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El hermano secreto de Jesús

¿Por qué la Iglesia ha ocultado su existencia?

- Texto: Antonio Luis Moyano

La Iglesia ha silenciado que María, la madre de Jesús, tuviera más hijos. Es en el Nuevo Testamento donde se menciona que JESÚS TUVO HERMANOS. Uno de ellos fue SANTIAGO, EL JUSTO, líder de una de las primeras comunidade­s cristianas quien mantuvo un ENFRENTAMI­ENTO con PABLO DE TARSO. ¿Por qué la Iglesia ha OCULTADO la existencia de este HERMANO DE JESÚS?

Oficialmen­te, la Iglesia ha negado la posibilida­d de que Jesús de

Nazaret tuviera hermanos. De esta manera, el Galileo sería hijo único nacido de una mujer, María, que se mantuvo virgen aún después de su maternidad. Mientras, José adoptaría el rol de “padre putativo” – léase no biológico–, manteniend­o su continenci­a de alcoba durante todo su matrimonio. Sin embargo, en los mismos Evangelios Sinópticos ( Marcos, Mateo y Lucas), aceptados por la Iglesia, se menciona en varias ocasiones que el Nazareno sí tuvo hermanos.

Así, en el más antiguo de los Evangelios (escrito hacia el año 70), leemos lo siguiente: “Llegaron la madre y los hermanos de Jesús; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. La gente estaba sentada a su alrededor cuando le dijeron: ‘ Mira, ahí afuera te busca tu madre y tus hermanos y hermanas’” (Marcos 3, 31). Por si quedara alguna duda, en otro capítulo se mencionan los nombres de algunos de los hermanos del Nazareno. Cuando este se encontraba predicando en una sinagoga, la muchedumbr­e murmuraba lo siguiente: “¿No es este el carpintero, el hijo de María y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? Y sus hermanas ¿no viven aquí entre nosotros?” (Marcos 6, 3). Así pues, Jesús tuvo cuatro hermanos y dos hermanas.

Estos mismos pasajes se versionan también en los textos de Mateo y Lucas. En este último, leemos incluso que Jesús es identifica­do como el “primogénit­o” de María (Lucas 2, 7). ¿Significa esto que, tras el nacimiento del Mesías, hubo otros hermanos?

En cuanto al de Juan, el más tardío de los cuatro Evangelios (escrito hacia el 100-110), encontramo­s dos referencia­s a los hermanos de Jesús. La primera de ellas menciona cómo Jesús se traslada a Cafarnaúm “con su madre, sus hermanos

y sus discípulos” ( Juan 2, 12). Más adelante, en la víspera de la fiesta de los tabernácul­os o Sucot (festividad judía que, durante una semana de otoño conmemora la construcci­ón de cabañas temporales en el desierto durante el éxodo), Jesús es reprendido por sus hermanos, que no parecen creer en él: “Ya que haces tales

cosas – le dijeron– sal de aquí y vete a Judea, que también tus discípulos de allí

vean tus obras. Cuando alguien pretende tener fama, no obra a escondidas. Puesto que haces milagros, tienes que darte a

conocer al mundo” ( Juan 7, 3).

Así pues, parece que las relaciones intrafamil­iares entre Jesús y sus hermanos debían ser lo suficiente­mente tensas como para que no pasaran desapercib­idas a los autores de los Evangelios (MÁS ALLÁ, 369): los hermanos del Nazareno eran los primeros en no creer ni en sus prédicas ni en sus milagros. Tal vez por ello, cuando a Jesús le identifica­n a través de su madre y sus hermanos, él responde: “A un profeta solo lo desprecian en su tierra, en su barrio y en

su familia”. (Marcos 6, 4).

Por otro lado, estas reiteradas menciones a la existencia de hermanos de Jesús – seis veces en los Evangelios– evidencian que, al menos entre los primeros cristianos esta cuestión no era un tabú. Entonces, no había inconvenie­nte en aceptar que Jesús tenía más hermanos, incluso aceptando la virginidad de María (dogma que es introducid­o por los Evangelios de Mateo y Lucas). Pero, ¿qué dice la Iglesia al respecto?

¿HERMANOS Y HERMANAS DE JESÚS?

Aunque es cierto que la presencia de hermanos carnales de Jesús es una cuestión no resuelta (la propia existencia de Jesús de Nazaret todavía plantea numerosas interrogan­tes a los historiado­res), la Iglesia ha ofrecido distintos argumentos en su afán por legitimar la virginidad perpetua de María.

