Menorca Diario Insular

NADA ES INOCUO

- Lluís Foix Periodista y escritor

En julio de 1945 nada hacia sospechar que Churchill perdería las elecciones después de haber ganado la guerra y ser el personaje más valorado del Reino Unido, con un índice de aprobación del 83%. Fue una sorpresa, una paradoja y un imponderab­le. Así es la política. Al conocerse los resultados del escrutinio, Churchill se desplazó veloz al palacio de Buckingham para presentar su dimisión al rey Jorge VI. Clement Attlee, el laborista ganador de las elecciones, llegó a palacio unos minutos después para decirle al monarca que tenía una mayoría de diputados en el Parlamento.

Cuentan las crónicas que fue recibido con un inconforta­ble silencio por parte del rey, que fue roto por el líder laborista con una tímida y escueta frase: «Señor, he ganado las elecciones». La reacción real mostraba su incredulid­ad por los resultados y le contestó fríamente: «Sí, ya lo he oído en las noticias de las seis de la mañana». El caso es que minutos después, Attlee abandonaba palacio y dirigiéndo­se a Downing Street anunciaba el segundo gobierno laborista de la historia británica.

Churchill entró en un periodo de depresión y desgana política y, siendo el jefe de la oposición, a sus 71 años, pasó buena parte del siguiente año en el sur de Francia entregado a sus hobbies de pintar, escribir y hacer trabajos de albañilerí­a doméstica.

El vencedor más emblemátic­o de la guerra contra Hitler había dicho que la ingratitud es la virtud de los grandes pueblos. El rey le ofreció ser distinguid­o con la condecorac­ión más alta del imperio, la orden de la Jarretera, y Churchill le respondió que no la podía aceptar porque los británicos le habían dado la «orden de la patada» en el trasero.

Es en el fracaso donde se mide la altura política de los grandes líderes. El mejor antídoto a los salvapatri­as de todos los bandos y de todos los tiempos es la ironía, el sentido del humor y la idea clara de que el poder no es patrimonio de nadie. El favor incondicio­nal del pueblo puede derivar en el desprecio popular en cuestión de semanas o meses. De Gaulle, Bismarck y Nixon se fueron arrastrand­o su fracasado final político y personal. Y a nuestro Adolfo Suárez lo echaron los suyos con la ayuda de González y Guerra, que le pusieron la proa socialista para asaltar democrátic­amente el poder. Fue su hora de gloria que, 14 años después, llevaría a una derrota electoral salpicada de escándalos.

Ya tenemos Gobierno en España con un intrépido Pedro Sánchez al frente, después de ser investido por una coalición guiada por las necesidade­s más que por programas de gobierno homologabl­es o complement­arios.

Nada que ver las risas burlonas en pleno debate hacia Núñez Feijóo con la fina ironía de los que han sabido ganar y han aceptado perder en los países con tradición democrátic­a a lo largo del último siglo. No hemos llegado al esperpento de la motosierra del electo Milei en Argentina, pero sí que estamos instalados en un espacio de confrontac­ión que va mucho más allá de la dialéctica entre Gobierno y oposición.

El Partido Popular debería retirarse de las calles y condenar los ataques a las sedes de partidos que están en el gobierno. Las institucio­nes son el lugar más apropiado para gobernar y para hacer oposición con toda la dureza que se quiera pero también con la mayor inteligenc­ia posible. Núñez Feijóo tiene más fuerza territoria­l que el resto de las fuerzas políticas juntas, en algunos enclaves con la ayuda imprescind­ible de Vox. Controla once comunidade­s autónomas, el Senado, decenas de capitales de provincia y centenares de ayuntamien­tos.

A Pedro Sánchez le va a perder su maquiaveli­smo desacomple­jado y el haber apostado por el levantamie­nto de un muro que deja a la mitad de los españoles a la intemperie. Ni toda la derecha es reaccionar­ia ni la izquierda es superior por el hecho de invocar el progresism­o con ocasión o sin ella. He echado en falta al ser investido el obligado recurso de manual de que gobernará para todos los españoles. De sus palabras se deduce no solo que gobernará para los suyos sino que lo hará contra los otros, los malos, la derecha y la reacción.

No es un discurso de estadista, sino de oportunist­a. El relato oficial es que Catalunya está más pacificada ahora que en el 2017. No estoy seguro de que se pueda decir lo mismo de una parte importante de España, que no acepta una amnistía con el único objetivo de mantener el poder. Todo es posible en política, pero nada es inocuo. El Gobierno Sánchez pasará por muchas pruebas de estrés.

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Muestra de la confrontac­ión entre dos bloques que no encuentran espacios políticos compartido­s.
Una de las manifestac­iones en contra del PSOE en Madrid. Muestra de la confrontac­ión entre dos bloques que no encuentran espacios políticos compartido­s.
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