Insomnium
+ Tribulation
Hay conciertos en los que me cuesta ser objetiva, en los que me abandono a los brazos del arte y simplemente fluyo con lo que los músicos entregan sobre las tablas. Eso es exactamente lo que pasa cuando Tribulation inundan la sala con el primero de sus riff.
Para entender lo que proponen los suecos, simplemente hay que dejar que entre, te recorra y te destruya. Es una propuesta musical abrumadora que seduce los sentidos y te deja en absoluto trance. Pero si con la música no le basta al espectador, también ofrecen un hipnótico espectáculo visual en el que la sensualidad y la muerte se entrelazan.
Tribulation entran en acción con un bodypaint llamativo, provocador y agresivo, que hace inciso en la extrema delgadez de sus componentes que se deslizan sobre la tarima como si estuvieran hechizados por sus propios instrumentos. El ejemplo más claro de esta enajenación musical es Johannes, quien se abandonó a las melodías de este Down Below a lo largo de toda su actuación, realizando movimientos imposibles, desnudando su alma ante todos y atrayendo los focos, las cámaras y todas las miradas.
Con esto no quiero decir que el resto del espectáculo y artistas de Tribulation sean menos imponentes sobre el escenario, pero cuando te encuentras frente a frente con algo tan primitivo y natural como ese guitarra abandonado a su música, no puedes apartar la mirada, no debes. Es un espectáculo que todos deberíamos presenciar, por lo menos, una vez en la vida.
En este estado de transición entre la realidad y la fantasía, nos encontró Insomnium, quienes nos impactaron en toda la cara con las siete partes de su Winter’s Gate. ¡Qué barbaridad! La puesta en escena, el juego entre los distintos componentes de la banda, la diversión, la conexión con el público… ¡Cualquiera diría los finlandeses son de tierras menos “salás”!
Durante hora y media nos entregaron una cantidad impresionante de temazos, piezas destructoras como While We Sleep o Weather The Storm, y nos dejaron los cuellos rotos mientras Vanhala deslizaba sus dedos por las seis cuerdas dejando escapar solos interminables, de los buenos, de los que te ponen la piel de gallina y te rompen el corazón cuando recaes en que esa visión es efímera.
La calidad técnica de Insomnium es indiscutible, no dejan nada al azar, juegan con el público con unas normas que sólo conocen ellos y con las que perdemos la cabeza por lo que estamos viendo una y otra vez.
Fue una auténtica brutalidad de show que volvería a presenciar una y otra vez, que merece toda la atención que se le ha prestado y más y que, si pudiera, me guardaba para mí sola.