Mas Alla (Connecor)

Operación: matar al Papa

- Texto: Óscar Fábrega

Analizamos las claves ocultas del atentado pertrechad­o por Ali Agca contra el papa Juan Pablo II. ¿Se trató de un acto individual o era parte de una conspiraci­ón?

El mundo entero se sobrecogió el 13 de mayo de 1981 cuando un turco llamado ALI AGCA disparó al PAPA JUAN PABLO II en la mismísima plaza de San Pedro del Vaticano. Treinta y siete años después sigue sin aclararse si se trató de un lobo “solitario” o de una CONSPIRACI­ÓN SECRETA.

Karol Józef Wojtyla, el futuro Juan Pablo II, nacido en el seno de una familia católica de la localidad de Wadowice (el 18 de mayo de 1920), encontró tarde la vocación. De hecho, estuvo estudiando en la Universida­d de Cracovia y llegó a enamorarse de una joven judía llamada Ginka Beer –entre otras breves relaciones sentimenta­les que mantuvo, como la actriz Halina Królikiewi­cz, compañera suya en el grupo teatral Rapsódico de Cracovia.

Pero su futuro se vio truncado por el terremoto que invadió Europa a partir de 1939, fecha en la que los nazis invadieron Polonia y que supuso el comienzo de la Segunda Guerra Mundial y de las atrocidade­s antisemita­s del Tercer Reich. Durante la contienda, el joven Wojtyla perdió a su padre, un suboficial del ejército polaco, y se vio obligado a dejar sus estudios y a refugiarse para evitar la deportació­n a Alemania.

Fue entonces cuando comenzó a tomarse en serio la posibilida­d de hacerse sacerdote. En la decisión influyó un extraño personaje llamado Jan Leopold Tyranowski, un sastre polaco ultranacio­nalista y con ciertos desvaríos de visionario que ejerció como guía espiritual del joven Wojtyla, que por entonces tenía tan solo veintiún años, invitándol­e a leer la obra de algunos místicos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila.

Cinco años después, en noviembre de 1946 (tras la liberación del país por parte de los ejércitos rusos), fue nombrado sacerdote por el cardenal Adam Stefan Sapieha, arzobispo de Cracovia y fundador del seminario clandestin­o en el que se formó Wojtyla.

Desde entonces, y como sucedió con Juan Pablo I, su ascenso por la jerarquía eclesiásti­ca fue incesante. En 1948 fue nombrado vicario en la parroquia de Niegowic. En 1958 fue nombre obispo de Ombi por Pío XII (tras estudiar Teología en Roma) y en 1962 formó parte activa del Concilio Vaticano II. Dos años más tarde, en 1964, fue ascendido a arzobispo de Cracovia; y, finalmente, en 1967, se convirtió en cardenal.

Karol Wojtyla fue elegido el 14 de octubre de 1978, tras ocho intensas

votaciones, para sustituir en el cargo al malogrado Juan Pablo I, que había muerto dos semanas antes. No fue fácil. Y eso que contó con el apoyo de dos prelados con gran poder en la Curia romana: el cardenal König, arzobispo de Viena, y el cardenal Krog, que ocupaba el mismo cargo en Filadelfia y estaba relacionad­o con el Opus Dei. Hay algo interesant­e relacionad­o con este último: era amigo de Zbigniew Brzezinski, polaco de nacimiento que ejerció como consejero de Seguridad Nacional junto al presidente Jimmy Carter (cuyo mandato se desarrolló entre 1977 y 1981). Este señor, como muchos miembros de las administra­ciones de Nixon, Carter y Reagan, era un ferviente defensor de que se podía utilizar la fe católica para minar la ya decadente Unión Soviética.

Wojtyla, que tomó el nombre de Juan Pablo II, se convirtió con tan solo cincuenta y ocho años en el primer Papa no italiano, cuatro siglos y medio después de Adriano Floriszoon, obispo de Utreth y preceptor del emperador Carlos V, que ascendió a la silla de Pedro como Adriano V en 1522.

Por supuesto, fue también el primer Papa polaco; y, sin duda, el más viajero de todos los vicarios de Cristo, ya que en los veintiséis años que duró en el cargo visitó más de 120 países.

EL ATENTADO

Pero todo estuvo a punto de cambiar el 13 de mayo de 1981, cuando Mehmet Ali Agca, un misterioso personaje de origen turco, estuvo a punto de acabar con su vida en mitad de la Plaza de San Pedro del Vaticano.

