Mas Alla (Connecor)

Las hierbas de las brujas

¿Qué plantas utilizaban para sus hechizos y ungüentos mágicos?

- Texto: Raquel Berenguel y Óscar Fábrega (historiado­res)

En la Antigüedad, las BRUJAS o HECHICERAS no permanecía­n escondidas entre las sombras, sino que eran personajes populares y ejercían sus actividade­s en ambientes urbanos. Eran requeridas para sus servicios no solo por las clases más bajas de la sociedad, sino también por los ricos y poderosos. Algunas, como Simeta, Canidia o Erichto eran expertas en fabricar artículos de cosmética femenina, además de practicar la CURANDERÍA y de contar con algunas dotes de adivinació­n. Pero también preparaban POCIONES que despertaba­n la pasión erótica, o levantaban amarres amorosos, y practicaba­n abortos mediante UNGÜENTOS e infusiones. Para elaborar tales remedios debían poseer un CONOCIMIEN­TO PROFUNDO de los ingredient­es naturales que usaban y sus efectos.

Es a partir de la alta Edad Media, con el triunfo del cristianis­mo, cuando la f i gura de la bruja sufre una importante transforma­ción y comienza a desarrolla­rse en ámbitos rurales, donde la despoblaci­ón era notoria y el cristianis­mo llegaba de una manera deformada – en los primeros siglos, la población rural de gran parte de Europa ni siquiera se había convertido al cristianis­mo– y tenía que competir con l os cultos ancestrale­s tradiciona­les. En este marco, las brujas o hechiceras comenzaron a actuar al margen de la sociedad; eran temidas y despreciad­as, aunque era habitual acudir a ellas cuando necesitaba­n de sus conocimien­tos; y sus remedios y hechizos se fueron complejiza­ndo de forma paulatina, aunque siempre asociados a rituales y a creencias religiosas cercanas al animismo.

En este estudio sobre las sustancias que empleaban las brujas nos centraremo­s en la época comprendid­a entre la baja Edad Media y l os primeros siglos de la Edad Moderna, es decir, entre el siglo XII y el siglo XVII, desde la fundación del tribunal de la Santa Inquisició­n en 1184, en la zona del Languedoc, para luchar contra la herejía cátara o albigense, hasta el incipiente desarrollo de la futura medicina racional, en l os albores de la Ilustració­n. Por supuesto, la Inquisició­n persiguió sistemátic­amente las prácticas de las hechiceras y brujas, ajustician­do a cientos de ellas – miles en las zonas en las que triunfó la reforma luterana–, y contando con la inestimabl­e ayuda de los propios lugareños, que no dudaban de acusarlas de adorar el diablo o de protagoniz­ar hechos sobrenatur­ales por el simple motivo de no sentirse satisfecho­s tras contratar sus servicios.

¿FARMACOPEA CIENTÍFICA?

Entrando en materia, las brujas consumían algunas drogas procedente­s de plantas para conseguir l os ansiados estados de ensoñación que protagoniz­aban en sus rituales brujeriles, además de usarlas como ingredient­es de sus compuestos medicinale­s, como afrodisíac­os o para fabricar sus hechizos y maleficios. Este saber sobre l os poderes y efectos de determinad­as hierbas, f l ores y frutos se pasaba de generación en generación y se fue desarrolla­ndo a modo de ensayo- error, perfeccion­ándose la técnica hasta el punto de convertirl­as en auténticas pioneras de la posterior farmacopea científica, que en muchos casos bebió de aquellos saberes ancestrale­s de las brujas.

Las BRUJAS empezaron a actuar al margen de la sociedad. Eran temidas y despreciad­as. Sus remedios y hechizos se fueron haciendo cada vez más complejos de forma paulatina, aunque siempre asociados a rituales y a creencias religiosas cercanas al animismo.

Los estupefaci­entes más empleados, elementos básicos de sus untos y potajes, eran l os alucinógen­os clásicos contenidos en plantas de la familia de las solanáceas, como la belladona, el beleño y el estramonio, mayoritari­amente usados en la Europa central; la escopelia, empleada en las zonas más orientales del continente; o la mandrágora, caracterís­tica del área mediterrán­ea.

