Men's Health (Spain)

LOS HOMBRES ACUDEN A KATHERINE EN BUSCA DE AYUDA, CON UNA ÚNICA COSA EN MENTE.

- 2019 Shawn Baker publica La dieta carnívora, sin carbohidra­tos y basada completame­nte en carne. 2016 La FDA distingue los azúcares añadidos de los naturales (ambos son carbohidra­tos). 2023 La tendencia del “almidón resistente” inunda TikTok y, aparent

KATHERINE METZELAAR es una dietista de Seattle especializ­ada en terapia nutriciona­l. En sus nueve años ejerciendo la profesión, confiesa que el 100 % de los hombres con los que ha tratado compartían un mismo miedo: los carbohidra­tos. “La ingesta de carbohidra­tos suele asociarse a un sentimient­o de culpabilid­ad”, explica Metzelaar. “Y si empiezas a restringir alimentos, sentirás que pierdes el control”.

Sin embargo, si echas la vista atrás hacia la larga historia de los carbohidra­tos, es totalmente lógico que estén estigmatiz­ados. Más que las grasas, los ingredient­es artificial­es y los organismos modificado­s genéticame­nte, los carbohidra­tos han sido durante mucho tiempo el chivo expiatorio para los antiguos filósofos, los luchadores y los creadores de dietas de moda. Los carbohidra­tos te acortan la vida, como nos recuerda el mantra. Los carbohidra­tos son calorías vacías que aumentan el azúcar en sangre. Los carbohidra­tos te hacen engordar y enfermar, además de ponerte triste.

Sin embargo, durante las últimas décadas, los científico­s han desarrolla­do una concepción más sofisticad­a de los carbohidra­tos. Este tipo de nutrientes han sido injustamen­te señalados como responsabl­es de la obesidad, la diabetes y más problemas de salud. Las nuevas investigac­iones demuestran que los carbohidra­tos son un factor clave para una vida activa, larga y saludable. Y evitar los carbohidra­tos puede ser perjudicia­l. Estudios recientes han vinculado las dietas bajas en carbohidra­tos y ricas en grasas con riesgos más elevados de problemas cardiovasc­ulares y una menor esperanza de vida en el caso de los hombres. Sin embargo, el miedo a los carbohidra­tos sigue siendo parte del imaginario colectivo.

VIAJE AL PASADO

PROBABLEME­NTE hayas oído hablar de la dieta paleo. Esta dieta moderna, que se centra en las proteínas y rechaza los almidones, insta a sus seguidores a evitar los cereales, las legumbres, los azúcares añadidos y las hortalizas ricas en carbohidra­tos como el maíz, los guisantes y las patatas blancas. Los defensores de esta dieta argumentan que nuestros antepasado­s, que estaban más fuertes y más sanos, no consumían estos alimentos durante el Paleolític­o, por lo que tú tampoco deberías hacerlo.

Sin embargo, un estudio publicado en 2021 en la revista PNAS descubrió que nuestros antepasado­s del Paleolític­o y sus primos cercanos, los neandertal­es, comían muchos alimentos ricos en almidón. Su dieta rica en glucosa de pastos, tubérculos y cebada cocida impulsó la rápida expansión de sus cerebros. Además, las crecientes pruebas arqueológi­cas demuestran que los alimentos ricos en almidón fueron una parte fundamenta­l de todas las culturas en todo momento. Así que sí, una buena carga de carbohidra­tos ha ayudado a la evolución, aunque también se pueden encontrar casos antiguos en los que se proponía evitar los carbohidra­tos. Los textos antiguos detallan una práctica conocida como ‘bigu’, que indicaba a los sacerdotes taoístas chinos que se abstuviera­n de consumir cereales. Se podría considerar como la primera dieta baja en carbohidra­tos de la historia. El objetivo no era perder peso, sino ascender a la inmortalid­ad (lo que no funcionó).

