EL PATRÓN DE LOS NARCOS
Se le conoce como el bandido generoso, el ángel de los pobres, el santo del colgado… es JESÚS MALVERDE, que celebra su 110 aniversario. MÁS ALLÁ ha estado en CULIACAN (SINALOA) donde se erige el templo en el que se le venera como… el PATRÓN de los NARCOS.
Culiacán, capital del estado mexicano de Sinaloa, cuyo nombre aparece con tanta frecuencia en los medios de comunicación estrechamente vinculado con los cárteles del narcotráfico, cuenta con una población que supera l os 850.000 habitantes y tiene el dudoso honor de f i gurar en el puesto número doce en el ranking de las ciudades más peligrosas del mundo – por encima incluso de Ciudad Juárez y solo superada en México por Acapulco.
Como curiosidad, es la misma Wikipedia la que nos revela que el nombre de Culiacán podría traducirse, entre otros significados, como “lugar de culebras” o “donde l os caminantes tuercen el camino”. Aunque no fuera este el verdadero origen etimológico de su nombre, resulta ser una buena metáfora del “camino torcido” que representa uno de sus iconos más emblemáticos: Jesús Malverde, un “santo apócrifo” al que la devoción popular del pueblo llano ha elevado en los altares convirtiéndolo en el patrón de l os que están “al margen de la l ey”.
EL CULTO DE LA SANTA MUERTE
Vinculado con el culto a la Santa Muerte y su estética siniestra de calaveras enlutadas empuñando guadaña, la veneración de Jesús Malverde se extiende por todo México, teniendo como epicentro el municipio de Culiacán.
Para encontrar las raíces de este credo – que l os antropólogos definen como veterocatólico por asimilar cientos símbolos del catolicismo– hay que retroceder en el tiempo hasta mediados de la década de los años setenta del siglo pasado, coincidiendo con el recrudecimiento de la guerra contra el narcotráfico. Es en 1975 cuando desde Estados Unidos se despliega la Operación Condor – no confundir con la homónima Operación Condor que sir vió para amparar l os regímenes dictatoriales de la época–, que pretendía perseguir el cultivo de opio y marihuana, así como la emersión de cocaína, que entonces comenzaba a ser un negocio más rentable.
Es en estas circunstancias, cuando los gomeros – que son quienes se dedican al cultivo de estupefacientes– y l os narcotraf icantes, perseguidos por la ley, comienzan, a sentirse i dentificados con la f i gura de Jesús Malverde. Como ellos, Malverde sufrió
la persecución de las autoridades y tuvo que recluirse en la clandestinidad. Aunque ya antes la f i gura del bandido generoso era objeto de culto en l os ámbitos más marginales de México, es a partir de esta década cuando su veneración se enriquece con la simpatía de los narcos.
UN SANTO... AL MARGEN DE LA LEY
Lo poco que sabemos de la “vida y milagros” de Jesús Malverde nos traslada hasta la época del Porfiriato, esto es, la dictadura militar de Porfirio Díaz (1830-1915) que abarca algo más de tres décadas desde f inal es del siglo XIX hasta la primera década del siglo XX. Durante el Porfiriato, y antes de la Revolución mexicana (1910-1917) que dará f in a la dictadura, México experimentó un período de modernización industrial, pero en el que imperó un modelo económico de hacienda que perpetuaba las desigualdades sociales: en una población entre l os 9 y l os 15 millones de habitantes, tan solo once mil familias se repartían casi el 60% de las tierras, mientras el 95% del campesinado carecía de propiedades.
