Ovnis frente a la ciencia
El interés oculto de Ruiz de Gopegui por los extraterrestres.
Fue el CIENTÍFICO aeroespacial MÁS IMPORTANTE de España. Su labor como director de la NASA en nuestro país le permitió conocer todos los SECRETOS de la exploración espacial, así como de la búsqueda de INTELIGENCIAS EXTRATERRESTRES. No en vano, entre su intensa labor investigadora y divulgativa mereció una especial atención el FENÓMENO OVNI. En este ámbito sus conclusiones fueron DESESTABILIZADORAS. ¿Y si la creencia en los extraterrestres fuera producto de una MANIPULACIÓN SOCIAL?
“Entre los muchos misterios que guarda celosamente la naturaleza –confiesa Luis Ruiz de Gopegui en su libro “Mensajeros Cósmicos” (1994)–, uno de los que más me fascinó desde mi juventud fue la posibilidad de que existiesen civilizaciones extraterrestres con las que algún día pudiéramos llegar a comunicarnos. Hace varios años decidí profundizar en el esclarecimiento de este lejano enigma… El resultado de mis indagaciones sobre este tema ha sido un sinfín de sorpresas…”.
DEL NIÑO QUE QUISO BUSCAR A LOS EXTRATERRESTRES...
Siendo niño, Luis Ruiz de Gopegui (19292019) contemplaba las noches de cielo estrellado preguntándose que, allá arriba, en alguna de las estrellas, debía existir “gente” como nosotros. Esa motivación fue la que le impulsaría a convertirse en uno de los científicos que más sabía sobre la posibilidad de vida extraterrestre en otros planetas...
Nacido en Madrid el 16 de febrero de 1929, fue licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad Autónoma de Madrid para doctorarse luego por la Universidad de Barcelona. Tras ingresar en 1953 en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) – durante un paréntesis al año siguiente realizaría un máster en Ingeniería de Comunicaciones por la Universidad de Stanford (California, Estados Unidos)–, en 1966 fue contratado por el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), lo que le permitió dirigir la Estación de Seguimiento de Fresnedillas (Madrid) durante veintiocho años.
La Estación de Fresnedillas desempeñaría un papel fundamental en el mantenimiento y monitorización de comunicaciones entre Houston y el Apolo XI durante la primera llegada del hombre a la Luna
en 1969. A partir de 1984, y durante una década, Ruiz de Gopegui se convertiría en el director de Programas de la NASA en España. Después de su jubilación en 1995, continuaría vinculado con la agencia aeroespacial como uno de sus más destacados asesores, actividad que compaginó con su amplia labor divulgativa a analizar la posibilidad de vida extraterrestre en el Universo. Dentro de esta faceta investigadora y divulgativa, el astrofísico dedicaría una especial atención al fenómeno OVNI…
En la biografía personal de Ruiz de Gopegui merece destacarse su matrimonio en 1958 con Margarita Durán (ver cuadro), una mujer que vio truncadas sus inquietudes científicas en una época como fue la dictadura franquista, donde la sociedad heteropatriarcal concedía escasas oportunidades a las mujeres para acceder a estudios universitarios. Luis y Margarita se conocieron durante la adolescencia – con dieciséis y trece años–, en los difíciles años de posguerra. El matrimonio atravesó numerosas vicisitudes:
Durante mucho tiempo, RUIZ DE GOPEGUI estuvo convencido de que existía vida inteligente en algún rincón del universo... hasta que el resultado de sus investigaciones terminó ofreciéndole respuestas desestabilizadoras.
en 1959 tuvieron su primera hija, Margarita, que tenía espina bífida y falleció con tan solo un mes de vida. Después tendrán a Miriam (1960-1987), una niña con parálisis cerebral como consecuencia de una negligencia médica. Tras varios abortos espontáneos, ambos volverán a ser padres de Belén Gopegui (1963) considerada una de las mejores escritoras de su generación.
Reconociendo su labor en el ámbito de la Ciencia, Ruiz de Gopegui fue miembro del jurado que concede los premios Príncipe de Asturias en la categoría de Cooperación Internacional. Aunque, como reconocía en una de sus últimas entrevistas, al semanario “20 minutos”, en las que hacía balance de su dilatada y polifacética trayectoria: “Comparado con la NASA (ser miembro del jurado del Príncipe de Asturias) no era nada. En los Príncipes de Asturias, si te equivocabas y le dabas el premio a uno más tonto, no pasaba nada… En cambio, durante las misiones de la NASA, un error nuestro podría matar a un astronauta”.
EXTRATERRESTRES: ¿PRODUCTO DE UNA CONSPIRACIÓN?
Durante mucho tiempo, Ruiz de Gopegui estuvo convencido de que existía vida inteligente en algún rincón del Universo… hasta que el resultado de sus investigaciones terminó ofreciéndole respuestas desestabilizadoras. Tal y como confiesa en “Mensajeros Cósmicos” (1994): “Hace veinte años yo creía que existían millones de civilizaciones parecidas a la nuestra, asentadas en planetas que giraban en torno a estrellas lejanas. Mis ideas provenían de lo que decían los escritores de ciencia ficción, así como de las opiniones de algunos conocidos divulgadores científicos (…). Mi primera sorpresa fue averiguar que la existencia de seres semejantes a nosotros en otros sistemas solares, que la mayoría de la gente admitía como algo indiscutible, era altamente improbable…”.
Ruiz de Gopegui se percató de que la idea en la existencia de extraterrestres podía ser producto de una generalizada manipulación social: “¿Por qué casi todo el mundo creía en la existencia de los extraterrestres cuando lo más probable es que no existieran? Me dio la impresión de que unos cuantos charlatanes habían tratado de engañarnos (…). Me molesta cuando se intenta manipular la opinión pública…”. Pero, ¿cómo se extendió esta idea generalizada de que existe vida inteligente en otros planetas?
