El hermano secreto de Jesús
¿Por qué la Iglesia ha ocultado su existencia?
La Iglesia ha silenciado que María, la madre de Jesús, tuviera más hijos. Es en el Nuevo Testamento donde se menciona que JESÚS TUVO HERMANOS. Uno de ellos fue SANTIAGO, EL JUSTO, líder de una de las primeras comunidades cristianas quien mantuvo un ENFRENTAMIENTO con PABLO DE TARSO. ¿Por qué la Iglesia ha OCULTADO la existencia de este HERMANO DE JESÚS?
Oficialmente, la Iglesia ha negado la posibilidad de que Jesús de
Nazaret tuviera hermanos. De esta manera, el Galileo sería hijo único nacido de una mujer, María, que se mantuvo virgen aún después de su maternidad. Mientras, José adoptaría el rol de “padre putativo” – léase no biológico–, manteniendo su continencia de alcoba durante todo su matrimonio. Sin embargo, en los mismos Evangelios Sinópticos ( Marcos, Mateo y Lucas), aceptados por la Iglesia, se menciona en varias ocasiones que el Nazareno sí tuvo hermanos.
Así, en el más antiguo de los Evangelios (escrito hacia el año 70), leemos lo siguiente: “Llegaron la madre y los hermanos de Jesús; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. La gente estaba sentada a su alrededor cuando le dijeron: ‘ Mira, ahí afuera te busca tu madre y tus hermanos y hermanas’” (Marcos 3, 31). Por si quedara alguna duda, en otro capítulo se mencionan los nombres de algunos de los hermanos del Nazareno. Cuando este se encontraba predicando en una sinagoga, la muchedumbre murmuraba lo siguiente: “¿No es este el carpintero, el hijo de María y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? Y sus hermanas ¿no viven aquí entre nosotros?” (Marcos 6, 3). Así pues, Jesús tuvo cuatro hermanos y dos hermanas.
Estos mismos pasajes se versionan también en los textos de Mateo y Lucas. En este último, leemos incluso que Jesús es identificado como el “primogénito” de María (Lucas 2, 7). ¿Significa esto que, tras el nacimiento del Mesías, hubo otros hermanos?
En cuanto al de Juan, el más tardío de los cuatro Evangelios (escrito hacia el 100-110), encontramos dos referencias a los hermanos de Jesús. La primera de ellas menciona cómo Jesús se traslada a Cafarnaúm “con su madre, sus hermanos
y sus discípulos” ( Juan 2, 12). Más adelante, en la víspera de la fiesta de los tabernáculos o Sucot (festividad judía que, durante una semana de otoño conmemora la construcción de cabañas temporales en el desierto durante el éxodo), Jesús es reprendido por sus hermanos, que no parecen creer en él: “Ya que haces tales
cosas – le dijeron– sal de aquí y vete a Judea, que también tus discípulos de allí
vean tus obras. Cuando alguien pretende tener fama, no obra a escondidas. Puesto que haces milagros, tienes que darte a
conocer al mundo” ( Juan 7, 3).
Así pues, parece que las relaciones intrafamiliares entre Jesús y sus hermanos debían ser lo suficientemente tensas como para que no pasaran desapercibidas a los autores de los Evangelios (MÁS ALLÁ, 369): los hermanos del Nazareno eran los primeros en no creer ni en sus prédicas ni en sus milagros. Tal vez por ello, cuando a Jesús le identifican a través de su madre y sus hermanos, él responde: “A un profeta solo lo desprecian en su tierra, en su barrio y en
su familia”. (Marcos 6, 4).
Por otro lado, estas reiteradas menciones a la existencia de hermanos de Jesús – seis veces en los Evangelios– evidencian que, al menos entre los primeros cristianos esta cuestión no era un tabú. Entonces, no había inconveniente en aceptar que Jesús tenía más hermanos, incluso aceptando la virginidad de María (dogma que es introducido por los Evangelios de Mateo y Lucas). Pero, ¿qué dice la Iglesia al respecto?
¿HERMANOS Y HERMANAS DE JESÚS?
Aunque es cierto que la presencia de hermanos carnales de Jesús es una cuestión no resuelta (la propia existencia de Jesús de Nazaret todavía plantea numerosas interrogantes a los historiadores), la Iglesia ha ofrecido distintos argumentos en su afán por legitimar la virginidad perpetua de María.
