Metal Hammer (Connecor)

OKKULT SESSION 2018

Sonidos en la tiniebla

- TEXTO: LUIS MONGE FOTOGRAFÍA: JAVIER BRAGADO

Siempre es una agradable noticia descubrir que en tu ciudad nace un nuevo festival de música. Sean del estilo que sean, son iniciativa­s que mantienen viva la escena y la cultura en los núcleos urbanos. Okkult Session es una de las nuevas apuestas de Madness Live! Produccion­es. La misma promotora que durante cinco años ha puesto gran parte de su esfuerzo y dedicación en el festival Be Prog de Barcelona. Se trata, como el nombre delata, de un escaparate para los sonidos oscuros, el inconformi­smo musical y la búsqueda de nuevas formas de expresión. Quizá sea notable la influencia de festivales como el afamado Roadburn Festival de Tilburgo, cuyo nombre es ya garantía de calidad incuestion­able. Esta primera edición tuvo lugar en la céntrica sala MON de Madrid y contaba con un suculento cartel encabezado por el dúo británico Godflesh y los titanes belgas del post metal Amenra. Abrieron para ellos, los portuguese­s Sinistro, los suecos Dool y Louise Lemon.

Cinco bandas en una misma noche implican una temprana apertura de puertas. Eran tan solo las cuatro de la tarde cuando se abrió la sala. Una hora después daba comienzo el festival.

Una figura espectral, vestida con un atuendo negro, hizo su aparición en el escenario, portando en sus manos un incensario. Al poco de desaparece­r entre bastidores, la banda de LOUISE LEMÓN ocupó su puesto sobre las tablas. La artista sueca abrió la jornada ofreciendo su visión sutil de la oscuridad. Para los que no la conozcáis, se mueve dentro del estilo denominado “death gospel”, es decir, el concepto de cantautora folk influencia­da por las raíces del soul estadounid­ense, sólo que ella lo hace mezclándol­o con doom y elementos ambientale­s. La melodiosa voz de Lemón se integraba en las etéreas atmosferas de teclado y el componente doom de sus composicio­nes pareció realzarse con respecto a las versiones de estudio. La sala fue llenándose conforme avanzaba la actuación. Claramente la gente lo estaba disfrutand­o. Las comparacio­nes son odiosas, pero veo en su estilo e imagen demasiadas semejanzas con la cantante y compositor­a california­na Chelsea Wolfe, con todo lo bueno y lo malo que eso implica. Me quedo con las interpreta­ciones de “Shipwreck” y “Cross”, adelanto del que será su siguiente álbum de estudio. Sin duda es una joven con mucho talento.

Terminada la actuación transcurri­ó media hora hasta el inicio de la siguiente, algo que se repitió entre las otras bandas. Era el turno de los portuguese­s SINISTRO, quienes regresaban a tierras españolas con su más reciente trabajo de estudio bajo el brazo, Sangue Cássia, publicado a comienzos de este mismo año. Su profunda música no tardó en envolver la sala y crear un ambiente que cautivó a los presentes con piezas como “Abismo”, “Partida” o “Cidade (Parte II)”. Practican un doom dotado de abundante sensibilid­ad, en el que prevalece la preciosa voz de Patricia Andrade y sus letras en portugués. Las canciones avanzaban con una lentitud casi agobiante, pero la voz me generaba una sensación de dulzura tenebrosa. Patricia parecía inmersa en la vivencia, sumida en un excéntrico baile. Convulsion­aba con rigidez, como si fuera una marioneta de extremidad­es articulada­s. La única pega que tengo es que la voz quedaba levemente sepultada por el volumen de los demás instrument­os.

Los terceros en tocar fueron DOOL, quienes visitaban por primera vez nuestro país. Y la verdad no les fue tan bien como hubiesen querido. Una cuerda rota y molestos acoples se sucedieron durante los escasos primeros minutos. El momento más tenso vino poco después, cuando un par de técnicos subieron al escenario dispuestos a cambiar de lugar el cabezal de uno de los amplificad­ores mientras los suecos tocaban. Esto, como es lógico, molestó considerab­lemente a la vocalista y líder Ryanne van Dorst, quien pidió a la banda que parasen. Una vez solucionad­o reanudaron su actuación, aunque tuve la sensación de que en adelante hubo descontent­o por parte de la banda.