Para obtener sus principios activos (alcaloides como la atropina, la hiosciamin­a y la escopolami­na, muy frecuentes en las plantas de la familia de las solanáceas, que producen efectos narcóticos y alucinógen­os), cocían las hojas y bebían la infusión, o se dejaban secar para después fumar o aspirar el humo; o bien las introducía­n en sus ungüentos, mezclando el agua de la cocción de las plantas con algún tipo de grasa animal ( gatos, l obos), o con grasa de niños recién nacidos; ungüentos que solían aplicarse en la frente, bajo los brazos, en la zona de las axilas, en la nuca, en las muñecas, en las palmas de las manos, en la entrepiern­a o por todo el cuerpo. Usadas así eran menos tóxicas y era más fácil contralar la dosis.

Surge así el mito de las escobas voladoras de las brujas. Era práctica habitual untar l os palos de las escobas con estas pomadas y ungüentos para poder así aplicarlo en las membranas vaginales o por el ano (en el caso de l os brujos), entrando así en el torrente sanguíneo y provocando una depresión del sistema nervioso central y la entrada en un trance alucinator­io similar al de algunos sueños muy lúcidos que, en ocasiones, l es llevaba a creer que l evitaban y volaban. Eran tan vívidas las sensacione­s experiment­adas durante estos trances que algunas brujas juzgadas por la Inquisició­n llegaban a afirmar, sin la más mínima duda, que en efecto podían volar.

Por supuesto, estos ungüentos también producían un intenso efecto afrodisíac­o y una notable hipersensi­bilidad en l os órganos sexuales.

LAS HIERBAS DE LAS BRUJAS

La relación de drogas asociadas a las prácticas brujeriles o de hechicería excede con mucho las pretension­es de este artículo, pero una breve descripció­n nos permitirá val orar el nivel de conocimien­to sobre estas sustancias que llegaron a tener las antiguas brujas.

Una de las principale­s hierbas que empleaban era la belladona, llamada coloquialm­ente droga de las brujas, la Atropa belladona – aunque en el sur de España se da otra variedad llamada Atropa baetica–, una planta de la familia de las solanáceas que posee unas bayas negras y brillantes del tamaño de las cerezas y muy tóxicas. Tienen un sabor amargo al gusto y contiene dos importante­s alcaloides: la antropina y la hiosciamin­a.

En pequeñas dosis, la belladona tiene efectos hipnóticos y anestésico­s, disminuye la secreción de las mucosas, y puede paralizar el sistema digestivo, el sistema respirator­io y producir fuertes alucinacio­nes o delirios, pero en dosis altas lleva a la pérdida de memoria, la parálisis e incluso a la muerte. La ingestión de diez o quince bayas puede producir la muerte en un hombre adulto, pero una sola podía terminar con la vida de un niño.

Esta planta, propia de los bosques caducifóli­os, era la que con más frecuencia se usada en l os ungüentos de sus palos o escobas que antes comentábam­os, y está asociada a una larga lista de creencias y l eyendas. De acuerdo con algunas tradicione­s orales que se conservan en tierras europeas, el espíritu que habita dentro de la belladona solo sale una noche al año: la noche de Walpurias, cuando se prepara para celebrar el Sabbath con las brujas.

Las brujas también utilizaban con asiduidad el beleño (Hyoscyamus niger o H. albus), una planta muy presente en el continente europeo. Su variedad blanca (albus) se encuentra en el Sur de Europa (especialme­nte en la Península ibérica), mientras que la variedad negra (niger) es muy habitual en el norte de España. Contiene el alcaloide hiosciamin­a ( habitual en muchas plantas solanáceas) y presenta unos cálices que, una vez secados, se asemejan a una muela invertida. Solían emplear sus semillas para tratar el dolor de muelas, inhalando el humo de su combustión, aunque la planta también tiene un potente efecto narcótico y anestésico, de ahí que se emplease para fabricar ungüentos contra l os dolores.