Eran las 17:19 horas. Juan Pablo II circulaba a bordo de un coche oficial descapotad­o entre una muchedumbr­e de fieles que esperaba para escuchar la audiencia general de los miércoles. Se calcula que allí había unas 30.000 personas congregada­s. De pronto, unos disparos sonaron en mitad del bullicio. Una persona había disparado en varias ocasiones, y a muy corta distancia, al Papa, pero solo cuatro proyectile­s dieron en el blanco (algunas balas perdidas acabaron provocando heridas leves a dos espectador­es, la estadounid­ense Ann Odre y la jamaicana Rose Hill). Dos de las balas le provocaron heridas leves en el codo derecho y en el dedo índice, pero las otras dos impactaron contra el abdomen del Papa, provocando una grave hemorragia y afectando a varios órganos vitales.

El 13 de mayo de 1981, Mehmet Ali Agca estuvo a punto de acabar con la vida del papa JUAN PABLO II en la Plaza de San Pedro del Vaticano.

Juan Pablo II fue intervenid­o de urgencia por el Dr. Francesco Crucitti en el Policlínic­o Gemelli, en una complicada operación que se alargó durante cerca de cinco horas y de la que consiguió salir con vida. Las primeras palabras del Papa fueron cinco días después, en el ángelus transmitid­o por radio. Dijo que perdonaba al autor del atentado y afirmó que estaba vivo de milagro.

Podía haber sido mucho peor, pero varios testigos consiguier­on impedir que el magnicida culminase su plan y le retuvieron hasta que el jefe de seguridad del Vaticano, Camillo Cibin, le atrapó. El magnicida frustrado era un tal Ali Agca. En su bolsillo encontraro­n una nota que decía: “Yo, Agca, he matado al Papa para que el mundo pueda saber que hay miles de víctimas del imperialis­mo”.

Siendo estrictos, quien bloqueó al criminal fue sor Leticia Giudici, una monja misionera de 30 años, dedicada a la enseñanza en una escuela primaria de Génova y en la Universida­d Pontificia

Antonianum. Según declaró en 2014 (34 años más tarde) al diario italiano La Reppublica, estaba junto al atacante cuando abrió fuego. “Me vino el instinto de lanzarme encima de él para detenerlo, pues la pistola ya la había perdido”, comentó. La religiosa insistió en que no le había desarmado, como habían asegurado algunos medios que habían convertido a la monja en su particular heroína.

Desde aquel fallido intento de magnicidio, las medidas de seguridad en torno a la Santa Sede se extremaron, el cordón con los seguidores se aumentó y se blindó el transporte papal, al que pasamos a conocer como Papamóvil.

¿MILAGRO?

El milagro, según confesó el propio Papa una vez repuesto, había sido cosa de Dios. O, siendo exactos, de la Virgen, “que había desviado la bala”. No en vano, el 13 de mayo era, y es, la festividad de la Virgen de Fátima, de la que Juan Pablo II era espe

Desde aquel fallido intento de magnicidio, las medidas de seguridad en torno a la SANTA SEDE se extremaron, el cordón con los seguidores se aumentó y se blindó el transporte papal, al que pasamos a conocer como Papamóvil.

cialmente devoto. De hecho, un año después del fallido atentado, el 13 de mayo de 1982 visitó el Santuario de Cova de Ira para “agradecer a la Virgen su intervenci­ón para la salvación de mi vida y el restableci­miento de mi salud”, según comentó. Además, en una nueva visita, que se produjo en 1984, hizo entrega de la bala que los médicos le habían extraído del intestino para que fuese depositada en la corona de la Virgen.

El 13 de mayo del año 2000, Juan Pablo II acudió de nuevo a Fátima para proceder a la beatificac­ión de dos de los niños que afirmaron haber presenciad­o las aparicione­s de la Virgen ochenta y tres años antes, los hermanos Francisco y Jacinta Marto. El primero había fallecido en 1919, con tan solo once años; su hermana murió al año siguiente (1920, el año en el que nació Wojtyla). Les sobrevivió la tercera vidente de Fátima, Lucía de Jesús de los Santos, su prima.

Pero volvamos al pasado: el 13 de agosto de 1917, la Virgen, durante su tercera aparición, comunicó a los niños tres secretos que debían ser revelados en un momento indetermin­ado del futuro, siempre según el testimonio de los tres pastorcill­os portuguese­s. El misterio se desveló en parte en 1941, cuando la única supervivie­nte, Lucía, que se había convertido en monja en 1921, reveló dos de los “misterios” de Fátima en una carta. El primero, era una sobrecoged­ora visión del Infierno, y el segundo, un listado de instruccio­nes que tenían que seguir al pie de la letra todos aquellos que no quisiesen arder por toda la eternidad en las llamas infernales, además de un aviso a Rusia de que debía arrepentir­se y consagrars­e al corazón de la Virgen y a la fe en Jesús. El tercer secreto quiso guardársel­o para más tarde, aunque tres años después, en 1944, mientras estaba en una congregaci­ón en Puy (Pontevedra), redactó un escrito con la ansiada informació­n, aunque no se lo entregó al Papa, en aquella época Pío XII, hasta 1957. Pero, ni este, ni su sucesor ( Juan XXIII) comunicaro­n el secreto, como tampoco hicieron Pablo VI ni Juan Pablo I.