Es precisamente en este contexto cuando surge la tradición del bandolero o salteador de caminos que, como ocurriera en España durante la Guerra de la Independencia contra l os franceses (1808-1814) – muchos recordarán la f i gura televisiva de Curro Jiménez–, termina convirtiéndose en un símbolo de lucha contra las injusticias sociales. Todos estos bandoleros, que parecen nutrir el mito de Malverde, se i dentifican con una suerte de bandido generoso que trata de poner en jaque el poder de la oligarquía en favor del campesinado más desfavorecido. Se da la circunstancia de que en el Noroeste de México – que integra el estado de Sinaloa– todos los bandidos murieron a edad temprana y de forma violenta. El más cél ebre de todos ellos sería Jesús Malverde…
¿CAMUFLADO ENTRE HOJAS DE MARIHUANA?
En la historia de Jesús Malverde, es la tradición oral la que resuelve la ausencia de fuentes escritas – porque no faltan incluso los académicos que niegan su existencia–. Aunque ni siquiera se conoce exactamente cuál era su verdadero nombre; nadie discute que, compartiendo nombre con el Mesías, no pudo nacer en otra
Lo poco que sabemos de la “vida y milagros” de JESÚS MALVERDE nos traslada hasta la época del Porfiriato, es decir, de la dictadura militar de Porfirio Díaz (1830-1915).
fecha que no fuera un 24 de diciembre de 1870 –aun así, existen otros autores mencionan las fechas del 6 de junio de 1878 o el 15 de enero de 1888– en el pequeño pueblo de Las Juntas, del municipio sinaloense de Mocorito – por supuesto que hay más localidades que se disputan su cuna, entre ellas la propia capital de Culiacán.
En cuanto al apellido de Malverde, hay quien lo identifica con un apodo que aludiría a su capacidad para camuflarse cubriéndose de hojas de plátano… o de marihuana – en las supersticiones mexicanas el “verde” también se identifica como un mote del diablo–. En este sentido, su nombre real sería el de Jesús Juárez Mazzo – o Meza–, aunque se barajan otros siete u ocho apellidos distintos. Tampoco faltan pretendidas fuentes documentales que confirmarían que Malverde sería el apellido real de su madre soltera que, siguiendo la tradición veterocatólica, no podía llamase de otro modo
MALVERDE se “echó al monte” para asaltar las diligencias en las que viajaban los ricos y terminar repartiendo su botín entre la gente más pobre.
que Guadalupe, en honor a la Virgen mexicana.
Se cuenta que sus padres murieron de hambre como consecuencia de la explotación a la que eran sometidos por sus patrones. De este episodio nacerá el rencor de Malverde hacia la opresión ejercida por los ricos terratenientes y su vocación de salteador de caminos a lo “Robin Hood” que nunca se quedaba con nada de lo que robaba.
Después de trabajar un tiempo como operario en la construcción del ferrocarril en su despliegue hasta Culiacán a principios del siglo XX – curiosamente la antigua vía del tren transcurre muy próxima a su actual capilla– Malverde se “echó al monte” para asaltar las diligencias en las que viajaban l os ricos y terminar repartiendo su botín entre l os más pobres. Se dice que robó por primera vez a un rico hacendado después de que este negara asistencia a uno de sus trabajadores campesinos que había caído enfermo. Por supuesto que Malverde nunca mataría a nadie, ya que su código moral se l o prohibía – aunque si alguna vez l o hizo debió ser por honor–, y el posible conflicto moral que pudiera generar su profesión de bandolero se resuelve con la sentencia de que “hacía el mal a los menos, y el bien a los más”.
PIEDRAS PARA UNA SEPULTURA PROHIBIDA
Pese a que existen numerosas versiones acerca del final de Jesús Malverde, nos quedamos con la más romántica. Herido en una refriega – no se sabe si tras el asalto a una diligencia o en un tiroteo contra las fuerzas del orden–, Malverde logró refugiarse en una cueva en las proximidades de Mocorito, con una pierna gangrenada. Sabiéndose que se encontraba en sus últimos moementos, y como último gesto antes morir, solicitó a su compadre que le entregara a las autoridades para cobrar la recompensa… y repartirla entre los más necesitados. Pero, finalmente, su compadre le traicionó y desapareció con el generoso botín.