Así, por ejemplo, se ha argumentado que, en arameo – la lengua hablada en la Palestina de Jesús–, había una expresión –“ah”–, que es usada indistintamente para referirse principalmente a hermanos, aunque también es equivalente a primos – e incluso sobrinos y cuñados–, por lo que sería sinónimo de “pariente”. Esta expresión tenía la función de abreviar circunloquios como “el hijo del primo de mi padre”, ya que la palabra primo no existía.
Así pues, esta mención de los “hermanos y hermanas” de Jesús podría ser traducida como la simple existencia de primos y primas. Y aunque los Evangelios fueron escritos en griego – donde el vocabulario para describir vínculos de consanguinidad es distinto–, los teólogos consideran que persiste un pretendido trasfondo arameo en la tradición oral que los inspiró. Por consiguiente, se considera que los Evangelios son una transcripción en griego de términos y expresiones transmitidas originalmente en arameo y que es en las características de esta lengua en las que deben interpretarse estas referencias a los “hermanos” (léase familiares) de Jesús.
Por otro lado, en el capítulo en el que Juan describe los últimos momentos duran
“Parece que las relaciones intrafamiliares entre JESÚS y sus hermanos debían ser lo suficientemente tensas como para que no pasaran desapercibidas a los autores de los Evangelios.
te la crucifixión de Jesús, se recogen las siguientes palabras: “Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo más
querido (el propio Juan), dijo: ‘ Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípu
lo: ‘Ahí tienes a tu madre’” ( Juan 19, 25). Este pasaje se ha interpretado como un indicio de que la madre de Jesús no habría tenido más descendencia, y que la muerte de su único hijo sería “compensada” emocionalmente con la presencia del discípulo amado, Juan. Sin embargo, esta escena solo aparece en uno de los evangelios (precisamente el atribuido a Juan). Asimismo, la no presencia de los hermanos de Jesús durante su calvario no significa que estos no existieran, de la misma manera que tampoco estaban los discípulos, que evitaban ser apresados por las autoridades romanas.
Otra objeción, que se ha ofrecido desde el siglo IV, sugiere que Jesús no tuvo hermanos carnales, pero sí hermanastros procedentes de una anterior relación de José antes de contraer matrimonio con María. De hecho, en varios Evangelios apócrifos (MÁS ALLÁ, 372)
– el más antiguo sería el Protoevangelio de Santiago, del siglo II– se menciona que José era viudo y tenía hijos (e incluso nietos) de un anterior matrimonio. De ser así, Jesús sería el “benjamín” de la “Sagrada Familia”.
Sin embargo, resulta sospechoso que estos hermanastros no se mencionen en los primeros pasajes de los Evangelios, cuando José y María se ven obligados abandonar Belén para dirigirse a Egipto (MÁS ALLÁ, 375), huyendo de Herodes el Grande (¿73? - 4 a.c.), rey de Judea, quien, según una leyenda inventada por los evangelistas, ordenó la Matanza de los Inocentes.
SANTIAGO, ¿HERMANO SECRETO DE JESÚS?
La posibilidad de que Jesús tuviera hermanos se desprende de una lectura desapasionada del Nuevo Testamento, pero esta idea se antoja “herética” para la Iglesia. Los Evangelios no fueron escritos en arameo, sino en griego (salvo algunas escuetas expresiones en esta lengua semítica) y la palabra original traducida como hermano es adelphós (adelphoi en plural) que se refiere inequívocamente a “hermano carnal”, y nunca a hermanastro, ya que significa “del mismo útero” (a- delphys). Si los evangelistas hubieran querido referirse a simples familiares de Jesús, habrían empleado otras expresiones como syggenés (pariente) o anepsiós (primo o sobrino). Aunque es cierto que, desde el punto de vista filológico, la cuestión no termina por zanjarse, lo cierto es que, al margen de los Evangelios, en el Nuevo Testamento hay suficientes pasajes como para considerar la hipótesis más probable: que Jesús sí tuvo hermanos.
En el primer capítulo de “Hechos de los Apóstoles” (libro que debe considerarse una continuación del Evangelio de Lucas, ya que fue escrito por el mismo autor hacia los años 80- 90), leemos: “Todos ellos perseveraban en la oración y con un mis
mo espíritu y en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hechos 1, 14).