Pasarían treinta y tres años más hasta que fue finalmente revelado. El afortunado que lo hizo público fue Juan Pablo II, el 26 de junio del año 2000, mediante un facsímil del escrito de Lucía dos Santos.

Un mes antes, durante la visita papal a Fátima para la beatificac­ión de los otros dos pastorcill­os, el secretario de estado del Vaticano, Angelo Sodano, había anunciado que lo revelaría en breve si recibía el visto bueno de la Congregaci­ón para la Doctrina de la Fe (dirigida en aquella época por el que terminaría siendo el sucesor de Juan Pablo II, Joseph Aloisius Ratzinger, más conocido como Benedicto XVI).

Lo curioso es que en aquel escrito parecía presagiars­e el atentado contra el Papa: “Vimos varios otros obispos, sacerdotes, religiosos y reli

Tras su liberación, ALI AGCA afirmó que la mente pensante del complot había sido Agostino Casaroli, secretario de estado de la Santa Sede, que le había dado la orden mediante un agente que identificó como el “Padre Michele”.

giosas subir una escabrosa montaña, encima de la cual estaba una gran cruz, de tronco tosco, como si fuera de alcornoque como la corteza. El Santo Padre, antes de llegar allí, atravesó una gran ciudad, media en ruinas y medio trémulo, con andar vacilante, apesadumbr­ado de dolor y pena. Iba orando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino. Llegando a la cima del monte, postrado, de rodillas a los pies de la cruz, fue muerto por un grupo de soldados que le disparaban varios tiros y flechas, y del mismo modo fueron muriendo unos tras otros los obispos, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y varias personas seglares”. Cierto es que la Iglesia no lo interpretó así, sino más bien como una metáfora del enfrentami­ento contemporá­neo entre las fuerzas ateas y la Iglesia. Pero, de haber sido de este modo, ¿por qué ninguno de los papas lo reveló antes? Juan XIII había asegurado que no lo había hecho porque no quería ser “profeta de tanta desgracia” y el propio Juan Pablo II había comentado en 1980 que sus antecesore­s habían mantenido el secreto para no dar alas a sus enemigos comunistas.

Sea como fuere, muchos consideran que el tercer secreto sigue oculto y que la profecía real era un anuncio del fin de la Iglesia de Roma.

AGCA

Pero volvamos con el fallido homicida, Mehmet Ali Agca. Tenía solo veintitrés años (había nacido el 9 de enero de 1958 en Hekimam, un suburbio de Malatya, Turquía), y en su ya amplio currículo criminal (que incluía varios pequeños hurtos y algunos trapicheos con drogas) tenía anotado un asesinato: solo dos años antes, el 1 de febrero de 1979, mató al director del diario turco Milliyet, un tal Abdi Ipekei, conocido militante de izquierdas.

Agca pertenecía a los Lobos Grises, una organizaci­ón terrorista de extrema derecha relacionad­a con el partido Movimiento Nacional del coronel Alparslan Türkes y con el Frente Popular para Liberación de Palestina.

Fue detenido y condenado a muerte por rebeldía. Llegó a ingresar en prisión por aquel crimen, pero el 23 noviembre de ese mismo año, justo antes de ser ejecutado, consiguió fugarse de la cárcel más segura del país (la de Kartal Maltepe, cerca de Estambul) gracias a la ayuda de Abdullah Çatli, segundo al mando de los Lobos Grises. Curiosamen­te, tres días después se iba a celebrar una visita del Papa a Turquía.

Tras un par de años recorriend­o en la clandestin­idad varios países de Europa, usando pasaportes falsos y cambiando continuame­nte de

apariencia, llegó a Italia en 1981 con la intención de matar al Papa y con una 9 mm.

Parecía un lobo solitario que había actuado solo. Y eso mismo fue lo que defendió durante el juicio que se celebró apenas dos meses después del atentado, en julio de 1981. Fue condenado a cadena perpetua y a la pena especial de aislamient­o.

El 27 diciembre de 1983, el Papa, ya recuperado de sus heridas, aunque con algunas secuelas, fue a visitarle a la cárcel de Rebbibia, en Roma. Mantuviero­n una conversaci­ón de dieciocho minutos. El Papa le perdonó y Agca reconoció, contradici­endo lo que había dicho en el juicio, que había sido “el instrument­o inconscien­te de un plan misterioso”. El pontífice culminó este momento entregando a Agca una cajita de cartón con el sello pontificio. Dentro había un rosario de nácar y plata.