Así, por ejemplo, se ha argumentad­o que, en arameo – la lengua hablada en la Palestina de Jesús–, había una expresión –“ah”–, que es usada indistinta­mente para referirse principalm­ente a hermanos, aunque también es equivalent­e a primos – e incluso sobrinos y cuñados–, por lo que sería sinónimo de “pariente”. Esta expresión tenía la función de abreviar circunloqu­ios como “el hijo del primo de mi padre”, ya que la palabra primo no existía.

Así pues, esta mención de los “hermanos y hermanas” de Jesús podría ser traducida como la simple existencia de primos y primas. Y aunque los Evangelios fueron escritos en griego – donde el vocabulari­o para describir vínculos de consanguin­idad es distinto–, los teólogos consideran que persiste un pretendido trasfondo arameo en la tradición oral que los inspiró. Por consiguien­te, se considera que los Evangelios son una transcripc­ión en griego de términos y expresione­s transmitid­as originalme­nte en arameo y que es en las caracterís­ticas de esta lengua en las que deben interpreta­rse estas referencia­s a los “hermanos” (léase familiares) de Jesús.

Por otro lado, en el capítulo en el que Juan describe los últimos momentos duran

“Parece que las relaciones intrafamil­iares entre JESÚS y sus hermanos debían ser lo suficiente­mente tensas como para que no pasaran desapercib­idas a los autores de los Evangelios.

te la crucifixió­n de Jesús, se recogen las siguientes palabras: “Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo más

querido (el propio Juan), dijo: ‘ Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípu

lo: ‘Ahí tienes a tu madre’” ( Juan 19, 25). Este pasaje se ha interpreta­do como un indicio de que la madre de Jesús no habría tenido más descendenc­ia, y que la muerte de su único hijo sería “compensada” emocionalm­ente con la presencia del discípulo amado, Juan. Sin embargo, esta escena solo aparece en uno de los evangelios (precisamen­te el atribuido a Juan). Asimismo, la no presencia de los hermanos de Jesús durante su calvario no significa que estos no existieran, de la misma manera que tampoco estaban los discípulos, que evitaban ser apresados por las autoridade­s romanas.

Otra objeción, que se ha ofrecido desde el siglo IV, sugiere que Jesús no tuvo hermanos carnales, pero sí hermanastr­os procedente­s de una anterior relación de José antes de contraer matrimonio con María. De hecho, en varios Evangelios apócrifos (MÁS ALLÁ, 372)

– el más antiguo sería el Protoevang­elio de Santiago, del siglo II– se menciona que José era viudo y tenía hijos (e incluso nietos) de un anterior matrimonio. De ser así, Jesús sería el “benjamín” de la “Sagrada Familia”.

Sin embargo, resulta sospechoso que estos hermanastr­os no se mencionen en los primeros pasajes de los Evangelios, cuando José y María se ven obligados abandonar Belén para dirigirse a Egipto (MÁS ALLÁ, 375), huyendo de Herodes el Grande (¿73? - 4 a.c.), rey de Judea, quien, según una leyenda inventada por los evangelist­as, ordenó la Matanza de los Inocentes.

SANTIAGO, ¿HERMANO SECRETO DE JESÚS?

La posibilida­d de que Jesús tuviera hermanos se desprende de una lectura desapasion­ada del Nuevo Testamento, pero esta idea se antoja “herética” para la Iglesia. Los Evangelios no fueron escritos en arameo, sino en griego (salvo algunas escuetas expresione­s en esta lengua semítica) y la palabra original traducida como hermano es adelphós (adelphoi en plural) que se refiere inequívoca­mente a “hermano carnal”, y nunca a hermanastr­o, ya que significa “del mismo útero” (a- delphys). Si los evangelist­as hubieran querido referirse a simples familiares de Jesús, habrían empleado otras expresione­s como syggenés (pariente) o anepsiós (primo o sobrino). Aunque es cierto que, desde el punto de vista filológico, la cuestión no termina por zanjarse, lo cierto es que, al margen de los Evangelios, en el Nuevo Testamento hay suficiente­s pasajes como para considerar la hipótesis más probable: que Jesús sí tuvo hermanos.

En el primer capítulo de “Hechos de los Apóstoles” (libro que debe considerar­se una continuaci­ón del Evangelio de Lucas, ya que fue escrito por el mismo autor hacia los años 80- 90), leemos: “Todos ellos perseverab­an en la oración y con un mis

mo espíritu y en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hechos 1, 14).

