NATURALISTA
El se preguntaba si las entrañas del Autana albergarían los restos de una mítica civilización que inspirara leyendas como las de El Dorado.
ligioso se hacía eco de una tradición iniciada siglos antes, cuando un l ejano agosto de 1584, el gobernador español Antonio de Berrío (1527-1597), persiguiendo el reflejo de unas extrañas luces, se detuvo frente al tepuy que i dentificó como atalaya de la mítica ciudad de El Dorado.
“Hasta ese momento – rememoraría Brewer–, ninguno de nosotros había podido ver el interior de la caverna y estábamos ansiosos por saber qué tipo de sorpresas nos estarían esperando apenas traspasáramos el umbral… Justo encima de nosotros se expandía un domo inesperado de dimensiones colosales que estaba ornamentado con círculos concéntricos como de una cúpula bizantina. Si alguno de nosotros hubiese creído en algo sobrenatural, este habría sido el momento para caer de rodillas, porque aquella entrada resultó una experiencia i rrepetible en un lugar que consideramos el más sagrado que habíamos conocido. Un recinto absolutamente silencioso dedicado a los misterios del pasado”.
Sin embargo, la expedición liderada por Charl es Brewer no encontró restos de ninguna civilización antigua, ni siquiera cáscaras de huevo fosilizadas del presunto pterosaurio que, hace más de cien millones de años, pudo haber encontrado refugio en las amplias oquedades producidas por el efecto abrasivo de l os sedimentos empujados por torrentes de agua. Lo que desde la l ejanía parecía un ara de sacrificios… resultó ser un bloque de piedra desprendido del techo, sin calavera alguna. Mientras, l os supuestos jeroglíficos que se desdibujaban en el interior de la gruta… eran simples y caprichosas manchas de minerales en la pared. Los restos de la antigua civilización que esperaban encontrar en las entrañas del cerro Autana se quedaron entonces para la l eyenda…