eran manufacturadas. Lo llamativo es que aparecieron en unos depósitos de pirofilita en Sudáfrica con una antigüedad de unos tres millones de años.
Rompiendo la norma, estas esferas sí que se conservan, lo que ha permitido que se estudien con seriedad. La conclusión es atronadora: aunque pueda parecer sorprendente, son concreciones de piedra naturales, y las ranuras son debidas a la laminación en distintas capas concéntricas con la que fueron formándose.
TECNOLOGÍA IMPOSIBLE
Como era de esperar, en esta amplia colección de ooparts, que por tamaño supera con creces el limitado espacio de este artículo, no podían faltar objetos que parecen representar o estar relacionados con una tecnología imposible para la época de sus supuestos constructores. Hay decenas de ejemplos, aunque casi todos – perdonen la crudeza–, o son falsos, o tienen explicación, como pasa con la paradigmática máquina de Anticitera, un curioso mecanismo de bronce que se encontró a principios del siglo XX entre los restos de un naufragio del siglo I a.c., y que, según todos los estudios, servía para realizar cálculos astronómicos avanzados y bastante complejos, aunque siempre desde la perspectiva geocéntrica de sus fabricantes griegos. Por lo tanto, siendo estrictos, no se trata de un oopart, sino de un artefacto del pasado con una tecnología avanzada pero posible.
Algo parecido sucede con una columna de hierro de siete metros de altura que se erigió cerca de Nueva Delhi, en la India, y que, pese a estar a la intemperie, no se ha oxidado tras más de mil seiscientos años desde su construcción. Algunos quisieron ver en esto la evidencia de una tecnología imposible, pero recientes estudios han explicado el misterio: su preservación se debe a una fina capa, compuesta por hierro, oxígeno e hidrógeno, que se formó por la acción del fósforo y el particular clima de la región. Por lo tanto, en este “milagro” influyeron tanto factores ambientales como tecnológicos.
En otros muchos casos, aportados como supuesta evidencia de tecnología imposible en el pasado, suele caerse en un sesgo muy relacionado con esto de los ooparts y que podríamos califi
car como pareidolia tecnológica, es decir, cuando interpretamos un objeto del pasado desde nuestra perspectiva sin tener en cuenta el contexto.
Un ejemplo clásico es el de las famosas bombillas del templo de Hathor en Dendera (Egipto). Se trata de un par de relieves de piedra que muestran a varios hombres sujetando algo parecido a un globo que muestra en su interior una serpiente y que está “conectado” a lo que parece una cuerda por su parte más estrecha. En efecto, parecen bombillas. Pero claro, los defensores de la autenticidad de estos ooparts como evidencia de un pasado tecnológico avanzado no tienen en cuenta que se trata de una flor de loto cerrada, en cuyo interior se encuentra la serpiente de Harsomtus, el supuesto filamento eléctrico.
Algo similar ocurre con una serie de supuestos artefactos ópticos que han sido considerados como precursores antiquísimos de nuestros telescopios y prismáticos, como la lente de Nimrud, encontrada en Mosul (Irak), las lentes vikingas de Visby o la lente de Helwan. En ninguno de los casos estos objetos cumplen con las propiedades ópticas que les atribuyen, ya que, en realidad, son objetos ornamentales.
Más interesante es la famosa batería de Bagdad, un recipiente de cerámica, de unos veinte centímetros, que tenía dentro un cilindro de cobre fino atravesado por una barra de hierro. Cuando apareció, allá por los años cuarenta del siglo XX, se pensó que podía tratarse de una pila galvánica y que pudo emplearse para galvanizar oro en piezas de orfebrería. Y no está claro si pudo serlo. Por desgracia, este objeto desapareció en 2013 tras el saqueo del Museo Nacional de Bagdad.
Un caso paradigmático es el del supuesto astronauta de Palenque, del que algunos de los grandes defensores de la teoría de los astronautas ancestrales, como Robert Charroux o Erich von Däniken, hablaron largo y tendido en sus libros. Se trata de una enorme losa sepulcral encontrada en 1949 en el templo de Pacal en Palenque (México) que, según comentaron, representaba a un hombre con atuendo malla a los mandos de lo que parece un vehículo, con sus tornillos, tableros y palancas. Sánchez- Oro y Aubeck demostraron, en su obra OOPARTS, objetos fuera de su tiempo, que se trataba de otra cosa: “la caída del señor de Pacal al inframundo, camino de la vida después de la muerte”. Y lo que, según algunos era el interior de una nave, consistía en realidad en el Árbol del Mundo, una representación tradicional maya.
Otros casos de supuestos astronautas del pasado han avivado la imaginación de los aficionados a este maravilloso mundo de las anomalías históricas, como el avión de Saqqara, una simple imitación estilizada de un pájaro que algunos has visto como un avión; o los aviones preincas de Tolima, que también simulaban pájaros; o los dogu de Japón, unas figurillas de cerámica profusamente decoradas que, en mucha ocasiones, llevan lo que parece un visor o unas gafas, aunque se debe, en realidad, a un tipo de máscaras que empleaban. Pero casi todos tienen una explicación racional que suele omitirse a priori.
Para ratificar la veracidad de los OOPARTS suele caerse en un sesgo que podría calificarse como pareidolia tecnológica, es decir, cuando se interpreta un objeto del pasado desde nuestra perspectiva sin tener en cuenta el contexto.