Y por supuesto, la mandrágora (Mandragora autumnalis), de la que se consumía su raíz, famosa por su forma “humanoide” y poseedora de alcaloides como la escopolami­na, la hiosciamin­a y la atropina, también presentes en la belladona. Administra­da en pequeñas dosis adormece, pero en dosis altas llega a provocar alucinacio­nes. Es muy abundante en las regiones meridional­es de Europa, especialme­nte en zonas húmedas, y f l orece en otoño.

Como otras de estas hierbas brujeriles, está asociada a numerosas leyendas, como la extendida creencia de que brotaba bajo l os ahorcados por el semen que eyaculaban, y era empleada en un sinfín de ungüentos y pócimas, pese a su extrema toxicidad. Incluso se dice que a Juana de Arco l e encontraro­n varias raíces de mandrágora cuando fue detenida. En realidad, era utilizada para un amplio abanico de actividade­s, desde ahuyentar a las f ieras y l os malos espíritus ( las brujas las plantaban alrededor de sus casas por ese motivo) a tratar problemas relacionad­os con la impotencia o la infertilid­ad.

El estramonio (Datura stramonium), también de la familia de las solanáceas, es una planta altamente venenosa, como todas las daturas, pese a poseer unas f l ores muy vistosas en forma de embudo. Proliferab­a mucho en las huertas y campos de cultivo y posee alcaloides como la hiosciamin­a y la atropina. Se consumía fumándolo

La leyenda cuenta que Juana de Arco llevaba escondidas entre sus ropas varias raíces de MANDRÁGORA cuando fue detenida.

como remedio contra el asma, aunque existe constancia de que se mezclaba con vino en las f iestas en honor al dios Dioniso, y provoca fuertes delirios alucinator­ios. A pesar de su l etalidad, el estramonio tiene propiedade­s antiinflam­atorias, por l o que era utilizado por las brujas para tratamient­os de várices o hemorroide­s. A partir del estramonio, el químico alemán Albert Ladenburg aisló en el siglo XIX la escopolami­na (conocida también como burundanga), un alcaloide que se utiliza como antiespasm­ódico y analgésico en los partos, así como en el tratamient­o del Parkinson.

Además, las brujas y hechiceras empleaban con asiduidad la cicuta (Conium maculatum), una herbácea bienal que solía aparecer en l os bordes de l os caminos con humedad y que contiene en su fruto un alcaloide llamado coniína, altamente tóxico. Tiene un efecto narcótico parecido a la belladona y este persiste por más de cuarenta horas, aunque también tiene propiedade­s antiespasm­ódicas, por l o que se usaba como sedante y para calmar dolores. Todo esto hace que la cicuta sea una planta muy venenosa. No en vano, unas gotas de su jugo eran mortales. Tal vez, por este motivo, fue muy usada en la cultura griega aplicándol­a a l os condenados a pena de muerte o cómo medida eutanásica. No hay que olvidar que Sócrates falleció por i ngestión de cicuta.

Y, por supuesto, la adormidera (Papaver somniferum), una hermosa planta anual con flores blancas o rojas y con un fruto elipsoidal que contiene muchas semillas que solían usarse para preparar aceites. Además, se extrae su savia, pegajosa, de color blanco y muy rica en alcaloides, para fabricar el opio, muy utilizado como analgésico y para tratar la tos convulsiva y la depresión respirator­ia.

PÓCIMAS Y UNGÜENTOS

Las brujas utilizaban en sus pócimas o ungüentos algunos hongos, entre l os que cabe destacar la Amanita muscaria, de la familia de las amanitacea­e, conocida coloquialm­ente como matamoscas o falsa oronja. Se trata de un fuerte estimulant­e, además de poseer un compuesto psicoactiv­o, el ácido iboténico, que se convierte en muscitol al secarse el hongo, y un alcaloide muy tóxico llamado muscarina. Los efectos de esta sustancia van desde una cierta euforia y un elevado alivio del cansancio, en dosis bajas, hasta la somnolenci­a y el decaimient­o respirator­io, acompañado­s de profundas alucinacio­nes que afectan especialme­nte a la percepción del tamaño y del tiempo.

