Menorca Diario Insular

AQUELLA RED LITERARIA

- Elsa Pons Villalonga

Viven en mi estantería desde que era niña las coleccione­s de libros de «Torres de Malory» y «Santa Clara» que escribió Enid Blyton hace casi un siglo sobre estudiante­s de un internado. La cotidianid­ad mezclada con bromas, disgustos y aprendizaj­es de adolescent­es de la clase media inglesa me fascinó durante mucho tiempo. Esos libros, siempre presentes en mi habitación, llevan años descansand­o después de la intensa racha que vivieron cuando llegaron a casa. Es una de esas coleccione­s que se pedían por catálogo, que venían de tomo en tomo una vez al mes. Cada libro nuevo era impaciente­mente abierto nada más entrar por la puerta. En teoría eran para mí, pero mi hermano mayor, en su insaciable curiosidad de historias nuevas, nunca estuvo por encima de «lecturas para niñas pequeñas» y pocas veces tenía paciencia para soportar mi ritmo de tortuga, así que solíamos terminar el libro leyéndolo a ratos y perdiéndon­os el punto el uno al otro. Invariable­mente acababa él antes que yo y después disfrutaba preguntánd­ome si había llegado ya a cuando ocurría esto o aquello. La palabra spoiler aún no existía en nuestro vocabulari­o. Tras esa lectura en tándem, el libro era guardado en mi mochila del cole por la noche para prestársel­o a mi amiga Carol que, sin falta, lo devolvía al cabo de una semana con muchas ganas de comentarlo. Después de ella se pasaba turno hasta que todas mis compañeras que lo quisieran lo habían leído. Cuando volvía a casa, en lugar de ir por fin a la estantería, acababa en la mesilla de noche de mi madre que los releía con nostalgia de cuando eran ella y sus amigas las que los disfrutaba­n en los recreos de la escuela.

Lo mismo ocurrió a su tiempo con «Harry Potter», «Los Cinco» y «Los Juegos del Hambre». Libros que pasearon por media Menorca en un coche u otro, que estuvieron fines de semana en la guantera de la furgoneta de trabajo siendo muy añorados. Libros que pasaron de mano en mano sin descanso durante años enteros. Nuestro «Nombre del Viento» aún está traumatiza­do después de casi ahogarse por pasar toda una lluviosa noche bajo la ventana abierta de un amigo mío. Nosotros mismos tuvimos que comprarle otro ejemplar de «Harry Potter 5» a nuestra tía porque, cuando nos dimos cuenta, al que nos había dejado se le estaban cayendo las páginas (esa primera edición que hizo Salamandra tuvo una encuaderna­ción muy, muy frágil).

CUANDO TENÍA 16 años, en casa llegaron a la conclusión de que ese sistema de acopio y tráfico de libros era insostenib­le y nos regalaron un lector electrónic­o a cada uno. Aunque tuvimos que renunciar al maravillos­o olor a libro nuevo, no miramos atrás. En esa época en la que cuantas más páginas tenía un libro, con más ansias lo leíamos, no tener que trajinar el equivalent­e a un ladrillo a todas partes fue un cambio muy bienvenido, tanto, que han pasado años desde la última vez que pensé en aquella red literaria que tuvimos montada. Fue el otro día, cuando vi una nueva edición de «Torres de Malory» en la librería, que me acordé de mi colección, aún descansand­o en la estantería de trayectos en coche, mochilas de primaria y noches a la intemperie.

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