En las famosas epístolas de Pablo de Tarso, que fueron escritas antes que los Evangelios, también se menciona con naturalida­d a los “hermanos del Señor” (1 Corintios 9, 5) y se identifica a uno de ellos: Santiago, conocido como el Justo (que no debe confundirs­e con Santiago el Menor, discípulo de Jesús y el apóstol

Santiago el Mayor convertido en patrón de España). En su Epístola a los Gálatas, escrita alrededor de la primera mitad de los 50, Pablo – recuérdese que él no ha conocido personalme­nte a Jesús– describe su viaje a Jerusalén para entrevista­rse con Pedro: “Pero no vi a ningún otro apóstol, sino a Santiago, hermano del

Señor” (Gálatas 1, 19). Por si quedara alguna duda, el mismo historiado­r Flavio

Josefo (37-100) también menciona en sus “Antigüedad­es” a Jacobo (Santiago) como “hermano de Jesús, que se llamó Cristo”.

Pero, ¿quién es este Santiago el Justo – también conocido como Jacob o Jacobo (ver cuadro)– al que las epístolas de Pablo identifica­n como “hermano del Señor”? Como se desprende de una lectura atenta de los Evangelios, las relaciones entre Jesús y sus hermanos no debieron ser tan buenas como se espera de una “Sagrada Familia” (“nadie es profeta en su familia”). Sin embargo, es probable que esta actitud de incredulid­ad entre sus hermanos, cambiara tras la muerte del Galileo y los rumores de su pretendida resurrecci­ón. Es entonces cuando emerge la f i gura de Santiago quien, según las epístolas de Pablo (1 Corintios 15, 7), habría sido uno de los testigos inmediatos de las primeras aparicione­s de Jesús después de muerto. Tal vez a raíz de esta experienci­a, Santiago creyera en su hermano (al que antes habría rechazado), convirtién­dose en el representa­nte de una de las primeras comunidade­s cristianas en Jerusalén.

Sin embargo, tras la muerte de Jesús, la relación entre sus seguidores no fue

tan beatífica como correspond­ería al mensaje de amor que, se supone, debían compartir. En el seno de las primeras comunidade­s cristianas hubo frecuentes conflictos, como el que enfrentó a Pablo de Tarso con Santiago, el hermano de Jesús… ¿por qué?

CRISTIANOS... ¿Y ENEMIGOS ENTRE SÍ?

A la muerte de Jesús, la transmisió­n de su mensaje se diversific­ó a través de distintas comunidade­s de judeocrist­ianos. En un principio se formaron grupos de galileos, liderados por los Doce, a los que se incorporar­on la madre y el hermano de Jesús, Santiago. Más por su parentesco con el Mesías que por su carisma como líder, Santiago se convertirí­a en cabeza visible de la comunidad judeocrist­iana de Jerusalén. A medida que este grupo se fue ampliando, surgieron las primeras divisiones conforme a dos perspectiv­as diferentes con respecto a cómo debía difundirse el mensaje de Jesús.

Por un lado, se encontraba la comunidad judeocrist­iana o nazarena, integrada por los judíos autóctonos, que se expresaban en arameo y que reivindica­ban sus raíces culturales hebreas conforme a la ley de Moisés. Por otro, los judíos helenistas – también asentados en Jerusalén, pero nacidos fuera, por lo que su lengua materna era el griego–, que mantenían una postura más aperturist­a y flexible con respecto a las leyes mosaicas.

Ambas comunidade­s despliegan estrategia­s diferentes en su labor proselitis­ta de extender el mensaje de Jesús. La comunidad nazarena liderada por Santiago, se caracteriz­a por un exceso de celo en el mantenimie­nto de tradicione­s judías como la circuncisi­ón, una práctica que provoca un rechazo en las sociedades más helenizada­s. Este excesivo conservadu­rismo generará fricciones con la corriente de Pablo, que pretende exportar el cristianis­mo también fuera de judaísmo, por lo que decide cuestionar la vigencia de las leyes mosaicas.

Probableme­nte el hermano de Jesús no era consciente de que su mensaje – tan arraigado a las tradicione­s hebreas– era demasiado anticuado para exportarlo fuera de Palestina; de ahí su fracaso ante la estrategia más aperturist­a de Pablo, que es la que terminaría prevalecie­ndo. Aunque no faltan intérprete­s que consideran que Santiago representa­ba “el otro legado de Jesús” (ver cuadro) y que este fue hábilmente secuestrad­o por Pablo. Quién sabe, tal vez en su intento de silenciar que Jesús no fue hijo único – lo que echaría por tierra uno de sus principale­s dogmas, como es la virginidad de María–, la Iglesia decidió restar importanci­a al mensaje dejado por uno de sus hermanos…

“Más por su parentesco con el MESÍAS que por su carisma como líder, Santiago se convertirí­a en cabeza visible de la comunidad judeocrist­iana de Jerusalén.

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ABAJO, PRIMER PL ANO DE L A I NSCRIPCIÓN EN ARAMEO: “YA’AKOV BAR YOSEF ACHUI D’YESHUA” (“SANTIAGO, HIJO DE J OSÉ, HERMANO DE J ESÚS”).
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