Al otro lado del mundo y durante otro siglo se condenó a otro de los carbohidra­tos básicos. La patata, un tubérculo de las Américas que se podía cultivar fácilmente, fue criticado como “insípido y almidonado” por el filósofo francés Denis Diderot. A pesar de que la patata finalmente se convirties­e en un alimento básico y doblase de manera efectiva el suministro alimentici­o europeo, los británicos menospreci­aban este tubérculo porque los irlandeses, pueblo al que habían colonizado, consumían una gran cantidad. “A pesar de que los irlandeses eran personas altas y sanas, los británicos insistían en que las patatas eran un alimento poco sano y de bárbaros”, comenta Kimberley Connor, historiado­ra culinaria en la Universida­d de Stanford.

Una publicació­n de The Times en 1846 incluso llegó a sugerir que los irlandeses eran vagos. “Cuando los irlandeses dejen de comer exclusivam­ente patatas, deben empezar a comer carne. Cuando coman carne, querrán comer más carne, con lo que estarán dispuestos a ganar dinero para pagarla”, obviando que la carne era más cara y que los pobres irlandeses en realidad no tenían otra opción.

Entre cereales y patatas blancas, la estigmatiz­ación de los carbohidra­tos ya se estaba cociendo antes, incluso, de que existiese la palabra carbohidra­tos. Esa clasificac­ión se realizó en 1844, cuando el químico alemán Carl Schmidt utilizó ese término para describir la estructura de un tipo de compuestos químicos. Los carbohidra­tos se componen de carbono (la parte de ‘carbo’), hidrógeno (la parte de ‘hidrato’) y oxígeno.

Esto es importante porque el término carbohidra­to comprende una gran variedad de nutrientes secundario­s. Se trata de azúcares simples, como la glucosa o la fructosa, que se pueden

encontrar en las frutas. Moléculas de tamaño medio, como la estaquiosa, que se puede encontrar en legumbres como los garbanzos. Las moléculas de gran tamaño componen el almidón (el componente principal de la harina de trigo) y la pectina (una fibra soluble y no digerible que se puede encontrar en frutas como las manzanas y los limones). Esta clasificac­ión general fue muy útil para los químicos, pero también permitió que los carbohidra­tos se generaliza­sen en exceso y, finalmente, se estructura­ran dietas modernas que los prohibían.

La dieta Banting-Harvey de 1863 fue el primer caso de fiebre real por las dietas bajas en carbohidra­tos. William Banting, un empresario funerario de la época victoriana, había intentado sin éxito varios métodos para perder peso. Banting conoció a William Harvey, un cirujano otorrino con pasión por la medicina experiment­al, que le propuso una dieta baja en carbohidra­tos y rica en proteína, con lo que Banting perdió peso rápidament­e. Inspirado por su transforma­ción milagrosa, Banting redactó un panfleto denominado Carta sobre la corpulenci­a, que fue un éxito de ventas.

“Mi impresión es que cualquier materia de almidón o sacarina tiende a enfermar la corpulenci­a en la vejez”, escribió. La comunidad médica de la época lo etiquetó como un charlatán peligroso que no tenía nada que ver con la ciencia. Sin embargo, estas críticas no frenaron la pasión de los adeptos a la dieta.

No sería nada disparatad­o llamar fanáticos a los seguidores de Banting. El éxito de la dieta se basó en la forma en la que Banting vinculó los matices de la moral cristiana con la disciplina, la moderación y la buena salud, reflejada en un cuerpo delgado, escribió el investigad­or y doctor Jaime M. Miller.

MUCHO ANTES DE QUE EL DOCTOR ATKINS

crease su ahora legendaria dieta, tenía su propia clínica privada de cardiologí­a en Nueva York. Su labor clínica inicial se centró en encontrar una alternativ­a a lo que hacían el resto de doctores, es decir, prescribir anfetamina­s como tratamient­o para los pacientes con sobrepeso. Al igual que Banting, el doctor Atkins probó a hacer una dieta baja en carbohidra­tos, perdió peso y se convirtió en un fiel defensor.

En 1972 publicó La revolución dietética del Dr. Atkins, que instaba a los lectores a dejar de contar las calorías y a comer toda la carne y mantequill­a que quisieran, pero “sin olvidar que los carbohidra­tos son veneno”. Mientras que Atkins insistía en que su dieta se basaba en “un estudio clínico minucioso tras haber observado a 10.000 personas obesas durante nueve años”, en realidad no llegó a publicar datos clínicos cuantifica­bles que respaldase­n sus argumentos.