Ejecutan un estilo muy personal y elaborado, a medio camino entre el rock y el doom metal, lleno de energía y cargado de matices psicodélic­os. Además demostraro­n ser un conjunto con muchísima presencia sobre las tablas, entregados a su arte. Nos dejaron para el recuerdo momentazos como “The Alpha”, “Golden Serpents” y su customizad­a versión de “Love Like Blood” de los ingleses Killing Joke. Ojalá regresen pronto.

Y llegó el momento que más ansiaba. Los belgas AMENRA han alcanzado a lo largo de los últimos años un estatus más que de culto. Sus actuacione­s, concebidas como ceremonias en la penumbra, son una invitación a la introspecc­ión. Pero lamentable­mente aquel día no iba a ser el mejor para disfrutar de ello.

Colin apareció en silencio sobre el escenario, se puso de rodillas de espalda al público y empezó a golpear lo que parecían unas claves que emitían un apagado sonido metálico. Era la intro de “Boden”, canción de su Mass V. Largos minutos de obertura en los que el sonido de las claves debería ser el único que rompiese el silencio intimista. Y digo “debería” porque muchos de los asistentes se pasaron todo aquel rato conversand­o en voz alta. Fue ahí cuando empecé a crisparme, no hubo un instante de silencio en todo lo que duró su actuación. Aquello era descarado. Por momentos media sala chistaba mientras la otra media seguía hablando. Vergonzoso.

Amenra dieron un concierto espectacul­ar en el que nos deleitaron con joyas como “Razoreater” o “Am Kreuz”. Una experienci­a sonora y visual en la que recurriero­n a proyeccion­es en blanco y negro para acompañar la música. Sus piezas poseen el contraste absoluto entre una agresivida­d desatada, dotada de alaridos desgarrado­res y una atmósfera opresiva, y la tranquilid­ad más sutil e introspect­iva: en general angustiosa y presagio de un estallido de ira, como calma que precede a una tempestad. Después de

terminar “Silver Needle. Golden Nail” el proyector se apagó y los músicos abandonaro­n el escenario. Miré el reloj sorprendid­o. Había pasado una hora y me pareció extremadam­ente corto.

Y llegó el turno de GODFLESH, último concierto de la noche y protagonis­tas de la misma. Admito de primeras que nunca me han despertado gran interés. Tras hora y media de actuación puedo concluir que no he logrado entender realmente lo que significa esta banda. Entiendo que supusieron una revolución sonora a finales de los 80 con su estilo, que catalogaré como “lo-fi metal”, y que contribuye­sen a sentar las bases de la música industrial. Pero trato de hacer una análisis objetivo de sus discos y, en este caso, de su directo, y por más que lo intento no puedo hacerles muchos cumplidos. Reconozco que disfruté en temas como “Post Self”, “Spinebende­r” o “Like Rats”, pero me atrevería a decir que me suenan mejor en disco que en vivo.

Las palabras que se me agolpan en la mente son “lineal” y “monótono”. Supongo que el hecho de que la formación carezca de un batería real y las lleven programada­s, lo que se traduce como escasos cambios de intensidad, contribuye a esa linealidad. Es una continua ametrallad­ora de riffs repetitivo­s. A eso se le suma la voz limpia completame­nte desafinada y los gritos que iban perdiendo fuelle conforme avanzaba la actuación. Lamento no ser capaz de apreciarlo. Para gustos los colores; eso es lo bueno de la diversidad.

El balance de la experienci­a es positivo. Es una alegría que nazca una iniciativa así en España. De momento todo apunta a que tendremos segunda edición el año que viene. No obstante sigo indignado por la actitud de algunos asistentes. Me parece una terrible falta de respeto hacia todos los que han comprado la entrada. Algo impensable en Centroeuro­pa o en cualquier país con una mínima educación cultural. Nos queda mucho por aprender.

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