La creencia en los extraterrestres es una idea procedente de la ciencia f icción importada al ámbito de la ciencia a partir de los años cincuenta del siglo XX, coincidiendo con el inicio de la exploración espacial. Fue un artículo titulado “Buscando comunicaciones interestelares” publicado en la revista Nature en septiembre de 1959 por los físicos Giuseppe
Cocconi (1914-2008) y Philip Morrison (1915-2005) el detonante para que la comunidad científica se embarcase en la exploración del espacio a la búsqueda de civilizaciones extraterrestres como el Proyecto SETI. Cocconi y Morrison establecieron que la existencia de extraterrestres exige tres requisitos:
1) Presencia de otros planetas similares al nuestro.
2) Surgimiento de vida en uno de estos planetas.
3) Evolución de esta forma de vida hacia seres inteligentes.
Las dos primeras interrogantes se responden – de manera especulativa– desde la física y la bioquímica. Mientras que la tercera y más enigmática cuestión pertenece al ámbito de la biología evolucionista. Inspirándose en este artículo, tendría lugar el seminario de Green
Bank ( Virginia Oriental, Estados Unidos) en noviembre de 1961, que reunió a poco más de una decena de científicos (ninguno era biólogo evolucionista), entre los que se encontraba el astrónomo
Frank Drake (1930) famoso por la ecuación que lleva su nombre y que pretende estimar la cantidad de civilizaciones extraterrestres en nuestra galaxia. Sin embargo, tal y como denuncia De Gopegui: “Aquella reunión, que tuvo mucho más de contubernio carismático que de conferencia científica, logró plenamente sus propósitos”. La ecuación de Drake, nacida del seminario de Green Bank, consiguió seducir al gran público con la idea de demostrar matemáticamente la posibilidad de que pudiéramos contactar con extraterrestres. Sin embargo, esta idea no era científica, sino que respondía a un elaborado “montaje propagandístico”.
¿ SOMOS NÁUFRAGOS DEL UNIVERSO?
La comunidad científica se haya dividida en torno a la posibilidad de vida inteligente extraterrestre. Los científicos procedentes del ámbito de la física, la química y la astronomía argumentan que
el universo es lo suficientemente inmenso como para albergar, probabilísticamente, más de un planeta que reúna condiciones para la vida como la Tierra. Sin embargo, esta corriente que tuvo como principal portavoz a Carl Sagan (MÁS ALLÁ, 375) no solo respondía a una demanda comercial por satisfacer los deseos del gran público (¿ se imaginan que la mítica serie Cosmos hubiera empezado su primer episodio afirmando que no hay vida inteligente en el Universo?) sino que no tenía en cuenta las exigencias de la biología evolucionista.
Esta balanza del debate entre cosmólogos y biólogos queda desequilibrada a favor de estos últimos, tal y como argumenta Gopegui en “Extraterrestres ¿ mito o realidad?” (1992): “La existencia o no de humanoides, conscientes como nosotros y capaces al menos de intentar comprender el universo, es un problema fundamentalmente biológico, pues es la vida y su evolución lo que esencialmente entra en juego para comprender la aparición
La comunidad científica está dividida en torno a la posibilidad de VIDA INTELIGENTE EXTRATERRESTRE. Los físicos, químicos y astrónomos argumentan que el universo es lo suficientemente inmenso para albergar más de un planeta que reúna condiciones para la vida como la Tierra.
del hombre. Por esto, al tratarse de un tema biológico, la opinión de los biólogos debería tener mayor peso específico que la de los físicos, astrónomos, químicos, cosmólogos y astrofísicos”.
El principal error cometido por cosmólogos como Sagan – si es que no adaptaron su discurso a la demanda comercial del gran público– es atribuir a la biología las mismas leyes de la física. En palabras de Gopegui, “la mecánica celeste permite hacer todo tipo de predicciones cosmológicas, pero la ‘ mecánica’ de los procesos biológicos no lo permite”.
En este sentido, basta contemplar la historia de la evolución de la vida en nuestro planeta para cerciorarse de que, de entre los millones de especies surgidas (se estima que habrían aparecido nada menos que diez mil millones), solo una ha alcanzado el estatus para generar una civilización: el homo sapiens.
Por otro lado, ninguna especie ha aparecido más de una vez en la evolución de la Tierra: así, por ejemplo, el Tyrannosaurus Rex surgió hace unos 66 millones de años en el Cretácico (y no en el Jurásico como nos han querido “vender” a través del cine) y, tras su extinción, no ha vuelto a emerger (salvo en el celuloide). Esto da una idea de la singularidad y de lo probabilísticamente remoto que es la aparición de cualquier especie. Motivo por el que casi todos los biólogos evolucionistas más destacados – Theodosius Dobzhansky (1900-1975), Gaylor G. Simpson (19021984), David M. Raup (1933-2015)– se hayan pronunciado aceptando la improbabilidad de que exista alguna otra civilización inteligente en el universo, aun a pesar de que existan billones de estrellas… ¿ Somos acaso náufragos del cosmos?
Quién sabe, tal vez tenga razón Ruiz de Gopegui en “Mensajeros Cósmicos” cuando advierte: “El ser humano es un producto más de la casualidad cósmica que de la necesidad biológica; quizá por tanto lo más sensato sea pensar que estamos solos en el universo… aunque es posible que no lo estemos”.
El ser humano es un producto más de la CASUALIDAD CÓSMICA que de la necesidad biológica; quizá por tanto lo más sensato sea pensar que estamos solos en el universo...”. Ruiz de Gopegui.