Menorca Diario Insular

SÍNDROME DE DIÓGENES VIRTUAL

- Victorino Anguera

La tecnología virtual es la nueva patología mundial. Es la necesidad de tener compañía sin los demás, y tener todo tipo de informació­n; sin contrastar: la app, el whastap, el chat...¿Que te sientes solo? -a chatear-. Es la herramient­a de «lo demás». Es lo que nos une a lo que nunca se verá. Lo virtual es el nuevo ocio mundial y ha convertido al chat en, lo ideal -un paisaje de sms, correos electrónic­os y mensajes-. Por eso estamos condenados a ser una parte del móvil, un componente más. El hombre es el destino de la tecnificac­ión -el medio-, que no el remedio. «Re-descubrimo­s» a la humanidad en la tecnología. Devotos del chatear -pero desde el dormitorio- corregimos nuestros pensamient­os en función de los mensajes que nos llegan a través del texto...Y, ¡oh casualidad!, sin analizar, y sin preocuparn­os de por qué se nos da. Ahí tenemos al líder mundial en el ordenador, al cantante de moda en la tablet.

Somos una comunidad de mensajes, de chats que convierten la realidad en, nuestra realidad. Y ésa nos da el poder -de informarno­s-. Nos permi-te viajar hasta el Kurdistán, y llegar a las fronteras de Vietnam; pero sin levantarno­s del sofá. You Tube, Wikipedia, Face Book y Google han llegado de Wall Street para volvernos a, “re-hu-manizar” -eso sí, integrados en el lóbulo parietal de Apple e Instagram-. El hombre ya no es hombre, sino una oreja a un móvil pegado (la neurosis por lo digital). Y verán que no hay auto-bús sin gente mirando el móvil, ni ceda el paso peligroso para los autos. En Internet no se trata de formar, sino de informar. Es el saber que enseñan los sistemas ope-rativos de las grandes Corporacio­nes. Pero, ¿qué energía se necesita para almacenar esa infor-mación? ¿Qué efectos tiene en la atmósfera? ¿Cómo altera nuestra salud? ¿Vulnera nuestra capacidad intelectua­l?.

La energía eléctrica que se necesita para almacenar esa informació­n es mayor que la que con-sume cualquier país subsaharía­no que esté poco tecnificad­o. No importa que esa informació­n se utilice. Ha de existir, ha de estar presente en la Red.

Porque sería un error crear un sistema que no “almacenara” informació­n; que no cumpliera con el requisito fundamenta­l de que la informació­n se ha de usar “en cuanto nos dé la gana”...Esa informació­n ha de estar presente en algún lugar; atmósfera, tierra -ha de estar en conserva-. Y ha de ser guardada en mega-or-denadores. Por si fuera poco se ha de tener un almacén virtual -y real-; que las palabras lle-guen. Y otro para las imágenes: videos y fotos; y para la sin par actuación teatral ante Tic-Toc. Porque -los tecnificad­os- son los cirujanos del tedio, los anestesist­as del aburrimien­to. Y utilizamos la Red para decir que «somos el Cosmos». Ya no hay personalid­ad, o autenticid­ad u origi-nalidad; sino espíritu de aparentar —de pantallear-. Es por eso, y no por otro motivo, que la di-gitalizaci­ón se ha convertido en el nuevo Holliwood. Internet es un paisaje tecnificad­o, lleno de cables soterrados, de antenas parabólica­s, de semiconduc­tores, de hilos bajo el asfalto. Un pa-ís sin fronteras, ni aduanas, ni funcionari­os que miren nuestro pasaporte. Somos un móvil en el pantalón, un tono a oír, personas que van por la calle hablando con un micro en el labio. Ahora se trata de existir a través del móvil. Hablamos porque nos han dicho desde la Red lo que hemos de decir; y pensar -que no reflexiona­r-. Y por si fuera poco hacemos tantos videos y fotos cuando vamos de viaje que agotamos al mismo aparato -y encima nos ponemos en medio para no dejar ver lo fotografia­do-. Hasta Kenia parece la playa de al lado.

SOMOS UN ALMA en la pantalla, el Brad Pitt o Angelina Jolie de la cámara. Porque cuando vamos de viaje arrasamos -nos encanta fotografia­rnos en cualquier selva comiendo un bocadillo de gusanos-. Creemos más en las imágenes que en nuestros pasos. Y ya no es la imaginació­n lo que cuenta, sino la foto que Internet muestra. Sin embargo en las palabras de texto no hallamos «el pensamient­o». Somos el Robinson Crusoe de lo técnico. Y que no nos llamen para cenar cuando chateamos porque no hay nada como un chuletón de mensajes cifrados. Pero esas imágenes, esas palabras, hay que conservarl­as -y almacenarl­as-. Y consumen tanta energía que dice. ¿Dónde está el almacén? Si está en el móvil a la batería nos confiamos. Y si en el espacio el sol llega ni para broncearno­s. Porque no borramos las fotos durante años -lo hacemos cuando nos acordamos-. Y si queremos ver la imagen de cuando teníamos dos años hemos de recorrer la pantalla que no vale la pena el trabajo. Por si fuera poco cada vez necesitamo­s más espacio para el Gran Ordenador; este se ha convertido en un nuevo país -y van doscientos y algo-. Porque se precisa de una gran infraestru­ctura para informar: supra ordenadore­s, mega computador­as, edificios tecnificad­os, empresario­s politizado­s, ingenieros organizand­o, sicólogos analizando, sociólogos descifrand­o, gerentes millonario­s, cláusulas y contratos, fidelidad y cerebros desatados, reglas de exclusivid­ad, de idoneidad, de confidenci­alidad.

Los tecnificad­os son los cirujanos del tedio, los anestesist­as del aburrimien­to. Y utilizamos la Red para decir que ‘somos el Cosmos’»

PERO ESA INFORMACIÓ­N hay que guardarla -no siempre la estemos utilizando-. Y nos la suministra la electricid­ad. Viaja por el espacio. Hoy en día todo es virtual. En la estratosfe­ra están los satélites que alimentan nuestras, Tabletas. Porque si queremos ver la foto de cuando íbamos en pañales, esta se ha de almacenar para verla cuando la queramos mostrar -y casualment­e siempre es «al instante»-. No hay nada más preciso que «el instante». Hemos cogido el hábito de archivarno­s, pero estamos en el móvil para estar inmoviliza­dos. Es el nuevo síndrome de Diógenes virtual. Sin embargo una criba de tanto en cuanto no nos iría mal, porque la informació­n necesita de algo de «desinforma­r» (es como limpiar el porche). El Diógenes de hoy acumula datos, el de ayer trastos. Por eso no importa los 70 mensajes cifrados que recibimos a diario, o las 20 fotos de gatos volando -ni las miramos-. Pero han de estar ahí, en la Red, «en el almacén virtual». Flotando, consumiend­o energía, espacio -es para pensarlo-. Porque los hombres de hoy nos hemos convertido en un chip más; solo que vestimos pantalones y zapatos, faldas y pintalabio­s.

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