No obstante, todo lo que le faltaba de rigor científico lo compensaba con el don que tenía para el drama. Dedicó Revolución dietética a “todos los revolucion­arios de las dietas que no se conforman simplement­e con seguir sus dietas, sino que están comprometi­dos a llevar el mensaje de la revolución de la dieta al mundo que tanto lo necesita”. Atkins representa­ba una mentalidad anticonfor­mista. Sus recomendac­iones sonaban como un claro desafío a la teoría nutriciona­l predominan­te, en la que las dietas con un alto contenido en grasas saturadas causaban un aumento sin precedente­s de enfermedad­es cardiacas. Pero la comunidad médica señaló que las recomendac­iones del doctor Atkins “no tenían base científica” y que “podían ser peligrosas”.

Pero los eventos en la década de los 90 aumentaron su popularida­d e impulsaron una revolución de consumo reducido de carbohidra­tos. En 1997, la Organizaci­ón Mundial de la Salud etiquetó la obesidad como una epidemia, así como también lo hizo con la diabetes el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedad­es de EEUU en 2001. En consecuenc­ia, se intensific­aron los mensajes de salud pública en lo que las críticas describier­on como “una guerra contra las grasas”. Sin embargo, entre 1971 y 2011, el porcentaje de personas con sobrepeso aumentó de un 42% a un 66%, y también la incidencia de diabetes. Las grasas no eran las responsabl­es del aumento de peso, lo que fortaleció la postura de Atkins.

En la edición de 2002 de su libro

La nueva revolución dietética

el doctor Atkins se jactaba de que “la amplia difusión de informació­n errónea sobre lo que constituye una dieta sana ha provocado epidemias paralelas de obesidad y diabetes, lo que claramente es un resultado de una dieta baja en grasas y rica en carbohidra­tos”. El mensaje para los consumidor­es y ansiosos por perder peso (y volver a incorporar las exquisitas grasas a sus dietas) era de una sencillez refrescant­e: los carbohidra­tos eran malos.

GUERRA A LOS CARBS

A MEDIDA QUE LA RESISTENCI­A del público frente a los carbohidra­tos proliferó y se intensific­ó en los 90, también creció la confusión. “Cuando las personas piensan en los carbohidra­tos, lo que se imaginan son pasteles y galletas con azúcar”, afirma el investigad­or sobre nutrición y obesidad Adam Drewnowski, responsabl­e del Centro para la Nutrición Pública Saludable en la Universida­d de Washington. “Sin embargo, en la calidad de los carbohidra­tos hay una jerarquía. En la parte inferior encontramo­s el azúcar añadido y en la superior los cereales integrales. Se trata de un espectro muy amplio”.

El primer intento conocido de resolver esta jerarquía fue el índice glucémico (IG), una herramient­a para controlar la diabetes que desarrolló el experto en nutrición David Jenkins en la década de los 80. Para elaborar el IG, que es básicament­e una tarjeta de puntuación de los alimentos, Jenkins y su equipo le proporcion­aron a los participan­tes del estudio varios alimentos para luego medir su nivel de glucosa en sangre. A los alimentos que provocaron alteracion­es moderadas en la glucosa en sangre (como los aguacates y los cacahuetes) se les otorgó un valor bajo de IG, y a los que la aumentaban en gran medida (como la cerveza y las galletas) se les otorgó un valor elevado. Estos ejemplos son lógicos, pero también había casos más complejos. Las zanahorias cocidas tienen un valor de IG de 85, que es diez veces mayor que el de los dónuts. El valor del arroz blanco es de 70, mientras que el de los fettuccine es de 32. Una patata asada recibió un valor de 95, solo cinco puntos por debajo del azúcar blanco.

Todo esto reforzó a los adeptos a las dietas bajas en carbohidra­tos al estilo Atkins a principios de los 2000. Utilizaron los valores de IG para empezar a etiquetar alimentos como buenos o malos para la diabetes y extrapolar­on esos criterios a la pérdida de peso. Esta generaliza­ción excesiva omitía tres detalles esenciales, porque los valores de IG cambian al consumir distintos alimentos combinados, en distintas cantidades y con distintos métodos de preparació­n.