En las famosas epístolas de Pablo de Tarso, que fueron escritas antes que los Evangelios, también se menciona con naturalidad a los “hermanos del Señor” (1 Corintios 9, 5) y se identifica a uno de ellos: Santiago, conocido como el Justo (que no debe confundirse con Santiago el Menor, discípulo de Jesús y el apóstol
Santiago el Mayor convertido en patrón de España). En su Epístola a los Gálatas, escrita alrededor de la primera mitad de los 50, Pablo – recuérdese que él no ha conocido personalmente a Jesús– describe su viaje a Jerusalén para entrevistarse con Pedro: “Pero no vi a ningún otro apóstol, sino a Santiago, hermano del
Señor” (Gálatas 1, 19). Por si quedara alguna duda, el mismo historiador Flavio
Josefo (37-100) también menciona en sus “Antigüedades” a Jacobo (Santiago) como “hermano de Jesús, que se llamó Cristo”.
Pero, ¿quién es este Santiago el Justo – también conocido como Jacob o Jacobo (ver cuadro)– al que las epístolas de Pablo identifican como “hermano del Señor”? Como se desprende de una lectura atenta de los Evangelios, las relaciones entre Jesús y sus hermanos no debieron ser tan buenas como se espera de una “Sagrada Familia” (“nadie es profeta en su familia”). Sin embargo, es probable que esta actitud de incredulidad entre sus hermanos, cambiara tras la muerte del Galileo y los rumores de su pretendida resurrección. Es entonces cuando emerge la f i gura de Santiago quien, según las epístolas de Pablo (1 Corintios 15, 7), habría sido uno de los testigos inmediatos de las primeras apariciones de Jesús después de muerto. Tal vez a raíz de esta experiencia, Santiago creyera en su hermano (al que antes habría rechazado), convirtiéndose en el representante de una de las primeras comunidades cristianas en Jerusalén.
Sin embargo, tras la muerte de Jesús, la relación entre sus seguidores no fue
tan beatífica como correspondería al mensaje de amor que, se supone, debían compartir. En el seno de las primeras comunidades cristianas hubo frecuentes conflictos, como el que enfrentó a Pablo de Tarso con Santiago, el hermano de Jesús… ¿por qué?
CRISTIANOS... ¿Y ENEMIGOS ENTRE SÍ?
A la muerte de Jesús, la transmisión de su mensaje se diversificó a través de distintas comunidades de judeocristianos. En un principio se formaron grupos de galileos, liderados por los Doce, a los que se incorporaron la madre y el hermano de Jesús, Santiago. Más por su parentesco con el Mesías que por su carisma como líder, Santiago se convertiría en cabeza visible de la comunidad judeocristiana de Jerusalén. A medida que este grupo se fue ampliando, surgieron las primeras divisiones conforme a dos perspectivas diferentes con respecto a cómo debía difundirse el mensaje de Jesús.
Por un lado, se encontraba la comunidad judeocristiana o nazarena, integrada por los judíos autóctonos, que se expresaban en arameo y que reivindicaban sus raíces culturales hebreas conforme a la ley de Moisés. Por otro, los judíos helenistas – también asentados en Jerusalén, pero nacidos fuera, por lo que su lengua materna era el griego–, que mantenían una postura más aperturista y flexible con respecto a las leyes mosaicas.
Ambas comunidades despliegan estrategias diferentes en su labor proselitista de extender el mensaje de Jesús. La comunidad nazarena liderada por Santiago, se caracteriza por un exceso de celo en el mantenimiento de tradiciones judías como la circuncisión, una práctica que provoca un rechazo en las sociedades más helenizadas. Este excesivo conservadurismo generará fricciones con la corriente de Pablo, que pretende exportar el cristianismo también fuera de judaísmo, por lo que decide cuestionar la vigencia de las leyes mosaicas.
Probablemente el hermano de Jesús no era consciente de que su mensaje – tan arraigado a las tradiciones hebreas– era demasiado anticuado para exportarlo fuera de Palestina; de ahí su fracaso ante la estrategia más aperturista de Pablo, que es la que terminaría prevaleciendo. Aunque no faltan intérpretes que consideran que Santiago representaba “el otro legado de Jesús” (ver cuadro) y que este fue hábilmente secuestrado por Pablo. Quién sabe, tal vez en su intento de silenciar que Jesús no fue hijo único – lo que echaría por tierra uno de sus principales dogmas, como es la virginidad de María–, la Iglesia decidió restar importancia al mensaje dejado por uno de sus hermanos…
“Más por su parentesco con el MESÍAS que por su carisma como líder, Santiago se convertiría en cabeza visible de la comunidad judeocristiana de Jerusalén.