Las BRUJAS utilizaban en sus pócimas o ungüentos algunos hongos, entre los que cabe destacar la Amanita muscaria (en la imagen de abajo), de la familia de las amanitacea­e, conocida coloquialm­ente como matamoscas o falsa oronja.

También conocían y empleaban el hachís, producto obtenido a partir de la resina de la planta del cáñamo (Cannabis indica o sativa) y muy rico en THC, un potente psicoactiv­o con potentes efectos placentero­s, relajantes y estimulant­es.

Además, utilizaban las harinas de algunos cereales, especialme­nte el centeno, que solían contaminar­se con un hongo, el cornezuelo (Claviceps purpurea), y que usaban para producir abortos o para detener las hemorragia­s uterinas después del parto. Entre las sustancias que contiene se encuentra el ácido lisérgico, que sería la antesala del posterior alucinógen­o químico LSD.

Por último, aunque no se trata de una planta, las brujas conocían perfectame­nte el tremendo poder que emanaba de la piel de algunos sapos, que se consumía fumada o ingerida o, directamen­te, se chupaba. Hoy sabemos que se debe a un alcaloide llamado bufotenina con unos potentes efectos alucinógen­os.

PLANTA NO PSICOACTIV­AS

La farmacopea de las brujas no solo contenía plantas y hierbas con potentes efectos psicoactiv­os, sino también otras cuantas que tenían importante­s aplicacion­es médicas. Como el apio ( Apium graveolens), una hortaliza muy común en Europa y que se usaba desde Grecia y Roma para l os problemas estomacale­s y paliar el estreñimie­nto; la cebolla albarrana (Drimia marítima), muy presente en la zona mediterrán­ea y en la Península ibérica, altamente tóxica por la scillirosi­da, pero muy útil para tratar problemas de nervios; la artemisa (Artemisa vulgaris), una hierba muy presente en Europa que sirve como repelente de insectos y que se usaba hervida como baño de asiento para expulsar el menstruo o abortar y, junto a la mirra, se tomaba para la expulsión de la matriz.

Conocían y empleaban la lechuga venenosa (Lactuca virosa), también muy extendida en Europa, de la que se extraía su savia, rica en alcaloides, como la lactupicri­na y la lactucina, con potentes efectos narcóticos, hipnóticos y sedantes; la higuera silvestre (Ficus carica), de la familia de las moráceas, cuya sabía se empleaba contra las caries dentales, el dolor de muelas y las verrugas de la piel, así como para tratar durezas, hinchazone­s, la amigdaliti­s, las l ombrices, la tos, el asma y la obstrucció­n de hígado; o el ciprés fúnebre (Cupressus sempervire­ns), un árbol de hoja perenne, originario del este del mediterrán­eo, muy usado como decoración en l os cementerio­s, aunque sus hojas y conos se empleaban de forma terapéutic­a contra las varices, las hemorroide­s y los problemas de próstata.

También eran habituales el eléboro blanco ( Veratrum album), muy común en l os Alpes y l os Pirineos, empleada contra la hipertensi­ón, l os picores, la intoxicaci­ón con hongos y para prevenir l os piojos; la hiniesta (Genista scorpius), muy usada mezclando su jugo con azúcar para combatir el decaimient­o, las f iebres y los problemas de hígado; el incienso (Boswellia sacra), muy común en rituales y liturgias religiosas, también se empleaba (masticado) para fortalecer dientes y encías, así como para aliviar los dolores estomacale­s, mejorar la memoria, calmar l os dolores de cabeza y la tos, y para ahuyentar a l os mosquitos; o la mirra (Commiphora myrrha), un arbusto del que se extraía una aromática resina con la que se elaboraban perfumes, inciensos y ungüentos, y que era muy empleada para embalsamar cadáveres, aunque también se utilizaba como anestésico, mezclada con vino, para enjuagues bucales y contra la ronquera.

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 ??  ?? Bajo estas líneas, a la izquierda, un brote de belladona. Y, a la derecha, representa­ción de la mandrágora.
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Estramonio.
Adormidera. Estramonio.
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