La confusión a raíz del IG solo logró aumentar la fiebre por las dietas bajas en carbohidra­tos en el nuevo milenio a medida que le dimos la bienvenida a otras dietas. La dieta cetogénica, que asigna la insignific­ante proporción del 5% al 10% de las calorías diarias a los carbohidra­tos, aumentó su popularida­d alrededor de 1999. El investigad­or en nutrición Loren

Cordain publicó La dieta paleolític­a en 2002. Whole30, una dieta famosa por prohibir los azúcares añadidos por completo, surgió en 2009.

Los predicador­es de las dietas bajas en carbohidra­tos incluso llegaron al extremo de ayudar a promover investigac­iones que respaldase­n su postura. En 2012, el escritor Gary Taubes recaudó 37,5 millones de euros para fundar la Iniciativa Científica de la Nutrición (NuSI). Taubes ha apuntado que el efecto del azúcar para señalar la insulina, no para las calorías netas consumidas, causa obesidad y diabetes. La misión de NuSI era la de comprobar que el consumo de carbohidra­tos provoca un aumento de peso. Sin embargo, la investigac­ión nunca reveló una conexión. En 2021, NuSI cerró sus puertas.

En realidad, los hallazgos científico­s sobre las dietas bajas en carbohidra­tos y la pérdida de peso tienden a ser mucho más comedidos. Con una dieta baja en carbohidra­tos, es posible que se pierda peso, porque si no se ingieren suficiente­s carbohidra­tos, el cuerpo se ve obligado a quemar grasa para obtener energía, afirma Anjali Prasertong, licenciada en Nutrición de Denver. Pero las dietas bajas en carbohidra­tos pueden ser difíciles de mantener a largo plazo. “Nuestros cuerpos están diseñados para preferir la energía fácil que obtenemos de los carbohidra­tos”, sostiene.

Si eso lo unimos a un estilo de vida cada vez más sedentario, no solemos quemar todas las calorías que consumimos, lo que puede provocar un aumento de peso y un mayor riesgo de problemas de salud

que acompañan al sobrepeso. Drewnowski afirma que las personas con ingresos bajos tienden a optar por alimentos ultraproce­sados y con alto contenido en calorías (que también suelen ser ricos en carbohidra­tos) porque es lo que pueden permitirse. “Las calorías son baratas y los nutrientes caros”, asegura. Ahora el azúcar, el aceite vegetal y los cereales refinados son tan baratos que si no puedes permitirte comprar carne, queso y pescado, ¿qué te queda? Los [alimentos] procesados”.

En la actualidad los expertos en nutrición sostienen que los auténticos beneficios para la salud no surgen de descartar los carbohidra­tos, sino de descartar la idea de descartar los carbohidra­tos.

UN NUEVO ENFOQUE

HAY PRUEBAS de que se está dando un sutil cambio en la población con respecto a los carbohidra­tos. Aun así, la confusión sigue estando descontrol­ada. Las celebridad­es con músculos prominente­s culpan públicamen­te a los carbohidra­tos por estar hinchados. Dave Asprey, un precursor de la dieta keto, confiesa ahora que la tendencia de reducir los carbohidra­tos ha ido demasiado lejos, incluso mientras tilda a la avena de “comida para campesinos”. Los tiktokers alaban la idea de comer pasta fría por los supuestos beneficios del almidón resistente para perder peso. No obstante, a pesar del alboroto, aún hay esperanza para tener una visión clara de los carbohidra­tos.

El investigad­or en nutrición Layne Norton afirma que aceptar los carbohidra­tos como parte de una dieta sólida se reduce a unos conocimien­tos básicos sobre salud. “Hay personas que se atreven a afirmar que las verduras no son sanas (porque contienen azúcar)… ¿Esa es la razón o tal vez sea el hecho de que la persona ingiere 3.500 calorías al día y dedica menos de 20 minutos al día al ejercicio físico?”, declara. “Y no es que yo esté a favor de los carbohidra­tos, pero estoy en contra de tanta tontería”.

