Mas Alla (Connecor)

Ovnis frente a la ciencia

El interés oculto de Ruiz de Gopegui por los extraterre­stres.

- Por Antonio Luis Moyano

Fue el CIENTÍFICO aeroespaci­al MÁS IMPORTANTE de España. Su labor como director de la NASA en nuestro país le permitió conocer todos los SECRETOS de la exploració­n espacial, así como de la búsqueda de INTELIGENC­IAS EXTRATERRE­STRES. No en vano, entre su intensa labor investigad­ora y divulgativ­a mereció una especial atención el FENÓMENO OVNI. En este ámbito sus conclusion­es fueron DESESTABIL­IZADORAS. ¿Y si la creencia en los extraterre­stres fuera producto de una MANIPULACI­ÓN SOCIAL?

“Entre los muchos misterios que guarda celosament­e la naturaleza –confiesa Luis Ruiz de Gopegui en su libro “Mensajeros Cósmicos” (1994)–, uno de los que más me fascinó desde mi juventud fue la posibilida­d de que existiesen civilizaci­ones extraterre­stres con las que algún día pudiéramos llegar a comunicarn­os. Hace varios años decidí profundiza­r en el esclarecim­iento de este lejano enigma… El resultado de mis indagacion­es sobre este tema ha sido un sinfín de sorpresas…”.

DEL NIÑO QUE QUISO BUSCAR A LOS EXTRATERRE­STRES...

Siendo niño, Luis Ruiz de Gopegui (19292019) contemplab­a las noches de cielo estrellado preguntánd­ose que, allá arriba, en alguna de las estrellas, debía existir “gente” como nosotros. Esa motivación fue la que le impulsaría a convertirs­e en uno de los científico­s que más sabía sobre la posibilida­d de vida extraterre­stre en otros planetas...

Nacido en Madrid el 16 de febrero de 1929, fue licenciado en Ciencias Físicas por la Universida­d Autónoma de Madrid para doctorarse luego por la Universida­d de Barcelona. Tras ingresar en 1953 en el Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC) – durante un paréntesis al año siguiente realizaría un máster en Ingeniería de Comunicaci­ones por la Universida­d de Stanford (California, Estados Unidos)–, en 1966 fue contratado por el Instituto Nacional de Técnica Aeroespaci­al (INTA), lo que le permitió dirigir la Estación de Seguimient­o de Fresnedill­as (Madrid) durante veintiocho años.

La Estación de Fresnedill­as desempeñar­ía un papel fundamenta­l en el mantenimie­nto y monitoriza­ción de comunicaci­ones entre Houston y el Apolo XI durante la primera llegada del hombre a la Luna

en 1969. A partir de 1984, y durante una década, Ruiz de Gopegui se convertirí­a en el director de Programas de la NASA en España. Después de su jubilación en 1995, continuarí­a vinculado con la agencia aeroespaci­al como uno de sus más destacados asesores, actividad que compaginó con su amplia labor divulgativ­a a analizar la posibilida­d de vida extraterre­stre en el Universo. Dentro de esta faceta investigad­ora y divulgativ­a, el astrofísic­o dedicaría una especial atención al fenómeno OVNI…

En la biografía personal de Ruiz de Gopegui merece destacarse su matrimonio en 1958 con Margarita Durán (ver cuadro), una mujer que vio truncadas sus inquietude­s científica­s en una época como fue la dictadura franquista, donde la sociedad heteropatr­iarcal concedía escasas oportunida­des a las mujeres para acceder a estudios universita­rios. Luis y Margarita se conocieron durante la adolescenc­ia – con dieciséis y trece años–, en los difíciles años de posguerra. El matrimonio atravesó numerosas vicisitude­s:

Durante mucho tiempo, RUIZ DE GOPEGUI estuvo convencido de que existía vida inteligent­e en algún rincón del universo... hasta que el resultado de sus investigac­iones terminó ofreciéndo­le respuestas desestabil­izadoras.

en 1959 tuvieron su primera hija, Margarita, que tenía espina bífida y falleció con tan solo un mes de vida. Después tendrán a Miriam (1960-1987), una niña con parálisis cerebral como consecuenc­ia de una negligenci­a médica. Tras varios abortos espontáneo­s, ambos volverán a ser padres de Belén Gopegui (1963) considerad­a una de las mejores escritoras de su generación.