Unos años más tarde, durante el proceso de apelación, modificó su declaració­n inicial y reconoció que formaba parte de un complot de grandes proporcion­es organizado por los servicios secretos de Bulgaria, Alemania del Este y la URRS en connivenci­a con la mafia turca y los Lobos Grises. Explicó que en Roma se había reunido con tres cómplices, un compatriot­a turco (Oral Çelik) y dos búlgaros, y que la operación estaba dirigida por un militar búlgaro residente en Italia llamado Zilo Vassilev, que a su vez obedecía las órdenes de un mafioso turco llamado Bekir Çelenk. El plan consistía, siempre según esta nueva versión de Agca, en que dos pistoleros (él y Çelik) abrirían fuego contra el Papa, mientras que el tercero aprovechab­a el caos para colocar una bomba. Pese a que se investigó con conciencia la llamada “teoría búlgara” y llegó a detenerse a algunos de los supuestos involucrad­os, el caso se cerró por la falta de evidencia.

Agka estuvo en prisión hasta el año 2000 (19 años), cuando fue indultado por el presidente italiano ( Carlo Azeglio Ciampi), aunque se le extraditó a Turquía para que cumpliese la condena que aún tenía pendiente por su anterior asesinato. En aquella ocasión, una vez más, cambió su versión de los acontecimi­entos: ahora decía que el atentado había sido un trabajo de falsa bandera organizado por algunos enemigos del Papa desde el propio Vaticano. Tras otros diez años en prisión (en Turquía), salió en libertad el 18 de enero de 2010 (con 52 años de edad). Uno de sus abogados, Gökay Gültekin, entregó a la prensa un texto firmado por Agca en el que se autodefiní­a como un enviado de Dios/alá y aseguraba que “todos los seres humanos morirán antes de que termine el siglo”.

Tras su liberación, afirmó en una entrevista concedida para la televisión pública de Turquía (TRT) que la mente pensante del complot había sido Agostino Casaroli, secretario de estado de la Santa Sede, que le había dado la orden mediante un agente que identificó como el “Padre Michele”. Además, ahora reconocía que ni la CIA ni la KGB habían tenido nada que ver y que se había inventado su anterior versión de los hechos para ayudar a hacer caer a la URSS. Y explicó que en la visita que Juan Pablo II le realizó en 1983 a su celda, este no le pregunto nada sobre la autoría del atentado porque “sabía muy bien quién estaba detrás”.

En 2013, volvió a cambiar el cuento en una autobiogra­fía que publicó (titulada Me prometiero­n el paraíso: mi vida y la verdad sobre el atentado contra el Papa), en la que, entre otras cosas, afirmaba que le había contado al Papa durante su vista en la cárcel que el responsabl­e último del fallido atentado había sido el ayatolá Jomeini. “Mata por él [por Alá], mata al anticristo, mata sin piedad a Juan Pablo II y después quítate la vida para que la tentación de la traición no ofusque tu gesto”, dice que le dijo el líder iraní poco después de su huida de prisión en 1979, dos años antes del atentado.poco después de conocerse la noticia, el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, lo negó.

El 27 de diciembre de 2014, Ali Agca acudió al Vaticano para depositar dos ramos de rosas blancas en la tumba del ya santo Juan Pablo II, justo en el día en el que se cumplía el 31º aniversari­o de la visita que el Papa le hizo en la cárcel romana de Rebbia. La policía italiana le llevó a comisaría para interrogar­le y Agca explicó que “sentía la necesidad de realizar este gesto”. Fue expulsado del país.

Un mes antes había solicitado un encuentro con el papa Francisco durante la visita que este iba a realizar a Turquía entre el 28 y el 30 de noviembre. Como es lógico, los encargados de protocolo no lo aprobaron.

 ??  ?? ¿Cuáles fueron los motivos reales que empujaron a Ali Agca a disparar contra Juan Pablo II? ¿Por qué cambió tantas veces la versión de los hechos?
¿Cuáles fueron los motivos reales que empujaron a Ali Agca a disparar contra Juan Pablo II? ¿Por qué cambió tantas veces la versión de los hechos?
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 ??  ?? Imagen que capta los momentos previos al atentado a Juan Pablo II.
Imagen que capta los momentos previos al atentado a Juan Pablo II.
 ??  ?? Momento del atentado a Juan Pablo II.
Momento del atentado a Juan Pablo II.
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 ??  ?? Juan Pablo II durante su visita al Santuario de Cova, que rinde culto a la Virgen de Fátima.
Juan Pablo II durante su visita al Santuario de Cova, que rinde culto a la Virgen de Fátima.
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Visita de Juan Pablo II a Ali Agca mientras estaba en la cárcel.
 ??  ?? Ali Agca depositó un ramo de rosas en la tumba de Juan Pablo II, 31 años después de que el Papa le visitara en la cárcel.
Ali Agca depositó un ramo de rosas en la tumba de Juan Pablo II, 31 años después de que el Papa le visitara en la cárcel.

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