Menorca Diario Insular

FELICIDAD PASCUAL

- Enrique Lázaro Periodista

Llevo encima tal cantidad de felices pascuas floridas, sin que ninguna me haya proporcion­ado ni dos minutos de felicidad convencion­al, que este año ya puedo afirmar que a diferencia de los huevos y los corderos, no soy yo nada pascual. O no estoy a la altura (prefiero la felicidad intranscen­dente), o me pasa algo raro con la Pascua, o es que eso del Domingo de Pascua no era para tanto. También podría ser que el exceso de religiosid­ad de esta fiesta, unida a la celebració­n de la primavera que cantaban aquellos insufrible­s chalados de Siete novias para siete hermanos, sea demasiado para mí. Religión y primavera no son cosas que se avengan con ningún concepto de felicidad, incluidos los muy traídos por los pelos, que yo pueda tener. Y eso que tengo muchos, según los días, porque qué mayor felicidad que la versatilid­ad. Y sin embargo, no recuerdo ahora mismo ningún día de Pascua en el que yo fuese especialme­nte feliz, ni siquiera razonablem­ente feliz. Y menos todavía el segundo día de Pascua, un festivo equivalent­e a esa última copa que ningún buen bebedor

No recuerdo ahora mismo ningún día de Pascua en el que yo fuese especialme­nte feliz»

se bebe jamás. La religiosid­ad, compartida por las tres grandes religiones, es un serio impediment­o, pero no suficiente para mi afición a la felicidad. Recuerdo algunos Viernes Santos, igualmente religiosos, en los que sí fui muy feliz. Uno de hace años en el metro de París, camino de la rue Émile Richard en el cementerio de Montparnas­se. Inolvidabl­e felicidad. Y otro hace dos días, cuando por fin rompí el envoltorio de celofán del volumen I de Cordero negro y halcón gris, de Rebecca West, una de las grandes obras maestras del siglo XX, recién publicada por Reino de Redonda. Suena raro haber tenido varios Viernes Santos felices, y domingos de Pascua ni uno. Y eso que ya son muchos, y los he recordado todos. ¿Y de pequeño? De pequeño peor, eran días cargados de normas, reglamento­s y costumbres. Muy transcende­ntes, y si algo aprendí del escabroso asunto de la felicidad, es que debe ser intranscen­dente. Por eso no soy pascual. Podría empezar a leer hoy el libro de West, a ver si así, por fin... ¿Pero y si entonces se me atraviesa el libro? Ni hablar. Bueno, ustedes hagan lo que puedan. Felices pascuas.

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