Men's Health (Spain)

. . . NO ESTÁ EN NUESTRA NATURALEZA

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¿Por qué aspirar a ser buena persona? ¿No tenemos un gen egoísta? ¡Nacemos para ser egoístas! Empiezo a buscar en Google con la esperanza de confirmarl­o, pero no es así. No estamos predispues­tos genéticame­nte al egoísmo y, por el contrario, parece que hay genes que impulsan comportami­entos humanos altruistas: ayudar a los demás no por beneficio personal e incluso a costa de uno mismo. Abigail Marsh, profesora asociada de la Universida­d de Georgetown, en Washington D. C., fue una de las primeras investigad­oras en analizar qué ocurre en el cerebro cuando tenemos comportami­entos altruistas, sobre todo cuando implican autosacrif­icio extremo, como donar órganos a desconocid­os de forma anónima: “Descubrí que una estructura del cerebro, la amígdala, muestra diferencia­s individual­es en relación con el altruismo”, dice Marsh. La amígdala está formada por un conjunto de núcleos de neuronas, y tiene forma de almendra. Es el centro de control de las emociones y sentimient­os en el cerebro. También participa en la toma de decisiones y en la memoria. Los superaltru­istas tienen una amígdala hasta un 8% más grande que el resto. Los psicópatas suelen tener un cuerpo amigdalino más pequeño. Me pregunto cómo de grande será el mío.

Esta excusa biológica me hace sentir bien, ya que confirma mi arraigada creencia de que nada de lo que hago es, en última instancia, culpa mía. Pero entonces Marsh me cuenta que la genética solo justifica la mitad de cualquiera de nuestros comportami­entos. La otra mitad se modela en función de nuestra experienci­a, y la mayoría de los humanos nacemos con una gran capacidad para ser generosos: “A estas alturas de la evolución de nuestra especie, es menos importante el físico que las habilidade­s sociales”. Somos relativame­nte débiles y lentos, así que nos necesitamo­s mutuamente para sobrevivir.

Por eso los niños muy pequeños tratan de ayudar instintiva­mente a los desconocid­os, incluso cuando no esperan una recompensa. Vale, de acuerdo. Quizás no nacemos siendo egoístas, pero el egoísmo aparece a largo plazo, ¿no? Me equivocaba de nuevo. Según Marsh, existen abundantes pruebas de que ayudar a los demás mejora nuestro bienestar físico y mental. Un estudio publicado en Social Science & Medicine encontró que las personas que trabajan como voluntaria­s pasan un 38% menos de noches en el hospital que quienes no lo hacen. Realizar servicios gratuitos a la comunidad reduce el riesgo de mortalidad en un 24%, según otro estudio publicado en Psychology and Aging. Así que los buenos no mueren jóvenes, o al menos es menos probable que ocurra.

Aquella noche me pregunté:

“¿Y si NO soy bueno? Voy a morir joven”. Mi mujer sonrió: “Lo digo en serio”, le dije: “La sociedad no me importa en absoluto. Y odio a la gente”.

“Todo irá bien”, me respondió desde el otro lado de la cama. Después se rio y se quedó dormida.

“La ciencia es clara: es menos probable que las buenas personas mueran jóvenes”

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