No es cuestión de técnica, sino de actitud.
No tiene nada que ver con cómo mueves la boca ni dónde pones los labios. Es algo mucho más sutil. ¿Quieres descubrirlo?
UNA VEZ, ESTABA BESANDO A UN HOMBRE y al principio me costó averiguar a qué me recordaba, pero una vez que lo hice no pude olvidarlo nunca: era como un pájaro bebedor, uno de estos juguetes que no paran de mover su cabeza arriba y abajo. La verdad es que él me gustaba y llevaba tiempo deseando besarle, por lo que mi decepción fue aún mayor. Tenía enfrente a alguien que no paraba de balancearse contra mi boca de forma mecánica. La esperanza de poder cambiar su manera de besarme o de que él se relajara me duró un mes: ni yo pude hacer lo primero ni él lo segundo, así que al final cada uno se fue por su lado.
El pasado otoño volví a acordarme de los pájaros bebedores, pero esta vez el juguete no se encarnó en la forma de un pretendiente, sino en la mía. Era mi tercera cita con un hombre físicamente muy atractivo, pero por el que no sentía nada especial. Le besaba de una forma tan mecánica que incluso me aburría, por lo que no me sorprendió demasiado cuando se marchó poniendo una excusa: “Tengo una reunión mañana temprano”. Aunque yo sabía que no era cierto.
El asunto no terminó ahí. A lo largo de los meses siguientes, repartí los peores besos imaginables. Podía tener una cita
maravillosa con alguien, pero en cuanto él se inclinaba hacia mí, me ponía automáticamente tensa. Me quedaba quieta, con mis manos en sus hombros, moviendo mi cabeza como si fuera una adolescente sin experiencia. El miedo me poseía a la hora de besar a un hombre, por lo que asumí que mi vida romántica había llegado a su fin.
Aunque no hayas experimentado nunca la sensación de ponerte tan nervioso al estar delante de alguien, seguramente a lo largo de los años te hayas enfrentando a algún que otro momento de duda en el momento de besar a una persona. Hace poco, una amiga inició una nueva relación, tras un largo periodo sin pareja, y se mostraba preocupada por si se le había olvidado cómo besar.
MÁS COMPLICADO QUE EL SEXO
A menudo, consideramos que el sexo insatisfactorio es un motivo para romper una relación, pero me parece algo que se puede mejorar más fácilmente que los besos mal dados. Cuando el sexo con tu pareja no funciona, puedes realizar críticas sobre cosas específicas, generalizando, sin que parezca que le estás atacando personalmente. Estamos acostumbrados a que haya cierto feedback en las relaciones sexuales. De hecho, cuando alguien nos dice lo que le gusta en la cama, nos excita ver que esa persona sabe lo que quiere.
Pero los besos son diferentes. En ellos manda la pasión, no la técnica, y es mucho más difícil decirle a la otra parte que no te gusta cómo lo hace. Normalmente, cuando te das cuenta de que no disfrutas con sus besos, es porque no tienes química con esa persona. Al echar la vista atrás, veo que mis nervios estaban provocados por el estrés: estaba ansiosa y me encontraba en las antípodas de la posibilidad de tener química con alguien. Un día, tras conseguir calmar mi ansiedad, besé a alguien a quien consideraba muy atractivo, y en ese momento sentí que los problemas anteriores habían desaparecido. Pero, antes de eso, pasé mucho tiempo obsesionada, reflexionando sobre qué convierte un beso en bueno o malo.
Un buen beso es aquel que no te hace sentir inseguro. Como me dijo una amiga, “se besa bien cuando ninguno de los dos se lo toma muy en serio, sobre todo al principio de la relación. Es genial sonreír en medio de un beso”. Lo ideal es sentir tanto deseo por tu pareja que no te preocupes por la técnica. No obstante, no olvides tener presentes algunos consejos básicos: “Nunca, bajo ningún concepto, deberías sentir que tu lengua va a asfixiar a tu pareja”, me dijo la misma amiga. Y añadió: “Tiene que haber saliva de los dos entre ambas bocas: un buen beso te obliga a limpiarte después”.
No te preocupas por dónde pones tus manos (a mí me gusta sentir una en mi pelo y otra en mi cintura). Besar es como respirar: si piensas en ello, ya no eres capaz de hacerlo correctamente y te empiezas a marear. A mí, personalmente, me ayuda concentrarme en la característica más atractiva de la otra persona. Si pienso en sus bíceps, dejo de estresarme pensando si debería abrir los ojos para comprobar si él también los tiene abiertos.
Si haces que tu pareja se sienta cómoda durante el beso, la parte más difícil ya está hecha. Pero el permiso de la otra persona también es importante. Durante mucho tiempo pensé que cuando un hombre me preguntaba si podía besarme, mataba la espontaneidad y, en consecuencia, el romanticismo. Sin embargo, desde hace unos años me gusta tener poder de decisión sobre quién me besa. El año pasado, llevaba una hora en un bar con una cita de Tinder, cuando me preguntó si podía besarme, a lo que respondí que no, ya que no me había dado tiempo a sentirme suficientemente cómoda. Me alegro de que me preguntase, porque me habría molestado muchísimo que se hubiera lanzado directamente. Y no solo no pareció ofenderse, sino que disipó cualquier atisbo de incomodidad al decirme: “¿Puedo preguntártelo de nuevo más tarde?”. Recuerda: el consentimiento no es cursi, sino atractivo.
Pero, más allá de dar y recibir permiso, la mejor manera de proporcionar seguridad a alguien es la más simple: dile que besa bien. A no ser que se trate de alguien con quien no tienes absolutamente ninguna química, decirle a una persona que lo hace bien bastará para que se sienta mejor y desaparezca su ansiedad. Aunque dé lástima, antes de rechazar a alguien que te gusta porque no besa demasiado bien, dile una mentira piadosa: “Guau, lo haces muy bien”. Cabe la posibilidad de que eso no cambie nada, pero lo más probable es que se relaje y te sorprenda con un buen beso.
“Dar un beso es como respirar. Si piensas demasiado en ello, ya no eres “capaz de hacerlo bien, te entra la ansiedad y puedes acabar mareado