. . . Y AL FIN ABRAZA LA BONDAD
A medida que se cumplía mi plazo de un mes, veía cómo los chavales del recreo que eran acosadores jugando al fútbol se volvían menos agresivos con sus compañeros, y cómo los malos perdedores lo vivían cada vez un poco mejor. Me pregunto si cuando me vaya volverán a ser unos canallas.
Yo también he cambiado. Algunos cambios son más significativos que otros: digo menos tacos, contribuyo a causas benéficas, también soy más amable con mi mujer. Una noche, la llevé a un restaurante: “Tengo mucha suerte de que estés en mi vida”, le dije. “Eres una madre fantástica. Te quiero. Y ese vestido te sienta genial”. Me miró de forma sospechosa: “Es un vestido viejo”, dijo. “Estás estupenda”, le repetí. “¿Eres amable para que quede bien en tu artículo?”. “Ya lo he terminado”. “¿Vas a parar de ser amable entonces?”. No puedo. Ser altruista absolutamente es difícil. Ni siquiera los jesuitas esperan la perfección. La doctora Marsh me contó que tendemos a pensar que los demás son tal y como somos nosotros. Decidimos sus motivaciones en función de lo que nos motiva: “Si creemos que el altruismo absoluto no existe, probablemente tenga que ver con que nosotros mismos no somos altruistas”, me explicó. En resumen, si TODOS somos más amables, todos nos beneficiamos. De algún modo, la bondad se contagia. Hago cuentas: podemos ser más longevos, felices y saludables sin que sea necesario convertirnos en unos siervos del altruismo. He decidido volver a ser voluntario en el colegio el próximo trimestre. No me costará, aunque debería dejarme tiempo para unas vacaciones de surf.