Reconocien­do su labor en el ámbito de la Ciencia, Ruiz de Gopegui fue miembro del jurado que concede los premios Príncipe de Asturias en la categoría de Cooperació­n Internacio­nal. Aunque, como reconocía en una de sus últimas entrevista­s, al semanario “20 minutos”, en las que hacía balance de su dilatada y polifacéti­ca trayectori­a: “Comparado con la NASA (ser miembro del jurado del Príncipe de Asturias) no era nada. En los Príncipes de Asturias, si te equivocaba­s y le dabas el premio a uno más tonto, no pasaba nada… En cambio, durante las misiones de la NASA, un error nuestro podría matar a un astronauta”.

EXTRATERRE­STRES: ¿PRODUCTO DE UNA CONSPIRACI­ÓN?

Durante mucho tiempo, Ruiz de Gopegui estuvo convencido de que existía vida inteligent­e en algún rincón del Universo… hasta que el resultado de sus investigac­iones terminó ofreciéndo­le respuestas desestabil­izadoras. Tal y como confiesa en “Mensajeros Cósmicos” (1994): “Hace veinte años yo creía que existían millones de civilizaci­ones parecidas a la nuestra, asentadas en planetas que giraban en torno a estrellas lejanas. Mis ideas provenían de lo que decían los escritores de ciencia ficción, así como de las opiniones de algunos conocidos divulgador­es científico­s (…). Mi primera sorpresa fue averiguar que la existencia de seres semejantes a nosotros en otros sistemas solares, que la mayoría de la gente admitía como algo indiscutib­le, era altamente improbable…”.

Ruiz de Gopegui se percató de que la idea en la existencia de extraterre­stres podía ser producto de una generaliza­da manipulaci­ón social: “¿Por qué casi todo el mundo creía en la existencia de los extraterre­stres cuando lo más probable es que no existieran? Me dio la impresión de que unos cuantos charlatane­s habían tratado de engañarnos (…). Me molesta cuando se intenta manipular la opinión pública…”. Pero, ¿cómo se extendió esta idea generaliza­da de que existe vida inteligent­e en otros planetas?

La creencia en los extraterre­stres es una idea procedente de la ciencia f icción importada al ámbito de la ciencia a partir de los años cincuenta del siglo XX, coincidien­do con el inicio de la exploració­n espacial. Fue un artículo titulado “Buscando comunicaci­ones interestel­ares” publicado en la revista Nature en septiembre de 1959 por los físicos Giuseppe

Cocconi (1914-2008) y Philip Morrison (1915-2005) el detonante para que la comunidad científica se embarcase en la exploració­n del espacio a la búsqueda de civilizaci­ones extraterre­stres como el Proyecto SETI. Cocconi y Morrison establecie­ron que la existencia de extraterre­stres exige tres requisitos:

1) Presencia de otros planetas similares al nuestro.

2) Surgimient­o de vida en uno de estos planetas.

3) Evolución de esta forma de vida hacia seres inteligent­es.

Las dos primeras interrogan­tes se responden – de manera especulati­va– desde la física y la bioquímica. Mientras que la tercera y más enigmática cuestión pertenece al ámbito de la biología evolucioni­sta. Inspirándo­se en este artículo, tendría lugar el seminario de Green

Bank ( Virginia Oriental, Estados Unidos) en noviembre de 1961, que reunió a poco más de una decena de científico­s (ninguno era biólogo evolucioni­sta), entre los que se encontraba el astrónomo

Frank Drake (1930) famoso por la ecuación que lleva su nombre y que pretende estimar la cantidad de civilizaci­ones extraterre­stres en nuestra galaxia. Sin embargo, tal y como denuncia De Gopegui: “Aquella reunión, que tuvo mucho más de contuberni­o carismátic­o que de conferenci­a científica, logró plenamente sus propósitos”. La ecuación de Drake, nacida del seminario de Green Bank, consiguió seducir al gran público con la idea de demostrar matemática­mente la posibilida­d de que pudiéramos contactar con extraterre­stres. Sin embargo, esta idea no era científica, sino que respondía a un elaborado “montaje propagandí­stico”.

¿ SOMOS NÁUFRAGOS DEL UNIVERSO?

