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confluyen en una de sus más destacadas celebraciones, la patriótica y emotiva del 9 de noviembre, donde encontramos un acontecimiento de especial relevancia, vinculado al nacimiento de la más notable de las reliquias del nazismo, la Blutfahne o la “bandera de la sangre”.
La historia de este objeto sacralizado por el propio Führer comenzó con el Putsch de la Cervecería, el golpe de estado fallido que dirigió Hitler el 9 de noviembre de 1923. Aquel día, dieciséis fieles soldados nacionalsocialistas de las SA cayeron abatidos por las balas del Ejército cuando intentaban asaltar el Feldherrnhalle, el Ministerio de la Guerra. La sangre de uno de ellos herido de muerte en el estómago, Andreas Bauriedl, empapó la bandera con la esvástica que portaba Heinrich
Trambauer, de la 6 ª sección de las SA, convirtiéndose a partir de aquel momento en el particular grial de los nazis. Como símbolo del heroísmo, del patriotismo y de la gesta de los primeros mártires del nacionalsocialismo, la bandera de la sangre fue guardada en secreto hasta que, a la salida de la cárcel, Hitler hizo que la arreglaran grabándole los nombres de tres de aquellos mártires: Bauriedl, Heckenber
ger y Von Stransky. La misma se comenzó a custodiar por las SS en la Braunes Haus o Casa Parda, la sede del Partido Nazi en Múnich, y fue presentada oficialmente el 9 de noviembre de 1926. A Trambauer se le asignó inicialmente la misión de llevarla, honor que por razones de salud debió compartir con Jacob Grimminger, quien con el tiempo sería su único portador. La clave de su magia y poder estaba en el uso que Hitler hacía de tal objeto, puesto que bendecía con ella los nuevos estandartes y banderas del partido. El gesto es el mismo que el usado en el cristianismo para crear reliquias por contacto o contagio, consistente en poner en contacto un objeto sagrado con otro que no lo es con la creencia de que el receptor se “carga” con algo procedente del emisor sagrado.
La Blutfahne fue vista por última vez en público en abril de 1944, durante el funeral del Gauleiter o líder nazi de ManchenOberbayern, Adolf Wagner. Después de las exequias la pieza fue trasladada a su sede en la Casa Parda, y desapareció de la Historia sin dejar rastro al final de la contienda, con su sede del horror hecha añicos por las bombas enemigas.
Nunca se supo nada más de aquella importante reliquia nazi, un objeto que exhibido en manos de los Aliados al concluir la contienda habría jugado un papel
Como toda religión, el nazismo contó con sus propios OBJETOS DE PODER y reliquias, así como con un calendario festivo, en el que ciertas fechas se sacralizacon en función de las efemérides de determinados acontecimientos de la vida de Hitler.
demoledor para los alemanes desde el punto de vista psicológico. Es factible que alguien la guardara, como había ocurrido en los años veinte del siglo pasado. Una hipótesis plantea que llegó a las manos de algún coleccionista o bien un nostálgico del régimen, o que fue ocultada y sacada del país, rumbo a supuestas colonias nazis en Sudamérica o hasta la base secreta que, teóricamente los nazis habían construido en la Antártida para preparar su retorno en un hipotético Cuarto Reich.
UROS EXTINTOS, PLATILLOS VOLANTES Y ARMAS MÁGICAS
Las extravagancias y rarezas sobre las que los nazis sintieron interés y a las que destinaron recursos, intentando con ello encontrar alguna ventaja bélica o recuperar su ancestral, y muchas veces idealizado o directamente inventado, pasado, no tuvieron límites. Uno de esos caprichosos proyectos fue impulsado por
y tenía como objetivo recuperar a un antepasado de los bisontes. La idea era liberarlo en los bosques y crear amplias zonas de caza en las que este y otros animales pudieran vivir y los nazis reconectar con sus ancestrales huellas de cazadores, recogidas en mitos y poemas épicos.
Sabemos a ciencia cierta que los hermanos y trabajaron en los años veinte del siglo XX en un cometido parecido, y que mediante el cruce de diferentes razas de ganado bovino – que buscaron por toda Europa– y estudiando pinturas rupestres, generaron el llamado uro o toro de Heck, del que aún existen ejemplares. Al parecer el resultado distaba bastante del mítico uru extinto en el primer tercio del siglo XVII, aunque lograron criaturas de grandes cuernos, robustas y agresivas. Lutz habló de este trabajo y de la fascinación que compartía con su hermano por la fauna ancestral germana y la posibilidad de resucitar especies en su libro en cuyas páginas compartió sus anhelos:
Göering Heinz Lutz Heck Hermann