Tras un juicio sumarísimo, el 3 de mayo de 1909 – fecha que no parece arbitraria en la l eyenda al coincidir con el Día de la Cruz y también con la festividad de San Judas, patrón de las causas perdidas, especialmente venerado en todo México– Jesús Malverde fue condenado a la horca. Durante largo tiempo, y por orden del gobernador de Sinaloa, su cadáver no recibió sepultura; permaneciendo colgado de las ramas de un mezquite – árbol l eguminoso típico de las zonas áridas de México–, a las afueras de la ciudad con objeto de que sir viera de escarmiento al resto de la población.
A partir de aquí, es la tradición oral la que atestigua cómo, con el transcurso de l os días, el cadáver fue desnudando su carne putrefacta para terminar cayendo en la tierra seca. Espontáneamente, fueron l os vecinos que transitaban por allí quienes, un día tras otro, aventaban guijarros para
arropar los restos del bandido generoso concediéndole así la inhumación que las autoridades l e habían negado.
Se dice que, con cada piedra lanzada, hay quien l e pedía un favor… y el “santo” se lo concedía. Así lo atestigua, por ejemplo, el relato de un arriero que había extraviado su mula con alforjas llenas de oro: nada más lanzar su piedra apareció por allí su jumento. El rumor de este “milagro” no tardó en extenderse entre las gentes más crédulas de Sinaloa, y poco a poco la improvisada tumba de Jesús Malverde se convirtió en lugar de devota peregrinación…
La l eyenda no despeja la incógnita de qué pasó con los restos de aquel famoso bandonero mexicano… Sin embargo, quiere la tradición oral que donde se alzara el mezquite en el que fue colgado sea el mismo lugar donde hoy se erige su capilla en pleno centro de Sinaloa y muy cerca, por una ironía del destino, del mismo Palacio de Gobierno que prohibió su sepelio.
UNA CAPILLA PARA EL SANTO LADRÓN
MÁS ALLÁ ha tenido la oportunidad de visitar el templo en honor a Jesús Malverde y
El rumor de que MALVERDE concedía milagros se fue extendiendo entre las gentes más crédulas de Sinaloa. Y, poco a poco, la improvisada tumba del bandolero se convirtió en lugar de devota peregrinación.
se ha entrevistado con su “capellán” Jesús Manuel González Sánchez, quien nos habla de su padre: Eligio González León (19482002), un hombre con alma de poeta, de profesión albañil y que se ganaba la vida como taxista.
Fue un día de 1973 cuando, trasladando en su taxi a unos pasajeros por El Carrizal – a unos treinta kilómetros de Culiacán– fue carraqueado de cuatro balazos. Malherido en el hospital, fue invocar una jaculatoria al santo Malverde y, de forma milagrosa, salvar la vida. Como muestra de agradecimiento, fue en la década de l os ochenta del siglo pasado cuando Eligio comenzó a l evantar la fachada de estructura metálica de veinticinco metros de largo por diez de alto que cobija el altar, donde día y noche decenas de veladoras iluminan la efigie del santo bandido.
De vez en cuando, entre la barroca iconografía culichi – l éase culiacanense–, se camufla en el santuario algún cuerno de chivo, que es como se conoce a las metralletas AK- 47 usadas por los narcos. Porque con el dinero que se recauda en las donaciones – y como es l ógico, las de l os narcos suelen ser las más generosas– se mantiene una especie de “seguro social alternativo” que permite donar muletas y sillas de ruedas a quienes l o necesitan, material escolar para l os niños de familias humildes o sufragar sepelios a quien no puede pagárselos para enterrar a sus difuntos. De ahí que entre l os devotos a Jesús Malverde, el narcotráfico se contemple con cierta indulgencia, cuando no queda legitimado al sufragar obras de caridad. Y es que, como se dice en Sinaloa, “todo ladrón necesita de un santo ladrón”.