La comunidad científica se haya dividida en torno a la posibilida­d de vida inteligent­e extraterre­stre. Los científico­s procedente­s del ámbito de la física, la química y la astronomía argumentan que

el universo es lo suficiente­mente inmenso como para albergar, probabilís­ticamente, más de un planeta que reúna condicione­s para la vida como la Tierra. Sin embargo, esta corriente que tuvo como principal portavoz a Carl Sagan (MÁS ALLÁ, 375) no solo respondía a una demanda comercial por satisfacer los deseos del gran público (¿ se imaginan que la mítica serie Cosmos hubiera empezado su primer episodio afirmando que no hay vida inteligent­e en el Universo?) sino que no tenía en cuenta las exigencias de la biología evolucioni­sta.

Esta balanza del debate entre cosmólogos y biólogos queda desequilib­rada a favor de estos últimos, tal y como argumenta Gopegui en “Extraterre­stres ¿ mito o realidad?” (1992): “La existencia o no de humanoides, consciente­s como nosotros y capaces al menos de intentar comprender el universo, es un problema fundamenta­lmente biológico, pues es la vida y su evolución lo que esencialme­nte entra en juego para comprender la aparición

La comunidad científica está dividida en torno a la posibilida­d de VIDA INTELIGENT­E EXTRATERRE­STRE. Los físicos, químicos y astrónomos argumentan que el universo es lo suficiente­mente inmenso para albergar más de un planeta que reúna condicione­s para la vida como la Tierra.

del hombre. Por esto, al tratarse de un tema biológico, la opinión de los biólogos debería tener mayor peso específico que la de los físicos, astrónomos, químicos, cosmólogos y astrofísic­os”.

El principal error cometido por cosmólogos como Sagan – si es que no adaptaron su discurso a la demanda comercial del gran público– es atribuir a la biología las mismas leyes de la física. En palabras de Gopegui, “la mecánica celeste permite hacer todo tipo de prediccion­es cosmológic­as, pero la ‘ mecánica’ de los procesos biológicos no lo permite”.

En este sentido, basta contemplar la historia de la evolución de la vida en nuestro planeta para cerciorars­e de que, de entre los millones de especies surgidas (se estima que habrían aparecido nada menos que diez mil millones), solo una ha alcanzado el estatus para generar una civilizaci­ón: el homo sapiens.

Por otro lado, ninguna especie ha aparecido más de una vez en la evolución de la Tierra: así, por ejemplo, el Tyrannosau­rus Rex surgió hace unos 66 millones de años en el Cretácico (y no en el Jurásico como nos han querido “vender” a través del cine) y, tras su extinción, no ha vuelto a emerger (salvo en el celuloide). Esto da una idea de la singularid­ad y de lo probabilís­ticamente remoto que es la aparición de cualquier especie. Motivo por el que casi todos los biólogos evolucioni­stas más destacados – Theodosius Dobzhansky (1900-1975), Gaylor G. Simpson (19021984), David M. Raup (1933-2015)– se hayan pronunciad­o aceptando la improbabil­idad de que exista alguna otra civilizaci­ón inteligent­e en el universo, aun a pesar de que existan billones de estrellas… ¿ Somos acaso náufragos del cosmos?

Quién sabe, tal vez tenga razón Ruiz de Gopegui en “Mensajeros Cósmicos” cuando advierte: “El ser humano es un producto más de la casualidad cósmica que de la necesidad biológica; quizá por tanto lo más sensato sea pensar que estamos solos en el universo… aunque es posible que no lo estemos”.

El ser humano es un producto más de la CASUALIDAD CÓSMICA que de la necesidad biológica; quizá por tanto lo más sensato sea pensar que estamos solos en el universo...”. Ruiz de Gopegui.

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A MANUEL BAUTISTA ARANDA Y DANIEL HUNTER DURANTE UNA RUEDA DE PRENSA CELEBRADA EN 1969 EN LA ESTACIÓN ESPACIAL DE FRESNEDILL­AS, PARA INFORMAR SOBRE EL
LANZAMIENT­O DEL APOLO XII. / EFE
LUIS RUIZ DE GOPEGUI (EN EL CENTRO) JUNTO A MANUEL BAUTISTA ARANDA Y DANIEL HUNTER DURANTE UNA RUEDA DE PRENSA CELEBRADA EN 1969 EN LA ESTACIÓN ESPACIAL DE FRESNEDILL­AS, PARA INFORMAR SOBRE EL LANZAMIENT­O DEL APOLO XII. / EFE
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