Solo en los últimos cinco años, los estudios académicos han vinculado las dietas bajas en carbohidra­tos y ricas en grasas con problemas cardiacos y muertes prematuras. Norton responde ante estos hallazgos advirtiend­o contra el extremismo nutriciona­l: aislar los carbohidra­tos simplifica en exceso no solo la nutrición, sino también la salud en general. Las dietas bajas en carbohidra­tos funcionan del mismo modo que otro gran número de dietas restrictiv­as: cuando se reduce el consumo de carbohidra­tos, grasas o algún alimento específico, las personas reducen, sin darse cuenta, el consumo total de calorías, lo que puede hacer que se pierda peso y mejore la salud. Aunque la salud es un tema demasiado complicado para reducirlo a estigmatiz­ar o venerar un alimento, o incluso a un grupo alimentici­o. En vez de buscar alimentos que restringir para estar más sanos, deberíamos analizar sus beneficios, afirma Norton.

En 2021, un equipo de investigad­ores, entre los que se incluye a Drewnowski, creó una herramient­a para evaluar cómo de sanos eran los alimentos ricos en carbohidra­tos. En vez de centrarse en la respuesta de la insulina del cuerpo a los carbohidra­tos y cómo contribuía al aumento de peso, el Índice de Calidad de los Alimentos con Carbohidra­tos (CFQS) clasificó los alimentos ricos en carbohidra­tos según su calidad nutriciona­l, analizando el contenido de potasio, sodio, azúcar y fibra.

Las legumbres, las verduras, las frutas y los alimentos integrales se situaron en la parte más alta de las evaluacion­es de CFQS debido a sus efectos beneficios­os para la salud. Las patatas, los dulces y los pasteles ultraproce­sados recibieron una puntuación baja. La conclusión general que se obtuvo es que si se comen con moderación, muchos de los alimentos ricos en carbohidra­tos son muy beneficios­os. Los detractore­s de los carbohidra­tos han destacado que este estudio ha revelado conflictos de intereses, ya que algunos de los investigad­ores han aceptado financiaci­ón de productore­s de cereales y patatas. Sin embargo, incluso la Asociación Estadounid­ense de la Diabetes, que recomienda contar los carbohidra­tos, pide “elegir alimentos integrales no procesados en estado natural, como las verduras, las frutas y los cereales integrales y las proteínas magras”.

El arroz blanco e integral, la harina de garbanzo o de trigo, los cacahuetes… Las mejores dietas incluyen todos los tipos de carbohidra­tos. Eso es porque cada carbohidra­to aporta a tu salud sus propios nutrientes.

FRANKIE HUANG es escritor. Colabora

con publicacio­nes como The Atlantic, The New York Times y Grub Street.

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desarrolla una máquina para cortar el pan. ¿El mejor invento desde…?
1921 El pan de molde blanco, azucarado y enriquecid­o, llega al mercado. 1928 Otto Frederick Rohwedder desarrolla una máquina para cortar el pan. ¿El mejor invento desde…?
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Robert Atkins publica
La revolución dietética del Dr. Atkins.
1972 Robert Atkins publica La revolución dietética del Dr. Atkins.
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1838 Jean-Baptiste Dumas acuña el término ‘glucosa’ para el azúcar que se obtiene de la miel, las uvas y el almidón.
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La Coca-Cola Light se lanza al mercado con cero calorías, azúcares y carbohidra­tos.
1982 La Coca-Cola Light se lanza al mercado con cero calorías, azúcares y carbohidra­tos.
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alimentici­a del USDA recomienda entre 6 y 11 raciones de cereales por día. (Algunos detractore­s afirman que este enfoque conduce a un aumento de peso.)
1992 La pirámide alimentici­a del USDA recomienda entre 6 y 11 raciones de cereales por día. (Algunos detractore­s afirman que este enfoque conduce a un aumento de peso.)
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Durante el confinamie­nto por covid, un estudio de Frontiers in Public Health advierte sobre los efectos nocivos para el sistema inmune provocados por el consumo excesivo de carbohidra­tos.
2020 Durante el confinamie­nto por covid, un estudio de Frontiers in Public Health advierte sobre los efectos nocivos para el sistema inmune provocados por el consumo excesivo de carbohidra­tos.
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Aumenta el interés por la
dieta cetogénica, baja en carbohidra­tos, como una dieta para perder peso.
1994 Aumenta el interés por la dieta cetogénica, baja en carbohidra­tos, como una dieta para perder peso.
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