Men's Health (Spain)

. . . ANTES DE CONVERTIRS­E EN UN MODELO A SEGUIR

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Llamé al que fue mi

colegio durante la educación primaria y les ofrecí mi tiempo y me aceptaron. Una semana después de mi llamada, me encontraba sentado delante de una adorable clase de alumnos de seis años mientras hacían ejercicios de lectura básicos y letras con plastilina. A la semana siguiente estaba en el patio ganando al fútbol a los chavales de 12 años. Llegué a conocer a cada uno al detalle: quién era un mal perdedor, quién era un acosador y quién hacía unas bicicletas mejor que Neymar (a mi pesar). Todos me llamaban por mi apellido. Me gustaba.

Sin embargo, me costaba dejar de pensar que mi alegría era egoísta. No lo hacía por razones puramente altruistas: lo hacía porque me gustaba. Aun así, la experta en comportami­ento que me asesoró para este reportaje, Abigail Marsh, opina que es algo positivo y encontró las palabras clave para aplacar mis remordimie­ntos: “Que nos sintamos bien cuando ayudamos a otras personas significa que somos altruistas. Si no, ¿por qué nos íbamos a sentir bien?”. Incluso la señorita Julia, la profesora que había estado observando cómo machacaba a sus alumnos en el patio, pensaba que mi presencia allí era beneficios­a: “Tener a un adulto con el que jugar al fútbol es algo valioso en la educación de los chicos”, afirmó. “Porque... ¿necesitan a un gran centrocamp­ista”, le pregunté convencido de mi valía para el fútbol. “No, no para enseñarles a jugar, sino a lidiar con la derrota, o a ver las faltas de los demás como un error y no como un ataque personal y deliberado”, respondió. “Si no, se pelean por eso. Les viene bien un modelo a seguir que ya tiene esas habilidade­s sociales y hace que ellos también se comporten así”. Lo que me dijo la señorita Julia tenía mucho sentido. Abigail Marsh ya había señalado el impacto que tiene en los demás una persona que mejora las normas sociales. Según Marsh, estas personas esperan que los demás sean de confianza y ellas mismas se convierten en personas en las que puedes confiar. ¿Por qué? “El ser humano es complicado”, declara Marsh: “Como en la vida nos enfrentamo­s a un montón de decisiones y elecciones difíciles, a menudo seguimos el ejemplo de la gente que está a nuestro alrededor. Simplement­e siendo bueno puedes hacer que los que te rodean tambien lo sean”. ¿Puedo cambiar el mundo siendo una buena persona? Deduzco que puede que no el mundo entero, pero al menos puedo tener un impacto positivo en cómo estos niños se tratan entre ellos cada vez que salen al recreo a jugar al futbol. Y a ellos no hay que convencerl­os págandoles una descomunal prima. Echar una mano a los chicos sirve de algo. “Tenemos a otro voluntario que les prepara un campo de entrenamie­nto fitness”, añadió la señorita Julia con complicida­d: “Los niños más difíciles le insultan. Y él no duda en devolverle­s el insulto. Es un militar retirado, e insultar se le da de perlas. No les tolera ni la mínima”. “¿Podemos insultar a los niños?”, le pregunté a la señorita Julia. “Por supuesto que no”, me contestó.

A mí no me insultaron nunca.

“Cualquiera puede cambiar las normas para

mejorarlas”

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